The Adversiter Chronicle

jueves, 21 de julio de 2022

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre

Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro:
El daño oculto 
– Un viaje por la Alemania de posguerra junto a W. H Auden-
Autor: James Stern
Editorial: Ediciones Lengua de Trapo S.L.
Traducción: Ariel Dilon
Edición: 2010

La propuesta de hoy es un viaje a la Alemania derrotada en 1945 de la mano del autor que nos hace partícipes de sus recuerdos, pensamientos y reflexiones. Reclutado al concluir la contienda para realizar entrevistas a la población alemana sobre cómo vivieron la guerra y los bombardeos. Dominando el idioma, conocedor de la Alemania nazi y su sistema, veremos una visión distinta de otros relatos sobre la Alemania derrotada. Lejos de recuerdos escabrosos con generosidad de detalles truculentos, viviremos el periplo por Alemania y los cambios que el autor descubre en sus viejos conocidos, historias de hijos que no volvieron del frente, burguesía que se adapta a las circunstancias conservando las viejas y buenas costumbres y auténtico sostén del régimen en la sociedad, amistades envejecidas prematuramente pero también como la vida se abre paso en el día a día cotidiano...

James Stern (1904-1993) nació y creció en County Meath, Irlanda. Más tarde se trasladó a Frankfurt, donde se ganó la vida, simultáneamente, como barman y empleado bancario. Hacia el fin de la década de los veinte, en París, formó parte de un círculo literario que incluía a Kay Boyle y a Samuel Becket. Su primera recopilación de cuentos, The Heartless Land, publicada en 1932, recibió el reconocimiento unánime de la crítica. Aunque su amigo Christopher Isherwood consideraba a Stern como uno de los escritores más importantes de su generación, Stern no fue un escritor prolífico. Autor de varios libros, tradujo del alemán libros de autores como Thomas Mann, Bertolt Brecht , Frank Kafka y los hermanos Grimm.
Datos sacados de la contraportada y a continuación unas breves reseñas que os inciten a su apasionante lectura:

Recuerdos rumbo a Europa...
"Después de aflojar nuestros cinturones, estiramos las piernas entre el amasijo de cuerdas, cerramos los ojos, dejamos caer nuestros cuerpos hacia atrás, nuestras cabezas hacia delante, hacia los lados, y otra vez hacia delante. Luego nos sentamos erguidos, apoyamos nuestros codos en las rodillas, los mentones en las manos. En todas las posiciones yo fantaseaba con Europa, viajando de un país a otro, de una ciudad a otra en mis pensamientos. Me estaba volviendo plenamente consciente de la culpa peculiar que le entra al no bombardeado, al no invadido. Los días, los meses, los años de clamorosos titulares y de voces en la radio que anunciaron el horror en ascenso, la siempre creciente destrucción de la vida humana y de las ciudades alguna vez familiares, habían anestesiado desde hacía mucho tiempo la imaginación, adormeciendo, desdibujando y finalmente borrando toda imagen preconcebida del resultado y las secuelas de la guerra total. Pensé en mi hermano que había muerto cuatro años atrás, combatiendo incendios durante un Blitz; y recordé la carta que yo había recibido de Francia hacía poco tiempo: `Jamás sabrá usted -escribía aquel amigo-, cómo era la vida bajo la Ocupación. Cuando nos volvamos a ver, va usted a encontrarnos muy cambiados´. Jamás lo sabría, tuve esa certeza. Ni todo aquello que él pudiese contarme bastaría jamás. Ni oír la noticia de la muerte de un amigo alemán en Belsen, ni ver las sobrecogedoras imágenes de las condiciones en las que se había torturado a esos hombres, para luego dejarlos pudrirse y morir, habría sido suficiente. Tales imágenes volvían tanto más inconcebible la Alemania que yo había conocido."

Mostrando el horror nazi a la población alemana...
"Debajo de ese encabezamiento había una serie de fotografías ampliadas, más bien borrosas: cientos de esqueletos humanos desnudos estaban apilados sobre un vagón abierto en un tren de mercancías; lo que parecía una montaña de desechos era una montaña de ceniza y huesos humanos carbonizados; hombres en traje a rayas de presidiario colgaban ahorcados, en tanto que niños y bebés yacían de espaldas sobre el suelo, muertos de inanición. Debajo de cada fotografía, una leyenda informaba al observador del lugar donde se había tomado la imagen. Parado detrás de estos grupos de espectadores, nunca oí a nadie proferir una palabra. Ocasionalmente alguna mujer podía llevarse una mano o un pañuelo a la boca, como para sofocar un gemido o un grito de horror; algún viejo con la boca abierta podía mirar como hipnotizado, durante algunos minutos; luego se iban alejando, uno a uno, silenciosos. Traté de ponerme en el lugar de esas personas e imaginar lo que estaban pensando. Los seguí mentalmente mientras deambulaban despacio a través del parque iluminado por el sol, más allá del hombre cuyo palo rematado en un clavo, en este mundo asesino, pinchaba los trozos de papel debajo de los bancos y los dejaba caer cuidadosa, prolíficamente en el canasto de alambre tejido; los vi pasar ante una fila de ex soldados heridos de la Wehrmacht cuyas manos se alzaban hasta sus gorras con visera cuando se cruzaban con oficiales norteamericanos, a quienes no estaba permitido devolver el saludo; los seguí a través del Sprudelhof, donde los inválidos ricos habían anhelado alguna vez curar sus males con baños de azufre; los vi arrastrar los pies, sin ver, ante el escaparate de un fotógrafo donde se exhibían escenas de esquí y retratos en primer plano de niños y bebés alemanes que reían; y salí con ellos a las calles de hoteles victorianos, y me mantuve muy cerca, a sus espaldas, cuando subieron despacio las escaleras hasta la abarrotada, viciada habitación donde me imaginaba que vivían. Allí, invisiblemente sentado en su presencia, observé la mano temblorosa ir hacia la radio en busca de alivio, y escuché la voz acusatoria resonando por la habitación: ¿Quién es culpable?"

Relato del alzamiento estudiantil de Múnich, en enero de 1943...
"La rebelión, leímos, no fue ningún brote local o repentino. Hubo grupos de estudiantes antinazis trabajando clandestinamente en Múnich ya desde el 37. Con la ayuda de las iglesias, la organización secreta se expandió a otras universidades, en particular las de Bonn y Viena. El líder de ese movimiento fue el profesor Kurt Hubert. Cuando estalló la guerra y dispersó los grupos, tres estudiantes -Schurik Schmorell, Hans Scholl y su hermana Sophie- unieron fuerzas con Hubert. Mientras el profesor redactaba panfletos, los estudiantes escribían un manifiesto antinazi (ahora famoso) y emprendieron la tarea más peligrosa de distribuir panfletos incendiarios. También diseñaron carteles, que pegaban por la noche en las paredes de la universidad. Embardunaban las casas de los profesores nazis con enormes esvásticas rojas, y luego las tachaban con pintura negra. Montaron demostraciones que causaron una tremenda agitación entre los estudiantes, pero que finalmente condujeron a ciertas imprudencias de parte de los dirigentes... Otro grupo, liderado por el estudiante Hans Leipelt del Instituto Universitario de Química, hizo circular noticias que habían recogido de emisiones de radio extranjeras. Trataron de contrarrestar la propaganda nazi difundiendo historias sobre la Alemania prehitleriana. Prepararon dinamita para volar la facultad nazi. Un día -concluía el informe-, después de que Hubert, los Scholl y Schmorell fueron detenidos y ejecutados, Leipelt oyó que la viuda y los hijos de Hubert habían quedado en la indigencia. Inmediatamente inició una colecta para ellos en el instituto. Pero alguien los denunció a la Gestapo..."

Entrevista a un veterano...
"Los soldados no perdieron la guerra -continuó amargamente-. Fueron los mandos y, particularmente, la S.S. Arruinaron nuestra moral. Yo estuve en la Wehrmacht desde 1938. No pasó mucho tiempo antes de que tratase de abandonarla: la promoción, todo era un gran chanchullo. Pero no lograbas salir. En 1941, me malhirieron cerca de San Petesburgo (sic) y tuvieron que amputarme la pierna derecha. -S recogió los pantalones y me mostró una espantosa y reluciente prótesis color rosa pálido-. Pasé seis meses en diversos hospitales de campaña en Rusia. Cuando me enviaron a casa con licencia por invalidez, traté otra vez de conseguir la baja. En ligar de eso, me enviaron de vuelta al frente ruso con mi pierna de madera, a la edad de cuarenta y ocho años. En el camino pasé por Elbing, mi ciudad natal, y allá estaban los S. S., saludables y sin heridas paseando por las calles. En Rusia, cada vez que nosotros en la Wehrmacht capturábamos prisioneros, los SS nos los arrebataban y los fusilaban. Los SS tenían de todo: toda la comida que querían y las mejores ropas, las más abrigadas. Se emborrachaban y violaban a las mujeres rusas y arruinaban nuestra moral. Mientras nosotros mirábamos cómo sucedía esta clase de cosas, nos llegaron noticias de que en casa a las mujeres alemanas con un solo hijo y con su marido en el frente (¡era mi caso!) se les ordenaría dormir con otro hombre, y de ese modo incrementar la población alemana. Esa era la schweinerei del führer, y arruinaba nuestra moral. Lo mismo hicieron los discursos en los que Hitler, Goering, Himmler y los gauleiters Koch y Geisler juraban que cada aldea alemana sería defendida hasta el último hombre. Habíamos visto lo que eso significaba. Ja! ¿Pero que hicieron? Aquí en Kempten, el bürgermeister Brändler -ese borracho que andaba por ahí jactándose de los millares de mujeres bávaras que poseía-, en el último momento ordenó a los SS que volaran todos los puentes, ¡no para impedir que los americanos entraran, sino para que la población no saliera!"

Una ciudad bombardeada por los aliados...
"Pero la Altstadt no era una ciudad muerta. Aparecía total beschädigt, totalmente destruida, como decían los alemanes, pero estaba habitada, y no sólo por bandoleros infantiles. Durante el día no podías decir, ni siquiera creer, que alguien viviera allí, porque no era posible detectar ningún espacio habitable. Tampoco podías creer que las pocas personas que veías caminando sobre los escombros vivieran en aquella repugnante arena. Muchos de ellos no iban mal vestidos, y lucían sorprendentemente limpios. Cargaban ramos de flores silvestres marchitas en la mano y en sus espaldas una mochila o un atado de leña, y te parecía que estaban tomando un atajo a través de las ruinas hacia alguna zona más habitable, en cualquier otra parte. Pero no podías decirlo con certeza. Sólo podías afirmar que había seres humanos que vivían día y noche en la Altstadt si entrabas en ella después de la caída del sol, después del toque de queda: una hora en la que se imponía sobre la desolada ciudad un silencio extraño y siniestro, como una muerte súbita."

Lectura ideal para jornadas veraniegas, mesita de noche y amantes de los viajes que disfrutarán del estilo del autor y los amantes de la Historia conocer un aspecto bastante desconocido como fue el año cero para la población de Alemania tras la rendición incondicional donde la población se adaptaba a vivir bajo la ocupación aliada y trataban de comenzar de entre las ruinas de su país y los estragos que el nazismo causó a la sociedad alemana y europea, ahora que la artillería rusa pulveriza las poblaciones ucranianas...
Una lectura apasionante.

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido

Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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