The Adversiter Chronicle

jueves, 1 de junio de 2023

"Memorias de La Transición", por Antón Rendueles

Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle

La fábrica

La fábrica formaba parte de mi universo infantil, uno de mis primeros recuerdos conscientes es ir de la mano de mi tía a llevarle la fiambrera con el almuerzo a mi abuelo siendo muy niño. Mi padre también trabajaba en la fábrica y en cierta forma todo giraba alrededor de la misma. Trabajaba a turnos que llamaban 7-2-7-2-7-3, siete días de trabajo y dos de descanso salvo cuando salía del turno de mañana los viernes y el descanso duraba hasta el lunes siguiente que entraba a las diez de la noche. En el turno de noche, se acostaba en mi habitación porque la ventana daba al patio del edificio sin el bullicio de la calle. Muchas veces entré sin hacer ruido a coger algo antes de salir al colegio y muchas veces me hizo deberes de manualidades en aquellas noches donde el trabajo era más relajado. El descanso largo significaba también que estábamos todos en el fin de semana, él sólo disfrutaba de un fin de semana al mes de asueto. Solía llevarme al cine en el descanso largo, aunque creo que llevarme era una escusa para ver a Terence Hill y Bud Spencer, me llevó a ver La guerra de las galaxias en su estreno y recuerdo que fue en sesión de tarde. Los domingos con mi padre de descanso, el fin de semana en general, los disfrutaba viéndole trajinar en algo, como cuando me fabricó un avión a hélice con un tubo de pasta de dientes, el motorcito de algún juguete, una radio vieja de bolsillo y cable eléctrico. El avión colgaba del tendal de la cocina, que iba de extremo a extremo de la misma, y se manejaba la velocidad con la rueda del dial de la radio, de aquella mi padre estaba estudiando electricidad aunque ignoraba el motivo y aquel juguete era un ejercicio de aplicar lo aprendido. Le recuerdo también grabando cintas de casete de la radio, haciendo alguna chapuza en casa y siempre que el lunes se iba a trabajar de noche sentía esa pena que se siente en la infancia sin saber porqué. La fábrica era su trabajo y su universo, en las conversaciones domésticas se hizo famosa su costumbre de acabar con algún ejemplo de la fábrica. Y recuerdo con una sonrisa cuando picaban al timbre en el tramo final de la noche antes de la madrugada porque se había quedado dormido, iban cada turno en un coche él y cuatro compañeros de trabajo. Tiempo después, cuando yo mismo trabajé en la fábrica, comprendí en toda su magnitud cómo mi padre trabajó robando horas al descanso por apurar el mismo, las largas noches en el frío de las naves al calor de una hoguera improvisada en un barril entre faena y faena, los turnos matadores donde ansías el descanso largo y todo el micro universo de la fábrica. Asistí décadas después a su jubilación, un pin dorado fue la recompensa de cuatro décadas de su vida en la fábrica junto con sordera inducida en el ambiente de trabajo y alguna mierda en sus pulmones que contribuyó a que como fumador el riesgo potencial de cáncer de pulmón se convirtió en realidad. Mi padre era uno de miles que se fue como cientos de ellos, la fábrica sigue funcionando, sigue siendo un trabajo que merece la pena aunque te robe algo de tu alma y contribuya a envenenar el organismo y atrofiarlo, pero es el alma de la ciudad que se vuelve urbe de servicios casi renegando de su pasado y presente industrial...
Antón Rendueles

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido

Salt Lake City, Utah
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