Suplemento
viajero cutre de The Adversiter Chronicle
Viaje a comprar un
pantalón
El
viajero mira el escaparate sintiendo esa placentera, y a la vez con
ligero desasosiego, pequeña fiebre consumista cuando buscamos algo
mirando escaparates. En realidad el viajero no ve muchos y siempre
son los mismos, aquellos que están en su ruta en el coche de San
Fernando, éste lo ve mutar según la temporada, una tienda de ropa
de vestir y de cama, a la vieja usanza donde no hay marcas de
relumbrón ni de refilón, pero tiene buen género a precios
asequibles. Por alguna razón al viajero le reconforta ver el
escaparate a lo largo del año, ahora en época de navidades y su
consumismo, luego las rebajas para dejar paso a la temporada de
primavera y así sucesivamente. Hay cosas apetecibles en el
escaparate, aquí unos pantalones, al lado unos polos seguidos de
unos jersey de invierno, chaquetas...
El
viajero entra en la tienda, con un pequeño mostrador a su siniestra
y un amplio local con mostradores a la siniestra con estantes detrás
donde se cuadran pantalones de todo tipo. Atiende al viajero un
dependiente más cerca de jubilarse que otra cosa y le trae a
requerimiento del viajero un surtido de pantalones vaqueros de su
talla, advirtiendo el viajero al tendero que si son elásticos sería
mucho mejor, dada la experiencia del viajero en otros viajes a
comprar pantalones...
El
viajero escoge un par, están de oferta que no parece tal para los
parámetros adquisitivos del viajero, a los que ha estirado de la
cintura para comprobar su elasticidad, aquí el viajero tira de
experiencia porque en anterior compra de pantalones, uno le abrocha
bien y el otro con algo de esfuerzo y apreturas, no es elástico, y
cuando consigue abotonarlo y subir la cremallera todo parece
correcto; lo malo es que si se agacha un mínimo, mete las manos en
los bolsillos o simplemente el bamboleo al caminar, la cremallera se
viene irremediablemente abajo dejando abierta la puerta de las
intimidades de bragueta. Esta vez el viajero es prevenido y escoge un
par que sólo se diferencian en el tono de color...
Al
viajero le indica el dependiente que puede ir al probador, eufemismo
para definir lo que es en dimensiones un ataúd para cadáver obeso y
tampoco muy ancho. Hay un largo espejo, estrecho al fondo, una percha
en la siniestra y un taburete que reducen el espacio operativo del
ataúd. De puerta una cortina que al cerrarla del todo queda abierta
de un extremo y cuando el viajero se pone a igualar la cortina
descubre que si tapa de un lado queda resquicio en el otro. Le invade
cierto pudor y es tarde para dar marcha atrás, así que se
dispone a descalzarse, tiene que apoyarse en un lateral y descubre a
tiempo y con horror que es simplemente una pared de contrachapado
cuando al descalzarse casi pierde el equilibrio y se apoya con la
mano, tiene la sensación de que le sobresale el culo por la cortina.
Si descalzarse fue un pequeño suplicio, al quitarse el pantalón
para probar el par nuevo fue un auténtico tormento. Tras lograr
sacar las perneras haciendo malabarismos en la estrechez del probador
de dimensiones de ataúd, el viajero cuelga, lo intenta, el pantalón
pero se cae de la percha siendo lo más escandaloso que la calderilla
del bolsillo echó a rodar libremente por el suelo del probador-ataúd
del que escaparon rodando al exterior. El viajero se mira perplejo en
el espejo, en calcetines y calzoncillos con polar y maldice a las
estrellas. Saca casi a gatas la cabeza por la cortina y atina ver las
tres monedas fugadas, cada una un poco más alejada, y estira los
brazos para cogerlas, observando de reojo que el dependiente y una
repartidora han hecho un intervalo es sus negocios para mirar al
viajero a gatas salir de la cortina a recoger monedas...
El
viajero se prueba los pantalones, lo cierto es que abrochan con poca
opresión sobre el ombligo y las cremalleras parecen robustas,
capaces de permanecer cerradas que evitarán al viajero salir a la
calle y comprobar continuamente que no se le abrió la cremallera.
Logra el viajero desvestir los pantalones y vestirse de nuevo, amén
de calzarse y atar los cordones, sin causar estragos, maldiciendo el
taburete y la jodida percha, qué decir del espejo que ni siquiera
refleja del todo la cintura del viajero, hay un espejo más grande en
la tienda, pero tener que calzarse y descalzarse para probar el par
de pantalones le pareció demasiado fatigoso, ese maldito probador de
dimensiones de ataúd le estaba provocando un ligero ánimo de pánico
y desea salir al exterior cual Lázaro...
El
viajero aprovecha para echar un vistazo al género expuesto, hay un
poco de todo, pese a que clientes no hay ninguno salvo una señora
pagando que muestra claros síntomas de esa soledad navideña donde
se sale de compras por charlar con alguien más que por necesidad,
pero la turra de la buena señora colma la paciencia de la
dependienta que lleva la caja registradora y acabando la del viajero
a cada segundo de espera a que termine la buena señora, que ya pagó
y todo, pero se empeña en seguir de cháchara que no interesa ya ni
a la dependienta ni el viajero...
Ha
salido un poco el sol cuando el viajero sale de la tienda, echa un
último vistazo al escaparate y afronta el asfalto con esa alegría
consumista de haber hecho una compra, se dice a sí mismo que
necesita un utensilio de la ferretería que hay en su camino y se
dirige...
Pero
ése, ya es otro viaje.
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
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