The Adversiter Chronicle

martes, 28 de enero de 2025

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre

Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro:
La guerra eterna 
– Partes desde la guerra contra el terrorismo-
Autor: Dexter Filkins
Editorial: Crítica, S. L.
Traducción: Enrique Herrando
Edición: 2009

La propuesta de hoy es una mirada de un conflicto desconocido como fue la ocupación de Irak por parte de EEUU y sus aliados, entre ellos España, tras el derrocamiento de Saddam Hussein, instalar una administración bajo paraguas estadounidense, desmantelar el ejército iraquí y acabar con los focos de resistencia del régimen primero y luego insurgentes procedentes del extinto ejército iraquí que si bien celebraban el fin del sangriento régimen de Saddam no querían un ejército de ocupación que les ordenara como resolver sus problemas políticos, religiosos y tribales. La imágenes de la guera en Irak, salvo para quienes fueron protagonistas y sus familiares, son típicas. Todos recordamos las imágenes de la estatua del dictador siendo derriabada, los contratistas mercenerarios protegiendo a las autoridades estadounidenses, soldados entrando en las casas purta por puerta y las imágenes de soldados estadounidenses recibiendo disparos de francotirador, los artefactos explosivos improvisados y población donde cualquiera, hombres, mujeres y niños pueden ser en realidad ejecutores de una acción contra las tropas. Lo haremos con la mirada de un corresponsal que nos permite distinguir los matices que las noticias, las series de televisión o las películas de Hollywood no permiten apreciar. Dexter Filkins observa lo que le rodea, es su trabajo para poder informar con veracidad y con este libro nos permite apreciar los contrastes de un conflicto alejado de las grandes formaciones militares y grandes batallas. Se combate en entornos urbanos sin un enemigo claro que los jóvenes soldados puedan identificar hasta que se entabla un combate. También el Afganistán de los talibanes y los señores de la guerra. En ambos conflictos, que eran el mismo en realidad, surge la realidad del día a día donde la muerte es moneda corriente....

Dexter Filkins (1961)) ha cubierto, como corresponsal de The New York Times, las guerras de Afganistán e Irak desde 1998. Antes trabajó para Los Ángeles Times, para el que fue jefe de corresponsalía en Nueva Delhi, y para The Miami Herald. Fuye finalista del premio Pulitzer por sus crónicas desde Afganistán. Ganador del premio George Polk, también ha obtenido dos veces el Overseas Press Club. Recientemente fue fellow en el Carr Center for Human Rights Policy de la Universidad de Harvard.
Datos sacados de la contraportada y actualizados al año de edición y en Internet se puede conocer más del autor, sin más verborrea unos breves pasajes que os inciten a su apasionante lectura:

Afganistán, septiembre de 1998...
"Durante las hambrunas, era habitual oír hablar de gente que vendía a sus hijos para pagar comida. Estaba el chico de Sheberghan que había intentado fugarse con una chica a la que codiciaba un señor de la guerra. Habían atado cada una de las extremidades del muchacho a un caballo y a éstos se les había echado a correr en distintas direcciones. Había millones de minas terrestres como las del campo de Gulalai, un estrato tras otro de ellas, arqueologías enteras de minas; soviéticas, después de los muyahidines, muñecas explosivas, Bouncing Bettys (mina terrestre que explota a la altura del pecho) y minas de plástico que seguirían estallando mil años después, porque no se pudren como los cadáveres. Hubo un momento en el que cada día veinticinco personas pisaban minas terrestres en Kabul, y mientras tanto los señores de la guerra estaban ocupados plantando nuevos campos de ellas a toda prisa. Afganistán era como el ratón de laboratorio que pulsa el interruptor una y otra vez para electrocutarse. Quizá sólo fuera desesperación.
  • Ha muerto tanta gente delante de nosotros que ya nos importa un bledo -dijo Gulalai.

Gudalai se puso de pie ante su mesa y toqueteó sus cuchillos. Hacía seis meses, dijo, un amigo íntimo, Sarwar, había entrado andando en el campo y había saltado por los aires."


Massoud, señor de la guerra en Afganistán...

"Pero aquí, en su escondite de montaña de Farkhar, situado en el extremo norte de su país,
en la sagrada festividad de Eid, Massoud dejó a un lado la crisis en la que estaba sumido en ese momento y se permitió unos minutos para rememorar los viejos tiempos. Sentado en una silla blanca de plástico sobre la verde hierba, volvió a recordarlo todo: las siete invasiones soviéticas del valle de Pajshir que le había visto nacer, las siete ocasiones en las que se había salvado milagrosamente. La retirada de Kabul en 1996, cuando los talibanes lo tenían rodeado, y cuando, pese a todo, Massoud se había escabullido con su ejército intacto. Y la ofensiva talibán de hacía tan sólo dos años, que había estado a punto de aniquilarlo. Entonces Massoud había ido a la oración del viernes y había pronunciado un enardecedor discurso cuyos ecos se habían difundido a lo largo y ancho del valle desde los altavoces de la mezquita.
  • Dije que si alguien se rendía a los talibanes, su nombre sería recordado en las mezquitas durante generaciones -dijo.

Cuando massoud llegó por fin a hablar acerca del aprieto en el que se hallaba, ya no parecía el joven y gallardo guerrillero que había sido. Seguía llevando la caracterísitca gorra de lana con visera, ladeada, lo que le daba aspecto de artista. Al hablar, aún seguía pasándose de vez en cuando al francés, que había aprendido en un liceo de kabul hacía muchos años. Cuando pasó a la cuestión de la batalla que se aproximaba, Massoud parecía, en lugar de ello, el envejecido general que era, alguien que vivía de las rentas del pasado, y que esperaba, a pesar de su dolor de huesos, poder concentrar a sus hombres para la batalla una última vez. Se inclinó hacia adelante y esbozó las primeras líneas de fuego en mi mapa.

  • Aquí, aquí y aquí -dijo garabateando con un bolígrafo- Los talibanes atacarán muy pronto.

Massoud habló de una nueva táctica: echar clavos en las carreteras para pinchar los neumáticos de los temidos Hi-Luxes en su arremetida. En una hoja de papel bosquejó un clavo de tres puntas con el que sembraría las carreteras. Y entonces se retrepó en la silla. Parecía algo descabellado; una cavilaciópn desesperada, clavos en las carreteras.Y entonces Massoud habló de una antigua táctica de probada eficacia: atraer a los invasores al interior d elos valles y cortarles las vías de escape. `Haciendo eso podemos resistir eternamente´, dijo. Bebió un último sorbo de té y arrojó el poso por encima de su hombro.

  • Si no hubiera habido ninguna guerra -dijo-, yo habría sido un arquitecto muy bueno.

Massoud sabía que su fin se acercaba. Yo podía verlo en sus ojos, en la nostalgia. Naturalmente, no sabía cómo le llegaría la muerte, ni cuándo lo haría. No podía prever, por ejemplo, que tan sólo dos años después un par de tunecinos enviados por Al-Qaeda llegarían a su campamento haciéndose pasar por periodistas y, no muy lejos de la silla blanca y de la verde hierba donde estaba sentado entonces, harían estallar una bomba colocada en el interior de una cámara, dos días antes de los atentados del 11 de septiembre."


Las cárceles de Saddam...
"Seguí a un hombre iraquí, Massawi, mientras éste caminaba a través del edificio. Era un hombre de aspecto normal, con bigote, camisa a cuadros y pantalones. Iba recorriendo las paredes con las manos. Caminó hasta la parte de atrás, atravesó una puerta y después subió por la escalera que daba al corredor de las celdas. Massawi se detuvo en la número 36.
  • Aquí está -dijo Massawi-. Mi celda.

La puerta de hierro estaba abierta, la habían forzado; Massawi se quedó de pie al borde de la celda pero no entró. Encendió un cigarrillo y me contó que se había estado dedicando a la importación de artículos de lujo, joyas y similares, era un hombre próspero, dijo, cuando la policía secreta había llegado a su puerta una noche, le había vendado los ojos y lo había traído hasta aquí. Al.Hakemiya era una primera parada en la red de detención baazista, un lugar donde se torturaba e interrogaba a los iraquíes antes de enviarlos a cárceles como la de Abu Ghraib. Pero los archivos desparramados sobre el suelo hacían pensar en algo más. Había recibos de fondos, certificados de acciones y libros de contabilidad bancarios. Había archivos de certificados de títulos y formularios de cambio de propiedades. Fuera lo que fuese aparte de eso, Al-Hakemiya era una operación de extorsión. La familia de Masawi pagó 25.000 dólares para sacarlo. Después de seis meses.

  • Estar aquí me da una sensación de condena -dijo él.

El trauma seguía ahí. Entre los iraquíes había una tendencia a ver conspiraciones por todas partes, a rechazar la versión oficial de cualquier cosa que se dijera; a no creer jamás ni lo que veían sus propios ojos. Con frecuencia iba a lugares donde habían estallado coches bomba, y todos los iraquíes estaban gritando, y normalmente yo podía encontrar enseguida el bloque del motor del automóvil que había explotado, ardiendo lentamente en su propio cráter. Entonces empezaba a hablar con los iraquíes, y uno de ellos decía que habían sido los norteamericanos quienes habían volado el edificio; un helicóptero Apache había descendido en picado y lanzado un misil. Y entonces la respuesta se extendía por toda la multitud como una fiebre y minutos después ya toda la multitud lo estaba diciendo: habían sido los norteamericanos, los norteamericanos habían disparado un misil. Pasado el tiempo, los iraquíes empezaron a ponerse violentos, y tuve que dejar del todo de ir a los lugares donde se habían cometido atentados con bombas."


Jóvenes soldados profesionales en Irak...
"Una tarde, mientras la Compañía Bravo se agazapaba en la Gran Mezquita del centro de Faluya, subí a las vigas del tejado y me senté con los francotiradores. Uno de ellos era el cabo Nick Ziolkowski. Sus amigos le llamaban Ski. Llevaba varias horas en el tejado, mirando a través d ela mira telescópica de su M-40 de acción por cerrojo, esperando a que los guerrilleros se pusieran a tiro. La mira telescópica era grande y amplia, y a veces Ski se quitaba el casco para ver mejor. Aquel día ya tenía tres muertos en su haber. Alto, apuesto y sociable, Ski era uno de los soldados más populares de Bravo. Al contrario que la mayoría de los francotiradores, que habitualmente habían aprendido a disparar al criarse en el campo, Ski se había criado cerca de baltimore, sin familiarizarse con las armas. Aunque Baltimore no contaba con ninguna zona de playa, la pasión de Ski era el surf; en el Campamento Lejeune, la base de la Compañía Bravo, a menudo organizaba toda su jornada en torno a las mareas. Cuando dejara los marines, planeaba abrir una tienda de surf.
-Ahora lo único que necesito es una playa con unas cuantas olas, -me dijo el cabo Ziolkowski desde el lugar que ocupaba en las vigas del tejado de la mezquita. Durante el descanso Ski predijo su muerte. Los francotiradores, dijo, estaban entre los norteamericanos más buscados. En la primera batalla por Faluya, que había tenido lugar siete meses antes, los francotiradores norteamericanos habían sido especialmente letales, y los oficiales de inteligencia habían advertido a Ski que esta vez él sería probablemente un objetivo.
-Están intentando eliminarnos -dijo.
La bala, cuando llegó, echó a Ski hacia atrás y lo dejó sobre el tejado. Estaba situado en las afueras del barrio de Shuhada, un área controlada por los insurgentes, mirando a través de su amplia mira telescópica. Se había quitado el casco para ver mejor. La bala le dio en la cabeza."

Pequeñas muestras de un libro imprescindible para tratar de comprender el laberinto afgano y lo que fue Irak tras Saddam con las fuerzas estadounidenses intentando crear un Estado. Relato ágil que permite profundizar en la idiosincrasia de las gentes normales envueltas en un conflicto. En ambos casos se acabó con la retirada de las tropas occidentales sin lograr la paz y dejando a la población al albur de los nuevos amos. Un libro ideal para lectura reposada de mesita de noche, guardias nocturnas tranquilas y en general para profundizar en las raíces del mundo en que vivimos que se hunde en ambos conflictos sin que nada haya cambiado mucho, por no decir nada, tras la retirada de las tropas de Estados Unidos y sus aliados en ambos escenarios.

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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