Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Juegos de patio de
colegio
Aunque
el balón era omnipresente en el patio de recreo, había juegos que
eran periódicos y se ponían de moda unas semanas. Al menos el
recuerdo que tengo es que sucedió en todos los cursos de
EGB, en mayor o menor medida. Estaban las canicas, auténtica fiebre contagiosa que hacía que
nos afanáramos en conseguir canicas coloridas, algunas más grandes
y la élite de las canicas de acero como las de las máquinas de
petacos. Aunque luego las partidas se disfrutaban, era la caza de
ejemplares y conseguir llevar alguna canica que destacara era donde
estaba la esencia. Pasada la fiebre de las canicas, estaban las
chapas protagonistas de carreras en circuitos dibujados con tiza en
el suelo. Lo de las chapas era un auténtico arte y había frikis que
llegaban con la chapa toda maqueada, customizada que dicen ahora,
donde sujeto con plastilina había una foto o algo en el reverso de
la chapa. Los más sibaritas hasta le ponían un cristal que era la
envidia del resto de jugadores. También entrábamos en fiebre del
juego de las cartas de coches, unos pequeños naipes con fotos de
coches de Fórmula 1 con sus características técnicas de potencia,
peso, velocidad máxima y demás. Se jugaba escondiendo la carta y
citando una característica, como el peso por ejemplo, y el otro
jugador debía mirar la misma en su carta, el ganador que en el caso
del peso era el que menos pesara, se quedaba con la carta del
contrario. Tenía su tranquillo, por ejemplo el poco peso ganaba a
Ferrari que era imbatible en velocidad y potencia. Y estaba la
estrella de los juegos de patio de colegio periódicos que era la
peonza. Aquí si que la fiebre era compulsiva y contagiosa. Se jugaba
en el patio del colegio, en la parada del autobús, practicabas en
casa y cuando regañaban porque podía fastidiarse el suelo de la
cocina se pasaba a la calle. Había competiciones de duración del
giro de la peonza y recuerdo que solíamos caparlas del pitorro
superior y lanzábamos la peonza intentando que cayera de punta sobre
la peonza rival justo donde estaba el pitorro porque corría la
leyenda de patio de colegio de que si se acertaba se lograría partir
por la mitad la peonza rival. Yo nunca fui testigo de tal cosa, pero
era como El Dorado del patio de colegio lograr romper la peonza rival
y siempre había alguien que afirmaba que era verdad. Inocentes
juegos que formaban parte del universo escolar y que nos mantenían
entretenidos una temporada, buscando canicas coloridas o
excepcionales, pidiendo bolas de rodamientos a mi padre para
conseguir tener una de acero. Las chapas me daban mucha pereza porque
no me fascinaba maquearlas con foto de alguien y un cristal. La
peonza sí que me gustaba y pasé gratos momentos cogiendo técnica.
Sería imperdonable que me olvidara del rey de los juegos de patio de
colegio que era el yoyó. En el yoyó sí que había categorías.
Estaban los torpes como yo, siempre pensaba que no podía haber
alguien más torpe, y estaban luego los virtuosos. La fiebre
comenzaba buscando un yoyó, uno simple para empezar y cuando se
cogía maña se pasaba a otros más sofisticados. Nunca pasé del
nvel básico de bajar y subir el yoyó, tampoco me fascinaba ser un
virtuoso porque era consciente de mi torpeza para llegar a ser tal,
pero disfrutaba observando algún compañero de patio haciendo
acrobacias con un yoyó que hasta tenía luz. Era todo un universo
aquellas fiebres temporales donde jugábamos compulsivamente en el
recreo mientras el mundo giraba con sus vueltas y revueltas.
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
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