Suplemento
viajero cutre de The Adversiter Chronicle
Viaje a la tienda del
chino a comprar un gorro
El
viajero necesita un gorro para unas chapuzas caseras, que no vienen
al caso, y se encamina a la tienda del chino del barrio. Ya estaba
ahí cuando llegó el viajero, un tipo de estatura baja, cara
enfurruñada como esos mafiosos chinos de las películas de bajo
presupuesto. Se conocen de vista, ese conocimiento que da la rutina
diaria donde se pasa siempre por el mismo sitio y casi a las mismas
horas, pues el chino siempre está a la puerta con su eterno cigarro
en la comisura de los labios, una figura entrañable de la vida en el
barrio como la quiosquera, las cajeras del súper o el pedigüeño
sentado en la tienda de ultramarinos que decían antes y que ahora se
llama tienda de productos caseros, todos industriales por cierto...
El
viajero sólo ha entrado dos o tres veces en la tienda del chino,
a veces está la que el viajero supone su mujer, una china siempre
sonriente que se ve que entiende el español pero lo habla poco, al
menos el viajero nunca la ha escuchado una frase en cristiano,
también estaba en otra ocasión una chica adolescente, supone el
viajero que la hija del chino y la china. Ella si habla correcto
español y es atenta cuando se le pregunta algo, también la madre
que pese a no decir una frase sí dice palabras sueltas, sin la unión
de conjunciones, casi como aquellos indios de las películas de
indios y vaqueros...
El
viajero saluda al chino, que ni se inmuta salvo una mirada cargada de
inquietante misterio oriental que sobrecoge al viajero que cruza el
umbral de la puerta con la esperanza de que esté la china o la
adolescente china. No es una tienda grande, es un buen local pero
abarrotado de cosas y estrechos pasillos entre estantes. El mostrador
está vacío y el chino ya se ha dignado a girar el pescuezo con la
mirada fija en el viajero que le pregunta, resignado, si tiene
sombreros de esos para la lluvia. El chino que se adelanta al viajero
en las fauces del local abarrotado pregunta extrañado que si para
lluvia. Introduce la mano en un montón de algo abarrotado y saca un
sombrerucho negro, de esos con ala alrededor de todo el sombrero,
justo lo que necesita el viajero que se lo pone y le queda algo
justo, le pregunta al chino tendero si no hay talla más grande, pero
el tipo se queda mirando al viajero de forma inexpresiva, como si se
concentrara para propinar al viajero un golpe oriental o algo por el
estilo y el viajero se lo encasqueta hasta que le entra el cráneo en
el sombrero y se consuela pensando que es mejor que nada porque el
silencio orientalmente misterioso del chino es una clara señal de
que no hay más tallas o que sencillamente no le apetece buscar entre
el barullo de cosas...
El
viajero paga el sombrerucho y se despide del tendero chino que ha
vuelto a su cigarrillo en la comisura de los labios, inquietante
cigarrillo piensa el viajero que ya deja volar su imaginación
imaginando que el tendero chino es un agente secreto de alguna cosa
china y por eso está imperturbable mañana y tarde a la puerta de la
tienda con su eterno cigarrillo en la comisura de los labios. El
viajero respira hondo y se aleja sintiendo la mirada del chino en su
nuca, pero aparta tal pensamiento y recuerda que tiene que pasar
por...
Pero
ése, ya es otro viaje.
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