Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
DÍA DE LOS INOCENTES
Las
vacaciones escolares de Navidad se escurrían por el calendario.
Atrás quedaba la cena, el discurso del Rey, el turrón que empapaba
la boca y la familia, poca pero unida sentados a la mesa. Tardes de
cine, de televisión y salidas a compras eran el pequeño mundo de
quien dejaba de serlo para entrar en la adolescencia...
Pero
el 28 de diciembre era especial, un día marcado que esperaba todo el
año, cuando los años no eran días en el calendario y las semanas
podía ser eternas como en época de exámenes o a la vuelta de
vacaciones, o efímeras como eran las semanas de vacaciones. Supongo
que toda mi generación vivía ese día, eramos consumidores
compulsivos de los tebeos de Bruguera y Zipi y Zape, Carpanta,
Mortadelo y Filemón, Rompetechos...
Y
tantos y tantos personajes de un puñado de dibujantes que nos
indujeron subliminalmente a tener sentido del humor, apreciar lo
absurdo de la vida y que siempre por estas fechas acaba alguien con
un monigote de papel en la espalda colgando para chanza de
transeúntes en sus historietas. Alguien debería algún día de
hacer una tesis sobre cómo influyeron aquellos personajes y sus
historietas a tener espíritu tolerante y educaron con humor lejos de
la sombra de la Guerra Civil que acechaba inquietántemente el mundo
de los adultos en aquella Transición, sería un justo homenaje a los
dibujantes y siempre que veo a Ibáñez en algún artículo de prensa
o revista no puedo dejar de pensar que es el último de una estirpe
de humoristas nacidos al calor de la censura, trabajar para vivir y
un agudo sentido de la observación cotidiana, olvidados injustamente
en esta etapa de la revolución digital y de comunicaciones en tiempo
real con audio y vídeo...
Además
de predisposición a gastar inocentadas se daban dos aspectos para
vivir plenamente la jornada: mi hermana y mi primo, que es mi
hermano, ya tenían entendederas para ser sufridores de las mismas y
sobre todo ser cómplices a la hora de gastarlas a nuestro entorno.
La ciudad disponía de dos establecimientos emblemáticos a la hora
de adquirir arsenal de bromas, Randa, la tienda de artículos en la
zona de la Plaza de San Agustín, ahora convertido el espacio en
centro comercial , donde ya no hay andenes que dejen y recojan
pasajeros y no existen las tiendas que conocí...
El
otro sitio era el kiosko de El Pedos enfrente
de lo que era el Cine Albéniz, en uno de esos portales antiguos, con
su boina y su voz de la que apenas se entendían las palabras y al
que siempre se le gastaba la broma de pedirle una bolsa de gamusinos
y empezaba a buscar y refunfuñar mientras te ofrecía bolsas de
pipas, caramelos o regaliz porque no tenía los gamusinos... Supongo
que hace tiempo que cría malvas como mis piernas atadas a la silla
de ruedas o el viejo barrio donde el esqueleto de edificios es el
mismo de antaño pero no su alrededor, cambiado y familiar, tétrico
y reconfortante al viajar por la memoria...
Siempre
recopilaba un buen arsenal como bombas fétidas, petardos para
cigarros y el mítico frío y calor que lograba que ardiera el culo
del incauto. En casa, en una caja, esperaban su ocasión el dedo
vendado de pega, el paquete de chicles que era una pinza que te
atrapaba los dedos y cosas así. Teníamos una cagada de pega, muy
realista en color y textura visual además de buenas proporciones y
que hizo a nuestro abuelo cagarse en todos los muertos de la perra
porque al levantarse a orinar esa mañana de Santos Inocentes había
una hermosa cagada al pie del inodoro...
Tal
vez la vida sea una tragicómica broma y el destino un bromista en
manos de un niño que recorta un monigote de papel para hacer una
inocentada...
Antón
RenduelesThe Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
theadversiterchronicle@hotmail.es
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