The Adversiter Chronicle

miércoles, 10 de septiembre de 2025

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre

Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro:
La bandera invisible
Autor: Peter Bamm
Editorial: Libros del Asteroide S. L. U.
Traducción: Enrique Banús y José García
Edición: 2010

Hoy la propuesta es una mirada al Frente del Este y a las vivencias de un médico de la Wehrmacht, veterano de la Primera Guerra Mundial y que se presentó voluntario para la segunda para no ceder a los mandatos nazis como cirujano y médico en la vida civil. Resulta interesante la biografía del autor porque sirve para ver cómo veían la guerra quienes no eran nazis y aún mantenían el código de honor de 1914. Para referirse a los miembros del partido y a Hitler utiliza alias, tal vez como último gesto de protesta a medida que la guerra se iba volviendo en contra y el desastre ya se intuía que sería total por las decisiones delirantes de Hitler. Podría parecer que el libro trata de mantener el honor de unos soldados que combatían como tales y no eran los fanáticos que llevaban a cabo las matanzas de judíos. Vemos a un soldado que como oficial médico enarbola la bandera invisible del humanitarismo, una mirada al día a día donde los momentos de humanidad con el enemigo, con la población civil y con los propios soldados alemanes se alternan con crónicas de llegada de heridos y largas jornadas a golpe de bisturí, con momentos de calma para abstraerse con la historia de los lugares, visitar a camaradas, conseguir gracias a los veteranos sargentos y cabos todo lo necesario para montar el hospital de primera línea, la amargura de una retirada donde los soldados ya sólo combaten por la motivación de defender su pais de las hordas soviéticas. Sorprenden los detalles de humanidad que no se narran en las grandes crónicas del conflicto, utilizar a prisioneros soviéticos con conocimientos médicos que se integraban en el personal sanitario, la atención a la población civil y, en definitiva, comportamientos que eran una isla en la realidad de la política nazi para con los prisioneros...

Peter Bamm (1897-1978), pseudónimo de Curt Emmrich, nació en Hochneukirch, hoy un barrio de Jüchen, en Renania del Norte-Westfalia. A los dieciséis años se alistó en el ejército alemán y combatió en la primera guerra mundial. Después de la guerra, estudió Medicina y Sinología en Münich, Gotinga y Friburgo. Durante los años treinta viajó como médico de buque a Oriente Próximo, Sudamérica, el Sudeste asiático y el África Occidental; posteriormente viviría en París y en China. En la segunda guerra mundial, dirigió el hospital de campaña de una división de la Wehrmacht que se desplazó desde Grecia hasta el frente ruso y tras la retirada alemana fue asignado a un hospital en el este de Prusia. Después de la publicación de La bandera invisible (1952), abandonó la medicina y se consagró a su exitosa carrera periodística y literaria. Entre 1952 y 1957, viajó de nuevo a Asia, donde fue corresponsal de varios periódicos berlineses. Entre sus obras destacan sus libros autobiográficos: La bandera invisible (1952) y Eines Menschen Zeit (1972). Murió en Suiza a la edad de 77 años.
Datos sacados de la contraportada y sin más preámbulos unas breves reseñas que os inciten a su apasionante lectura:

Un cirujano en la línea de combate...
"El destino de un herido depende del primer cirujano en cuyas manos caiga, pero el pronóstico del herido empeora dibujando una curva de pendiente abrupta con cada hora que transcurre entre el momento de la herida y el primer tratamiento quirúrgico. Un disparo en el vientre, operable con buen pronóstico en las dos primeras horas, es, pasadas doce horas, un caso casi sin esperanza. Se trata, por tanto, de instalar el centro de primeros auxilios lo más cerca posible de la línea de combate, pero como no siempre se puede evitar el riesgo de que el propio puesto de socorro caiga dentro del radio de acción de la artillería, se comprende que no tiene mucho sentido tomar la decisión heroica de situar un puesto de socorro tan cerca del frente que pueda ser fácilmente destruido por las armas enemigas. Al comienzo de la guerra, todavía se ordenaba desde el mando superior el lugar donde teníamos que establecer el puesto de socorro. Más adelante, fue nuestra experiencia la que decidió entre el coraje científico y el miedo militar. No hay que olvidar lo que significa efectuar el difícil y delicado trabajo de ligar un gran vaso atravesado por una bala o suturar una perforación en la pared torácica cuando en cualquier momento son las paredes de tu casa las que se puedan venir abajo."

Confraternizando con la población local...
"Los campesinos acudieron a nosotros para rogarnos que repartiéramos las asignaciones de trigo para el invierno. El campesino piensa en estaciones del año. Temían que por el desorden general olvidáramos sus necesidades. Bajo los soviets, a cada miembro del a familia le correspondían ciento quince kilos de trigo. Por aquel entonces aún nos creíamos los libertadores del país y distribuíamos doscientos cuarenta kilos de trigo por persona. El siguiente problema era la sal. Los campesinos ya no tenían sal para el ganado. La mayoría de nosotros se enteró entonces de que el ganado no puede vivir sin sal. Pero, ¿dónde podíamos encontrar sal? ¡Sambo! Le proveímos con una fabulosa colección de salvoconductos. Si la policía militar lo hubiera encontrado fuera del territorio de la división y Sambo hubiera declarado que estaba buscando sal, no lo habríamos vuelto a ver y al cabo de unas semanas se nos habría exigido un informe `por abandono de la tropa sin permiso´. A los dos días Sambo regresó. Había encontrado salinas en la costa, allí se amontonaba aquella valiosa sustancia. La cargamos en camiones. Nuestro esfuerzo les causó una gran impresión a los campesinos. Comenzaron a ganar confianza en nosotros."

Nikolayev...
"En Nikolayev, a los ciudadanos rusos de confesión judía un comando de `los otros´ los registró, recluyó, asesinó y enterró de mala manera en una trinchera. De ello nos enteramos sólo por rumores que, si bien al principio no quisimos creer, al final resultaron ciertos. Un oficial del Estado Mayor había fotografiado toda la escena. El comandante en jefe echó al oficial. Esperábamos que pasara algo más. Entonces no nos parecía posible que el jefe de un ejército no pudiera prohibir semejantes crímenes en su región. Pocos días después, el comandante en jefe tuvo la desgracia de que su avioneta de reconocimiento, una Fieseler Storch, aterrizara sobre una mina y volara en mil pedazos. En el entierro su sucesor se cayó a la fosa abierta. Ambos acontecimientos se transformaron en la fantasía de los soldados en presagios preñados de malos augurios. Por el asesinato de los ciudadanos de Nikolayev no pasó nada. En el ejército la indignación por la masacre era general. Todos consideraban una infamia el que `los otros´ aprovecharan para sus propios fines las victorias que habían alcanzado los valientes soldados del ejército, pero aquella intensa indignación no era consecuencia del humanitarismo, en absoluto partía del corazón. El veneno del antisemitismo ya había penetrado hasta muy adentro. Una reacción violenta del de todo el ejército contra los crímenes no habría impedido las masacres: éstas se habrían llevado a cabo igualmente, sólo que en secreto. Pero no se sentía una ardiente indignación. El gusano ya estaba dentro de la madera."

Prisioneros soviéticos integrados en el hospital de campaña...
"En la conversación salió a relucir un tema muy sencillo. Los cirujanos de guerra rusos eran mucho menos radicales que nosotros. Todavía les faltaba experiencia sobre la evolución de infecciones por disparo bajo condiciones tan agravantes como las circunstancias que sufrían allí los heridos rusos. Durante el invierno, los rusos habían podido atender a sus heridos en condiciones mucho mejores que nosotros a los nuestros. Siguiendo las viejas tradiciones científicas, habría sido ridículo que yo me hubiera limitado a dar órdenes. Se trataba de convencer a los colegas rusos de que el carácter radical de nuestras indicaciones era médicamente correcto. Anduve por las tiendas y busqué a diez pacientes con disparos en las rodillas que habían sido sometidos a amputación. Los pacientes fueron seleccionados según la fecha en que habían sido heridos. Al primero le habían herido hacía dos días. Todavía se encontraba en bastante buen estado. La herida del último ya tenía más de diez días. Y estaba moribundo. Pedía que colocaran a los heridos uno junto a otro y que les retiraran los vendajes. Aquello parecía una película en cámara lenta. Los médicos rusos observaron a los heridos. Y la demostración les convenció de que nuestro punto de vista era correcto: en las condiciones en que nos encontrábamos, había que ser más radicales de lo que ellos estaban acostumbrados. Si a este último paciente le hubieran amputado la pierna de inmediato después de haber sido herido, podría haber salido con vida. Con el primero todavía podríamos servirnos de aquella experiencia. Cuando llegamos al final de la demostración, al último de la serie, al moribundo, Anastasia Filipovna rompió en sollozos. El pobre diablo que estaba agonizando era para ella uno de los valientes defensores de Sebastopol."

Evacuación por el avance soviético...
"Mathiesen había reunido el material necesario para montar una sala de operaciones de emergencia y, si no laparotomías, si podríamos realizar amputaciones. Repartimos el instrumental en las mochilas de nuestro personal, de nuestros franceses y de nuestras muchachas rusas. Ordené que se abandonaran todos los enseres personales. Así tuvimos portadores incluso para transportar los medicamentos y los vendajes. Nos armamos de ametralladoras y fusiles que los heridos habían dejado allí y abandonamos el hospital militar en grupos pequeños. Atravesamos aquel paisaje fantasmal y acribillado, pasando por delante de las ruinas de la ciudad y entre innumerables cráteres de explosiones de granadas, hasta alcanzar la carretera hacia Rosenberg. La calma era completa. Los rusos habían hecho una pausa en la lucha, puesto que sus ataques habían sido rechazados dos veces. Regau y los otros dos médicos habrían hecho mejor en salir con nosostros, pero no habían vuelto: estaban muertos o ya estaban en Pillau. En el extenso recinto del puerto reinaba una confusión absoluta. Entre las masas de vehículos acribillados yacían masas de caballos muertos. Mathiesen tropezó en la oscuridad con el cadáver de un soldado muerto. `¡Perdón!´, tartamudeó confuso, deteniéndose y llevándose la mano a la gorra. Uno tras otro fueron llegando más grupos. En los embarcaderos de las gabarras se amontonaban nuemrosos heridos, procedentes de los hospitales militares. Yacían al aire libre y no estaban a cubierto de los disparos. En cuanto llegaban gabarras, las unidades de sanidad que esperaban en el puerto cargaban a los heridos. La unidad que cargaba una gabarra tenía derecho a embarcarse en ella. Los heridos restantes se quedaban con otras unidades. Se dieron varios ataques intensos contra el recinto portuario, pero todos nosotros habíamos alcanzado desde hacía tiempo aquel estado de indiferencia en el que ni siquiera cabe el miedo. Apenas nos poníamos a cubierto y, si lo hacíamos, sólo durante unos segundos."

Visión de la guerra por parte de un soldado y médico que nos muestra aspectos desconocidos de la contienda desde el punto de vista de la Wehrmacht no nazi, de los veteranos de 1918 que aún conservaban ciertos valores en la guerra que serían aplastados a medida que se imponía la crueldad nazi en el trato a prisioneros, población civil y especialmente los judíos. Puede dar la sensación de que el autor justifica la aparente inacción ante los crímenes, pero es también la voz de los millones de alemanes que sin ser nazis sí eran alemanes que cumplieron con su deber militar cuando estalló la guerra, optimistas al principio con los éxitos y víctimas de las órdenes delirantes ante el desastre de la derrota total. Lectura ideal para vacaciones reposadas de septiembre, amantes de las hazañas bélicas y de mesita de noche. Porque al final queda la esperanza de que aún en la guerra y su deshumanización hay héroes anónimos que ondearon la bandera invisible del humanitarismo sin distinguir entre propios y enemigos pese a estar rodeados de crueldad, brutalidad y matanzas...

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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