Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Autor:
Peter Bamm
Editorial:
Libros del Asteroide S. L.
U.
Traducción:
Enrique Banús y José
García
Edición:
2010
Hoy
la propuesta es una mirada al Frente del Este y a las vivencias de un
médico de la Wehrmacht,
veterano de la Primera
Guerra Mundial y que se presentó voluntario para la segunda para no
ceder a los mandatos nazis como cirujano y médico en la vida civil.
Resulta interesante la biografía del autor porque sirve para ver
cómo veían la guerra quienes no eran nazis y aún mantenían el
código de honor de 1914. Para referirse a los miembros del partido y
a Hitler utiliza alias, tal vez como último gesto de protesta a
medida que la guerra se iba volviendo en contra y el desastre ya se
intuía que sería total por las decisiones delirantes de Hitler.
Podría parecer que el libro trata de mantener el honor de unos
soldados que combatían como tales y no eran los fanáticos que
llevaban a cabo las matanzas de judíos. Vemos a un soldado que como
oficial médico enarbola la bandera invisible del humanitarismo, una
mirada al día a día donde los momentos de humanidad con el enemigo,
con la población civil y con los propios soldados alemanes se
alternan con crónicas de llegada de heridos y largas jornadas a
golpe de bisturí, con momentos de calma para abstraerse con la
historia de los lugares, visitar a camaradas, conseguir gracias a los
veteranos sargentos y cabos todo lo necesario para montar el hospital
de primera línea, la amargura de una retirada donde los soldados ya
sólo combaten por la motivación de defender su pais de las hordas
soviéticas. Sorprenden los detalles de humanidad que no se narran en
las grandes crónicas del conflicto, utilizar a prisioneros
soviéticos con conocimientos médicos que se integraban en el
personal sanitario, la atención a la población civil y, en
definitiva, comportamientos que eran una isla en la realidad de la
política nazi para con los prisioneros...
Peter
Bamm (1897-1978), pseudónimo de Curt Emmrich, nació en
Hochneukirch, hoy un barrio de Jüchen, en Renania del
Norte-Westfalia. A los dieciséis años se alistó en el ejército
alemán y combatió en la primera guerra mundial. Después de la
guerra, estudió Medicina y Sinología en Münich, Gotinga y
Friburgo. Durante los años treinta viajó como médico de buque a
Oriente Próximo, Sudamérica, el Sudeste asiático y el África
Occidental; posteriormente viviría en París y en China. En la
segunda guerra mundial, dirigió el hospital de campaña de una
división de la Wehrmacht que se desplazó desde Grecia hasta el
frente ruso y tras la retirada alemana fue asignado a un hospital en
el este de Prusia. Después de la publicación de La
bandera invisible
(1952), abandonó la medicina y se consagró a su exitosa carrera
periodística y literaria. Entre 1952 y 1957, viajó de nuevo a Asia,
donde fue corresponsal de varios periódicos berlineses. Entre sus
obras destacan sus libros autobiográficos: La
bandera invisible (1952)
y Eines Menschen Zeit
(1972). Murió en Suiza a la edad de 77 años.
Datos sacados de la contraportada y sin más preámbulos
unas breves reseñas que os inciten a su apasionante lectura:
Un cirujano en la línea de combate...
"El
destino de un herido depende del primer cirujano en cuyas manos
caiga, pero el pronóstico del herido empeora dibujando una curva de
pendiente abrupta con cada hora que transcurre entre el momento de la
herida y el primer tratamiento quirúrgico. Un disparo en el vientre,
operable con buen pronóstico en las dos primeras horas, es, pasadas
doce horas, un caso casi sin esperanza. Se trata, por tanto, de
instalar el centro de primeros auxilios lo más cerca posible de la
línea de combate, pero como no siempre se puede evitar el riesgo de
que el propio puesto de socorro caiga dentro del radio de acción de
la artillería, se comprende que no tiene mucho sentido tomar la
decisión heroica de situar un puesto de socorro tan cerca del frente
que pueda ser fácilmente destruido por las armas enemigas. Al
comienzo de la guerra, todavía se ordenaba desde el mando superior
el lugar donde teníamos que establecer el puesto de socorro. Más
adelante, fue nuestra experiencia la que decidió entre el coraje
científico y el miedo militar. No hay que olvidar lo que significa
efectuar el difícil y delicado trabajo de ligar un gran vaso
atravesado por una bala o suturar una perforación en la pared
torácica cuando en cualquier momento son las paredes de tu casa las
que se puedan venir abajo."
Confraternizando con la población local...
"Los
campesinos acudieron a nosotros para rogarnos que repartiéramos las
asignaciones de trigo para el invierno. El campesino piensa en
estaciones del año. Temían que por el desorden general olvidáramos
sus necesidades. Bajo los soviets, a cada miembro del a familia le
correspondían ciento quince kilos de trigo. Por aquel entonces aún
nos creíamos los libertadores del país y distribuíamos doscientos
cuarenta kilos de trigo por persona. El siguiente problema era la
sal. Los campesinos ya no tenían sal para el ganado. La mayoría de
nosotros se enteró entonces de que el ganado no puede vivir sin sal.
Pero, ¿dónde podíamos encontrar sal? ¡Sambo! Le proveímos con
una fabulosa colección de salvoconductos. Si la policía militar lo
hubiera encontrado fuera del territorio de la división y Sambo
hubiera declarado que estaba buscando sal, no lo habríamos vuelto a
ver y al cabo de unas semanas se nos habría exigido un informe `por
abandono de la tropa sin permiso´. A los dos días Sambo regresó.
Había encontrado salinas en la costa, allí se amontonaba aquella
valiosa sustancia. La cargamos en camiones. Nuestro esfuerzo les
causó una gran impresión a los campesinos. Comenzaron a ganar
confianza en nosotros."
Nikolayev...
"En
Nikolayev, a los ciudadanos rusos de confesión judía un comando de
`los otros´ los registró, recluyó, asesinó y enterró de mala
manera en una trinchera. De ello nos enteramos sólo por rumores que,
si bien al principio no quisimos creer, al final resultaron ciertos.
Un oficial del Estado Mayor había fotografiado toda la escena. El
comandante en jefe echó al oficial. Esperábamos que pasara algo
más. Entonces no nos parecía posible que el jefe de un ejército no
pudiera prohibir semejantes crímenes en su región. Pocos días
después, el comandante en jefe tuvo la desgracia de que su avioneta
de reconocimiento, una Fieseler Storch, aterrizara sobre una mina y
volara en mil pedazos. En el entierro su sucesor se cayó a la fosa
abierta. Ambos acontecimientos se transformaron en la fantasía de
los soldados en presagios preñados de malos augurios. Por el
asesinato de los ciudadanos de Nikolayev no pasó nada. En el
ejército la indignación por la masacre era general. Todos
consideraban una infamia el que `los otros´ aprovecharan para sus
propios fines las victorias que habían alcanzado los valientes
soldados del ejército, pero aquella intensa indignación no era
consecuencia del humanitarismo, en absoluto partía del corazón. El
veneno del antisemitismo ya había penetrado hasta muy adentro. Una
reacción violenta del de todo el ejército contra los crímenes no
habría impedido las masacres: éstas se habrían llevado a cabo
igualmente, sólo que en secreto. Pero no se sentía una ardiente
indignación. El gusano ya estaba dentro de la madera."
Prisioneros soviéticos integrados en el hospital de
campaña...
"En
la conversación salió a relucir un tema muy sencillo. Los cirujanos
de guerra rusos eran mucho menos radicales que nosotros. Todavía les
faltaba experiencia sobre la evolución de infecciones por disparo
bajo condiciones tan agravantes como las circunstancias que sufrían
allí los heridos rusos. Durante el invierno, los rusos habían
podido atender a sus heridos en condiciones mucho mejores que
nosotros a los nuestros. Siguiendo las viejas tradiciones
científicas, habría sido ridículo que yo me hubiera limitado a dar
órdenes. Se trataba de convencer a los colegas rusos de que el
carácter radical de nuestras indicaciones era médicamente correcto.
Anduve por las tiendas y busqué a diez pacientes con disparos en las
rodillas que habían sido sometidos a amputación. Los pacientes
fueron seleccionados según la fecha en que habían sido heridos. Al
primero le habían herido hacía dos días. Todavía se encontraba en
bastante buen estado. La herida del último ya tenía más de diez
días. Y estaba moribundo. Pedía que colocaran a los heridos uno
junto a otro y que les retiraran los vendajes. Aquello parecía una
película en cámara lenta. Los médicos rusos observaron a los
heridos. Y la demostración les convenció de que nuestro punto de
vista era correcto: en las condiciones en que nos encontrábamos,
había que ser más radicales de lo que ellos estaban acostumbrados.
Si a este último paciente le hubieran amputado la pierna de
inmediato después de haber sido herido, podría haber salido con
vida. Con el primero todavía podríamos servirnos de aquella
experiencia. Cuando llegamos al final de la demostración, al último
de la serie, al moribundo, Anastasia Filipovna rompió en sollozos.
El pobre diablo que estaba agonizando era para ella uno de los
valientes defensores de Sebastopol."
Evacuación por el avance soviético...
"Mathiesen
había reunido el material necesario para montar una sala de
operaciones de emergencia y, si no laparotomías, si podríamos
realizar amputaciones. Repartimos el instrumental en las mochilas de
nuestro personal, de nuestros franceses y de nuestras muchachas
rusas. Ordené que se abandonaran todos los enseres personales. Así
tuvimos portadores incluso para transportar los medicamentos y los
vendajes. Nos armamos de ametralladoras y fusiles que los heridos
habían dejado allí y abandonamos el hospital militar en grupos
pequeños. Atravesamos aquel paisaje fantasmal y acribillado, pasando
por delante de las ruinas de la ciudad y entre innumerables cráteres
de explosiones de granadas, hasta alcanzar la carretera hacia
Rosenberg. La calma era completa. Los rusos habían hecho una pausa
en la lucha, puesto que sus ataques habían sido rechazados dos
veces. Regau y los otros dos médicos habrían hecho mejor en salir
con nosostros, pero no habían vuelto: estaban muertos o ya estaban
en Pillau. En el extenso recinto del puerto reinaba una confusión
absoluta. Entre las masas de vehículos acribillados yacían masas de
caballos muertos. Mathiesen tropezó en la oscuridad con el cadáver
de un soldado muerto. `¡Perdón!´, tartamudeó confuso,
deteniéndose y llevándose la mano a la gorra. Uno tras otro fueron
llegando más grupos. En los embarcaderos de las gabarras se
amontonaban nuemrosos heridos, procedentes de los hospitales
militares. Yacían al aire libre y no estaban a cubierto de los
disparos. En cuanto llegaban gabarras, las unidades de sanidad que
esperaban en el puerto cargaban a los heridos. La unidad que cargaba
una gabarra tenía derecho a embarcarse en ella. Los heridos
restantes se quedaban con otras unidades. Se dieron varios ataques
intensos contra el recinto portuario, pero todos nosotros habíamos
alcanzado desde hacía tiempo aquel estado de indiferencia en el que
ni siquiera cabe el miedo. Apenas nos poníamos a cubierto y, si lo
hacíamos, sólo durante unos segundos."
Visión de la guerra por parte de un soldado y médico
que nos muestra aspectos desconocidos de la contienda desde el punto
de vista de la Wehrmacht no nazi, de los veteranos de 1918 que aún
conservaban ciertos valores en la guerra que serían aplastados a
medida que se imponía la crueldad nazi en el trato a prisioneros,
población civil y especialmente los judíos. Puede dar la sensación
de que el autor justifica la aparente inacción ante los crímenes,
pero es también la voz de los millones de alemanes que sin ser nazis
sí eran alemanes que cumplieron con su deber militar cuando estalló
la guerra, optimistas al principio con los éxitos y víctimas de las
órdenes delirantes ante el desastre de la derrota total. Lectura
ideal para vacaciones reposadas de septiembre, amantes de las hazañas
bélicas y de mesita de noche. Porque al final queda la esperanza de
que aún en la guerra y su deshumanización hay héroes anónimos
que ondearon la bandera invisible del humanitarismo sin distinguir
entre propios y enemigos pese a estar rodeados de crueldad,
brutalidad y matanzas...
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
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