The Adversiter Chronicle

lunes, 23 de diciembre de 2024

"Ni a pata ni alpargata y menos a La Alcarria", suplemento viajero cutre

Suplemento viajero cutre de The Adversiter Chronicle

Viaje a comprar un pantalón

El viajero mira el escaparate sintiendo esa placentera, y a la vez con ligero desasosiego, pequeña fiebre consumista cuando buscamos algo mirando escaparates. En realidad el viajero no ve muchos y siempre son los mismos, aquellos que están en su ruta en el coche de San Fernando, éste lo ve mutar según la temporada, una tienda de ropa de vestir y de cama, a la vieja usanza donde no hay marcas de relumbrón ni de refilón, pero tiene buen género a precios asequibles. Por alguna razón al viajero le reconforta ver el escaparate a lo largo del año, ahora en época de navidades y su consumismo, luego las rebajas para dejar paso a la temporada de primavera y así sucesivamente. Hay cosas apetecibles en el escaparate, aquí unos pantalones, al lado unos polos seguidos de unos jersey de invierno, chaquetas...
El viajero entra en la tienda, con un pequeño mostrador a su siniestra y un amplio local con mostradores a la siniestra con estantes detrás donde se cuadran pantalones de todo tipo. Atiende al viajero un dependiente más cerca de jubilarse que otra cosa y le trae a requerimiento del viajero un surtido de pantalones vaqueros de su talla, advirtiendo el viajero al tendero que si son elásticos sería mucho mejor, dada la experiencia del viajero en otros viajes a comprar pantalones...
El viajero escoge un par, están de oferta que no parece tal para los parámetros adquisitivos del viajero, a los que ha estirado de la cintura para comprobar su elasticidad, aquí el viajero tira de experiencia porque en anterior compra de pantalones, uno le abrocha bien y el otro con algo de esfuerzo y apreturas, no es elástico, y cuando consigue abotonarlo y subir la cremallera todo parece correcto; lo malo es que si se agacha un mínimo, mete las manos en los bolsillos o simplemente el bamboleo al caminar, la cremallera se viene irremediablemente abajo dejando abierta la puerta de las intimidades de bragueta. Esta vez el viajero es prevenido y escoge un par que sólo se diferencian en el tono de color...
Al viajero le indica el dependiente que puede ir al probador, eufemismo para definir lo que es en dimensiones un ataúd para cadáver obeso y tampoco muy ancho. Hay un largo espejo, estrecho al fondo, una percha en la siniestra y un taburete que reducen el espacio operativo del ataúd. De puerta una cortina que al cerrarla del todo queda abierta de un extremo y cuando el viajero se pone a igualar la cortina descubre que si tapa de un lado queda resquicio en el otro. Le invade cierto pudor y es tarde para dar marcha atrás, así que se dispone a descalzarse, tiene que apoyarse en un lateral y descubre a tiempo y con horror que es simplemente una pared de contrachapado cuando al descalzarse casi pierde el equilibrio y se apoya con la mano, tiene la sensación de que le sobresale el culo por la cortina. Si descalzarse fue un pequeño suplicio, al quitarse el pantalón para probar el par nuevo fue un auténtico tormento. Tras lograr sacar las perneras haciendo malabarismos en la estrechez del probador de dimensiones de ataúd, el viajero cuelga, lo intenta, el pantalón pero se cae de la percha siendo lo más escandaloso que la calderilla del bolsillo echó a rodar libremente por el suelo del probador-ataúd del que escaparon rodando al exterior. El viajero se mira perplejo en el espejo, en calcetines y calzoncillos con polar y maldice a las estrellas. Saca casi a gatas la cabeza por la cortina y atina ver las tres monedas fugadas, cada una un poco más alejada, y estira los brazos para cogerlas, observando de reojo que el dependiente y una repartidora han hecho un intervalo es sus negocios para mirar al viajero a gatas salir de la cortina a recoger monedas...
El viajero se prueba los pantalones, lo cierto es que abrochan con poca opresión sobre el ombligo y las cremalleras parecen robustas, capaces de permanecer cerradas que evitarán al viajero salir a la calle y comprobar continuamente que no se le abrió la cremallera. Logra el viajero desvestir los pantalones y vestirse de nuevo, amén de calzarse y atar los cordones, sin causar estragos, maldiciendo el taburete y la jodida percha, qué decir del espejo que ni siquiera refleja del todo la cintura del viajero, hay un espejo más grande en la tienda, pero tener que calzarse y descalzarse para probar el par de pantalones le pareció demasiado fatigoso, ese maldito probador de dimensiones de ataúd le estaba provocando un ligero ánimo de pánico y desea salir al exterior cual Lázaro...
El viajero aprovecha para echar un vistazo al género expuesto, hay un poco de todo, pese a que clientes no hay ninguno salvo una señora pagando que muestra claros síntomas de esa soledad navideña donde se sale de compras por charlar con alguien más que por necesidad, pero la turra de la buena señora colma la paciencia de la dependienta que lleva la caja registradora y acabando la del viajero a cada segundo de espera a que termine la buena señora, que ya pagó y todo, pero se empeña en seguir de cháchara que no interesa ya ni a la dependienta ni el viajero...
Ha salido un poco el sol cuando el viajero sale de la tienda, echa un último vistazo al escaparate y afronta el asfalto con esa alegría consumista de haber hecho una compra, se dice a sí mismo que necesita un utensilio de la ferretería que hay en su camino y se dirige...
Pero ése, ya es otro viaje.

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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