Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Libro: Cumbres
– seis reuniones que forjaron el siglo XX-
Autor:
David Reynolds
Editorial:
Editorial Ariel, S. A.
Traducción:
Isabel Ferrer y Carlos Milla
Edición:
1ª edición, septiembre de
2008
Para
entender el presente hay que comprender el pasado, y no se puede
comprender el mundo del siglo XX que nos ha llevado hasta este siglo
XXI sin entender el sentido de las cumbres entre líderes mundiales,
que ahora son moneda corriente. El término fue acuñado por
Churchill en plena efervescencia de las crónicas de alpinistas
llegando al Everest y otras cumbres hasta entonces inalcanzables,
pero las reuniones al máximo nivel entre líderes tuvieron su
pistoletazo de salida en 1938 en la ciudad de Múnich con la reunión
entre el británico Chamberlain y el alemán Hitler. El autor nos
lleva de la mano para conocer la parte oculta de las cumbres entre
líderes, cómo se preparan, cómo llegaban los protagonistas al
encuentro, las relaciones entre los asesores, las aspiraciones y las
formas de negociar...
David
Reynolds es profesor de Historia Internacional en la Universidad de
Cambridge. Ha sido profesor visitante en las universidades de Harvard
y Nihon en Tokio. Es autor o editor de una docena de libros sobre la
historia del siglo XX. Galardonado con el premio Wolfson de Historia.
Datos
sacados de la contraportada y actualizados al año de edición, pero
en Internet podéis encontrar información más extensa del autor. Y
sin más zarandajas, unas breves reseñas que os incite a su
apasionante lectura:
Orígenes
del término `cumbre´...
“El
término `cumbre´ fue acuñado por Winston Churchill. En un discurso
pronunciado en Edimburgo el 14 de febrero de 1950, durante los días
oscuros de la guerra fría, pidió `otra conversación con la Unión
Soviética al más alto nivel´ y añadió que `no es fácil ver cómo
podrían empeorar las cosas con un parlamento en la cumbre´. No se
sabe con certeza qué indujo a Churchill a aplicar el término
`cumbre´ a la diplomacia, pero por entonces la palabra aparecía a
continuamente en la prensa británica con motivo de la reanudación,
a finales de la década de 1940, de las expediciones para escalar el
Everest, el pico más alto del mundo. Al repetir su llamamiento a
`una conferencia al nivel más alto´ el 11 de mayo de 1953,
Churchill pidió una voluntad de paz `en la cumbre de las naciones´.
Pronunció este discurso en la Cámara de los Comunes mientras se
acometía el octavo intento de escalar el Everest: la cumbre se
coronó a finales de ese mismo mes.”
Antecedentes
del siglo XIX...
“El
Congreso de Berlín se celebró, en gran medida, gracias a las vías
de ferrocarril. Disraelí tardó cuatro días en viajar de Londres a
Berlín, pero eso fue porque insistió en hacer paradas por las
noches para conservar intactas sus energías; el viaje de vuelta,
impulsado por el éxito, duró menos de tres. Los jefes de gobierno
no fueron los únicos que aprovecharon la mejora en las
comunicaciones. También se beneficiaron los monarcas, muchos de los
cuales estaban, como es lógico, emparentados a través de la red de
matrimonios tejida en torno a los hijos y nietos de la reina
Victoria. El más célebre aficionado a la diplomacia dinástica fue
Guillermo II de Alemania, quien, dos años después de ser nombrado
káiser en 1888, había echado al veterano Bismark y afirmado: `Yo
soy dueño y señor en la política alemana y mi país debe seguirme
allí adonde vaya´. Y fue en todas direcciones, literal y
metafóricamente, pues le encantaba viajar en tren y por mar para
reunirse con sus parientes monárquicos, si bien carecía de una
política coherente y tendía a los cambios de rumbo. Su diplomacia
personal fue un auténtico quebradero de cabeza para sus ministros
-uno de ellos, el conde Philipp zu Eulenburg, dijo con hastío que
`una conversación entre dos príncipes sólo es propicia cuando se
limitan a hablar del tiempo´-, que tenían que hacer verdaderos
esfuerzos para lidiar con los vaivenes de ánimo de su káiser y
compensar sus intervenciones.”
Munich
1938...
“Como
cumbre, la de Munich fue muy distinta de las de Berchtesgaden y
Goedberg. Para empezar, también asistieron Daladier y Mussolini: el
primer ministro francés, comedido e incómodo; el máximo dirigente
italiano deleitándose en su papel de mediador. Éste se había
pasado la cena en el tren nocturno procedente de Roma haciendo
observaciones sociológicas despectivas acerca de los británicos,
atribuyendo la pasión por la paz del país al desequilibrio en el
número de hombres y mujeres después de la Gran Guerra. `Cuatro
millones de mujeres con carencias sexuales... Incapaces de abrazar a
un hombre, abrazan a toda la humanidad´. También en contraste con
las demás cumbres, la organización en Munich fue desastrosa.
Chamberlain llegó al aeropuerto a mediodía, acompañado del
inevitable Wilson, además de Strang y Malkin. Los llevaron
directamente al Führerbau -la sede del partido nazi, cerca de
Königsplatz, en el noroeste de Munich- y allí se les comunicó que
la reunión se iniciaría de inmediato. Chamberlain no había
consultado con Daladier previamente, mientras que Hitler y Mussolini
habían tenido ocasión de hablar largo y tendido. Ambos dictadores
contaban asimismo con el apoyo de sus ministros de Asuntos
Exteriores, mientras que, una vez más, Halifax se había quedado en
casa. Los participantes no se sentaron en torno a una mesa, sino en
sillas en un amplio círculo, con los británicos demasiado lejos de
los franceses para coordinarse, aunque Chamberlain tampoco albergaba
el menor deseo de hacerlo.”
Jruschov
y sus tribulaciones sobre Kennedy...
“Jruschov,
aunque también deseaba una cumbre, veía las cosas de otra manera.
`No entiendo a Kennedy -dijo a su hijo después de lo de Bahía
Cochinos-. ¿Qué le pasa? ¿Es posible que sea tan indeciso?´. La
incapacidad del presidente para volcar el poder norteamericano sobre
Castro reforzó la creencia del líder soviético de que había
llegado el momento de una reunión; la sorprendente debilitado de
seguir adelante con una cumbre le dio aún más seguridad. Como
Kennedy, Jruschov quería algo más que una charla en Viena, pero su
agenda era muy distinta. Como dejaron claro las instrucciones a
Bolshakov, el Kremlin veía improbable una prohibición de los
ensayos nucleares y ésta no figuraba entre sus prioridades. Para los
soviéticos, el tema más importante seguía siendo Berlín. Sin
embargo, el 21 de mayo Bobby dijo a Bolshakov que el presidente
`tratará este asunto con Jruschov en Viena, pero sólo para hablar
de él y no para llegar a un acuerdo en este encuentro´. Los dos
líderes se dirigían con paso vigoroso hacia la cumbre, pero seguían
mapas muy distintos.”
Preparando el encuentro de Nixon y Mao...
“Siguieron
diecisiete horas de conversaciones con Zhou Enlai. Kissinger se
encontró con un hombre inteligente, culto y encantador; duro a la
hora de negociar, pero que, a diferencia de Gromiko, pensaba las
cosas a lo grande. `No hubo las típicas tretas, el esfuerzo por
anotarse puntos, la rigidez ni los intentos de intimidación propios
de los rusos´, explicó Kissinger a Nixon más tarde. Zhou `habló
con una claridad y una elocuencia casi naturales´, prácticamente
sin emplear notas escritas. `Se sentía tan cómodo con los temas
filosóficos, el análisis histórico o el sondeo táctico como con
la conversación superficial. Su dominio de los datos, y en
particular su conocimiento de la actualidad norteamericana, era
notable´. En pocas palabras, afirmó Kissinger, deshaciéndose en
elogios, Zhou Enlai `es, junto con Charles de Gaulle, el político
extranjero más impresionante que he conocido´. En realidad, como
sabemos ahora, Mao trataba a Zhou como su factótum diplomático a
todas horas del día y la noche, obligándolo a veces a postrarse
ante él de forma incluso más abyecta que Gromiko ante Jruschov. En
1972, Mao le negó a Zhou un tratamiento para un cáncer de vejiga por
temor a que su primer ministro viviera más tiempo que él, y ni
siquiera permitía que se le hiciera un diagnóstico completo. El
político que deslumbro a Kissinger era, en realidad, el `esclavo
sobornado´ de Mao.”
Llevar los acuerdos a la práctica...
“El
tercer aspecto de la puesta en práctica, lo que podríamos llamar la
ejecución, es el más difícil: dejar al descubierto las grietas
tapadas en la cumbre durante la precipitada búsqueda de un acuerdo.
La violación de los acuerdos de Munich de 1938 por parte de Hitler
en la primavera siguiente fue una de las principales razones por las
que gran Bretaña ofreció garantías a Polonia y Europa se precipitó
hacia la segunda guerra mundial; los acuerdos de Yalta se vinieron
abajo en la primavera de 1945 cuando Churchill y Stalin se olieron la
traición. Y la actitud de Beguin después de Camp David, que a
juicio de Carter se dedicó a dar largas y engañar, emponzoñó su
posterior relación. O de lo contrario, los líderes recurren al
engaño en un intento de hacer que las realidades internas de su
propia nación se adapten a lo acordado en la cumbre, como en el
gobierno de Blair en 2002-2003. Los apretones de mano en la cima
señalan un breve momento de convergencia entre los mandatarios.
Respetar esas promesas después del descenso a la cruda realidad
nacional a menudo resulta muy difícil o incluso políticamente
imposible.”
Breves pinceladas de un libro que se devora con avidez y
que nos muestra aspectos de las cumbres entre líderes mundiales
desconocidos para el gran público y que nos muestra de forma
inquietante cómo decisiones que afectan a las vidas de millones de
personas y al devenir histórico son dependientes del trabajo de los
subalternos previo a la cumbre, el estado de ánimo de los líderes o
simplemente ignorar a los consejeros para dejarlo todo en manos del
encanto personal. Ideal para amantes de la historia y sus entresijos,
nostálgicos de la Guerra Fría y para jóvenes de la revolución
digital que no creen que este maravilloso mundo que disfrutan ha estado
pendiente de un hilo nuclear hasta 1989. Se puede regalar a la suegra
y con el cuento de preparar una cumbre acerca de la sopa boba,
sacar unos aurelios para gastos de organización...
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
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