The Adversiter Chronicle

viernes, 27 de agosto de 2021

"Manual del Buen Comer", por el profesor T. A. Rambaina

Con la colaboración del profesor T. A. Rambaina 
en exclusiva para The Adversiter Chronicle

BIZCOCHO IMPERIAL

Hoy traemos un manjar para legión de amigas y amigos del buen comer como es el bizcocho imperial. Hay muchas variantes de bizcochos pero es el imperial el que despierta a las glándulas salivares, su presencia, esa fascinación que despierta cuando se ve en el escaparate de una confitería, esa fanfarria de sensaciones al paladar, tanto a palo seco como remojado en el cafelito. ¿Pero cómo debe ser y cómo debe comerse un buen trozo de bizcocho imperial?

-El bizcocho imperial, gusta o no gusta...


-Hay estudios que demuestran que hay verdaderos yonkis del bizcocho imperial, incluso se dan casos de que no se admite ninguna otra variante, ya sea con frutas, de yogur, casero. Pero los auténticos consumidores de bizcocho sólo suelen comer el imperial. Hay personas que ocasionalmente toman bizcocho imperial en su dieta pero como se comen una tapa de boquerones o de patatas alioli, no aprecian la liturgia del comer y meterse entre pecho y espalda un buen bizcocho imperial. Parece una tontería pero comer bizcocho imperial no es como comerse un bizcocho sin más por muchos condimentos y variedades. Al igual que la rueda, el bizcocho imperial es un invento inalterable, a diferencia de la rueda que tiene múltiples variantes, el bizcocho imperial o es bizcocho imperial o no lo es, así de simple.

-
Pues entremos en harina, ¿casero, de obrador de pastelería o industrial de supermercado, ein?

-¡El bizcocho imperial ha de ser de obrador de confitería! Fíjese que un buen bizcocho imperial debe ser igual aquí o en Nueva Zelanda. Se sabe que hay un buen obrador de pastelería por tres características, generalmente hay una especialidad, que son el hojaldre, la crema pastelera y el bizcocho imperial. Mientras las dos primeras admiten variantes particulares de cada maestro pastelero, el bizcocho imperial ha de ser perfecto. El bizcocho imperial casero suele comerse por compromiso pero sin la pasión que despierta el genuino bizcocho imperial. Toques particulares, añadir algún aditivo y simplemente que la textura sea distinta por poca pericia al horno cuando no auténticas negaciones aficionadas que invitan a su bizcocho imperial que no pasa de ser una masa más o menos reconocible y que siempre por alguna extraña razón sabe a yogur. El industrial vale para un apaño pero no soporta una ingesta continuada, ni siquiera periódica porque acaba siendo cansino, pero el bizcocho imperial siempre deja con gana de más. Sin duda de obrador de confitería porque es un trabajo para profesionales.

-Presentación...


-Si es en mostrador, pieza contundente de contundente precio para ser un bizcocho. Envoltorio en papel transparente con lacito. Si es de mostrador de cafetería, ha de tener presencia imponente, de gran calibre y contundente estética con el azúcar glaseado por encima con ligeras derramas del mismo en los laterales sin caer en ese vicio casero de cubrir toda la pieza con el azúcar, ha de ser generosa capa en superficie que se va atenuando a los lados quedando los extremos cubiertos pero sólo en la parte superior. Conviene tener dos piezas, una en el mostrador que se muestra siempre entera porque se dispone de otra en la cocina para sacar las porciones. El casero no merece la pena extenderse porque suele ser una presentación marujera o de aficionado que ya casi quita las ganas. Cuando entramos en una pastelería o un establecimiento hostelero donde venden y sirven bizcocho imperial, la vista se nos va y aunque pidamos otra cosa, ya se instala en las neuronas el deseo de bizcocho imperial.

-¿Cómo se sabe que está para comer y no ya algo chuchurrío?


-Hay una prueba infalible para saber de la frescura o de la talludez del bizcocho imperial. Se parte por la mitad y se saca una porción ni estrecha ni ancha, lo suficiente para poder pincharla con un tenedor y mojarla en el cafelito. Al mojar, debe durar más en remojo que una galleta o una magdalena, sin deshacerse antes de llegar a la boca o que se caiga del tenedor. Si se mantiene y al paladar resulta esponjoso y al dente, es perfecto. Antes de mojarlo en el cafelito se puede coger una porción de la mitad o de cualquier otra parte y apretar con los dedos ligeramente el borde superior y el inferior, se acerca al oído y al apretar debe sentirse un suave murmullo esponjoso, tenga en cuenta que con esta simple prueba entre los dedos y al oído se puede saber si es genuino y si es simple sucedáneo.

-Para finalizar, hablemos de precios...


-Esto es como las almejas a la marinera o las navajas, se paga lo que cueste porque es un placer, una delicia para los sentidos y un buen bizcocho imperial puede nutrirnos durante una semana, dependiendo del calibre de la pieza, y poder seguir gastando en otras cosas. Al final es el bizcocho quien nos dice si hemos pagado un artículo de lujo o darse el lujo de vez en cuando de comer un manjar. Hay que tener cuidado con el gremio de las suegras, madres de novietas o invitado a comer por ser `follamigo´ de la hija: si acostumbramos a obsequiar con bizcocho imperial, sólo lograremos acostumbrarles a comer bizcocho imperial, hacer un roto en nuestra economía y encima que se coman siempre las mejores partes que son las del centro y resignados a comer los extremos, que al igual que sucede con el pan de molde, nadie quiere. Pero para quedar como un señor o una señora, obsequiar un buen bizcocho imperial siempre es una agradable sorpresa y un detalle que luego se agradece.

-Pues ya saben, bizcocho imperial sólo el original.


The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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