Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Día de los inocentes
Era
una fecha especial dentro de las navidades y las vacaciones escolares
en las mismas. Supongo que mi primer contacto con el día de los
inocentes y las inocentadas fue por los tebeos, Zipi y Zape
solían ser los heraldos de que se acercaba el día y en sus
historietas de esa semana siempre aparecía en la historia alguien a
quien le pegaban un monigote de papel en la espalda y se paseaba, sin
saberlo ni percatarse, entre las risas de la gente. También marcaba
un hito en las vacaciones, pasado el trajín de la nochebuena, con la
nochevieja en boca de todos donde contemplaba y escuchaba fascinado a
mis padres que salían esa noche a un mundo desconocido, obligado a
estar la última noche del año frente al televisor esperando ansioso
que salieran los números de humoristas, despertar al día siguiente
y abrir con curiosidad infantil las bolsas de cotillón que me
guardaron de la cena...
Por
aquellos días la oferta a mi alcance infantil para conseguir cosas
de broma era abundante, Randa era el nombre de una juguetería, algo
rara para mis entendederas, donde siempre podía adquirir azucarillos
con mosca que echaba en las tazas de mi entorno; estaba el Frío
y Calor, diabólico invento que
había que colocar disimuladamente en un asiento donde iba a sentarse
el culo objeto de la broma, primero con una sensación de frío en el
trasero que cambiaba paulatinamente a un ardor que parecía que
ardían las nalgas del inocente o la inocente de turno. Otro punto
disponible todo el año era el vetusto quiosco, en más vetusto
soportal, enfrente del Cine Albéniz, un cine decrépito donde ponían
reposiciones y muy visitado en verano y vacaciones de navidad. Lo
regentaba un paisano al que apodábamos El Pedos por
la costumbre de liberar gases intestinales. Vendía de todo lo que un
niño podía desear, caramelos, chuches que llaman ahora y también
unas bombas fétidas que años después fueron prohibidas por
tóxicas. Siempre que iba a ese cine, sin importar la época del año,
comprar al Pedos
formaba parte de la liturgia y siempre había alguien que soltaba una
de esas tóxicas bombas fétidas. Otro artículo, también prohibido
años después, eran los polvos de estornudar, un polvillo peligroso
para cuanta pituitaria estuviera en el radio de acción, generalmente
se soplaba una pequeña cantidad amparados en la oscuridad de la sala
en ese mágico momento en que se apagaban las luces de la sala y
había dos o tres segundos de oscuridad mientras empezaba el metraje.
Eran peligrosos hasta para quien los manejaba y sus efectos eran casi
inmediatos...
Otro
clásico era el falso paquete de chicles donde asomaba un chicle que
se ofrecía al inocente o la inocente de turno que lo cogía con los
dedos y al sacarlo una pinza aprisionaba los dedos. Hay que citar los
petardos para cigarrillos que requería de introducir previamente y
con cuidado de no alterar el aspecto exterior del cigarrillo. Lo
mejor era colocarlo introduciendo un poco el explosivo para que no
explotara nada más encenderlo, era una aventura agenciarse la
cajetilla, colocar el explosivo y volver a dejarlo todo como estaba
sin que nadie se percatara...
Creo
que mi último artículo del arsenal de bromas era el falso dedo
vendado que salía disparado al inocente o la inocente de turno. He
de confesar que en mi entorno ya se sabían mis bromas de memoria y
la ansiedad e ilusión con la que esperaba el día de los inocentes.
Me hace gracia que la mayoría de aquellos artículos fueran
declarados peligrosos, que lo eran, y prohibidos con la llegada de
reglamentos y leyes que terminaron con aquellas bromas. Que ahora un
niño o una niña en edad infantil tengan acceso a aquellas materias
de broma es impensable y hasta ilegal, lo cual me parece bien porque
los polvos pica pica eran un peligro y las bromas fétidas altamente
tóxicas. Siempre me quedé con las ganas de hacer la broma del
caldero con agua en la puerta entreabierta pero el temor al posible
castigo era mayor que las ansias de la broma...
Antón
Rendueles
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