The Adversiter Chronicle

viernes, 10 de enero de 2025

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre

Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro:
El vértigo
Autor: Evgenia Ginzburg
Editorial: Galaxia Gutenberg

La propuesta de hoy es un apasionante y estremecedor viaje al universo gulag, lo hacemos de la mano de una ciudadana soviética que pasó en unas horas a perder su estatus de ciudadana modelo a enemiga del pueblo durante las purgas de Stalin en 1937. A diferencia de otros testimonios de ser víctima del gulag soviético escrito por disidentes, y hombres, aquí no puede esperar el lector filosofadas sobre el sistema soviético y su falta de libertades. Evgenia Ginzburg no tendrá tiempo para nada más que no sea sobrevivir transmitiendo de forma realista la lucha diaria, los pequeños subterfugios como la poesía recitada mentalmente y a compañeras de infortunio en las celdas frías y húmedas. La magia del libro radica en la capacidad de la autora para transmitir su incredulidad con la propaganda de culto a Stalin, su pesadumbre existencial en jornadas agotadoras, crueles interrogadores, los años de intranquilidad donde cuando parecía encontrar un alivio de nuevo las cosas se ponían peor. Y aún así, también el lector capta el vitalismo que da fuerzas para resistir y la esperanza nunca perdida pese a momentos de abatimiento. La descripción del sistema de gulag es fría, casi científica, comprendiendo que los verdugos son humanos en realidad que viven con tanto miedo como los deportados al gulag y que se convierten en seres normales cuando el terror de Stalin dejó paso a la incertidumbre para quienes ejercían de esbirros y de ilusión recobrada y esperanza de quienes vivieron lo suficiente para ver recobrar la libertad y sus nombres rehabilitados...

Evgenia Ginzburg, con treinta y dos años, miembro del Partido Comunista y profesora de Historia y Literatura en la Universidad de Kazán, se negaba a creer, en febrero de 1937, lo que ya era evidente. Dos años antes, el asesinato de Kirov había marcado el inicio de las sospechas y los interrogantes acerca de las grandes purgas y los interrogantes acerca de las grandes purgas en el seno del Partido Bolchevique. El 7 de febrero de 1937, cuando Evgenia recibió el primer golpe al ser expulsada del Partido, Stalin ya había puesto en marcha la siniestra maquinaria de represalias brutales bajo las acusaciones más alucinantes. Lo más peligroso, sin embargo, fue el modo en que millones de rusos contribuyeron, en mayor o menor grado, a alimentar un sistema del que también acabarían siendo pasto. Evgenia necesitó un tiempo para entender hasta dónde estaban dispuestos a llevar esa locura los dirigentes del aparato ideológico. Pero la realidad se impuso: en agosto de ese mismo año, tras varios meses de encarcelamiento e interrogatorios extenuantes y crueles, le fue comunicada su condena: diez años de trabajos forzados. Su primer destino fue una diminuta celda donde pasaría dos años. A partir de entonces, y hasta el cumplimiento total de su condena, Evgenia relata una odeisea de hambre, frío, enfermedad y terror. Sumergida en un universo concebido para atormentar a miles de seres humanos, Evgenia se lamenta por no haber sabido prever a qué contribuía con su fe en el partido. En el abismo todos son víctimas y cuylpables, pero cuando uno es víctima, al menos conserva el rerspeto por sí mismo. Tras su liberación, Evgenia Ginzburg permanecerá en Siberia, el infierno helado donde cumplió la mayor parte de su condena, para esperar a Anton Walter, médico alemán del que se había enamorado. No pudo regresar a Moscú hasta 1955, y murió en 1977 sion llegar a ver publicadas sus memorias en Rusia, donde siempre circularon de forma clandestina.
Datos sacados de la contraportada del libro y en Internet se puede encontrar más información de la autora, y sin más preámbulos, unas breves reseñas que os inciten a su apasionante e inquietante lectura:

Víctima de las purgas de 1937...
" Entre la expulsión del partido y la detención transcurrieron ocho días; días que pasé en mi casa, encerrada en mi habitación, sin acudir jamás al teléfono. Esperaba... Y todos los míos esperaban. ¿Qué? Nos decíamos unos a otros que estábamos esperando las vacaciones de Pavel, que le habían sido prometidas para aquel periodo insólito. Las habríamos aprovechado para volver a Moscú y aclarar la situación. Nos dirigiríamos a Razumov, miembro del Comité Central. En nuestro ánimo sabíamos perfectamente que no era así, que esperábamos otra cosa muy distinta. Mi suegra y mi marido, por turno, no me dejaban un momento. Ella freía patatas.

-Come hija. ¿Recuerdas cuánto te gustaban cuando eras pequeña?

Mi marido, cuando regresaba a casa, tocaba el timbre del modo convenido y, además, gritaba:`Soy yo. Abrid´. Y por el tono de su voz nos parecía oír: `Todavía soy yo, no ellos´. Expurgamos nuestra biblioteca. La sirvienta sacaba la ceniza a cubos. Quemamos `Retratos y polémicas´, de Radek; `Historia de Europa Occidental´, de Friedland y Slutzkij; `Polémica económica´, de Bujarin. Mi suegra me pedía con lágrimas en los ojos que no quemara la `Historia del socialismo moderno´, de Kautsky. Los libros del índice aumentaban cada día. El auto de fe adquiría dimensiones gigantescas. Nos vimos obligados a destruir incluso `En la oposición´, de Stalin. Dada la nueva situación, había entrado también en la categoría de las obras ilegales. Algunos días antes de mi detención se llevaron a Biktagirov, segundo secretario del Comité Ciudadano del partido. Se lo llevaron durante una reunión que estaba presidiendo. Había entrado su secretaria:

-Camarada Biktyagirov, te llaman fuera.

-¿Durante una reunión? Bueno... estoy ocupado, díselo.

Pero la secretaria volvió.

-Insisten.

Salió. Lo invitaron a ponerse el abrigo y a que los siguiera. Aquella detención preocupó e impresionó a mi marido mucho más que mi expulsión del partiudo. ¡Un secreatrio del Comité Ciudadano! Y también él `culpable´.

-No, nuestros chequistas comienzan a exagerar. A muchos tendrán que soltarlos.

Quería convencerse a sí mismo de que se trataba de un control, de un equívoco de breve duración y que probablemente volveríamos a ver a Biktagirov, al domingo siguiente, en la Livadija, sentado a la mesa y contando divertido quien había faltado muy poco para que lo confundieron con un enemigo del partido. Pero por la noche, la tensión llegaba a extremos de desesperación. ¡Cuántos coches pasaban bajo las ventanas de nuestro dormitorio! Y todos nos parecía que moderaban la marcha en las cercanías de nuestra casa. Por la noche también en mi marido el optimismo cedía su lugar al miedo, ese inmenso miedo que había oprimido la garganta de todo el país."


Rumbo al gulag...
"El bochorno se condensaba y hacía viscoso. Allí se podía palpar. Ni hecho adrede, aquel mes de julio era cada vez más caluroso. El techo del séptimo vagón estaba encandecido, no tenía tiempo de enfriarse durante la noche. Ni siquiera podía aliviarnos el ligero vientecillo que entraba a través de una rendija de un palmo, abierta en la puerta cuando el tren estaba en marcha. Antes de cada parada, cuando el tren reducía aún mas su paso de tortuga, los guardias hacían la ronda de los vagones (caminando con una velocidad doble que la del tren) para cerrar del todo las puertas y reforzar las barras. Después de haber salido de la estación, el tren se detenía de nuevo a poca distancia en campo abierto para permitir a los guardianes abrir de nuevo la providencial rendija. Cerca de esta abertura sólo se podía estar por turno, una a una. Quien no estaba de turno junto a la rendija o cerca de la ventanilla yacía exhausta en su sitio, evitando mover inútilmente los labios llenos de grietas. El desdichado vaso de barro era la idea fija de todas. ¿Cómo evitar que el agua se derramase a cada sacudida del tren, o a cualquier movimiento descuidado de una vecina? Algunas preferían beber por la mañana toda la ración diaria. La que, en cambio, conservaba el agua para beber de vez en cuando un sorbo hasta la noche, no gozaba de un minuto de tranquilidad. Tenía siempre los ojos fijos en el vaso, y temblaba por él. Continuamente estallaban polémicas que amenazaban una ruptura completa de relaciones entre personas hasta ayer grandes amigas."

Convivir encerrada con las delincuentes comunes en un nuevo campo de castigo...
"Habíamos llegado. Aquello era Izvestkovaua. El campo de castigo por excelencia. La isla de los leprosos. Ya estábamos ante aquellas mujeres cuyos nombres eran pronunciados con un escalofrío supersticioso, incluso por las más empedernidas delincuentes comunes. Allí estaba, en persona, Simka-Kriach, encarnación viviente de un caso de manual psiquiátrico. Su caído labio inferior dejaba caer un hilo de baba. Los arcos superciliares sobresalían por encima de los ojos pequeños y opacos. A lo largo de su mal construido cuerpo se balanceaban de un lado a otro unos largos brazos de pesadas manos. Unas piernas muy cortas sostenían aquella horrible arquitectura. Todo el mundo sabía que Simka era una asesina: mataba sin causa, porque sí, por una fruslería. Fue condenada a cuarenta años, pero cada vez se le iban acumulando más condenas. Nunca se lograron las pruebas suficientes para poder colgarla. Sus cómplices la temían como a la peste y la protegían atribuyénsose sus culpas. Cualquier cosa antes que desencadenar la ira de Simka-Kriach. Todo el mundo sabía que había matado recientemente, en la celda de castigo del campo, a una de las jóvenes ukasnichi, a una hija de mamá sancionada con cinco días de celda por haber llegado tarde a la formación. La había matado porque sí, sin causa precisa. Porque no le caía bien. La estranguló con sus enormes manazas. Allí estaba, también, la lesbiana Zoika, un pequeño y repugnante sapo de ojos saltones. A su alrededor rondaban tres satélites, tres mujeres con aspecto de hermafroditas, de cabellos cortados, voces roncas y nombres masculinos Edik, Sachok y no sé que otro más..."

Incluso Stalin era un simple mortal...
"La consternación había invadido las altas esferas de la sociedad de Kolymá antes, incluso, de que se anunciara el fatal desenlace de la enfermedad del Gran Jefe y Amigo. Desde el primer parte médico, se abatió sobre nuestras autoridades una dolorosa perplejidad. Porque, en realidad, habían olvidado por completo la extraña circunstancia de que el Generalísimo estaba hecho de la misma imperfecta sustancia que el resto de los mortales. La enfermedad que padecía ya era, por sí misma, una grieta en la superficie del planeta feliz, racional y lleno de armonía, cuyos habitantes y dueños eran ellos y cuyas palancas manejaban con tanta facilidad. Tensión arterial... Albúmina en la orina... ¡Demonio! Todo eso estaba bien para los simples mortales. Pero, ¿qué relación podían tener con Él esas mezquinas realidades? Los antiguos eslavos, probablemente, se habrían sentido heridos de igual manera en sus más elevados sentimientos si les hubiesen comunicado de prnto que Perún, el dios del trueno, tenía alta la tensión arterial. O los antiguos egipcios si se hubiesen entrado inopinadamente de la presencia de albúmina en la orina de Osiris. Pero Su muerte produjo en los gerifaltes de Kolymá un efecto aún más devastador. No es extraño, por consiguiente, que muchos de ellos fuesen víctimas de atques de angina de pecho y de hipertensión. No, a pesar de su realismo, no podían aceptar la vulgarísima idea de que el Genio, el Jefe, el Padre, el Creador, el Inspirador, el Organizador, el Mejor Amigo, el Corifeo, etc., estuviese sometido a las mismas leyes inmutables de la biología que cualquier Zeká o cualquier confinado. ¡Qué inconcebible audacia había necesitado la muerte para hacer irrupción en aquel gigantesco sistema, tan armonioso y planificado! En el fondo, todos los altos personajes se habían habituado a la idea de que ellos sólo podían morir por una decisión personal del compañero Stalin. Pero ahora... En todo aquello había, en realidad, algo escandaloso, casi indecente. La lenta y solemne música de Johann Sebastian Bach estaba destinada, precisamente, a sostener la vacilante majestad."

Breves párrafos de un libro que se lee de un tirón, lejos de una crónica que deja mal sabor de boca describiendo la crueldad. Evgenia Ginzburg nos muestra la vida, pero la vida en el gulag, nos asombramos como ella, sufrimos como ella e incluso hay un momento en que se nos hace imposible el vitalismo de una mujer que no era una disidente al estilo de los años sesenta y setenta, ella es una víctima de las purgas de 1937, pasando en una citación de ciudadana soviética de cierta categoría a enemiga del Estado. Nos enseña, y es la grandeza del libro, que la utopía comunista degenera en dictadura y puede acabar en el culto al líder, pero nos muestra y enseña que todo sistema necesita esbirros, masa silenciosa que cumple lo que ordenan y, sin embargo, los carceleros y los verdugos son también seres humanos con tanto miedo como la deportada o el deportado, que son los guardianes del gulag y también esclavos de la dictadura que pueden pasar a ser también enemigos del Estado. Lectura para gentes de bien que encandilados por las grandes soflamas, ideales y palabras votan, a izquierda y derecha, a quienes pretenden acabar con la democracia tal como la conocemos y disfrutamos. El mensaje, el testimonio de Evgenia Ginzburg, es que siempre hay lugar para la esperanza y es necesario hoy en día cuando vemos al populismo triunfar derivando de nuevo a ideologías ya comprobadas como nefastas e inútiles que afloran de nuevo en estos tiempos de crisis a todos los niveles. Porque se medra acatando al poder, pero el poder considera prescindibles a todo el mundo porque la paranoia acaba siendo el néctar del poderoso. Y siempre quedará la poesía, la capacidad del ser humano para abstraerse y adaptarse al infierno en la Tierra como vivió y comparte con quien quiera leerlo Evgenia Ginzburg. No es de extrañar que nunca en la URSS se publicaran sus memorias en el gulag porque el señalado como culpable era el comunismo como sistema de poder, la diferencia con el nazismo es que la muerte no era el final, el final en el gulag es cumplir la cuota hasta la extenuación martirizando sin el componente de superioridad racial.

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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