Suplemento
viajero cutre de The Adversiter Chronicle
Viaje a la lavandería
La
tarde se viste de gris y la masa transeúnte llevan chaqueta en su
mayoría, piensa el viajero mientras camina acompañado de su fiel
carrito de la compra, ocupado hoy en menesteres de transporte. Debe
el viajero lavar un pesado edredón y un cubre cama, ambos de calibre
descomunal para la lavadora doméstica del viajero, así que ha
decidido estrenarse en una de esas lavanderías con lavadoras y
secadoras que tantas veces ha visto en las películas de Hollywood.
Ya llevan años en la ciudad unos cuantos establecimientos de lavado
automático de ropa, pero nunca antes el viajero ha sido usuario de
los mismos...
El
local se encuentra a unos centenares de metros y un par de esquinas
del domicilio del viajero, que se alegra de haber elegido como
transporte a su fiel carrito de la compra, primero pensó en meter la
abultada carga en una maleta, algo achacosa de una rueda que hizo
temer al viajero que se quedara coja de la misma durante el trayecto
por el pavimento de las aceras, con esas pequeñas rendijas que
quedan decorativas y que dejarían a las ruedas de la maleta del
viajero pidiendo misericordia...
Entra
el viajero al local, no hay nadie y sí una fila de lavadoras a un
lado y al otro una fila de secadoras. El viajero mira las tarifas y
no le parecen ni caras ni baratas, sólo un descosido en su ajustado
presupuesto mensual. El viajero sigue cual oficial prusiano las
indicaciones, primero meter la ropa, operación sencilla, piensa el
viajero, para quien sabe dónde se encuentra la manilla de apertura.
El viajero necesita pensar y decide mientras barrunta el misterio de
la manilla de apertura de la lavadora. Se acerca a una de esas
máquinas de cambio en monedas introduciendo el billete por una
ranura. Hay un aviso de que es sólo para clientes de la lavandería
y el viajero se siente reconfortado porque entra dentro de tan
selecto club. El viajero introduce un billete de diez, pero el
aparatejo le escupe el billete una y otra vez cual máquina poseída
ante un exorcista. Ahora entiende el viajero cómo la dichosa máquina
distingue entre clientes y transeúntes aprovechados, sencillamente no
hace distingos y trata a todos como no clientes negando el cambio...
El
viajero sale del local para buscar un establecimiento donde cambiar
el billete a monedas, hay tres en la acera de la lavandería. El
primero no era muy boyante en estos tiempos de crisis y tiene
carteles de se alquila y suciedad como inquilina de larga duración;
el segundo es una frutería pero cierra por las tardes; el tercero
resulta ser una carnicería y el dependiente, muy amable, atiende el
ruego del viajero y camina a la caja registradora con esa expresión
sutil de los tenderos cuando les piden cambio y no están seguros de
tener el mismo, confirmando las sospechas del viajero cuando el
carnicero le dice que no, que no tiene suficiente y él mismo anda
escaso de cambio...
El
viajero vuelve al misterio de la puerta de la lavadora sin manilla,
llama a un número de móvil que ve en un cartel avisando de que se
llame en caso de emergencia. La voz al otro lado del móvil explica
al viajero que sólo tiene que tirar hacia fuera del asa, sin manilla
o mecanismo similar, dejando al viajero cuando cuelga la llamada con
cara de gilipollas...
Solventado
el problema de abrir la puerta de la lavadora, decide el viajero ir
al abrevadero habitual para tomar un café y de paso conseguir el
jodido cambio del billete en monedas. Cuando la camarera le sirve
amablemente el cafelito, le solicita el viajero que si es posible que
le dé la vuelta en monedas, no le dice nada de la lavadora y
afortunadamente la camarera no hace preguntas sobre el motivo de tal
petición...
Nunca
pensó el viajero que entre las bondades de este tipo de lavanderías
se puede contar la de quemar lorzas, medita el viajero cuando enfila
de nuevo la acera de la lavandería. De nuevo en modo prusiano, y
tras cumplir el primer paso de meter la colada, pasa al segundo que
consiste en elegir la temperatura. Tras estudiar el asunto
detenidamente, el viajero decide invertir un euro más, más bien lo
decidió la lavadora cuando el viajero aumentó la temperatura de
lavado en diez grados, y pasa al tercer paso, introducir las monedas,
cosa que el viajero solventa sin contratiempos inesperados, llegando
al cuarto y último paso que consiste en dar al botón de arranque. Mira el
viajero el tiempo que no llega por poco a media hora y contempla,
algo abatido ante la espera, el desolado paisaje del mobiliario del
local. Hay mesas y unas cuantas sillas. En una mesa observa el
viajero, en esas observancias de cuando no hay nada qué hacer salvo
esperar que pase el tiempo, un folleto donde la foto es un apetitoso
pollo asado, se aprecia el brillo de la grasa y el color de la pieza
lo vuelve más apetitoso, aunque se le indigesta la vista pensando en
la perspectiva de semejante pollo asado para una sola persona, además
es de llevar a casa y la cosa pierde color, pero la foto del pollo
asado es magnífica, piensa el viajero que ve que con lo que cuesta
el pollo asado puede el viajero comprar suministros para media
semana...
Acabado
el lavado, se dispone el viajero a poner la secadora, de manejo
sencillo para un veterano, ya, del local como el viajero. Sólo dura
siete minutos, puede durar más pero también le cuestan más al
viajero, que piensa que si no queda del todo seco, se pone en el
tendal y a otra cosa mariposa. Acaba la secadora y mete los bártulos
en el fiel carrito de la compra. Has sido una buena experiencia,
salvo pequeños contratiempos de novato en estas lides, para el
viajero que ya puede ver películas de Hollywood y cuando sale una
lavandería de Nueva York, decir que él estuvo en una...
Al
menos parecida, piensa el viajero mientras mira al cielo gris
calculando si lloverá antes de llegar al portal. Camina decidido de
regreso a casa cuando una chica rubia no le mira al pasar y...
Pero
ése, ya es otro viaje.
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt
Lake City, Utah
Director
Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
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