Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Jugar... ¿Solo?
Fui
un niño solitario en casa, mi hermana y luego mi hermano tardarían
aún en llegar aunque no mucho. Aún no había hecho la Primera
Comunión y en ocasiones me quedaba solo en casa, los adultos salían
y supongo que yo no quería ir, era generalmente los domingos por la
tarde. El piso que era mi mundo no era muy grande pero tenía la
cocina, un baño, una habitación pequeña que era la mía salvo que
mi padre trabajara en el turno de noche y entonces dormía en la
habitación grande y tenía vetado entrar en mi habitación hasta que
papá despertara, prohibición que me saltaba muy a menudo por ese ansia infantil de coger algo que está en la habitación. Entraba
despacio y recuerdo que una vez me quedé mirando a mi padre dormir.
Cogía lo que había entrado a buscar y salía procurando no alterar
su sueño. Luego estaba la salita con la televisión al fondo y el
sofá con su sillón y una mesa baja en el centro. Y el pasillo con
forma de `L´. Cuento la distribución porque cuando quedaba solo en
casa, ésta se transformaba cuando me ponía a jugar. Tenía el
equipo completo de vaquero de las películas del oeste que echaban
los sábados por la tarde, no siempre pero sí a menudo. Me abrochaba
el cinturón con el revolver y tenía un sombrero de vaquero negro.
Luego estaba mi fiel caballo, la escoba con un cordón de zapato como
bridas. Me lo pasaba pipa y hasta había diálogos, unas veces con un
desafiante pistolero, cabalgando por los parajes de las películas
donde el pasillo era un desierto, mi habitación era el salón y la
habitación grande territorio comanche, no recuerdo qué paraje era la salita, pero era el santuario de la televisión aunque alguna vez cabalgué
también por allí. Y luego estaba la sensación de que no estaba
solo, no veía nada extraño en el piso, era una sensación que
tomaba como natural, la sentía pero no me hacía preguntas. Sabía
entonces con certeza que gustaba de verme jugar. También cuando
jugaba en la habitación construyendo castillos, carreras con coches a
escala o simplemente pasando las hojas de un libro del mueble de la
salita, leía los pies de foto y pasaba las páginas despacio. No era
algo hostil, que produjera miedo, era algo que se sentía tan natural
como el aire al respirar, el calor del sol o las nubes en el cielo.
Pensaba en mi mente infantil que podría ser mi bisabuela que dormía
en mi habitación antes de que fuera de mi propiedad, pero poco
después rechacé esa idea. Sólo puedo decir que jugaba solo en casa
y que había algo que le gustaba verme jugar, tal vez los diálogos
que mantenía con pistoleros desafiantes fueran tales, al menos
jugando el pistolero era real en la imaginación porque nada se
alteraba, Luego, cansado de jugar, porque cabalgar a lomos de una
escoba fatigaba, y pasaba a ver la tele o mirar un tebeo, jugar a
otra cosa ya más reposada, la intensidad de esa sensación
disminuía, se desvanecía sin dejar de estar presente, por supuesto
nunca cuando había adultos en el piso. Y un día llegó mi hermana y
yo había crecido, era un niño pero ya sin percepción infantil. Ya
no tenía que jugar solo ni era la única infancia de la casa, pero
me pregunto qué habrá sido de aquella sensación, si seguirá allí
o si simplemente nunca existió, pero yo sé que sí existía como el
aire, el calor del sol o las nubes en el cielo...
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org




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