The Adversiter Chronicle

miércoles, 1 de septiembre de 2021

"Ni a pata ni alpargata y menos a La Alcarria", suplemento viajero cutre

Suplemento viajero cutre de The Adversiter Chronicle

Viaje a la lavandería

La tarde se viste de gris y la masa transeúnte llevan chaqueta en su mayoría, piensa el viajero mientras camina acompañado de su fiel carrito de la compra, ocupado hoy en menesteres de transporte. Debe el viajero lavar un pesado edredón y un cubre cama, ambos de calibre descomunal para la lavadora doméstica del viajero, así que ha decidido estrenarse en una de esas lavanderías con lavadoras y secadoras que tantas veces ha visto en las películas de Hollywood. Ya llevan años en la ciudad unos cuantos establecimientos de lavado automático de ropa, pero nunca antes el viajero ha sido usuario de los mismos...
El local se encuentra a unos centenares de metros y un par de esquinas del domicilio del viajero, que se alegra de haber elegido como transporte a su fiel carrito de la compra, primero pensó en meter la abultada carga en una maleta, algo achacosa de una rueda que hizo temer al viajero que se quedara coja de la misma durante el trayecto por el pavimento de las aceras, con esas pequeñas rendijas que quedan decorativas y que dejarían a las ruedas de la maleta del viajero pidiendo misericordia...
Entra el viajero al local, no hay nadie y sí una fila de lavadoras a un lado y al otro una fila de secadoras. El viajero mira las tarifas y no le parecen ni caras ni baratas, sólo un descosido en su ajustado presupuesto mensual. El viajero sigue cual oficial prusiano las indicaciones, primero meter la ropa, operación sencilla, piensa el viajero, para quien sabe dónde se encuentra la manilla de apertura. El viajero necesita pensar y decide mientras barrunta el misterio de la manilla de apertura de la lavadora. Se acerca a una de esas máquinas de cambio en monedas introduciendo el billete por una ranura. Hay un aviso de que es sólo para clientes de la lavandería y el viajero se siente reconfortado porque entra dentro de tan selecto club. El viajero introduce un billete de diez, pero el aparatejo le escupe el billete una y otra vez cual máquina poseída ante un exorcista. Ahora entiende el viajero cómo la dichosa máquina distingue entre clientes y transeúntes aprovechados, sencillamente no hace distingos y trata a todos como no clientes negando el cambio...
El viajero sale del local para buscar un establecimiento donde cambiar el billete a monedas, hay tres en la acera de la lavandería. El primero no era muy boyante en estos tiempos de crisis y tiene carteles de se alquila y suciedad como inquilina de larga duración; el segundo es una frutería pero cierra por las tardes; el tercero resulta ser una carnicería y el dependiente, muy amable, atiende el ruego del viajero y camina a la caja registradora con esa expresión sutil de los tenderos cuando les piden cambio y no están seguros de tener el mismo, confirmando las sospechas del viajero cuando el carnicero le dice que no, que no tiene suficiente y él mismo anda escaso de cambio...
El viajero vuelve al misterio de la puerta de la lavadora sin manilla, llama a un número de móvil que ve en un cartel avisando de que se llame en caso de emergencia. La voz al otro lado del móvil explica al viajero que sólo tiene que tirar hacia fuera del asa, sin manilla o mecanismo similar, dejando al viajero cuando cuelga la llamada con cara de gilipollas...
Solventado el problema de abrir la puerta de la lavadora, decide el viajero ir al abrevadero habitual para tomar un café y de paso conseguir el jodido cambio del billete en monedas. Cuando la camarera le sirve amablemente el cafelito, le solicita el viajero que si es posible que le dé la vuelta en monedas, no le dice nada de la lavadora y afortunadamente la camarera no hace preguntas sobre el motivo de tal petición...
Nunca pensó el viajero que entre las bondades de este tipo de lavanderías se puede contar la de quemar lorzas, medita el viajero cuando enfila de nuevo la acera de la lavandería. De nuevo en modo prusiano, y tras cumplir el primer paso de meter la colada, pasa al segundo que consiste en elegir la temperatura. Tras estudiar el asunto detenidamente, el viajero decide invertir un euro más, más bien lo decidió la lavadora cuando el viajero aumentó la temperatura de lavado en diez grados, y pasa al tercer paso, introducir las monedas, cosa que el viajero solventa sin contratiempos inesperados, llegando al cuarto y último paso que consiste en dar al botón de arranque. Mira el viajero el tiempo que no llega por poco a media hora y contempla, algo abatido ante la espera, el desolado paisaje del mobiliario del local. Hay mesas y unas cuantas sillas. En una mesa observa el viajero, en esas observancias de cuando no hay nada qué hacer salvo esperar que pase el tiempo, un folleto donde la foto es un apetitoso pollo asado, se aprecia el brillo de la grasa y el color de la pieza lo vuelve más apetitoso, aunque se le indigesta la vista pensando en la perspectiva de semejante pollo asado para una sola persona, además es de llevar a casa y la cosa pierde color, pero la foto del pollo asado es magnífica, piensa el viajero que ve que con lo que cuesta el pollo asado puede el viajero comprar suministros para media semana...
Acabado el lavado, se dispone el viajero a poner la secadora, de manejo sencillo para un veterano, ya, del local como el viajero. Sólo dura siete minutos, puede durar más pero también le cuestan más al viajero, que piensa que si no queda del todo seco, se pone en el tendal y a otra cosa mariposa. Acaba la secadora y mete los bártulos en el fiel carrito de la compra. Has sido una buena experiencia, salvo pequeños contratiempos de novato en estas lides, para el viajero que ya puede ver películas de Hollywood y cuando sale una lavandería de Nueva York, decir que él estuvo en una...
Al menos parecida, piensa el viajero mientras mira al cielo gris calculando si lloverá antes de llegar al portal. Camina decidido de regreso a casa cuando una chica rubia no le mira al pasar y...
Pero ése, ya es otro viaje.

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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