Hacía
tiempo que no me tocaba pringar de viernes, sin duda el mejor día de
la semana y posiblemente la mejor noche también...
Es
curioso, para quien puede, como cambia todo a partir del viernes en
la sobremesa. Fin del tajo hasta el lunes para el que falta una
eternidad desde la tarde del viernes...
Para
el que pringa, unos cuantos y unas cuantas, puede significar ajetreo
y trajín si están cara al público, de espera a que suene el
teléfono y haya que salir con la sirena encendida, de horas de
vigilancia donde nunca pasa nada y la soledad para quienes el fin de
semana les rompe su rutina diaria del cafelito con otros vejetes. La
infancia, alegre y juguetona que aparcan la mochila con los libros,
la adolescencia con sus planes de fin de semana...
Luego
está la guerra que no conoce de fin de semana y mucho menos del fin
de la guerra, mortal y destructiva donde sus días son todos el
mismo, el día en que se rompió la paz...
Lo
que tampoco se calma en fin de semana y viernes son los ánimos,
siempre encendidos para encender nuevas hogueras y soplar vientos que
mantienen encendidas las viejas convirtiéndose en voraz incendio que
nos calcina a fuego lento...
Lo
que yo no sabía, que quien cierra la Redacción el viernes le toca
pagar los cafés de la semana en la máquina de café, más bien un
engrudo que revuelve las entrañas pidiendo evacuación en los
momentos más inesperados e inoportunos...
Pero
un viernes, bien vale pagar los cafés.
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