Se cumple un año de la
arribada de la pandemia a nuestras costas y hay una extraña
sensación de encontrarnos en el mismo sitio si bien con ligeros
matices...
Acostumbrados a la
inmediatez de las cosas que propicia la revolución digital, los
tiempos de encontrar, probar y distribuir las vacunas contra el
coronavirus nos destroza los nervios, angustiados ante los días,
semanas, meses y un año que parecen no tener fin, de despertar, si
no en el mismo día, sí en la misma situación de calma chicha sin
viento que nos haga avanzar salvo a pequeños pasos de largos
trechos...
Así que, doce meses después, seguimos acojonados ante las malas nuevas de una cuarta ola y si bien ya hemos adoptado a la mascarilla como animal de compañía, son las vacunas las que ahora nos hunden en la incertidumbre. También nos agarramos a tener un buen verano sin comprender ni asimilar que abrir las fronteras al turismo es tener contagio asegurado...
Seguimos soñando despiertos en lo que parece una onírica pesadilla.
Así que, doce meses después, seguimos acojonados ante las malas nuevas de una cuarta ola y si bien ya hemos adoptado a la mascarilla como animal de compañía, son las vacunas las que ahora nos hunden en la incertidumbre. También nos agarramos a tener un buen verano sin comprender ni asimilar que abrir las fronteras al turismo es tener contagio asegurado...
Seguimos soñando despiertos en lo que parece una onírica pesadilla.
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