Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
–
Un viaje por la Alemania de posguerra junto a W. H Auden-
Autor:
James Stern
Editorial:
Ediciones Lengua de Trapo S.L.
Traducción:
Ariel Dilon
Edición:
2010
La
propuesta de hoy es un viaje a la Alemania derrotada en 1945 de la
mano del autor que nos hace partícipes de sus recuerdos,
pensamientos y reflexiones. Reclutado al concluir la contienda para
realizar entrevistas a la población alemana sobre cómo vivieron la
guerra y los bombardeos. Dominando el idioma, conocedor de la
Alemania nazi y su sistema, veremos una visión distinta de otros
relatos sobre la Alemania derrotada. Lejos de recuerdos escabrosos
con generosidad de detalles truculentos, viviremos el periplo por
Alemania y los cambios que el autor descubre en sus viejos conocidos,
historias de hijos que no volvieron del frente, burguesía que se
adapta a las circunstancias conservando las viejas y buenas
costumbres y auténtico sostén del régimen en la sociedad,
amistades envejecidas prematuramente pero también como la vida se
abre paso en el día a día cotidiano...
James
Stern (1904-1993) nació y creció en County Meath, Irlanda. Más
tarde se trasladó a Frankfurt, donde se ganó la vida,
simultáneamente, como barman y empleado bancario. Hacia el fin de la
década de los veinte, en París, formó parte de un círculo
literario que incluía a Kay Boyle y a Samuel Becket. Su primera
recopilación de cuentos, The
Heartless Land,
publicada en 1932, recibió el reconocimiento unánime de la crítica.
Aunque su amigo Christopher Isherwood consideraba a Stern como uno de
los escritores más importantes de su generación, Stern no fue un
escritor prolífico. Autor de varios libros, tradujo del alemán
libros de autores como Thomas Mann, Bertolt Brecht , Frank Kafka y
los hermanos Grimm.
Datos
sacados de la contraportada y a continuación unas breves reseñas
que os inciten a su apasionante lectura:
Recuerdos
rumbo a Europa...
"Después
de aflojar nuestros cinturones, estiramos las piernas entre el
amasijo de cuerdas, cerramos los ojos, dejamos caer nuestros cuerpos
hacia atrás, nuestras cabezas hacia delante, hacia los lados, y otra
vez hacia delante. Luego nos sentamos erguidos, apoyamos nuestros
codos en las rodillas, los mentones en las manos. En todas las
posiciones yo fantaseaba con Europa, viajando de un país a otro, de
una ciudad a otra en mis pensamientos. Me estaba volviendo plenamente
consciente de la culpa peculiar que le entra al no bombardeado, al no
invadido. Los días, los meses, los años de clamorosos titulares y
de voces en la radio que anunciaron el horror en ascenso, la siempre
creciente destrucción de la vida humana y de las ciudades alguna vez
familiares, habían anestesiado desde hacía mucho tiempo la
imaginación, adormeciendo, desdibujando y finalmente borrando toda
imagen preconcebida del resultado y las secuelas de la guerra total.
Pensé en mi hermano que había muerto cuatro años atrás,
combatiendo incendios durante un Blitz; y recordé la carta que yo
había recibido de Francia hacía poco tiempo: `Jamás sabrá usted
-escribía aquel amigo-, cómo era la vida bajo la Ocupación. Cuando
nos volvamos a ver, va usted a encontrarnos muy cambiados´. Jamás
lo sabría, tuve esa certeza. Ni todo aquello que él pudiese
contarme bastaría jamás. Ni oír la noticia de la muerte de un
amigo alemán en Belsen, ni ver las sobrecogedoras imágenes de las
condiciones en las que se había torturado a esos hombres, para luego
dejarlos pudrirse y morir, habría sido suficiente. Tales imágenes
volvían tanto más inconcebible la Alemania que yo había conocido."
Mostrando
el horror nazi a la población alemana...
"Debajo
de ese encabezamiento había una serie de fotografías ampliadas, más
bien borrosas: cientos de esqueletos humanos desnudos estaban
apilados sobre un vagón abierto en un tren de mercancías; lo que
parecía una montaña de desechos era una montaña de ceniza y huesos
humanos carbonizados; hombres en traje a rayas de presidiario
colgaban ahorcados, en tanto que niños y bebés yacían de espaldas
sobre el suelo, muertos de inanición. Debajo de cada fotografía,
una leyenda informaba al observador del lugar donde se había tomado
la imagen. Parado detrás de estos grupos de espectadores, nunca oí
a nadie proferir una palabra. Ocasionalmente alguna mujer podía
llevarse una mano o un pañuelo a la boca, como para sofocar un
gemido o un grito de horror; algún viejo con la boca abierta podía
mirar como hipnotizado, durante algunos minutos; luego se iban
alejando, uno a uno, silenciosos. Traté de ponerme en el lugar de
esas personas e imaginar lo que estaban pensando. Los seguí
mentalmente mientras deambulaban despacio a través del parque
iluminado por el sol, más allá del hombre cuyo palo rematado en un
clavo, en este mundo asesino, pinchaba los trozos de papel debajo de
los bancos y los dejaba caer cuidadosa, prolíficamente en el canasto
de alambre tejido; los vi pasar ante una fila de ex soldados heridos
de la Wehrmacht cuyas manos se alzaban hasta sus gorras con visera
cuando se cruzaban con oficiales norteamericanos, a quienes no estaba
permitido devolver el saludo; los seguí a través del Sprudelhof,
donde los inválidos ricos habían anhelado alguna vez curar sus
males con baños de azufre; los vi arrastrar los pies, sin ver, ante
el escaparate de un fotógrafo donde se exhibían escenas de esquí y
retratos en primer plano de niños y bebés alemanes que reían; y
salí con ellos a las calles de hoteles victorianos, y me mantuve muy
cerca, a sus espaldas, cuando subieron despacio las escaleras hasta la
abarrotada, viciada habitación donde me imaginaba que vivían. Allí,
invisiblemente sentado en su presencia, observé la mano temblorosa
ir hacia la radio en busca de alivio, y escuché la voz acusatoria
resonando por la habitación: ¿Quién es culpable?"
Relato del alzamiento estudiantil de Múnich, en enero
de 1943...
"La
rebelión, leímos, no fue ningún brote local o repentino. Hubo
grupos de estudiantes antinazis trabajando clandestinamente en Múnich
ya desde el 37. Con la ayuda de las iglesias, la organización
secreta se expandió a otras universidades, en particular las de Bonn
y Viena. El líder de ese movimiento fue el profesor Kurt Hubert.
Cuando estalló la guerra y dispersó los grupos, tres estudiantes
-Schurik Schmorell, Hans Scholl y su hermana Sophie- unieron fuerzas
con Hubert. Mientras el profesor redactaba panfletos, los estudiantes
escribían un manifiesto antinazi (ahora famoso) y emprendieron la
tarea más peligrosa de distribuir panfletos incendiarios. También
diseñaron carteles, que pegaban por la noche en las paredes de la
universidad. Embardunaban las casas de los profesores nazis con
enormes esvásticas rojas, y luego las tachaban con pintura negra.
Montaron demostraciones que causaron una tremenda agitación entre
los estudiantes, pero que finalmente condujeron a ciertas
imprudencias de parte de los dirigentes... Otro grupo, liderado por
el estudiante Hans Leipelt del Instituto Universitario de Química,
hizo circular noticias que habían recogido de emisiones de radio
extranjeras. Trataron de contrarrestar la propaganda nazi difundiendo
historias sobre la Alemania prehitleriana. Prepararon dinamita para
volar la facultad nazi. Un día -concluía el informe-, después de
que Hubert, los Scholl y Schmorell fueron detenidos y ejecutados,
Leipelt oyó que la viuda y los hijos de Hubert habían quedado en la
indigencia. Inmediatamente inició una colecta para ellos en el
instituto. Pero alguien los denunció a la Gestapo..."
Entrevista a un veterano...
"Los
soldados no perdieron la guerra -continuó amargamente-. Fueron los
mandos y, particularmente, la S.S. Arruinaron nuestra moral. Yo
estuve en la Wehrmacht desde 1938. No pasó mucho tiempo antes de que
tratase de abandonarla: la promoción, todo era un gran chanchullo.
Pero no lograbas salir. En 1941, me malhirieron cerca de San
Petesburgo (sic) y tuvieron que amputarme la pierna derecha. -S
recogió los pantalones y me mostró una espantosa y reluciente
prótesis color rosa pálido-. Pasé seis meses en diversos
hospitales de campaña en Rusia. Cuando me enviaron a casa con
licencia por invalidez, traté otra vez de conseguir la baja. En
ligar de eso, me enviaron de vuelta al frente ruso con mi pierna de
madera, a la edad de cuarenta y ocho años. En el camino pasé por
Elbing, mi ciudad natal, y allá estaban los S. S., saludables y sin
heridas paseando por las calles. En Rusia, cada vez que nosotros en
la Wehrmacht capturábamos prisioneros, los SS nos los arrebataban y
los fusilaban. Los SS tenían de todo: toda la comida que querían y
las mejores ropas, las más abrigadas. Se emborrachaban y violaban a
las mujeres rusas y arruinaban nuestra moral. Mientras nosotros
mirábamos cómo sucedía esta clase de cosas, nos llegaron noticias
de que en casa a las mujeres alemanas con un solo hijo y con su
marido en el frente (¡era mi caso!) se les ordenaría dormir con
otro hombre, y de ese modo incrementar la población alemana. Esa era
la schweinerei del führer, y arruinaba nuestra moral. Lo mismo
hicieron los discursos en los que Hitler, Goering, Himmler y los
gauleiters Koch y Geisler juraban que cada aldea alemana sería
defendida hasta el último hombre. Habíamos visto lo que eso
significaba. Ja! ¿Pero que hicieron? Aquí en Kempten, el
bürgermeister Brändler -ese borracho que andaba por ahí jactándose
de los millares de mujeres bávaras que poseía-, en el último
momento ordenó a los SS que volaran todos los puentes, ¡no para
impedir que los americanos entraran, sino para que la población no
saliera!"
Una ciudad bombardeada por los aliados...
"Pero
la Altstadt no era una ciudad muerta. Aparecía total beschädigt,
totalmente destruida, como decían los alemanes, pero estaba
habitada, y no sólo por bandoleros infantiles. Durante el día no
podías decir, ni siquiera creer, que alguien viviera allí, porque
no era posible detectar ningún espacio habitable. Tampoco podías
creer que las pocas personas que veías caminando sobre los escombros
vivieran en aquella repugnante arena. Muchos de ellos no iban mal
vestidos, y lucían sorprendentemente limpios. Cargaban ramos de
flores silvestres marchitas en la mano y en sus espaldas una mochila
o un atado de leña, y te parecía que estaban tomando un atajo a
través de las ruinas hacia alguna zona más habitable, en cualquier
otra parte. Pero no podías decirlo con certeza. Sólo podías
afirmar que había seres humanos que vivían día y noche en la
Altstadt si entrabas en ella después de la caída del sol, después
del toque de queda: una hora en la que se imponía sobre la desolada
ciudad un silencio extraño y siniestro, como una muerte súbita."
Lectura
ideal para jornadas veraniegas, mesita de noche y amantes de los
viajes que disfrutarán del estilo del autor y los amantes de la
Historia conocer un aspecto bastante desconocido como fue el año
cero para la población de Alemania tras la rendición incondicional
donde la población se adaptaba a vivir bajo la ocupación aliada
y trataban de comenzar de entre
las ruinas de su país y los estragos que el nazismo causó a la
sociedad alemana y europea, ahora que la artillería rusa pulveriza
las poblaciones ucranianas...
Una
lectura apasionante.
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt
Lake City, Utah
Director
Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
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