De vez en cuando te sientes pequeña,
recuerdas tus tristezas,
los miedos que nunca acabas de superar.
Tal vez nadie te ayudó a hacerlos frente
a su debido tiempo,
tal vez te quedaron lagunas de afecto,
ausencias de abrazos
cuando se complicaba tu pequeño mundo,
dejando posos de inseguridad y soledad
que han hecho desvanecerse la mujer
que podías haber sido.
Tal vez te sorprendas una y otra vez
observando aquello que apenas tuviste,
como aquel último verano
en el que el dolor y las lágrimas derramadas
presagiaban un final.
Entonces acuden a tu mente personas muy queridas
que te dieron una visión del mundo muy distinta,
que creyeron en ti,
que confiaron en tu potencial,
que supieron ver en tu interior,
que te hicieron confiar en que tú sí podías,
y se te llena el alma de agradecimiento
porque la letra con sangre no entra:
la mejor forma de educar es con la aceptación,
comprensión, afecto y cariño
de aquellas personas importantes en tu vida;
o tal vez adquieran esa relevancia para ti
y despierten tu admiración
cuando te sientes tratada de esa manera.
Hay detalles que quedan grabados
en tu mente para siempre
y les sigues queriendo a pesar de la lejanía,
de que ya no estén tan presentes en tu vida,
de que no sean de tu familia,
porque sabes que gracias a ellos,
a su generosidad, a su calidad humana,
a sus enseñanzas
tu mundo cambió para mejor.
Ana
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