Estos días se pone de
manifiesto que hay lugares en este mundo que parecen estar malditos.
La actualidad es la crisis en Afganistán, pero es un país en medio
de muchas partes y es hasta normal que dichas partes y de otras
partes traten de conquistarlo y/o democratizarlo, aunque nadie desde
hace tiempo lo consiga...
Otras partes del mundo
que parecen malditas disponen de cercanía a las fronteras del sueño
consumista y, mal que bien, tienen posibilidad de alcanzarlo escapando
de los sistemas y regímenes que les acosan, adoctrinan, persiguen,
trafican y les ejecutan. Luego están las zonas aledañas de
volcanes, pero siempre es un riesgo montar la chabola al pie de un
volcán...
Pero sí hay un lugar en
este mundo que parece maldito de verdad, me refiero a Haití, tierra
sobre tierras movedizas que cuando se mueven agrieta el país y a sus
habitantes. Por desgracia que sumar, nuestra atención humanitaria
está en otras partes donde escapamos de nuestras propias
maldiciones. Vemos la destrucción en Haití como quien ve un anuncio
de palomitas mientras se almuerza...
No soy un filántropo,
reconozco y confieso que he pasado de Haití y su maldita condición
en este mundo hasta que me he detenido un instante en sus noticias.
Casas derrumbadas, medio derrumbadas y derrumbadas del todo al igual
que su clase dirigente y la propia sociedad...
Ojalá hayamos aprendido
en Afganistán que nuestro sueño de narcolepsia inducida por el
consumismo a todos lo niveles, hasta las ideologías se han convertido
en consumismo con grandes campañas de publicidad subliminal que nos
hacen creer que tenemos capacidad de decisión, cuando nuestra única
capacidad de privilegiados es matarnos unos a otros cuando creemos
oportuno sin que nadie nos mate sin permiso, pero ojalá aprendamos
que vivir en la opulencia consumista, en el estado del bienestar que
nos permite enzarzarnos entre nosotros y exigir derechos para las
gallinas de corral, es una pesadilla si otorgamos al resto del mundo
el poder que da la desesperación por vivir en la miseria, en
condiciones miserables y en miserables dirigentes. Hay que fomentar
los valores pero nos hemos dado cuenta, incluso quienes dicen que
este sistema no sirve y ofrecen alternativas caducas del siglo XX, de
que no somos capaces, no podemos, o que simplemente no nos da la
gana, de inculcar los valores que tanto decimos defender en los de al
lado, que es por cierto un lado más grande que el nuestro...
Somos débiles, al menos
no tan fuertes como nos gusta pensar...
Pero es agosto y para qué
pensar.
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