The Adversiter Chronicle

miércoles, 18 de diciembre de 2024

"Memorias de La Transición", por Antón Rendueles

Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle

Juegos de patio de colegio

Aunque el balón era omnipresente en el patio de recreo, había juegos que eran periódicos y se ponían de moda unas semanas. Al menos el recuerdo que tengo es que sucedió en todos los cursos de EGB, en mayor o menor medida. Estaban las canicas, auténtica fiebre contagiosa que hacía que nos afanáramos en conseguir canicas coloridas, algunas más grandes y la élite de las canicas de acero como las de las máquinas de petacos. Aunque luego las partidas se disfrutaban, era la caza de ejemplares y conseguir llevar alguna canica que destacara era donde estaba la esencia. Pasada la fiebre de las canicas, estaban las chapas protagonistas de carreras en circuitos dibujados con tiza en el suelo. Lo de las chapas era un auténtico arte y había frikis que llegaban con la chapa toda maqueada, customizada que dicen ahora, donde sujeto con plastilina había una foto o algo en el reverso de la chapa. Los más sibaritas hasta le ponían un cristal que era la envidia del resto de jugadores. También entrábamos en fiebre del juego de las cartas de coches, unos pequeños naipes con fotos de coches de Fórmula 1 con sus características técnicas de potencia, peso, velocidad máxima y demás. Se jugaba escondiendo la carta y citando una característica, como el peso por ejemplo, y el otro jugador debía mirar la misma en su carta, el ganador que en el caso del peso era el que menos pesara, se quedaba con la carta del contrario. Tenía su tranquillo, por ejemplo el poco peso ganaba a Ferrari que era imbatible en velocidad y potencia. Y estaba la estrella de los juegos de patio de colegio periódicos que era la peonza. Aquí si que la fiebre era compulsiva y contagiosa. Se jugaba en el patio del colegio, en la parada del autobús, practicabas en casa y cuando regañaban porque podía fastidiarse el suelo de la cocina se pasaba a la calle. Había competiciones de duración del giro de la peonza y recuerdo que solíamos caparlas del pitorro superior y lanzábamos la peonza intentando que cayera de punta sobre la peonza rival justo donde estaba el pitorro porque corría la leyenda de patio de colegio de que si se acertaba se lograría partir por la mitad la peonza rival. Yo nunca fui testigo de tal cosa, pero era como El Dorado del patio de colegio lograr romper la peonza rival y siempre había alguien que afirmaba que era verdad. Inocentes juegos que formaban parte del universo escolar y que nos mantenían entretenidos una temporada, buscando canicas coloridas o excepcionales, pidiendo bolas de rodamientos a mi padre para conseguir tener una de acero. Las chapas me daban mucha pereza porque no me fascinaba maquearlas con foto de alguien y un cristal. La peonza sí que me gustaba y pasé gratos momentos cogiendo técnica. Sería imperdonable que me olvidara del rey de los juegos de patio de colegio que era el yoyó. En el yoyó sí que había categorías. Estaban los torpes como yo, siempre pensaba que no podía haber alguien más torpe, y estaban luego los virtuosos. La fiebre comenzaba buscando un yoyó, uno simple para empezar y cuando se cogía maña se pasaba a otros más sofisticados. Nunca pasé del nvel básico de bajar y subir el yoyó, tampoco me fascinaba ser un virtuoso porque era consciente de mi torpeza para llegar a ser tal, pero disfrutaba observando algún compañero de patio haciendo acrobacias con un yoyó que hasta tenía luz. Era todo un universo aquellas fiebres temporales donde jugábamos compulsivamente en el recreo mientras el mundo giraba con sus vueltas y revueltas.
Antón Rendueles

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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