Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Autor:
Alistair Horne
Editorial:
DEBATE
Traducción:
Juan Manuel Ibeas
Edición:
Primera edición, septiembre
de 2005
La propuesta de hoy es un fascinante viaje a la época
napoleónica, no sobre sus grandes victorias, derrotas o batallas,
sino sobre la sociedad que vivió los tiempos de Napoleón. Desde
aspectos sociales a urbanísticos, el ambiente entre la población
mientras Napoleón edificaba su imperio colocando a familiares y
generales en los tronos de Europa...
Alistair Horne es historiador especializado en relaciones internacionales e historia de Francia. Autor de centenares
de artículos y comunicaciones, sus libros han sido traducidos a más
de una docena de lenguas. En 2003, Alistair Horne fue nombrado
caballero por su contribución a las relaciones francobritánicas.
Datos sacados de una parca contraportada y en Internet
se pueden encontrar más datos del autor y de su obra. Y sin más
prolegómenos, unas breves reseñas que os inciten a su interesante
lectura...
Napoleón...
“Salido de la rígida academia militar de Brienne en
1785, con el grado de alférez a los dieciséis años de edad, entre
algunas burlas de los que le llamaban `matemático delgaducho´, este
vástago de la baja nobleza corsa dejó su primera auténtica huella
en los asuntos militares unos ocho años después, en el sitio de
Toulon, en 1793. La importantísima base naval estaba entonces en
poder de una flota inglesa mandada por el almirante Hood; Napoleón,
un capitán de artillería de veinticuatro años, fue enviado para
asesorar al no muy distinguido comandante de las fuerzas
revolucionarias francesas que la asediaban. Con su genio para el
'coup d´oeil' instantáneo, que tan útil iba a resultarle más
adelante, la estrategia del joven Napoleón Bonaparte tuvo éxito, y
los ingleses fueron expulsados. Napoleón se convirtió en un héroe
en las filas del incompetente ejército revoluciopnario (aunque
todavía era desconociodo fuera de ellas), y fue vertiginosamente
ascendido al grado de 'géneral de brigade' con sólo veinticuatro
años, nombrándosele además comandante de artilleríoa del ejército
en Italia.”
Conspirando contra Napoleón...
“Después,
a principios de 1804, se descubrieron otras dos conspiraciones: una
dirigida por un monárquico bretón de la Vendée llamado Georges
Cadoudal, y la otra por dos generales, Piuchegru y Moreau. Cadoudal
(en cuya conspiración había cooperado en secreto y temerariamente
el gobierno británico de Addington) fue rápidamente detenido cerca
dl Odéon por Fouché, el maestro del contraespionaje. Se reveló la
participación de Cadoudal en el atentado de la Rue Niçaise y fue
ejecutado el 25 de junio de 1804, junto con una docena de hombres
más, en una de las pocas ejecuciones masivas en la guillotina de la
era napoleónica.. Pichegru murió en prisión, estrangulado con su
propio pañuelo; a Moreau, el héroe popular de la batalla de
Hohenlinden, se le permitió desaparecer en el exilio, eliminando así
a uno de los pocos rivales potenciales de Napoleón. (Se hizo asesor
militar del zar y murió combatiendo contra sus propios compatriotas
en la batalla de Dresde, en 1813). un tal capitán Wright, capturado
también por los hombres de Fouché, murió en 1805 tras una larga
estancia en prisión, en circunstancias muy sospechosas.”
Bancarrota de Monsieur Récamier...
“Lo
cierto, sin embargo, es que aunque el propio ministro del Tesoro era
sospechoso de desfalco y el artero Talleyrand se jactaba sin reparos
de haber ganado millones gracias a la información privilegiada
-`Compré acciones el 17 brumario y las vendí el 19 (recuérdese que
Napoleón tomó el poder el 18 brumario)-, parece que los Récamier
se portaron impecablemente después del desastre. Juliette rechazó
todos los `subterfugios lucrativos y culpables´, en un alarde de
integridad insólito en el Paría de principios del Imperio. Pero
cuando Récamier solicitó un modesto crédito del gobierno para
sacar a flote su banco, Napoleón se mostró inconmovible y
despiadado, escribiendo desde Austerlitz a los pocos días de su
victoria (el 7 de diciembre de 1805): `¿En un momento como este me
voy a ver obligado a hacer préstamos a hombres que se han metido en
malos negocios?´, y aún más brutal: `Yo no soy el amante de Madame
Récamier, yo no, y no voy a acudir en ayuda de negociantes que
mantienen una casa que cuesta seiscientos mil francos al año´. Un
diplomático italiano escribió: `En medio de la merecida admiración
despertada por la asomborsa campaña de Bonaparte, el crédito de la
nación, socavado por todas partes, amenaza con arruinar a todos´.
Puede decirse casi con seguridad que sólo los triunfos de Napoleón
en lejanos campos de batalla como Austerlitz y Jena evitaron que
hubiera graves disturbios en París. Y después de Austerlitz, la
economía pareció recuperarse milagrosamente -al menos por el
momento- y los bonos del gobierno subieron vertiginosamente del 45 al
66 por ciento.”
Dirigiendo desde el campo de batalla...
“Pero
a pesar de los formidables poderes de la burocracia que Napoleón
impuso en París, uno de los rasgos extraordinarios de su régimen en
que este Estado tan centralizado y cada vez más autocrático se
dirigía en realidad desde el interior de una tienda de campaña o
desde algún castillo polaco... o desde donde se encontrara Napoleón
en aquel momento. Los ministros se acostumbraron a ver principalmente
el aspecto grandioso y teatral de esta incómoda situación: `Su
majestad nos ha acostumbrado tan bien a recurrir a su sagacidad hasta
en los menores detalles -declaraba el adulador Jean- Baptiste de
Nomprére de Champagny, ascendido desde un puesto administrativo de
poca importancia pero absolutamente leal en el Ministerio del
Interior, a sucesor de Talleyrand cuando este dimitió- siempre
gobernados por su espíritu y sus órdenes, olvidamos que está a
seiscientas leguas de nosotros, en medio de sus ejércitos, teniendo
ante él las fuerzas unidas del imperio más poderoso del mundo,
protegiendo el sur y el este de Europa´. No es este el lenguaje de
un Colbert hablándole a un Luis XIV. Hasta su regreso en julio de
1807, tras las tres campañas de 1805-1807, napoleón estuvo fuera de
París la mayor parte del año; no volvería a ausentarse tanto
tiempo. Y en espíritu no se había marchado nunca; ya fuera
dirigiendo la administración de París y sus obras, ya gobernando el
país, el gobieno de Francia estaba fundamentalmente allá donde
estuviera Napoleón: Viena, berlín; Varsovia, Finkenstein, Tilsit.”
Cambios de costumbres...
“Durante
el Imperio, las horas y los hábitos de comida cambiaron. Antes de la
revolución había un proverbio que decía que 'déjeuner' es para
los amigos, 'dîner' para la etiqueta, ' goûter' (merendar) para los
niños y 'souper' para el amor´. Ahora la gente 'chic' había
abandonado la vieja rutina de 'dîner' a las cuatro de la tarde en
favor de una hora más moderna, las siete de la tarde. El 'dîner'
solía terminar a las nueve, aunque dos excepciones entre la élite
eran Cambacérès, cuyas soporíferas cenas solían durar cinco horas,
y el propio Napoleón, que por sus hábitos militares consideraba que
con quince o veinte minutos bastaba para cualquier comida. En las
Tullerías no había un comedor fijo, de modo que todas las mañanas
napoleón ordenaba dónde y en qué habitación había que poner la
mesa. Aunque la comida le interesaba poco (devoraba cualquier cosas
que tuviera a mano, rápida e indiscriminadamente: pescado, carne o
dulces), al emperador le gustaba el buen vino; sus favoritos eran el
Chambertin, el Clos-Vougeot y el Château-lafite.”
Provincias...
“Durante
la Paz de Amiens, Napoleón había recorrido incansable la Francia
provinciana para dar ánimos a los fabricantes de ciudades como Lyon,
Ruán, Elbeuf y El Havre, y en muchas ocasiones había presidido
reuniones locales para elaborar el nuevo código civil. En esta época
anterior al ferrocarril, no cabe duda de que Napoleón hizo mucho por
mejorar las carreteras de Francia; pero todas tendían a irradiar del
eje que era París, hacia fronteras estratégicas, con claras
intenciones militares. Véase, por ejemplo, la notable proeza de la
ingeniería en la carretera sobre el paso de Simplon, que fue
diseñada principalmente con la intención de facilitar el transporte
de tropas a los campos de batalla italianos. Poco se hizo para que
las carreteras sirvieran para conectar comunidades. Cuando el tiempo
y las campañas lo permitían, Napoleón hacía frecuentes visitas a
las provincias. De hecho, en el Consulado había comenzado una nueva
era con el nombramiento de prefectos, en lugar de las distinciones
repartidas entre los nobles locales. Como ocurrió en París, se
reconstruyeron viejas ciudades como Lyon y Cherburgo, se abrieron
canales, se desecaron pantanos y se tendieron puentes sobre los ríos.
La población campesina y la clase media experimentaron los
beneficios de todo esto, pero la guerra y el hundimiento del Imperio
iban a poner un fin prematuro a todo nuevo avance.”
Deliciosa
lectura que incita a profundizar en la época napoleónica que
resulta ideal para lectura reposada y ligera de tiempo libre, turnos
nocturnos sin ajetreo y para amantes de viajar a París y descubrir
sitios y lugares citados en el libro, escrito en tono ágil y
dinámico que te atrapa en su lectura. Una amena forma de conocer
detalles de un hombre con nombre propio en la Historia y cuyo legado
aún perdura con detalles de la vida diaria durante su gobierno que
abarca una generación.
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt
Lake City, Utah
Director
Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
theadversiterchronicle@hotmail.es
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