Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
-Cuba
1898: la primera guerra que se inventó la prensa-
Autor:
Manuel Leguineche
Editorial:
Grupo Santillana de
Ediciones S.A.
Edición:
1998
Nada mejor para finalizar el año que una propuesta
apasionante de la mano de Manuel Leguineche en un libro atemporal que
sigue tan fresco como si acabara de salir de imprenta. Un viaje a 1898
cuando los EEUU comienzan su expansión como potencia a costa de las
últimas posesiones que España conservaba de su pasado imperial. Con
la guerra en Cuba como telón de fondo, Manuel Leguineche nos narra
la apasionante historia del magnate de la prensa estadounidense W. R.
Hearst que inventó la prensa amarilla dirigida a las clases
populares y donde no dudaba en inventarse historias para dirigir a la
opinión pública como fue el caso de Cuba donde se libraba una
guerra de guerrillas entre las tropas españolas y los rebeldes
cubanos. También la crónica de cómo estuvo a punto de fracasar la
conquista por tierra de la isla, la inmolación del almirante Cervera
y su flota en una batalla perdida de antemano dada la superioridad
naval de EEUU y la vida de los corresponsales de guerra, una nueva
categoría del periodismo donde los enviados de Hearst mandaban las
crónicas al gusto de su jefe y que éste convertía en hechos
feacientes a sus lectores comprometiendo incluso el devenir de las
operaciones militares...
Manuel Leguineche (Arrazua, Vizcaya, 1941) es escritor y
periodista. Fundador de las agencias de noticias Colpisa y Fax
Press. Su extensa obra ha recibido el unánime apoyo de la crítica y
ha creado un amplio e incondicional público lector, ávido de
profundizar en los temas tratados por él. Algunos d ellos galardones
que ha merecido su obra son el Premio Nacional de Periodismo, el
Pluma de Oro, el Cirilo Rodríguez, el Godó, el Julio Camba y el
Ortega y Gasset.
Hay que decir que Manuel Leguineche falleció en Madrid
en 2014 y en Internet podéis encontrar información del gran
periodista y escritor que fue, dejando huella en ambos gremios. A
continuación unas breves reseñas que os inciten a su apasionante
lectura...
Un magnate de la prensa estadounidense...
“Willian
Randolph hizo todo lo posible por vender periódicos. Decían que era
capaz de matar a alguien con tal de subir la tirada de sus diarios,
en especial del `Journal´ de Nueva York. Se pasaba largas horas
sobre la platina revisando la confección del `Journal´o del
`Examiner´ de San Francisco. A veces, en Nueva York, lo rodeaban las
hermanas Willson, dos bailarinas. En la redacción y en talleres
apostaban a cuál de las dos Willson se beneficiaba El Jefe. Porque
lo llamaban `El Jefe´, un ser ambicioso de poder más que de bienes
materiales, sobrio, no fumador, manipulador, inventor de historias,
enemigo de los toros yd e los crueles españoles, del Imperio
Británico, de Francia, de la I Guerra Mundial y del presidente
McKinley. `The Chief says´, Èl Jefe dice´, era la voz de mando.
Para él no existía la tranquilidad, ni la calma chicha, siempre en
movimiento, siempre maquinando algo, trasladando al papel sus
quimeras y sus venganzas. `La tranquilidad´, decía, `es el sueño
que precede a la disolución de todas las cosas´. Así fue como
convirtió sus cuarenta periódicos, sus docenas de revistas, en
universos de trepidación, de amarillismo, sensacionalismo, crímenes,
sangre y sexo. Ben Hecht, autor del guión de `The front page´ (en
sus tres versiones españolas, Èl gran reportaje´, `Luna nueva´,
`Primera plana´), recordaba el periodismo de aquellos años: `Era un
mundo sin disciplina, me permitía salir y conocer la vida,
devorarla, disfrutarla, informar sobre ella´. Las redacciones de sus
diarios estaban repletas de gente extravagante, sin escrúpulos, con
el don de la ebriedad, y casi siempre leal. Toma nota al entrar: no
dejes que la verdad te estropee un buen reportaje.”
El rival a batir...
“Joseph
Pulitzer era militante del Partido Demócrata, pero no se aprovechó
de sus páginas editoriales para hacer carrera política o cualquier
otra. Le importaba más la conciencia cívica. Los mismos a los que
atacaba, como el ultra republicano William Waldorf Astor (el del
Waldorf Astoria, el hotel de Nueva York), le invitaban a almorzar en
sus clubes exclusivos. De pronto, de forma inexplicable, Pulitzer,
que nunca fue un hombre paciente, estalló en cóleras homéricas, se
volvió irritable, respondía con destempladas voces en la redacción,
lleno de ruido y de furia. Hasta le molestaba el ruido de los pavos
reales del londinense parque de Kensington. Todo tenía una
explicación: afectado de diabetes, sin posibilidad de cura en su
época, el editor del World se estaba quedando ciego. El más mínimo
ruido alteraba su sistema nervioso. Transcurrió el resto de su vida
en la búsqueda del sosiego. Los médicos le aconsejaron que pasara
largas vacaciones en Europa lejos de la vibración de las máquinas
norteamericanas. Construyó torres de silencio para evitar los ruidos
domésticos o familiares. En sus otras casas y oficianas blindó las
paredes, tripicló el cristal de las ventanas. ¿Era un trauma
infantil, era un maniaco depresivo? `Por la mañana era el mejor de
los hombres´, aseguró un empelado suyo, `por la noche de terror´.
¿qué podía esperarse de esa frenética biografía, el recorrido
desde las interminables llanuras húngaras hasta el fragor
neoyorquino, sumido en la hiperactividad, en la lucha por la vida, en
la impaciencia del éxito, en el vértigo?”
Sin escatimar medios para sus corresponsales en Cuba...
“W.
R. Hearst se ha tomado muy en serio la guerra de Cuba. Alquila su
propio barco filibustero, el `Vamoose´, èl yate que con más
rapidez surca las aguas de Nueva York´, veintiséis millas por hora.
El Jefe nunca reparaba en gastos. El `Vamoose´ serviría de correo
entre Cuba y Cayo Oeste, para llevar esos despachos que la censura de
Weyler impedía que salieran por el telégrafo. Pero se dijo algo
más: el yate escondía un cañón en la bodega, de modo que algunos
dieron por hecho que Hearst había declarado ya la guerra a España.
Esta vez no era cierto. La única mercancía que el yate del editor
llevaba a bordo eran medicinas y otra ayuda de carácter no militar.
Pero sí subió al yate un peso pesado del periodismo de guerra,
Richard Harding Davis. Había pasado por la universidad, era un
dandi, con sus bien cortados trajes ingleses y su bastón en la mano.
Un genio de la autopropaganda. Enviaba a los diarios notas sobre
cualquiera de sus intervenciones en el campus universitario. Así se
hizo con un nombre. El periodismo de viajes sería su salida natural.
El jactancioso Richard informó desde África, oriente Medio o
Centroamérica. Creía en la superioridad de la raza anglosajona. El
éxito de sus novelas dio alas a su altanería. Salvo para con las
mujeres, frente a las que su altivez se venía abajo, se ponía
colorado, sudaba. `¿Qué es lo que más le interesa de una mujer,
señor Davis?´, le preguntaron en una entrevista. `Que tenga los
guantes limpios´, contestó. Sufría frecuentes depresiones, no se
sabe si por su timidez ante las damas.”
El destino manifiesto...
“Nueva
York es el centro de los sueños, el norteamericano y el de Hearst,
la ciudad vibrante, crisol de razas, con los últimos
descubrimientos, con luz eléctrica y teléfonos para las grandes
empresas. La tecnología cambia la piel de la metrópoli, tres
millones y medio de habitantes. Las dos caras de la moneda, el
Bowery, el barrio de los marginales, para los que el sueño americano
es pesadilla, y el rutilante Wall Street. Con su medio millón de
habitantes, san Francisco es una versión rústica de Nueva York, una
pálida imitación. Al principio a Hearst le chocó el cambio, sólo
al principio. Después el admirador, el émulo de César, de
Napoleón, de Carlomagno, de Washington, Jefferson y lincoln se
deslizó por el tobogán del éxito, de las iniciativas, de las
nuevas ideas capitalistas, de las ofertas populares. Hearst libera
una energía en consonancia con la ciudad, la del optimismo, una
nueva identidad que se basa en un `belicoso chovinismo´, jingoísmo
se le llamaba entonces, la patriotería exaltada. En una ocasión
regalará con el ejemplar del `Journal´una inmensa bandera de las
barras y estrellas e invitará al lector a que decore la casa con
ella. En 1893 el historiador Turner anuncia que los norteamericanos
son distintos al resto de los pueblos del mundo, por encima incluso
de los europeos, 75 millones de habitantes. Hearst es el demiurgo del
modo de vida norteamericano, el intérprete de esos sueños
imperiales, de la cruzada norteamericana en Cuba contra la `tiranía
española´.”
Estados Unidos invade la isla española de Cuba...
“La
primera invasión de suelo extranjero por una fuerza militar
norteamericana y el primer ataque anfibio de los `marines´, la
infantería de marina, se dio el 7 de junio de 1898 en Guantánamo,
donde desembarcaron tras neutralizar un blocao español, destruir una
cañonera y reducir el fuego enemigo. Stephen Crane está allí para
verlo. `Sin la ayuda de los cubanos, los Yanquees no hubieran podido
desembarcar. El apoyo de los insurrectos fue extremadamente valioso´,
escribió el general valenciano Arsenio Linares. Pero como apuntó
Charles Post, combatiente del ejército norteamericano, `los
corresponsales de guerra desprecian a los cubanos, ridiculizaban sus
rifles y su actuación en el combate. Los corresponsales no sabían
de qué hablaban´. La idea de una rápida victoria norteamericana se
esfumó. La culpa la tenían, como siempre, los aliados cubanos.
Crane descubre la repugnancia estadounidense a compartir el honor de
la victoria: `Tanto los oficiales como los soldados rasos desprecian
a los cubanos. Los odian´. Como los oficiales sudistas oduian a los
negros que combaten junto a ellos. Son `niggers´, lo peor que se
puede ser, negros. Como argüirá un oficial sudista en el `Evening
Post´ de Nueva York, uno de los pocos medios que mantiene una
actitud digna citado por Forner (`La guerra hispano-cubano-americana
y el nacimiento del imperialismo norteamericano´), `si no hubiera
sido por la caballería negra los Voluntarios de Roosevelt hubieran
sido exterminados. No soy amigo de los negros. Yo nací en el Sur,
pero los negros salvaron el combate y llegará un día en que el
general Shafter tendrá que reconocer su valor´. Nunca lo hizo.
Shafter tenía bastante con cuidar de su gota, que le impedía
ponerse las botas. Postrado, se mareaba al tratar de incorporarse,
envueltos sus pies en un saco de yute.
El hundimiento del `Maine´...
“Entre
las teorías de la conspiración faltaba una que no tardó en correr
por los pasillos del rumor: habría sido el propio William Randolph
Hearst el instigador del complot. `Una teoría plausible´, escribe
Joyce Milton. `después de todo, el 12 de febrero, o sea tres días
antes del desastre, el Journal había declarado la guerra a España
como respuesta a la confiscación del yate Bucaneer que provocó el
resentimiento de Hearst contra el Maine, porque el capitán Sigsbee
no supo estar a la altura de la situación´. Había también quienes
creían que la larga mano del Jefe estaba detrás del atentado con
bomba de la Casa Nueva, sede del consulado norteamericano. Algunos de
los corresponsales del Journal apoyaron esa teoría con el paso de
los años: `Todavía no ha llegado la hora de que la opinión
pública´, aseguraba James Creelman, `sepa cómo funcionó la
maquinaria de prensa norteamericana para provocar la guerra. Se
gastaron inmensas fortunas en el esfuerzo´. Se lo había comentado
el que fue presidente del Gobierno, Cánovas del Castillo, asesinado
por el anarquista italiano Angiolillo: `Se diría que los periódicos
de su país son más poderosos que el propio Gobierno´. Al día
siguiente de la voladura del Maine, Èl Imparcial´, el diario
español de mayor tirada, invita a la guerra,a unque se imagina que
el tiro puede salir por la culata. `Es el colmo de la debilidad de
ánimo figurarse que vamos a desarmar a los yanquis a fuerza de
paciencia (…) España quiere más honra sin Cuba que Cuba sin honra
(…) No debemos tomar ninguna inciativa hostil, pero no podemos
ceder ya a ninguna exigencia inicua´. La tesis del periódico, como
apunta el profesor Núñez Lavedeze en su estudio en `El Mundo´
sobre la explosión del Maine en la prensa del 98, puede resumirse en
que España no tenía más alternativa que perder la guerra de Cuba
con EEUU a fin de perder Cuba de manera honorable.”
Deliciosa lectura que nos descubre cómo se fraguó el
desastre de 1898 para España en la prensa estadounidense a la vez
que descubrimos la figura de W. R. Hearst, llevado al cine, para
rabia del susodicho, por Orson Welles en la considerada por muchos la
mejor película de la historia del cine, la siempre fascinante
Ciudadano Kane y que tras la lectura del libro se visiona con
nuevos ojos y engrandece su valor cinematográfico. Ideal para
amantes de los entresijos de la Historia, de la profesión
periodística y para público en general que gusta de un buen libro
que además de una buena historia nos enseña cosas que
desconocíamos. Ideal para lectura de noche, servicios nocturnos en
festivos y vigilias hospitalarias.
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