The Adversiter Chronicle

viernes, 17 de febrero de 2023

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre

Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro:
Una mujer en Berlín 
-Anotaciones de diario escritas entre el 20 de abril y el 22 de junio de 1945-
Autor: Anónima
Editorial: Editorial Anagrama S. A.
Traducción: Jorge Seca
Edición: 2005

El 20 de abril de 1945 la población berlinesa se mete en los refugios mientras bombarderos norteamericanos machacan la ciudad desde el aire, las tropas soviéticas avanzan sobre Berlín. Las mujeres en los refugios saben, por lo que conocen de otros refugiados que llegaban a la ciudad a medida que avanzaba el Ejército Rojo, que las mujeres serán parte del botín de guerra y las violaciones serán una realidad. Pero es preferible un ruso en la barriga que un estadounidense sobre la cabeza. La propuesta de hoy es un diario escrito por una mujer que prefirió mantenerse en el anonimato y que nos narra cómo los valores de nuestra vida diaria desaparecen cuando se trata de sobrevivir. Con conocimientos del idioma ruso, será una privilegiada, entre comillas, ya que logrará ser el objeto sexual de un oficial soviético que la libra de las violaciones diarias a cargo de la tropa. No hay truculentas descripciones, simplemente es el relato de lo sucedido cuando el nazismo es derrotado y Berlín, como tantas otras ciudades a lo largo de la Historia, se convierte en botín incluyendo a su población. Al final la vida se abre paso y es destacable que la autora conservara humanidad, pese a las calamidades, para observar y analizar a los soldados soviéticos como personas con sentimientos. Jóvenes que demuestran su hombría violando mujeres mayores, el rudo violador que lleva en su cartera fotos de una familia. También sabe que los desmanes nazis han de ser purgados y que muchos soldados han perdido a sus seres queridos, tan humanos que deben emborracharse para violar y saquear. También es un retrato de la población ante el colapso nazi y cómo se desmorona todo un mundo y los que antes ostentaban y sacaban pecho por ser afines al partido nazi trataban ahora de escabullirse...

Para hablar de la anónima autora del diario hay que citar la introducción de Hans Magnus Enzensberger: “Resulta evidente que la mujer que escribió el libro no era una simple aficionada, sino que se trataba de una periodista con experiencia. Ella alude a varios viajes que realizó como reportera, entre otros países, a la Unión Soviética, donde adquirió conocimientos básicos de ruso. Podemos deducir que continuó trabajando para una editorial o en diversas publicaciones periódicas después de que Hitler alcanzara el poder. Hasta 1943-1944 se continuaron publicando varias revistas como Die Dame o Koralle, en las cuales era posible mantenerse al margen de la inexorable campaña propagandística impuesta por el doctor Joseph Goebbels.”
A continuación unas breves reseñas que os inciten a su apasionante lectura:

20 de abril de 1945, rumores en un Berlín asediado...
Esta mañana en la panadería circulaba este rumor: `Cuando vengan se llevarán todos los comestibles de las casas. No nos darán nada. Han acordado que los alemanes pasemos hambre durante ocho semanas al menos. En Silesia la gente sale ya a los bosques a cavar en busca de raíces. Los niños la palman. Los viejos comen hierba como las bestias.´ Hasta aquí la opinión popular. Nadie sabe nada. Ya no hay reparto del Völkischer Beobachter. Ya no hay ninguna señora Weiers que venga a leerme durante el desayuno las líneas de la infamia en negrita. `Deshonrada una anciana de setenta años. Monja violada veinticuatro veces.´ (Pero ¿quién iba contando las veces?) Así sdon los titulares. ¿Pretenden acaso incitar a los hombres de Berlíb a protegernos y defendernos a nosotras, mujeres? Que ridículo. Lo que de verdad consiguen así es que miles de mujeres y de niños indefensos huyan hacia el oeste por las carreteras de evacuación donde con toda probabilidad morirán de hambre o reventarán por el fuego de las ametralladoras. Al leer le brillaban los ojos a la señora Weiers y se le abrían mucho. Algo en ella gozaba con el horror. O quizás su subconsciente se alegraba de que no le hubiera tocado a ella. Pues tenía miedo, y quería marcharse a toda costa. No la he visto desde anteayer.”

27 de abril de 1945, llegan los soldados soviéticos...
"Al mediodía – la de Hamburgo y yo íbamos en ese momento a buscar el segundo caldero
de sopa de cebada cocinado para toda la gente del sótano en el horno de la panadería- el primer soldado enemigo encontró el camino hacia nuestro refugio. Un soldado con rostro de campesino, de mejillas rojas. Parpadeó cuando divisó a la gente del refugio a la luz de la lamparilla de petróleo. Vaciló en entrar, dio dos pasos hacia nosotros. Palpitaciones. Algunos miedosos le alcanzan sus platos llenos de sopa. É el sacude la cabeza y sonríe, sin decir nada. Entopncen pronuncié yo mis porimeras palabras en ruso, al principio con voz reseca, luego de pronto ronca: `Shto vui zheláietie? (Qué desea?). El hombre se vuelve de pronto y fija, perplejo, la vista en mí. Noto que le resulto molesta. Parece no haberle sucedido nu8nca hasta ese momento que una `muda´ se le dirija en su propio idioma. Pues los rusos, en su lenguaje de todos los días, llaman a los alemanes `Niemtsy´, algo similar a `los mudos´. Y eso, al parecer, desde los tiempos d ella Hansa alemana, hace quinientos años, cuando los comerciantes que trataban con ellos en Novgorod y otros lugares canjeaban pañuelos y bordados por pieles y cera sin decir palabra, mediante signos. Por la razón que sea, este ruso no contesta a mi pregunta; se limita a sacudir la cabeza. Sigo preguntando si quiere comer algo quizás. Entonces sonríe mostrando los dientes y dice en alemán: `Aguardiente´. ¿Aguardiente? Todo el mundo sacude la cabeza con pesar. Aquí abajo no hay ni gota de alcohol. A quien le queda algo, lo mantiene a buen recaudo. El Iván se marcha buscando el camino de vuelta por el laberinto de pasillos y patios.”

29 de abril de 1945, suerte o desgracia...
A veces reflexiono sobre si es una suerte o una desgracia para mí saber algo de ruso. Por una parte me da una seguridad que a los demás les falta. Lo que para ellos son bastos sonidos animales, gritos inhumanos, para mí es lenguaje humano..., el lenguaje melódico y bien estructurado de un Pushkin y de un Tolstói. Sí, tengo miedo, miedo, miedo (desde lo de Anatol ha disminuido un poco), pero no obstante hablo con ellos de persona a persona, distingo a los peores de los que son soportables, clasifico el enjambre, me hago una imagen de ellos. Por primera vez siento también mi cualidad testimonial. En esta ciudad serán muy pocos los que pueden hablar con ellos, pocos los que hayan visto sus abedules y sus pueblos, sus campesinos en sandalias de rafia, y sus edificios nuevos construidos a toda prisa y de los que tan orgullosos se sienten..., pocos los que ahora, como yo, somos suciedad bajo sus botas de soldado. Los otros, los que no entienden una palabra d esu idioma, lo tienen en cambio más fácil. Siempre tendrán a esos hombres por extraños, pueden poner mucha tierra de por medio y convencerse a sí mismos de que ésos no son personas como nosostros; sin duda en un estadio de desarrollo muy inferior, más jóvenes como nación, mucho más cerca de sus orígenes que nosotros. De manera parecida se comportarían los teutones cuando invadieron Roma y echaron mano de las romanas vencidas, bien perfumadas, con cabellos rizados de forma artificial, con su manicura y su pedicura. De todo lo cual se deduce que el estar vencido es el no va más.”

5 de mayo de 1945, los derrotados...
"Por la tarde aparecieron algunos hombres en nuestro piso. Es decir, hombres alemanes, de
nuestro edificio. Fue una sensación muy especial tratar de nuevo con hombres de los que una no siente miedo, ni ha de estar vigilándolos ni observándolos todo el tiempo. Comentaron la hazaña de los libreros, de la que se habla hoy en todo nuestro edificio. El librero, un bávar, bajito y robusto, le ha echado una bronca d everdad a un ruso. Ocurrió cuando un Iván interceptó poco antes del portal de casa a la librera, que venía cargada de agua. (La mujer no deja que su marido vaya a la bomba de agua. Era del partido) La mujer chilló y su marido salió del piso corriendo, se fue hacia el ruso y le espetó: `¡Tú, cerdo asqueroso! ¡No eres más que un gilipollas!´ En el relato de la hazaña se decía, además, que el ruso se fue empequeñeciendo y arrugando hasta acabar rajándose. Así que es posible. El muchacho, con su olfato de bárbaro y de animal, se olió que el marido estaba demasiado rojo y que en ese segundo todo, absolutramente todo, le daba lo mismo. Y le dejó el botín para él. Por primera vez oigo hablar de una reacción airada por parte de uno de nuestros hombres. La mayoría es razonable, actúa con la cabeza. Estásn preocupados por salvar el pellejo, y sus mujeres están completamente de su parte. A ningún marido se le cae la cara de vergüenza por entregar una mujer a los vencedores, ya sea la suya o la del vecino. Al contrario, no se le perdonaría que pusiera nerviosos a los dominadores con su resistencia. A pesar de todo, siempre queda ahí un resto incombustible. Estoy convencida de que la librera nunca olvidará el arranque de valor, o de amor, si se quiere, de su marido. Y a los demás hombres que andan contando esta anécdota por ahí se les nota un tono de respeto en la voz.”

23 de mayo de 1945, trabajar bajo las autoridades soviéticas...
Provista de un cubo y de una pala para la basura, me encaminé hacia el ayuntamiento a primera hora de una mañana gris y lluviosa. De camino se puso a diluviar. Sentía cómo mi vestido de punto iba empapándose de lo lindo. No paraba de llover, unas veces lluvia fina, otras más fuerte. A pesar de todo, íbamos llenando cubo tras cubo con escombros para no romper la cadena de manos. Éramos unas cien mujeres de todo tipo. Las unas se mostraban perezosas y desganadas, y sólo se movían cuando uno de los dos vigilantes alemanes pasaba cerca de ellas. (Siempre asignan a hombres para los puestos de vigilancia.) Otras mujeres se mataban trbajando con el empeño de un ama de casa, incluso con obstinación. `El trabajo tiene que hacerse de todos modos, así que...´, dijo una con profunda convicción. Empujábamos las vagonetas hasta la zanja en grupops de cuatro. Aprendí a manejar una plataforma giratoria. Hasta que la lluvia, que caía a cántaros, nos obligó a guarecernos. Estábamos todas apiñadas como animales bajo un balcón. Teníamos las ropas mojadas pegadas al cuerpo; teníamos escalofríos y temblábamos. Aprovechamos la ocasión y nos comimos el pedazo de pan mojado, sin nada. Una mujer masculló: `Con Adolf no comí nunca una cosa así´.”

Lectura imprescindible para conocer la vida en Berlín tras el derrumbe del régimen nazi y un recordatorio de que las guerras son algo más que soldados combatiendo, hay una población civil que sufre el castigo del combate y que pasan a ser víctimas al ser conquistados. Lectura ideal para turnos tranquilos, convalecencias y mesitas de noche. Un homenaje también a todas las mujeres que a lo largo de los siglos han ganado la paz tras la derrota de los hombres, la supervivencia deja de lado conceptos y normas morales que pierden su valor cuando se busca algo que comer y un refugio a salvo...

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido

Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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