The Adversiter Chronicle

martes, 10 de enero de 2023

"COMPOSTURA DEL POSTUREO", por Alí Kate

CUANDO NADIE NOS ATIENDE EN LA BARRA DEL BAR

Hoy trato sobre una compostura del postureo por la que todos pasamos alguna vez, varias en el mejor de los casos, como es ese turbador momento de ir a la barra del bar y que el camarero u camarera de turno no parece vernos, oírnos o considerarnos presencia. Puede ser despiste por el trajín laboral del personal hostelero, concurrencia concurrida en ese momento y lo que una parte de la población sufre en silencio como las almorranas, cuando ya se convierte en rutina que cuando hay más de tres clientes se pase olímpicamente de atendernos.
Hay que decir que no suele darse con clientela esporádica, intermitente o por casualidad. Se da en clientela habitual y los motivos son variopintos y dependen de lo retorcida que sea la psique del camarero. No ocurre con el personal femenino o camareras, cuando un cliente cae mal por gilipollas que siempre va de gracioso, el preguntón que peca de sabiondez después con el resto de parroquianos y el típico ligón de barra que es el único sitio donde una mujer le presta atención, las camareras son profesionales que saben cómo tratar estos elementos sin que dejen de ser clientes habituales. El camarero es otra cosa, observa durante varios días, aplicando la psicología aprendida en su puesto de trabajo y que finalmente nos elige como víctimas propiciatorias de su indiferencia a la hora de atendernos.
Los hechos son comunes a todo tipo de latitudes y terruños. Llegas, no hay mucha clientela salvo los cuatro habituales a esas horas y justo en el momento en que llegas se pone a charlar animadamente, sin darnos la espalda pero sibilinamente nos da de lado. Por lo general es posible saber si somos motivo de chanza tabernaria si los clientes siguen el juego al camarero, contestando e incluso cogiéndole con familiaridad. Todos estos signos indican que se es objeto de burla y todo el mundo sabe que el camarero pasa de ti. Si además hay pocos bares en el barrio, el camarero se aprovecha de saber que no hay rivales que le birlen al cliente. Cuando el camarero, cual torturador, ha disfrutado y saciado su afán de pasar olímpicamente de uno, acude solícito y atento para preguntar qué se quiere aunque lleves años tomando lo mismo y casi a la misma hora, otro signo de que somos objeto de burlas, chanzas y chirigotas entre la clientela y el perverso camarero.
El postureo ante esta situación es adoptar una postura de que nos importa un bledo su pasotismo. Simular que se hace algo con el móvil, acercarse a donde charla el camarero con la escusa de coger la prensa o ir al lavabo y pedir en voz alta sin detenerse, es un postureo que suele fastidiar al camarero, cazado en la trampa puesto que hay testigos de que se pidió el cafelito y si salimos del baño y no nos atiende pues queda mal ante la clientela. Otra postura es mirar fijamente al camarero pero es un postureo que el camarero observa de reojo, porque nunca deja de observarnos de reojo disfrutando de su crueldad de pasar de uno, y si bien se consigue que no vuelva a pasar de uno para atendernos, tampoco será nunca ese camarero entrañable y cariñoso con el cliente aunque si el café es de aceptable para arriba como que una cosa compensa la otra.
Finalizar comentando que hay posturas donde el postureo no surte efecto. Me refiero a que algunos infelices adoptan la postura de dejar propina pero será tirar el dinero. El camarero que nos escoge como diana de su pasotismo a la hora de atendernos disfruta dos veces, una por cruel placer y la otra que tiene asegurada la propina. Trampa funesta y disparo al propio pie por cuanto una vez que dejas propina a un camarero una vez, tendrás que dejarla siempre. Lo mejor es cambiar de bar del cafelito si no somos capaces de adoptar una compostura con postureo digno de llamarse tal y no ser el pelanas del barrio del que se cachondea hasta el camarero.

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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