Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Domingos de salida al
baile de boda
Era
un restaurante a las afueras de la ciudad, ya en zona rural pero
cerca gracias a disponer de coche. Teníamos parientes por parte de mi
madre y salir a merendar para posteriormente entrar al salón del
restaurante donde se celebraban banquetes de boda. Tras la comida y
los cafés con los obsequios de la pareja nupcial a los invitados,
puros, cajetillas con seis cigarros de tabaco rubio que era toda una
exquisitez donde el consumo lo dominaban Ducados, Goya y Farias,
tabaco negro en suma en aquellos años donde las marcas americanas se
compraban de contrabando, tras el café sonaba la orquesta tras
apartar mesas y disponerlas para el baile y posterior merienda una
plantilla de tres o cuatro camareros de la zona que se ganaban unas
perras trabajando de camareros en las bodas y celebraciones de fin de
semana. Repuestas las fuerzas con la merienda, se abría el baile a
la clientela del restaurante que gozaba de gran popularidad y siempre
rebosaba de familias y grupos de gente en la barra del bar y en las
mesas en el exterior...
Me
fascinaba ver la liturgia de encontrarse con amistades y parientes
que hablaban de gentes y cosas que un chico urbanita como era yo le
sonaban a cosas ajenas a la vida en la ciudad. Deambulaba por el
salón mirando bailar a los adultos, sin comprender el motivo de que
los camareros se afanaran en encontrar pareja de baile, también
ellos disfrutaban de la gentileza de los novios en permitir que todo
el mundo disfrutara de su fiesta. La orquesta, casi siempre era la
misma, desgranaba su repertorio de pasodobles y música bailable. Las
parejas de más edad bailaban casi como autómatas, las parejas
jóvenes se movían distinto y los susurros a la oreja eran
habituales y desprendían calor comparado con la frialdad de los
mayores bailando...
No
era difícil encontrar otros niños y niñas que nos acabamos
juntando para jugar a cosas que ya no recuerdo, supongo que a darle
patadas a un balón, el escondite y cosas así. El tiempo pasaba
rápido y era toda una cacería conseguir algo de los restos de
merienda que poblaban las mesas, largueros de quita y pon con las
ruinas del banquete...
Supongo
que en el fondo tenía ganas de volver a mi mundo y cuando sonaba la
del viejo y la vieja que se van a Albacete ya sabía que la cosa
tocaba a su fin. El popurrí final de temas populares era el canto
del cisne del baile de boda. Se cogían chaquetas de los respaldos de
las sillas y se aplaudía a la orquesta y a los novios. Los camareros
volvían a su trajín de forma rápida y eficiente mientras nos
íbamos y nos despedíamos a pie de coche de parientes y amigos que
yo no conocía salvo a tres o cuatro personas que me eran familiares
y con las que había contacto...
Luego
llegarían otros domingos y al final dejamos de ir, supongo que llegó
un momento en que aquel mundo fue sustituido por otro, por una nueva
década donde unos eran mayores y yo comenzaba a ser también mayor.
Puede que algún domingo haya preferido quedarme en casa y los jóvenes se casaron o simplemente dejó de ser habitual salir un
domingo a merendar e ir a un baile de boda, llegaron otros
entretenimientos, otra década y otras formas de celebrar las bodas,
supongo.
Antón
Rendueles
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt
Lake City, Utah
Director
Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
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