The Adversiter Chronicle

martes, 27 de diciembre de 2022

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre

Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro:
“Yo pondré la guerra” 
-Cuba 1898: la primera guerra que se inventó la prensa-
Autor: Manuel Leguineche
Editorial: Grupo Santillana de Ediciones S.A.
Edición: 1998

Nada mejor para finalizar el año que una propuesta apasionante de la mano de Manuel Leguineche en un libro atemporal que sigue tan fresco como si acabara de salir de imprenta. Un viaje a 1898 cuando los EEUU comienzan su expansión como potencia a costa de las últimas posesiones que España conservaba de su pasado imperial. Con la guerra en Cuba como telón de fondo, Manuel Leguineche nos narra la apasionante historia del magnate de la prensa estadounidense W. R. Hearst que inventó la prensa amarilla dirigida a las clases populares y donde no dudaba en inventarse historias para dirigir a la opinión pública como fue el caso de Cuba donde se libraba una guerra de guerrillas entre las tropas españolas y los rebeldes cubanos. También la crónica de cómo estuvo a punto de fracasar la conquista por tierra de la isla, la inmolación del almirante Cervera y su flota en una batalla perdida de antemano dada la superioridad naval de EEUU y la vida de los corresponsales de guerra, una nueva categoría del periodismo donde los enviados de Hearst mandaban las crónicas al gusto de su jefe y que éste convertía en hechos feacientes a sus lectores comprometiendo incluso el devenir de las operaciones militares...

Manuel Leguineche (Arrazua, Vizcaya, 1941) es escritor y periodista. Fundador de las agencias de noticias Colpisa y Fax Press. Su extensa obra ha recibido el unánime apoyo de la crítica y ha creado un amplio e incondicional público lector, ávido de profundizar en los temas tratados por él. Algunos d ellos galardones que ha merecido su obra son el Premio Nacional de Periodismo, el Pluma de Oro, el Cirilo Rodríguez, el Godó, el Julio Camba y el Ortega y Gasset.
Hay que decir que Manuel Leguineche falleció en Madrid en 2014 y en Internet podéis encontrar información del gran periodista y escritor que fue, dejando huella en ambos gremios. A continuación unas breves reseñas que os inciten a su apasionante lectura...

Un magnate de la prensa estadounidense...
Willian Randolph hizo todo lo posible por vender periódicos. Decían que era capaz de matar a alguien con tal de subir la tirada de sus diarios, en especial del `Journal´ de Nueva York. Se pasaba largas horas sobre la platina revisando la confección del `Journal´o del `Examiner´ de San Francisco. A veces, en Nueva York, lo rodeaban las hermanas Willson, dos bailarinas. En la redacción y en talleres apostaban a cuál de las dos Willson se beneficiaba El Jefe. Porque lo llamaban `El Jefe´, un ser ambicioso de poder más que de bienes materiales, sobrio, no fumador, manipulador, inventor de historias, enemigo de los toros yd e los crueles españoles, del Imperio Británico, de Francia, de la I Guerra Mundial y del presidente McKinley. `The Chief says´, Èl Jefe dice´, era la voz de mando. Para él no existía la tranquilidad, ni la calma chicha, siempre en movimiento, siempre maquinando algo, trasladando al papel sus quimeras y sus venganzas. `La tranquilidad´, decía, `es el sueño que precede a la disolución de todas las cosas´. Así fue como convirtió sus cuarenta periódicos, sus docenas de revistas, en universos de trepidación, de amarillismo, sensacionalismo, crímenes, sangre y sexo. Ben Hecht, autor del guión de `The front page´ (en sus tres versiones españolas, Èl gran reportaje´, `Luna nueva´, `Primera plana´), recordaba el periodismo de aquellos años: `Era un mundo sin disciplina, me permitía salir y conocer la vida, devorarla, disfrutarla, informar sobre ella´. Las redacciones de sus diarios estaban repletas de gente extravagante, sin escrúpulos, con el don de la ebriedad, y casi siempre leal. Toma nota al entrar: no dejes que la verdad te estropee un buen reportaje.”

El rival a batir...
Joseph Pulitzer era militante del Partido Demócrata, pero no se aprovechó de sus páginas editoriales para hacer carrera política o cualquier otra. Le importaba más la conciencia cívica. Los mismos a los que atacaba, como el ultra republicano William Waldorf Astor (el del Waldorf Astoria, el hotel de Nueva York), le invitaban a almorzar en sus clubes exclusivos. De pronto, de forma inexplicable, Pulitzer, que nunca fue un hombre paciente, estalló en cóleras homéricas, se volvió irritable, respondía con destempladas voces en la redacción, lleno de ruido y de furia. Hasta le molestaba el ruido de los pavos reales del londinense parque de Kensington. Todo tenía una explicación: afectado de diabetes, sin posibilidad de cura en su época, el editor del World se estaba quedando ciego. El más mínimo ruido alteraba su sistema nervioso. Transcurrió el resto de su vida en la búsqueda del sosiego. Los médicos le aconsejaron que pasara largas vacaciones en Europa lejos de la vibración de las máquinas norteamericanas. Construyó torres de silencio para evitar los ruidos domésticos o familiares. En sus otras casas y oficianas blindó las paredes, tripicló el cristal de las ventanas. ¿Era un trauma infantil, era un maniaco depresivo? `Por la mañana era el mejor de los hombres´, aseguró un empelado suyo, `por la noche de terror´. ¿qué podía esperarse de esa frenética biografía, el recorrido desde las interminables llanuras húngaras hasta el fragor neoyorquino, sumido en la hiperactividad, en la lucha por la vida, en la impaciencia del éxito, en el vértigo?”

Sin escatimar medios para sus corresponsales en Cuba...
W. R. Hearst se ha tomado muy en serio la guerra de Cuba. Alquila su propio barco filibustero, el `Vamoose´, èl yate que con más rapidez surca las aguas de Nueva York´, veintiséis millas por hora. El Jefe nunca reparaba en gastos. El `Vamoose´ serviría de correo entre Cuba y Cayo Oeste, para llevar esos despachos que la censura de Weyler impedía que salieran por el telégrafo. Pero se dijo algo más: el yate escondía un cañón en la bodega, de modo que algunos dieron por hecho que Hearst había declarado ya la guerra a España. Esta vez no era cierto. La única mercancía que el yate del editor llevaba a bordo eran medicinas y otra ayuda de carácter no militar. Pero sí subió al yate un peso pesado del periodismo de guerra, Richard Harding Davis. Había pasado por la universidad, era un dandi, con sus bien cortados trajes ingleses y su bastón en la mano. Un genio de la autopropaganda. Enviaba a los diarios notas sobre cualquiera de sus intervenciones en el campus universitario. Así se hizo con un nombre. El periodismo de viajes sería su salida natural. El jactancioso Richard informó desde África, oriente Medio o Centroamérica. Creía en la superioridad de la raza anglosajona. El éxito de sus novelas dio alas a su altanería. Salvo para con las mujeres, frente a las que su altivez se venía abajo, se ponía colorado, sudaba. `¿Qué es lo que más le interesa de una mujer, señor Davis?´, le preguntaron en una entrevista. `Que tenga los guantes limpios´, contestó. Sufría frecuentes depresiones, no se sabe si por su timidez ante las damas.”

El destino manifiesto...
Nueva York es el centro de los sueños, el norteamericano y el de Hearst, la ciudad vibrante, crisol de razas, con los últimos descubrimientos, con luz eléctrica y teléfonos para las grandes empresas. La tecnología cambia la piel de la metrópoli, tres millones y medio de habitantes. Las dos caras de la moneda, el Bowery, el barrio de los marginales, para los que el sueño americano es pesadilla, y el rutilante Wall Street. Con su medio millón de habitantes, san Francisco es una versión rústica de Nueva York, una pálida imitación. Al principio a Hearst le chocó el cambio, sólo al principio. Después el admirador, el émulo de César, de Napoleón, de Carlomagno, de Washington, Jefferson y lincoln se deslizó por el tobogán del éxito, de las iniciativas, de las nuevas ideas capitalistas, de las ofertas populares. Hearst libera una energía en consonancia con la ciudad, la del optimismo, una nueva identidad que se basa en un `belicoso chovinismo´, jingoísmo se le llamaba entonces, la patriotería exaltada. En una ocasión regalará con el ejemplar del `Journal´una inmensa bandera de las barras y estrellas e invitará al lector a que decore la casa con ella. En 1893 el historiador Turner anuncia que los norteamericanos son distintos al resto de los pueblos del mundo, por encima incluso de los europeos, 75 millones de habitantes. Hearst es el demiurgo del modo de vida norteamericano, el intérprete de esos sueños imperiales, de la cruzada norteamericana en Cuba contra la `tiranía española´.”

Estados Unidos invade la isla española de Cuba...
La primera invasión de suelo extranjero por una fuerza militar norteamericana y el primer ataque anfibio de los `marines´, la infantería de marina, se dio el 7 de junio de 1898 en Guantánamo, donde desembarcaron tras neutralizar un blocao español, destruir una cañonera y reducir el fuego enemigo. Stephen Crane está allí para verlo. `Sin la ayuda de los cubanos, los Yanquees no hubieran podido desembarcar. El apoyo de los insurrectos fue extremadamente valioso´, escribió el general valenciano Arsenio Linares. Pero como apuntó Charles Post, combatiente del ejército norteamericano, `los corresponsales de guerra desprecian a los cubanos, ridiculizaban sus rifles y su actuación en el combate. Los corresponsales no sabían de qué hablaban´. La idea de una rápida victoria norteamericana se esfumó. La culpa la tenían, como siempre, los aliados cubanos. Crane descubre la repugnancia estadounidense a compartir el honor de la victoria: `Tanto los oficiales como los soldados rasos desprecian a los cubanos. Los odian´. Como los oficiales sudistas oduian a los negros que combaten junto a ellos. Son `niggers´, lo peor que se puede ser, negros. Como argüirá un oficial sudista en el `Evening Post´ de Nueva York, uno de los pocos medios que mantiene una actitud digna citado por Forner (`La guerra hispano-cubano-americana y el nacimiento del imperialismo norteamericano´), `si no hubiera sido por la caballería negra los Voluntarios de Roosevelt hubieran sido exterminados. No soy amigo de los negros. Yo nací en el Sur, pero los negros salvaron el combate y llegará un día en que el general Shafter tendrá que reconocer su valor´. Nunca lo hizo. Shafter tenía bastante con cuidar de su gota, que le impedía ponerse las botas. Postrado, se mareaba al tratar de incorporarse, envueltos sus pies en un saco de yute.

El hundimiento del `Maine´...
Entre las teorías de la conspiración faltaba una que no tardó en correr por los pasillos del rumor: habría sido el propio William Randolph Hearst el instigador del complot. `Una teoría plausible´, escribe Joyce Milton. `después de todo, el 12 de febrero, o sea tres días antes del desastre, el Journal había declarado la guerra a España como respuesta a la confiscación del yate Bucaneer que provocó el resentimiento de Hearst contra el Maine, porque el capitán Sigsbee no supo estar a la altura de la situación´. Había también quienes creían que la larga mano del Jefe estaba detrás del atentado con bomba de la Casa Nueva, sede del consulado norteamericano. Algunos de los corresponsales del Journal apoyaron esa teoría con el paso de los años: `Todavía no ha llegado la hora de que la opinión pública´, aseguraba James Creelman, `sepa cómo funcionó la maquinaria de prensa norteamericana para provocar la guerra. Se gastaron inmensas fortunas en el esfuerzo´. Se lo había comentado el que fue presidente del Gobierno, Cánovas del Castillo, asesinado por el anarquista italiano Angiolillo: `Se diría que los periódicos de su país son más poderosos que el propio Gobierno´. Al día siguiente de la voladura del Maine, Èl Imparcial´, el diario español de mayor tirada, invita a la guerra,a unque se imagina que el tiro puede salir por la culata. `Es el colmo de la debilidad de ánimo figurarse que vamos a desarmar a los yanquis a fuerza de paciencia (…) España quiere más honra sin Cuba que Cuba sin honra (…) No debemos tomar ninguna inciativa hostil, pero no podemos ceder ya a ninguna exigencia inicua´. La tesis del periódico, como apunta el profesor Núñez Lavedeze en su estudio en `El Mundo´ sobre la explosión del Maine en la prensa del 98, puede resumirse en que España no tenía más alternativa que perder la guerra de Cuba con EEUU a fin de perder Cuba de manera honorable.”

Deliciosa lectura que nos descubre cómo se fraguó el desastre de 1898 para España en la prensa estadounidense a la vez que descubrimos la figura de W. R. Hearst, llevado al cine, para rabia del susodicho, por Orson Welles en la considerada por muchos la mejor película de la historia del cine, la siempre fascinante Ciudadano Kane y que tras la lectura del libro se visiona con nuevos ojos y engrandece su valor cinematográfico. Ideal para amantes de los entresijos de la Historia, de la profesión periodística y para público en general que gusta de un buen libro que además de una buena historia nos enseña cosas que desconocíamos. Ideal para lectura de noche, servicios nocturnos en festivos y vigilias hospitalarias.

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org




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