Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Primera Comunión
Cumplir
siete años marcaba una novedad en la vida infantil porque
significaba que había que hacer la Primera Comunión, supongo que
los adultos me hablaban de ello. Mi entorno familiar era católico,
había que serlo, pero no de misa y demás, no faltaban rezos
nocturnos en alguna ocasión y estampitas pero, ahora que hago
memoria, lo más venerado era un San Cristóbal al que se le endosaba
una moneda que tenía un orificio en el medio, ya ni recuerdo su
valor. Supuso la preparación para la Comunión una alteración en mi
vida infantil, era un incordio ir la tarde del sábado a catequesis y
perder mi rutina televisiva, con una mezcla de emoción ante lo
desconocido e inquietud de entrar en recinto de la iglesia. Por
entonces la catequesis se impartía en una sala rectangular con
bancos de iglesia donde me sentaba. Una joven nos instruía en las
preguntas del Catecismo, un montón de preguntas y sus respuestas
que nunca me motivaron. Mi mente se evadía porque al final todo se
reducía a memorizar durante la semana las preguntas y respuestas que
luego nos interrogaba la joven de pelo largo. Entre medias tocaba
comprar la ropa, no fue de marinero y sí de chaqueta con un jersey
de cuello cisne que me agobiaba sentir en la garganta. El niño que
aparece en la foto sujetando el crucifijo me mira a veces en el
pasillo, supongo que igual que le miro yo en la foto. Un sábado, no
hubo sesión de catecismo y nos llevaron al interior del templo, una
iglesia encasquetada en el asfalto que aún persiste aunque el local
rectangular dio paso a una nueva edificación. Recuerdo que nos
tuvieron ensayando el recorrido a realizar a la mañana siguiente.
Luego fuimos pasando por el confesionario que afronté con cierto
reparo infantil, supongo que algo acojonado de formar parte de algo
que me era ajeno como partícipe. He olvidado lo confesado, supongo
que no tenía pecados o al menos consciencia de ser pecador y el
confesor me despachó rápido con un par de rezos. El pecado llegó
al día siguiente porque los adultos se durmieron y tuve que vestirme
sin mucha ceremonia y nada de parsimonia. De la entrada al templo
recuerdo dos cosas, el cura que controlaba los bancos con una mirada
furibunda y una niña que me dejó desconcertado un segundo de lo
hermosa que estaba, pero no hubo tiempo de sentir el despertar, había
que encaminarse a recibir el sacramento y, creo, que me alegré de
perderme el grueso de la misa ni tuve pesadillas con la mirada
furibunda del sacerdote que vigilaba los bancos. Y luego llegaba el
banquete de Comunión, recuerdo ir entre los comensales, pocos y
familiares, tengo una foto donde sonrío abrazado a mi, entonces,
joven abuela. Fue un día inolvidable y perdí la aprensión a las
iglesias y los curas, no era tan temible ni terrible la cosa aunque
memorizar aquel Catecismo si lo recuerdo de forma atroz, berrinche
infantil de salir de la rutina. Ahora la Primera Comunión no es tan
universal como lo era entonces por obligación aunque los adultos
creían de forma sincera y peculiar, lo cual era más común de lo
que deseaban las autoridades eclesiásticas. Pero mientras el país
se encaminaba a la democracia, la infancia era ajena a las
vicisitudes políticas porque muchas y muchos de los adultos no
tuvieron la infancia feliz que, dentro de sus medios y posibilidades, nos brindaban por aquel entonces. Al final sólo quedan los recuerdos
y hay que estar siempre agradecido de que lograran que sea un
recuerdo feliz y dichoso.
Antón
Rendueles
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt
Lake City, Utah
Director
Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
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