The Adversiter Chronicle

lunes, 6 de enero de 2025

"Memorias de La Transición", por Antón Rendueles

Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle

Día de Reyes

No existiría la ilusión infantil sin la colaboración de los adultos y pertenezco a una generación de infancia privilegiada, al menos en mi entorno social donde la clase trabajadora que no pudo disfrutar de una infancia como la que viví y la que tenemos actualmente, se volcaban en que la ilusión de la Navidad fuera un mundo feliz para la infancia. Tengo muy buenos recuerdos, el primer Día de Reyes que recuerdo con consciencia fue despertar y levantarme mientras mis padres aún dormían y descubrí un montón de carbón, unos enormes cuadrados grises con puntitos blancos y brillantes y recuerdo la voz de mi madre adormilada que me decía que mirara bien que no me había portado tan mal, pasado el susto vi en el suelo juguetes y recuerdo el típico coche con ruedas de plástico que en el capó tenía unos pirulos que subían y bajaban cuando se echaba a rodar; recuerdo el primer revoltijo que los Reyes Magos dejaban con los juguetes consistente en una bolsita de plástico de forma rectangular que contenían peladillas, caramelos y unas rosquillitas caramelizadas en la superficie con sabor anisado. Supongo que fue en las siguientes navidades cuando recuerdo que caminaba con mis padres y un par de personas más de noche por la calle, seguramente de regreso de alguna visita navideña, y nos paramos delante de lo que para mis entendederas y estatura era un escaparate enorme de cristal, yo me quedé absorto con una batería de juguete con su tambor, platillo y bombo con un pedal, no recuerdo qué más había en el escaparate, yo sólo tenía ojos para aquella batería de mi tamaño con bordes rojos. Los Reyes Magos debieron tener un chivatazo acerca de mis pensamientos porque ese Día de Reyes es un recuerdo permanente de levantarme, ver los juguetes, que ya ni recuerdo, entrar en la cocina y ver la batería con su bombo y el pedal azul, el brillante platillo a la izquierda y el tambor a la derecha con el par de palillos encima. Fue inolvidable y flipaba pensando en cómo los Reyes Magos eran capaces de hacer realidad mi deseo, porque no hubo carta a los Reyes Magos donde expresara el deseo de que me dejaran la batería, eran magos de verdad porque fue un deseo mudo absorto en el escaparate y los Reyes Magos lo supieron. Más adelante llegaría mi hermana y luego mi hermano, así que la ilusión siguió viva, colaborando en que fuera un Día de Reyes dichoso. No puedo acabar esta entrega sin acordarme de que un año, de vuelta al día siguiente a la escuela sin tiempo de disfrutar los regalos, teníamos una profesora de francés, una señora ya mayor con perenne moño en el pelo que me recordaba a las Hermanas Gilda de los tebeos. Tenía la fea costumbre de llamar por lista y había que levantarse de pupitre y acercarse a su silla donde preguntaba algo en francés y como no nos enseñaba nada siempre se solía fallar y era cuando te soltaba un cachete en la mejilla, no una hostia o un bofetón, pero a veces el cachete dolía como un bofetón que te dejaba la mejilla colorada, era algo brutal porque el resto de profesoras, señoritas se llamaban entonces, eran todas jóvenes, al menos no eran una vieja desagradable como la de francés, yo tenía miedo, ese miedo infantil y escolar difícil de describir. Esa mañana el día de regreso al colegio llamó a una compañera a su vera para el suplicio. No recuerdo el motivo pero se estableció un diálogo entre la profesora y la niña de mandilón rosa donde hubo un momento en que la señorita de francés le metió una hostia verbal, la recuerdo casi enojada decirle a mi compañera que los Reyes Magos no existían, la recuerdo dirigiéndose a la clase levantando la mirada y repitiendo que los Reyes Magos no existían. Hubo un momento de silencio que recuerdo sólo roto por el llanto de la niña desconsolado y toda el aula nos sentimos en comunión con nuestra compañera de clase, todos lloramos sin lágrimas y recuerdo que nos miramos unos a otros por culpa de una vieja amargada, una bruja resabiada que veía su mundo perecer con la dictadura, quiero suponer que su carácter era por eso. Nunca olvidé esa bofetada verbal y me imagino que una vez fue joven, que formaba parte del sistema que tocaba a su fin. Al final hubo protestas de los padres y nunca más volví a ver a esa profesora aunque si cierro los ojos puedo verla resabiada hacer añicos la ilusión infantil. Supongo que alguien truncó sus ilusiones navideñas, puede que la guerra, y no era capaz de empatizar con la infancia a la que enseñaba francés. Pero también recuerdo que ese día pensé que estaba equivocada porque un par o tres de navidades atrás los Reyes Magos hicieron su magia con un niño que miraba absorto una batería de juguete pegado al cristal del escaparate una noche de Navidad...
Antón Rendules

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
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