Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Libro: El
vértigo
Autor:
Evgenia Ginzburg
Editorial:
Galaxia Gutenberg
La propuesta de hoy es un apasionante y estremecedor
viaje al universo gulag, lo hacemos de la mano de una ciudadana
soviética que pasó en unas horas a perder su estatus de ciudadana
modelo a enemiga del pueblo durante las purgas de Stalin en 1937. A
diferencia de otros testimonios de ser víctima del gulag soviético
escrito por disidentes, y hombres, aquí no puede esperar el lector
filosofadas sobre el sistema soviético y su falta de libertades.
Evgenia Ginzburg no tendrá tiempo para nada más que no sea
sobrevivir transmitiendo de forma realista la lucha diaria, los
pequeños subterfugios como la poesía recitada mentalmente y a
compañeras de infortunio en las celdas frías y húmedas. La magia
del libro radica en la capacidad de la autora para transmitir su
incredulidad con la propaganda de culto a Stalin, su pesadumbre
existencial en jornadas agotadoras, crueles interrogadores, los años
de intranquilidad donde cuando parecía encontrar un alivio de nuevo
las cosas se ponían peor. Y aún así, también el lector capta el
vitalismo que da fuerzas para resistir y la esperanza nunca perdida
pese a momentos de abatimiento. La descripción del sistema de gulag
es fría, casi científica, comprendiendo que los verdugos son
humanos en realidad que viven con tanto miedo como los deportados al
gulag y que se convierten en seres normales cuando el terror de
Stalin dejó paso a la incertidumbre para quienes ejercían de
esbirros y de ilusión recobrada y esperanza de quienes vivieron lo
suficiente para ver recobrar la libertad y sus nombres
rehabilitados...
Evgenia Ginzburg, con treinta y dos años, miembro del
Partido Comunista y profesora de Historia y Literatura en la
Universidad de Kazán, se negaba a creer, en febrero de 1937, lo que
ya era evidente. Dos años antes, el asesinato de Kirov había
marcado el inicio de las sospechas y los interrogantes acerca de las
grandes purgas y los interrogantes acerca de las grandes purgas en el
seno del Partido Bolchevique. El 7 de febrero de 1937, cuando Evgenia
recibió el primer golpe al ser expulsada del Partido, Stalin ya
había puesto en marcha la siniestra maquinaria de represalias
brutales bajo las acusaciones más alucinantes. Lo más peligroso,
sin embargo, fue el modo en que millones de rusos contribuyeron, en
mayor o menor grado, a alimentar un sistema del que también
acabarían siendo pasto. Evgenia necesitó un tiempo para entender
hasta dónde estaban dispuestos a llevar esa locura los dirigentes
del aparato ideológico. Pero la realidad se impuso: en agosto de ese
mismo año, tras varios meses de encarcelamiento e interrogatorios
extenuantes y crueles, le fue comunicada su condena: diez años de
trabajos forzados. Su primer destino fue una diminuta celda donde
pasaría dos años. A partir de entonces, y hasta el cumplimiento
total de su condena, Evgenia relata una odeisea de hambre, frío,
enfermedad y terror. Sumergida en un universo concebido para
atormentar a miles de seres humanos, Evgenia se lamenta por no haber
sabido prever a qué contribuía con su fe en el partido. En el
abismo todos son víctimas y cuylpables, pero cuando uno es víctima,
al menos conserva el rerspeto por sí mismo. Tras su liberación,
Evgenia Ginzburg permanecerá en Siberia, el infierno helado donde
cumplió la mayor parte de su condena, para esperar a Anton Walter,
médico alemán del que se había enamorado. No pudo regresar a Moscú
hasta 1955, y murió en 1977 sion llegar a ver publicadas sus
memorias en Rusia, donde siempre circularon de forma clandestina.
Datos sacados de la contraportada del libro y en
Internet se puede encontrar más información de la autora, y sin más
preámbulos, unas breves reseñas que os inciten a su apasionante e
inquietante lectura:
Víctima de las purgas de 1937...
"
Entre la expulsión del partido y la detención transcurrieron ocho
días; días que pasé en mi casa, encerrada en mi habitación, sin
acudir jamás al teléfono. Esperaba... Y todos los míos esperaban.
¿Qué? Nos decíamos unos a otros que estábamos esperando las
vacaciones de Pavel, que le habían sido prometidas para aquel
periodo insólito. Las habríamos aprovechado para volver a Moscú y
aclarar la situación. Nos dirigiríamos a Razumov, miembro del
Comité Central. En nuestro ánimo sabíamos perfectamente que no era
así, que esperábamos otra cosa muy distinta. Mi suegra y mi marido,
por turno, no me dejaban un momento. Ella freía patatas.
-Come
hija. ¿Recuerdas cuánto te gustaban cuando eras pequeña?
Mi
marido, cuando regresaba a casa, tocaba el timbre del modo convenido
y, además, gritaba:`Soy yo. Abrid´. Y por el tono de su voz nos
parecía oír: `Todavía soy yo, no ellos´. Expurgamos nuestra
biblioteca. La sirvienta sacaba la ceniza a cubos. Quemamos `Retratos
y polémicas´, de Radek; `Historia de Europa Occidental´, de
Friedland y Slutzkij; `Polémica económica´, de Bujarin. Mi suegra
me pedía con lágrimas en los ojos que no quemara la `Historia del
socialismo moderno´, de Kautsky. Los libros del índice aumentaban
cada día. El auto de fe adquiría dimensiones gigantescas. Nos vimos
obligados a destruir incluso `En la oposición´, de Stalin. Dada la
nueva situación, había entrado también en la categoría de las
obras ilegales. Algunos días antes de mi detención se llevaron a
Biktagirov, segundo secretario del Comité Ciudadano del partido. Se
lo llevaron durante una reunión que estaba presidiendo. Había
entrado su secretaria:
-Camarada
Biktyagirov, te llaman fuera.
-¿Durante
una reunión? Bueno... estoy ocupado, díselo.
Pero
la secretaria volvió.
-Insisten.
Salió.
Lo invitaron a ponerse el abrigo y a que los siguiera. Aquella
detención preocupó e impresionó a mi marido mucho más que mi
expulsión del partiudo. ¡Un secreatrio del Comité Ciudadano! Y
también él `culpable´.
-No,
nuestros chequistas comienzan a exagerar. A muchos tendrán que
soltarlos.
Quería
convencerse a sí mismo de que se trataba de un control, de un
equívoco de breve duración y que probablemente volveríamos a ver a
Biktagirov, al domingo siguiente, en la Livadija, sentado a la mesa y
contando divertido quien había faltado muy poco para que lo
confundieron con un enemigo del partido. Pero por la noche, la
tensión llegaba a extremos de desesperación. ¡Cuántos coches
pasaban bajo las ventanas de nuestro dormitorio! Y todos nos parecía
que moderaban la marcha en las cercanías de nuestra casa. Por la
noche también en mi marido el optimismo cedía su lugar al miedo,
ese inmenso miedo que había oprimido la garganta de todo el país."
Rumbo al gulag...
"El
bochorno se condensaba y hacía viscoso. Allí se podía palpar. Ni
hecho adrede, aquel mes de julio era cada vez más caluroso. El techo
del séptimo vagón estaba encandecido, no tenía tiempo de enfriarse
durante la noche. Ni siquiera podía aliviarnos el ligero vientecillo
que entraba a través de una rendija de un palmo, abierta en la
puerta cuando el tren estaba en marcha. Antes de cada parada, cuando
el tren reducía aún mas su paso de tortuga, los guardias hacían la
ronda de los vagones (caminando con una velocidad doble que la del
tren) para cerrar del todo las puertas y reforzar las barras. Después
de haber salido de la estación, el tren se detenía de nuevo a poca
distancia en campo abierto para permitir a los guardianes abrir de
nuevo la providencial rendija. Cerca de esta abertura sólo se podía
estar por turno, una a una. Quien no estaba de turno junto a la
rendija o cerca de la ventanilla yacía exhausta en su sitio,
evitando mover inútilmente los labios llenos de grietas. El
desdichado vaso de barro era la idea fija de todas. ¿Cómo evitar
que el agua se derramase a cada sacudida del tren, o a cualquier
movimiento descuidado de una vecina? Algunas preferían beber por la
mañana toda la ración diaria. La que, en cambio, conservaba el agua
para beber de vez en cuando un sorbo hasta la noche, no gozaba de un
minuto de tranquilidad. Tenía siempre los ojos fijos en el vaso, y
temblaba por él. Continuamente estallaban polémicas que amenazaban
una ruptura completa de relaciones entre personas hasta ayer grandes
amigas."
Convivir encerrada con las delincuentes comunes en un
nuevo campo de castigo...
"Habíamos
llegado. Aquello era Izvestkovaua. El campo de castigo por
excelencia. La isla de los leprosos. Ya estábamos ante aquellas
mujeres cuyos nombres eran pronunciados con un escalofrío
supersticioso, incluso por las más empedernidas delincuentes
comunes. Allí estaba, en persona, Simka-Kriach, encarnación
viviente de un caso de manual psiquiátrico. Su caído labio inferior
dejaba caer un hilo de baba. Los arcos superciliares sobresalían por
encima de los ojos pequeños y opacos. A lo largo de su mal
construido cuerpo se balanceaban de un lado a otro unos largos brazos
de pesadas manos. Unas piernas muy cortas sostenían aquella horrible
arquitectura. Todo el mundo sabía que Simka era una asesina: mataba
sin causa, porque sí, por una fruslería. Fue condenada a cuarenta
años, pero cada vez se le iban acumulando más condenas. Nunca se
lograron las pruebas suficientes para poder colgarla. Sus cómplices
la temían como a la peste y la protegían atribuyénsose sus culpas.
Cualquier cosa antes que desencadenar la ira de Simka-Kriach. Todo el
mundo sabía que había matado recientemente, en la celda de castigo
del campo, a una de las jóvenes ukasnichi, a una hija de mamá
sancionada con cinco días de celda por haber llegado tarde a la
formación. La había matado porque sí, sin causa precisa. Porque no
le caía bien. La estranguló con sus enormes manazas. Allí estaba,
también, la lesbiana Zoika, un pequeño y repugnante sapo de ojos
saltones. A su alrededor rondaban tres satélites, tres mujeres con
aspecto de hermafroditas, de cabellos cortados, voces roncas y
nombres masculinos Edik, Sachok y no sé que otro más..."
Incluso Stalin era un simple mortal...
"La
consternación había invadido las altas esferas de la sociedad de
Kolymá antes, incluso, de que se anunciara el fatal desenlace de la
enfermedad del Gran Jefe y Amigo. Desde el primer parte médico, se
abatió sobre nuestras autoridades una dolorosa perplejidad. Porque,
en realidad, habían olvidado por completo la extraña circunstancia
de que el Generalísimo estaba hecho de la misma imperfecta sustancia
que el resto de los mortales. La enfermedad que padecía ya era, por
sí misma, una grieta en la superficie del planeta feliz, racional y
lleno de armonía, cuyos habitantes y dueños eran ellos y cuyas
palancas manejaban con tanta facilidad. Tensión arterial... Albúmina
en la orina... ¡Demonio! Todo eso estaba bien para los simples
mortales. Pero, ¿qué relación podían tener con Él esas mezquinas
realidades? Los antiguos eslavos, probablemente, se habrían sentido
heridos de igual manera en sus más elevados sentimientos si les
hubiesen comunicado de prnto que Perún, el dios del trueno, tenía
alta la tensión arterial. O los antiguos egipcios si se hubiesen
entrado inopinadamente de la presencia de albúmina en la orina de
Osiris. Pero Su muerte produjo en los gerifaltes de Kolymá un efecto
aún más devastador. No es extraño, por consiguiente, que muchos de
ellos fuesen víctimas de atques de angina de pecho y de
hipertensión. No, a pesar de su realismo, no podían aceptar la
vulgarísima idea de que el Genio, el Jefe, el Padre, el Creador, el
Inspirador, el Organizador, el Mejor Amigo, el Corifeo, etc.,
estuviese sometido a las mismas leyes inmutables de la biología que
cualquier Zeká o cualquier confinado. ¡Qué inconcebible audacia
había necesitado la muerte para hacer irrupción en aquel
gigantesco sistema, tan armonioso y planificado! En el fondo, todos
los altos personajes se habían habituado a la idea de que ellos
sólo podían morir por una decisión personal del compañero Stalin.
Pero ahora... En todo aquello había, en realidad, algo escandaloso,
casi indecente. La lenta y solemne música de Johann Sebastian Bach
estaba destinada, precisamente, a sostener la vacilante majestad."
Breves párrafos de un libro que se lee de un tirón,
lejos de una crónica que deja mal sabor de boca describiendo la
crueldad. Evgenia Ginzburg nos muestra la vida, pero la vida en el
gulag, nos asombramos como ella, sufrimos como ella e incluso hay un
momento en que se nos hace imposible el vitalismo de una mujer que no
era una disidente al estilo de los años sesenta y setenta, ella es
una víctima de las purgas de 1937, pasando en una citación de
ciudadana soviética de cierta categoría a enemiga del Estado. Nos
enseña, y es la grandeza del libro, que la utopía comunista
degenera en dictadura y puede acabar en el culto al líder, pero nos
muestra y enseña que todo sistema necesita esbirros, masa silenciosa
que cumple lo que ordenan y, sin embargo, los carceleros y los
verdugos son también seres humanos con tanto miedo como la deportada
o el deportado, que son los guardianes del gulag y también esclavos
de la dictadura que pueden pasar a ser también enemigos del Estado.
Lectura para gentes de bien que encandilados por las grandes
soflamas, ideales y palabras votan, a izquierda y derecha, a quienes
pretenden acabar con la democracia tal como la conocemos y
disfrutamos. El mensaje, el testimonio de Evgenia Ginzburg, es que
siempre hay lugar para la esperanza y es necesario hoy en día
cuando vemos al populismo triunfar derivando de nuevo a ideologías
ya comprobadas como nefastas e inútiles que afloran de nuevo en
estos tiempos de crisis a todos los niveles. Porque se medra acatando
al poder, pero el poder considera prescindibles a todo el mundo
porque la paranoia acaba siendo el néctar del poderoso. Y siempre
quedará la poesía, la capacidad del ser humano para abstraerse y
adaptarse al infierno en la Tierra como vivió y comparte con quien
quiera leerlo Evgenia Ginzburg. No es de extrañar que nunca en la
URSS se publicaran sus memorias en el gulag porque el señalado como
culpable era el comunismo como sistema de poder, la diferencia con el
nazismo es que la muerte no era el final, el final en el gulag es
cumplir la cuota hasta la extenuación martirizando sin el componente
de superioridad racial.
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido Salt Lake
City, Utah Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV http://theadversiterchronicle.org
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