Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
La muerte
Era
un concepto abstracto para la edad infantil la muerte. Es verdad que
hubo fallecimientos en mi entorno pero era muy niño, mi abuelo
paterno apenas era un recuerdo en fotografía y quedaban fuera de mi
memoria cuando me llevaba al parque, y este recuerdo es por las
fotos, viejas y en blanco y negro. Sí recuerdo a mi bisabuela
materna que pasaba temporadas en casa, de riguroso luto negro y que
un día al volver del colegio para almorzar me la encontré metida en
un ataúd en la habitación, no había tanatorios como ahora. Pero
eran vivencias sin dolor, por supuesto en su momento estuve triste,
pero la vida es un torrente a esa edad infantil donde se forma la
mente constantemente y no me quedó doloroso trauma y sí buenos
recuerdos. Pero
aquello era distinto, ya tenía dos años más, porque iba a ver en
realidad la primera persona fallecida en su ataúd y no era familiar,
así que cuando mi abuela me dijo que teníamos que ir a dar un
pésame, me parecía una idea fascinante, una mezcla de curiosidad y
miedo a la vez. La casa del difunto, era un hombre el fallecido,
estaba al cruzar la calle casi enfrente del edificio del piso de mis
abuelos. Era un edificio viejo de fachada envejecida con
desconchones, escaleras de madera abombada que crujía al pisar, de
puertas de casa más altas de lo que acostumbraban en las casas de mi
entorno. No recuerdo los detalles, pero sí que en un momento dado me
quedé a solas, creo recordar que fue un acto consciente quedarme en
la habitación donde estaba el ataúd mientras los adultos salían de
la misma. Con el sonido de fondo de las conversaciones, miré con
temor y curiosidad el ataúd. Me quedaba alto y tuve que ponerme de
puntillas para ver al difunto, un rostro de persona mayor que hizo
que me quitara de puntillas de sopetón como si hubiera hecho algo no
correcto. Tras estar atento a los sonidos y que nadie notó lo que
acababa de hacer, volvió la curiosidad, apenas había visto al
difunto un par de segindos, y armado de valor volví a ponerme de
puntillas. Esta vez, de forma inconsciente, me apoyé las manos en el
borde y pude observar el cadáver, vestido de traje aunque no
recuerdo si era gris, oscuro u de otro color. Mi curiosidad se detuvo
de nuevo en el rostro que transmitía frialdad y me era extraño ver
un cuerpò sin vida, incluso presté atención a ver si se movía por
la respiración para certificar la ausencia de vida. Iba a dejar la
habitación con el ataúd cuando, antes de cruzar la puerta y salir
al pasillo, tuve un último arrebato de curiosidad, insana para
alguien adulto pero no para el niño que era. Me faltaba algo para
completar mi primer contacto directo con la muerte presente. Algo me
decía que no estaba correcto lo que quería hacer, pero no podía
desperdiciar aquella oportunidad así que me armé de valor, me
acerqué al ataúd, me puse de puntillas y como un rayo estiré el
brazo para tocar la nariz del difunto, aparté el dedo nada más
tocar la punta de la nariz y sin esperar que hubiera una reacción
del difunto, salí rápido de la habitación, no por ser consciente
de hacer algo indebido o irrespetuoso para mi mente infantil y salí
raudo temiendo lo que ahora no recuerdo. Tal vez tenía miedo a que
se levantara el difunto, a fin de cuentas no era de la familia y no
le haría gracia que le tocara la nariz un desconocido y menos un
niño. No recuerdo nada más de aquella visita salvo la emoción de
la aventura, la curiosidad de ver y tocar algo que sí había visto
ya pero nunca tocado como era un cadáver. Fue toda una aventura y
proeza para el niño que era entonces y aquel desconocido difunto un
conejillo de indias en que experimentar, supongo que a cambio sigue
vivo en mi memoria aunque ya estuviese muerto así que, tal vez,
sigue vivo en cierta manera...
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org




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