Me gustan y agradan las
noches de los viernes en el acantilado, veo una serpiente de
brillantes luces que dibuja el tráfico, al otro lado la gente apura
la consumición en una terraza y juegan los niños y niñas con una
pelota, de techo brillan algunas estrellas que escapan a la
contaminación lumínica y de vez en cuando luces parpadeantes y
lejanas se dirigen hacia algún lugar de destino para sus
pasajeros...
Siempre me fascina la idea
de tantos mundos distintos en este mundo. Alguien me comentaba el
otro día qué podíamos hacer, le dije que podríamos hacer tanto.
Pero estamos ocupados en consumir, desde vacaciones a material
escolar pasando por caprichos a crédito...
Lo malo es que si desvías
la vista del escaparate consumista y taponas los tímpanos a cantos
de sardina populista, el panorama es desolador...
Al menos los viernes
siguen siendo mágicos en el acantilado, la incomodidad de no tener
techo cuando llueve se convierte en una vista panorámica en noches
de verano y por unos instantes te olvidas del mundanal ruido y las
infernales agonías de quienes van a morir...
Es curioso que con las
desgracias de todo tipo y populistas de cualquier pelaje que llevamos
sufriendo esta década, no sólo no aprendemos nada sino que
repetimos los mismos errores en cada nueva desgracia que se abordan
de viejas y caducas maneras...
Al menos en el acantilado
siempre queda la opción de lanzarse al vacío...
Antes de que nos empujen, claro.
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