Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
El hipermercado
Tengo
un recuerdo grabado a fuego de aquellos años. Era un sábado, por la
tarde ya entrada aunque no recuerdo qué día o qué estación era.
Siento a veces la tentación de mirar por Internet o hemerotecas
digitales para poner fecha a recuerdos como éste mas nunca lo hago,
sería como matar la magia nebulosa del recuerdo...
La
autovía era un heraldo de los nuevos tiempos, acortó distancias y
tiempos entre localidades del centro de la región, ahora lo llaman
territorio pero sigue siendo lo mismo; de repente la autovía creaba
un gran espacio poblacional y económico, surgió en el centro de la
región lo que entonces se llamó el hipermercado. Era algo
vanguardista, novedoso, fascinante. Era lo que veíamos en cine y
televisión como símbolo de progreso, el mágico escaparate del cine
en la infancia. Recuerdo que iba expectante en el asiento de atrás,
mirando por la ventanilla la autovía, coches adelantando y
adelantando coches. Entonces, de repente, un inmenso edificio de más
inmenso aparcamiento. Era lo bastante niño para subir en un carro,
no tan pequeño para sentarme en él y si lo suficiente para
disfrutarlo unos instantes...
El
interior me resultó asombroso, inmenso una vez más, completamente
distinto a las tiendas y el mercado donde hacía los recados de la
compra del sábado para mi abuela. Era como una nave espacial.
Luminoso de techo altísimo. Me quedé fascinado viendo un mostrador
refrigerado a lo largo de una de las paredes. Metía la mano sin
introducirla y sentías un frío helador cuando pasabas el límite
del mostrador. Latas de bebida, refrescos, tartas heladas que no
había visto nunca...
Se
convirtió en una liturgia ir al hipermercado y disfrutaba como un
niño. Luego, en posteriores compras, pude descubrir sus pasillos,
los distintos mostradores pero la alegría consumista de los adultos
era contagiosa. Recuerdo el aparcamiento repleto de vehículos, las
colas en las cajas con carros llenos de compra, la liturgia de
devolver el carro tras descargar la compra en el maletero. Después,
en la ciudad, aparecieron otros signos del cambio de los tiempos que
merecen su memoria particular pero que debo citar, como una
hamburguesería o una sala multicines. Las tiendas que conocía iban
desapareciendo y surgían nuevos comercios como el de los congelados,
pequeños supermercados que crecerían hasta devorar las tiendas como
en las que hacía los recados de la compra del sábado...
Ahora
sólo hay que tener conexión a Internet para disponer de la mayor
superficie de venta del mundo como es el propio mundo. Lejos de ver
un consumismo compulsivo, es la ilusión que despertó aquel
hipermercado de la región, territorio para seseras sensibles, la
misma ilusión que veo en el consumismo por Internet, ni bueno, ni
malo, ni mejor, ni peor que aquel consumismo del final de una década
que cambiaba con el país como ahora cambia con el planeta.
Antón
Rendueles
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