Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Libro: La
guerra eterna
–
Partes desde la guerra contra el terrorismo-
Autor:
Dexter Filkins
Editorial:
Crítica, S. L.
Traducción:
Enrique Herrando
Edición:
2009
La
propuesta de hoy es una mirada de un conflicto desconocido como fue
la ocupación de Irak por parte de EEUU y sus aliados, entre ellos
España, tras el derrocamiento de Saddam Hussein, instalar una
administración bajo paraguas estadounidense, desmantelar el ejército
iraquí y acabar con los focos de resistencia del régimen primero y
luego insurgentes procedentes del extinto ejército iraquí que si
bien celebraban el fin del sangriento régimen de Saddam no querían
un ejército de ocupación que les ordenara como resolver sus
problemas políticos, religiosos y tribales. La imágenes de la guera
en Irak, salvo para quienes fueron protagonistas y sus familiares,
son típicas. Todos recordamos las imágenes de la estatua del
dictador siendo derriabada, los contratistas mercenerarios
protegiendo a las autoridades estadounidenses, soldados entrando en
las casas purta por puerta y las imágenes de soldados
estadounidenses recibiendo disparos de francotirador, los artefactos
explosivos improvisados y población donde cualquiera, hombres,
mujeres y niños pueden ser en realidad ejecutores de una acción
contra las tropas. Lo haremos con la mirada de un corresponsal que
nos permite distinguir los matices que las noticias, las series de
televisión o las películas de Hollywood no permiten apreciar.
Dexter Filkins observa lo que le rodea, es su trabajo para poder
informar con veracidad y con este libro nos permite apreciar los
contrastes de un conflicto alejado de las grandes formaciones
militares y grandes batallas. Se combate en entornos urbanos sin un
enemigo claro que los jóvenes soldados puedan identificar hasta que
se entabla un combate. También el Afganistán de los talibanes y los
señores de la guerra. En ambos conflictos, que eran el mismo en
realidad, surge la realidad del día a día donde la muerte es moneda
corriente....
Dexter
Filkins (1961)) ha cubierto, como corresponsal de
The New York Times, las
guerras de Afganistán e Irak desde 1998. Antes trabajó para Los
Ángeles Times, para el
que fue jefe de corresponsalía en Nueva Delhi, y para The
Miami Herald. Fuye
finalista del premio Pulitzer por sus crónicas desde Afganistán.
Ganador del premio George Polk, también ha obtenido dos veces el
Overseas Press Club. Recientemente fue fellow
en el Carr Center for Human Rights Policy de la Universidad de
Harvard.
Datos
sacados de la contraportada y actualizados al año de edición y en
Internet se puede conocer más del autor, sin más verborrea unos
breves pasajes que os inciten a su apasionante lectura:
Afganistán,
septiembre de 1998...
"Durante
las hambrunas, era habitual oír hablar de gente que vendía a sus
hijos para pagar comida. Estaba el chico de Sheberghan que había
intentado fugarse con una chica a la que codiciaba un señor de la
guerra. Habían atado cada una de las extremidades del muchacho a un
caballo y a éstos se les había echado a correr en distintas
direcciones. Había millones de minas terrestres como las del campo
de Gulalai, un estrato tras otro de ellas, arqueologías enteras de
minas; soviéticas, después de los muyahidines, muñecas explosivas,
Bouncing Bettys (mina terrestre que explota a la altura del pecho) y
minas de plástico que seguirían estallando mil años después,
porque no se pudren como los cadáveres. Hubo un momento en el que
cada día veinticinco personas pisaban minas terrestres en Kabul, y
mientras tanto los señores de la guerra estaban ocupados plantando
nuevos campos de ellas a toda prisa. Afganistán era como el ratón
de laboratorio que pulsa el interruptor una y otra vez para
electrocutarse. Quizá sólo fuera desesperación.
Ha
muerto tanta gente delante de nosotros que ya nos importa un bledo
-dijo Gulalai.
Gudalai
se puso de pie ante su mesa y toqueteó sus cuchillos. Hacía seis
meses, dijo, un amigo íntimo, Sarwar, había entrado andando en el
campo y había saltado por los aires."
Massoud, señor de la guerra en Afganistán...
"Pero
aquí, en su escondite de montaña de Farkhar, situado en el extremo
norte de su país,
en la sagrada festividad de Eid, Massoud dejó a
un lado la crisis en la que estaba sumido en ese momento y se
permitió unos minutos para rememorar los viejos tiempos. Sentado en
una silla blanca de plástico sobre la verde hierba, volvió a
recordarlo todo: las siete invasiones soviéticas del valle de
Pajshir que le había visto nacer, las siete ocasiones en las que se
había salvado milagrosamente. La retirada de Kabul en 1996, cuando
los talibanes lo tenían rodeado, y cuando, pese a todo, Massoud se
había escabullido con su ejército intacto. Y la ofensiva talibán
de hacía tan sólo dos años, que había estado a punto de
aniquilarlo. Entonces Massoud había ido a la oración del viernes y
había pronunciado un enardecedor discurso cuyos ecos se habían
difundido a lo largo y ancho del valle desde los altavoces de la
mezquita.
Dije
que si alguien se rendía a los talibanes, su nombre sería
recordado en las mezquitas durante generaciones -dijo.
Cuando
massoud llegó por fin a hablar acerca del aprieto en el que se
hallaba, ya no parecía el joven y gallardo guerrillero que había
sido. Seguía llevando la caracterísitca gorra de lana con visera,
ladeada, lo que le daba aspecto de artista. Al hablar, aún seguía
pasándose de vez en cuando al francés, que había aprendido en un
liceo de kabul hacía muchos años. Cuando pasó a la cuestión de la
batalla que se aproximaba, Massoud parecía, en lugar de ello, el
envejecido general que era, alguien que vivía de las rentas del
pasado, y que esperaba, a pesar de su dolor de huesos, poder
concentrar a sus hombres para la batalla una última vez. Se inclinó
hacia adelante y esbozó las primeras líneas de fuego en mi mapa.
Aquí,
aquí y aquí -dijo garabateando con un bolígrafo- Los talibanes
atacarán muy pronto.
Massoud
habló de una nueva táctica: echar clavos en las carreteras para
pinchar los neumáticos de los temidos Hi-Luxes en su arremetida. En
una hoja de papel bosquejó un clavo de tres puntas con el que
sembraría las carreteras. Y entonces se retrepó en la silla.
Parecía algo descabellado; una cavilaciópn desesperada, clavos en
las carreteras.Y entonces Massoud habló de una antigua táctica de
probada eficacia: atraer a los invasores al interior d elos valles y
cortarles las vías de escape. `Haciendo eso podemos resistir
eternamente´, dijo. Bebió un último sorbo de té y arrojó el poso
por encima de su hombro.
Si
no hubiera habido ninguna guerra -dijo-, yo habría sido un
arquitecto muy bueno.
Massoud
sabía que su fin se acercaba. Yo podía verlo en sus ojos, en la
nostalgia. Naturalmente, no sabía cómo le llegaría la muerte, ni
cuándo lo haría. No podía prever, por ejemplo, que tan sólo dos
años después un par de tunecinos enviados por Al-Qaeda llegarían a
su campamento haciéndose pasar por periodistas y, no muy lejos de la
silla blanca y de la verde hierba donde estaba sentado entonces,
harían estallar una bomba colocada en el interior de una cámara,
dos días antes de los atentados del 11 de septiembre."
Las cárceles de Saddam...
"Seguí
a un hombre iraquí, Massawi, mientras éste caminaba a través del
edificio. Era un hombre de aspecto normal, con bigote, camisa a
cuadros y pantalones. Iba recorriendo las paredes con las manos.
Caminó hasta la parte de atrás, atravesó una puerta y después
subió por la escalera que daba al corredor de las celdas. Massawi se
detuvo en la número 36.
Aquí
está -dijo Massawi-. Mi celda.
La
puerta de hierro estaba abierta, la habían forzado; Massawi se quedó
de pie al borde de la celda pero no entró. Encendió un cigarrillo y
me contó que se había estado dedicando a la importación de
artículos de lujo, joyas y similares, era un hombre próspero, dijo,
cuando la policía secreta había llegado a su puerta una noche, le
había vendado los ojos y lo había traído hasta aquí. Al.Hakemiya
era una primera parada en la red de detención baazista, un lugar
donde se torturaba e interrogaba a los iraquíes antes de enviarlos a
cárceles como la de Abu Ghraib. Pero los archivos desparramados
sobre el suelo hacían pensar en algo más. Había recibos de fondos,
certificados de acciones y libros de contabilidad bancarios. Había
archivos de certificados de títulos y formularios de cambio de
propiedades. Fuera lo que fuese aparte de eso, Al-Hakemiya era una
operación de extorsión. La familia de Masawi pagó 25.000 dólares
para sacarlo. Después de seis meses.
Estar
aquí me da una sensación de condena -dijo él.
El
trauma seguía ahí. Entre los iraquíes había una tendencia a ver
conspiraciones por todas partes, a rechazar la versión oficial de
cualquier cosa que se dijera; a no creer jamás ni lo que veían sus
propios ojos. Con frecuencia iba a lugares donde habían estallado
coches bomba, y todos los iraquíes estaban gritando, y normalmente
yo podía encontrar enseguida el bloque del motor del automóvil que
había explotado, ardiendo lentamente en su propio cráter. Entonces
empezaba a hablar con los iraquíes, y uno de ellos decía que habían
sido los norteamericanos quienes habían volado el edificio; un
helicóptero Apache había descendido en picado y lanzado un misil. Y
entonces la respuesta se extendía por toda la multitud como una
fiebre y minutos después ya toda la multitud lo estaba diciendo:
habían sido los norteamericanos, los norteamericanos habían
disparado un misil. Pasado el tiempo, los iraquíes empezaron a
ponerse violentos, y tuve que dejar del todo de ir a los lugares
donde se habían cometido atentados con bombas."
Jóvenes soldados profesionales en Irak...
"Una
tarde, mientras la Compañía Bravo se agazapaba en la Gran Mezquita
del centro de Faluya, subí a las vigas del tejado y me senté con
los francotiradores. Uno de ellos era el cabo Nick Ziolkowski. Sus
amigos le llamaban Ski. Llevaba varias horas en el tejado, mirando a
través d ela mira telescópica de su M-40 de acción por cerrojo,
esperando a que los guerrilleros se pusieran a tiro. La mira
telescópica era grande y amplia, y a veces Ski se quitaba el casco
para ver mejor. Aquel día ya tenía tres muertos en su haber. Alto,
apuesto y sociable, Ski era uno de los soldados más populares de
Bravo. Al contrario que la mayoría de los francotiradores, que
habitualmente habían aprendido a disparar al criarse en el campo,
Ski se había criado cerca de baltimore, sin familiarizarse con las
armas. Aunque Baltimore no contaba con ninguna zona de playa, la
pasión de Ski era el surf; en el Campamento Lejeune, la base de la
Compañía Bravo, a menudo organizaba toda su jornada en torno a las
mareas. Cuando dejara los marines, planeaba abrir una tienda de surf.
-Ahora
lo único que necesito es una playa con unas cuantas olas, -me dijo
el cabo Ziolkowski desde el lugar que ocupaba en las vigas del tejado
de la mezquita. Durante el descanso Ski predijo su muerte. Los
francotiradores, dijo, estaban entre los norteamericanos más
buscados. En la primera batalla por Faluya, que había tenido lugar
siete meses antes, los francotiradores norteamericanos habían sido
especialmente letales, y los oficiales de inteligencia habían
advertido a Ski que esta vez él sería probablemente un objetivo.
-Están
intentando eliminarnos -dijo.
La
bala, cuando llegó, echó a Ski hacia atrás y lo dejó sobre el
tejado. Estaba situado en las afueras del barrio de Shuhada, un área
controlada por los insurgentes, mirando a través de su amplia mira
telescópica. Se había quitado el casco para ver mejor. La bala le
dio en la cabeza."
Pequeñas muestras de un libro imprescindible para
tratar de comprender el laberinto afgano y lo que fue Irak tras
Saddam con las fuerzas estadounidenses intentando crear un Estado.
Relato ágil que permite profundizar en la idiosincrasia de las
gentes normales envueltas en un conflicto. En ambos casos se acabó
con la retirada de las tropas occidentales sin lograr la paz y
dejando a la población al albur de los nuevos amos. Un libro ideal
para lectura reposada de mesita de noche, guardias nocturnas
tranquilas y en general para profundizar en las raíces del mundo en
que vivimos que se hunde en ambos conflictos sin que nada haya
cambiado mucho, por no decir nada, tras la retirada de las tropas de
Estados Unidos y sus aliados en ambos escenarios.
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido Salt Lake
City, Utah Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV http://theadversiterchronicle.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario