The Adversiter Chronicle

miércoles, 17 de mayo de 2023

"Memorias de La Transición", por Antón Rendueles

Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle

Primera Comunión

Cumplir siete años marcaba una novedad en la vida infantil porque significaba que había que hacer la Primera Comunión, supongo que los adultos me hablaban de ello. Mi entorno familiar era católico, había que serlo, pero no de misa y demás, no faltaban rezos nocturnos en alguna ocasión y estampitas pero, ahora que hago memoria, lo más venerado era un San Cristóbal al que se le endosaba una moneda que tenía un orificio en el medio, ya ni recuerdo su valor. Supuso la preparación para la Comunión una alteración en mi vida infantil, era un incordio ir la tarde del sábado a catequesis y perder mi rutina televisiva, con una mezcla de emoción ante lo desconocido e inquietud de entrar en recinto de la iglesia. Por entonces la catequesis se impartía en una sala rectangular con bancos de iglesia donde me sentaba. Una joven nos instruía en las preguntas del Catecismo, un montón de preguntas y sus respuestas que nunca me motivaron. Mi mente se evadía porque al final todo se reducía a memorizar durante la semana las preguntas y respuestas que luego nos interrogaba la joven de pelo largo. Entre medias tocaba comprar la ropa, no fue de marinero y sí de chaqueta con un jersey de cuello cisne que me agobiaba sentir en la garganta. El niño que aparece en la foto sujetando el crucifijo me mira a veces en el pasillo, supongo que igual que le miro yo en la foto. Un sábado, no hubo sesión de catecismo y nos llevaron al interior del templo, una iglesia encasquetada en el asfalto que aún persiste aunque el local rectangular dio paso a una nueva edificación. Recuerdo que nos tuvieron ensayando el recorrido a realizar a la mañana siguiente. Luego fuimos pasando por el confesionario que afronté con cierto reparo infantil, supongo que algo acojonado de formar parte de algo que me era ajeno como partícipe. He olvidado lo confesado, supongo que no tenía pecados o al menos consciencia de ser pecador y el confesor me despachó rápido con un par de rezos. El pecado llegó al día siguiente porque los adultos se durmieron y tuve que vestirme sin mucha ceremonia y nada de parsimonia. De la entrada al templo recuerdo dos cosas, el cura que controlaba los bancos con una mirada furibunda y una niña que me dejó desconcertado un segundo de lo hermosa que estaba, pero no hubo tiempo de sentir el despertar, había que encaminarse a recibir el sacramento y, creo, que me alegré de perderme el grueso de la misa ni tuve pesadillas con la mirada furibunda del sacerdote que vigilaba los bancos. Y luego llegaba el banquete de Comunión, recuerdo ir entre los comensales, pocos y familiares, tengo una foto donde sonrío abrazado a mi, entonces, joven abuela. Fue un día inolvidable y perdí la aprensión a las iglesias y los curas, no era tan temible ni terrible la cosa aunque memorizar aquel Catecismo si lo recuerdo de forma atroz, berrinche infantil de salir de la rutina. Ahora la Primera Comunión no es tan universal como lo era entonces por obligación aunque los adultos creían de forma sincera y peculiar, lo cual era más común de lo que deseaban las autoridades eclesiásticas. Pero mientras el país se encaminaba a la democracia, la infancia era ajena a las vicisitudes políticas porque muchas y muchos de los adultos no tuvieron la infancia feliz que, dentro de sus medios y posibilidades, nos brindaban por aquel entonces. Al final sólo quedan los recuerdos y hay que estar siempre agradecido de que lograran que sea un recuerdo feliz y dichoso.
Antón Rendueles

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido

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