CUANDO NADIE NOS
ATIENDE EN LA BARRA DEL BAR
Hoy
trato sobre una compostura del postureo por la que todos pasamos
alguna vez, varias en el mejor de los casos, como es ese turbador
momento de ir a la barra del bar y que el camarero u camarera de
turno no parece vernos, oírnos o considerarnos presencia. Puede ser
despiste por el trajín laboral del personal hostelero, concurrencia
concurrida en ese momento y lo que una parte de la población sufre
en silencio como las almorranas, cuando ya se convierte en rutina que
cuando hay más de tres clientes se pase olímpicamente de
atendernos.
Hay
que decir que no suele darse con clientela esporádica, intermitente
o por casualidad. Se da en clientela habitual y los motivos son
variopintos y dependen de lo retorcida que sea la psique del
camarero. No ocurre con el personal femenino o camareras, cuando un
cliente cae mal por gilipollas que siempre va de gracioso, el
preguntón que peca de sabiondez después con el resto de
parroquianos y el típico ligón de barra que es el único sitio
donde una mujer le presta atención, las camareras son profesionales
que saben cómo tratar estos elementos sin que dejen de ser clientes
habituales. El camarero es otra cosa, observa durante varios días,
aplicando la psicología aprendida en su puesto de trabajo y que
finalmente nos elige como víctimas propiciatorias de su indiferencia
a la hora de atendernos.
Los
hechos son comunes a todo tipo de latitudes y terruños. Llegas, no
hay mucha clientela salvo los cuatro habituales a esas horas y justo
en el momento en que llegas se pone a charlar animadamente, sin
darnos la espalda pero sibilinamente nos da de lado. Por lo general
es posible saber si somos motivo de chanza tabernaria si los
clientes siguen el juego al camarero, contestando e incluso
cogiéndole con familiaridad. Todos estos signos indican que se es
objeto de burla y todo el mundo sabe que el camarero pasa de ti. Si
además hay pocos bares en el barrio, el camarero se aprovecha de
saber que no hay rivales que le birlen al cliente. Cuando el
camarero, cual torturador, ha disfrutado y saciado su afán de pasar
olímpicamente de uno, acude solícito y atento para preguntar qué
se quiere aunque lleves años tomando lo mismo y casi a la misma
hora, otro signo de que somos objeto de burlas, chanzas y chirigotas
entre la clientela y el perverso camarero.
El
postureo ante esta situación es adoptar una postura de que nos
importa un bledo su pasotismo. Simular que se hace algo con el móvil,
acercarse a donde charla el camarero con la escusa de coger la prensa
o ir al lavabo y pedir en voz alta sin detenerse, es un postureo que
suele fastidiar al camarero, cazado en la trampa puesto que hay
testigos de que se pidió el cafelito y si salimos del baño y no nos
atiende pues queda mal ante la clientela. Otra postura es mirar
fijamente al camarero pero es un postureo que el camarero observa de
reojo, porque nunca deja de observarnos de reojo disfrutando de su
crueldad de pasar de uno, y si bien se consigue que no vuelva a pasar
de uno para atendernos, tampoco será nunca ese camarero entrañable y
cariñoso con el cliente aunque si el café es de aceptable para
arriba como que una cosa compensa la otra.
Finalizar
comentando que hay posturas donde el postureo no surte efecto. Me
refiero a que algunos infelices adoptan la postura de dejar propina
pero será tirar el dinero. El camarero que nos escoge como diana de
su pasotismo a la hora de atendernos disfruta dos veces, una por
cruel placer y la otra que tiene asegurada la propina. Trampa funesta
y disparo al propio pie por cuanto una vez que dejas propina a un
camarero una vez, tendrás que dejarla siempre. Lo mejor es cambiar
de bar del cafelito si no somos capaces de adoptar una compostura con
postureo digno de llamarse tal y no ser el pelanas del barrio del que
se cachondea hasta el camarero.
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
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