Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Turnos
Tenía
un nombre de empresa, ha tenido varios desde entonces, pero en mi
entorno cotidiano familiar era `la fábrica´ a secas. Mis padres eran jóvenes, ahora
diría `niños´ en la neolengua de estos tiempos donde se estila decir que se es un ´niño u
niña bueno´ hasta que se cumplen los cuarenta, pero de aquella eran
padres jóvenes. Mi padre entró joven en la fábrica, antes había
desempeñado otros empleos, y era un buen puesto de trabajo con buen
sueldo de entonces, una nómina fija que abría las puertas del
crédito bancario, trabajar ocho horas con vacaciones anuales, pagas
extras y en definitiva tener un buen empleo. Pero trabajaba a turnos
que me desconcertaban. Sólo disfrutaba de un fin de semana libre al mes,
cuando salía de jueves a las dos de la tarde y no volvía al trabajo
hasta el lunes en el turno de noche, curraba siete días y descansaba
dos, lo cual me desconcertaba igual que cuando tenía que trabajar
siempre de noche en Nochebuena y no comprendí hasta más tarde que
eran horas extras y así libraba en Nochevieja para irse de cotillón
con mi madre. No me gustaba que tuviera turno de noche por puro
egoísmo infantil, inconsciente del valor del descanso diurno porque
se acostaba en mi habitación cuya ventana daba al patio de luces
ajeno al ruido callejero de las ventanas de la habitación de mis
padres y la salita. Tenía el sueño profundo y eso me permitía
entrar silenciosamente a buscar algo que en ese momento quería o
necesitaba y me obligaba a entrar sin perturbar su descanso. Lo
bueno del turno de noche es que me podía hacer ciertos deberes
engorrosos, sobre todo de manualidades y me imaginaba a mi padre en
el trabajo suponiendo inocentemente que de noche sólo debía de
tener la obligación de estar despierto porque siempre me levantaba a
la mañana siguiente, con mi padre ya dormido, y encontraba la tarea.
Cuando tocaba el descanso largo de fin de semana era un momento que
disfrutaba, me reconfortaba verle ese fin de semana donde sacaba
tiempo para llevarme al cine, reirnos con los tebeos y verle hacer trabajos prácticos del curso de electrónica, porque aunque entró
de simple operario supo la necesidad de actualizar sus conocimientos
que a lo largo del tiempo le permitió ir pasando a puestos más
especializados trabajando bajo techo y en puestos de responsabilidad.
Pasado el tiempo, mucho tiempo pero corto a la vez como siempre que
se observa el horizonte y lo dejado atrás, acudí a su jubilación.
Le dieron una insignia de solapa con la forma del logotipo de la
empresa, de la fábrica, por los servicios prestados, supongo que
también por el cáncer agravado por ser fumador, pero fuel el
ambiente de la fábrica respirado durante años el detonante, al
igual que a tantos de sus compañeros de trabajo. La fábrica sigue
funcionando y dando vida a quienes trabajan en ella. Ya no ejerce la
fascinación de cuando era niño y mi padre un joven operario
fabril, ahora la veo como una trituradora de vidas, siento la
ausencia de mi padre tantos y tantos fines de semana donde le echaba
en falta aunque consciente de que estaba trabajando y de que yo
disfrutaba de mi infancia gracias en gran medida a sus noches, fines
de semana, fiestas y navidades trabajando, de dormir cuando el resto
del mundo está despierto y yo no puedo entrar a jugar en mi
habitación porque mi padre dormía de día para trabajar de noche esa semana.
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
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