Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Navidad
La
Navidad empezaba con el sorteo del Gordo aunque en realidad comenzaba
antes en mi universo infantil, los días previos con los preparativos
en el colegio haciendo adornos y manualidades propias de las fechas.
Siempre estaba impaciente por salir con el horizonte de la navidad,
con ambiente previo que se creaba en las calles con los adultos
comprando lotería, mi abuela adquiriendo ya productos, pero hasta el
sorteo no empezaba la Navidad. Las disfrutaba a tope y ver anuncios de
juguetes en la tele, quedarse mirando los escaparates de las
jugueterías, era liturgia. En casa se desempolvaba el árbol y los
adornos, con una pátina del paso del tiempo. Para mí era todo
especial empezando por las bolas que había que manejar con cuidado
porque podían romperse, la guirnalda de luces que eran pequeñas
bombillitas de diversos colores y que nunca vi en todo su esplendor
porque siempre había alguna fundida y mi padre tenía que hacer
pequeños empalmes tras quitar la fundida. Supongo, ahora, que aquel
árbol y sus adornos llegaron a casa en mis primeras navidades como
bebé, sin embargo era de esas cosas que formaban parte de la
seguridad de mi mundo, esperando en sus cajas a que llegaran las
navidades. El día del sorteo del Gordo era especial, al menos lo
sentía como especial aunque nunca tocó a nadie de mi entorno más
allá de la pedrea o alguna terminación, siempre eran otros los
afortunados, algunos en sitios lejanos y otros en la ciudad mas en
otro barrio, o en la región pero nunca en mi casa. Por supuesto me
tocaba pringar haciendo la compra que mi abuela había encargado, o
en una nota apuntado lo que había que traer, recuerdo las colas en
la carnicería y me resultaba algo latoso estar rodeado de adultos
esperando turno. Luego, ya en casa con la compra hecha, estaba en la
cocina distraido en alguna cosa y mi abuela preparando las bandejas
de turrones, peladillas, mazapanes. Todo era como salía en la tele
salvo las costumbres foráneas donde era Papá Noel quien
protagonizaba la noche de magia y los Reyes Magos nunca aparecían en
las películas o los dibujos animados, lo cual era algo confuso,
cierto que era en otros sitios, pero si algo no salía en la tele o
bien no existía o bien simplemente ignorabas su existencia. Porque
la tele era también protagonista de mis navidades infantiles, los
anuncios sugerentes de juguetes y juegos, películas que nunca había
visto y todo aquello que salía en la tele sólo en navidad. También
los tebeos sacaban ediciones especiales con más páginas y estaba el
trance de escribir la carta a los Reyes Magos, carta que los adultos
resaltaban su importancia y que pensara bien qué pedir, porque mi
generación fue privilegiada en ese aspecto del incipiente consumismo
y una economía que se abría al mundo al igual que el pais tras la
oscura y larga noche de la dictadura y que amanecía buscando la
libertad. Así que podía pedir más de una cosa y así lo hacía
porque al fin y al cabo los Reyes Magos eran magos de verdad sin ser
consciente de que la magia no existe y hay que hacerla realidad,
recuerdo con mucho cariño como los adultos crearon para mí aquel
mundo de magia, cierto que luego igual faltaba alguna cosa, pero
siempre me traían lo que más me gustaba y aumentaba mi fe en los
Reyes Magos. Luego de Nochebuena las cosas iban pasando más rápido,
aún no tenía a mi hermana y mi hermano para hacerles sufrir mis
inocentadas aunque siempre trataba de colgar un monigote de papel en
la espalda de alguien como hacían Zipi y Zape. Nochevieja era velada
televisiva, tratando de aguantar despierto hasta que acabara el
programa especial, del cual sólo me gustaban los números de humor,
disfrutando con los chistes y las parodias, pero la mayoría eran
cosas que no me atraían demasiado acabando dormido y siendo
despertado para acostarme con la televisión ya apagada. Cuando
despertaba al nuevo año, encontraba una bolsa de cotillón que me
dejaron mis padres de su salida a cenar en Nochevieja. Gorro de papel,
matasuegras, una nariz postiza y serpentinas eran el valioso tesoro
que yo admiraba como algo perteneciente a un mundo desconocido.
Llegaba el tramo final, con el ansia de la llegada de la noche
mágica, metiendo la carta en el buzón real que introducía con una
mezcla de ilusión y atracción por el enigma de aquel príncipe de
cartón piedra que recogía en un buzón con forma de arcón las
cartas con las peticiones. Pero el día de abrir los regalos de los
Reyes Magos era también el final de las vacaciones, de volver a la
rutina sin apenas tiempo de disfrutar de mis regalos. Pero la certeza
de que volvería la Navidad y su reconfortante ambiente, que duraban
menos que ahora y tal vez por ello puede que fueran más intensas o
simplemente que los tiempos cambian como cambiaban entonces...
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org




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