Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Libro: Voces
de Chernóbil
Autor:
Svetlana Alexievich Editorial: Penguin Random House Editorial
Traducción: Ricardo San Vicente
Edición: 2015
Relegada a la memoria colectiva como un episodio de la
Guerra Fría, la mayor tragedia nuclear de la historia sucedida
cuando pasaban 23 minutos de las 01:00 horas del 26 de abril de 1986
ha quedado reducida a documentales sobre la zona que rodea la central
nuclear de Chernóbil, la construcción del nuevo sarcófago que
sustituya el original y escenario de películas sobre excursionistas
aterrorizados por los habitantes de la zona o bien excursiones donde
saciamos con fotos nuestro morboso anhelo de ver cómo se paró el
tiempo. Si bien la nube radiactiva no llegó a Kiev, fue el
territorio de Bielorrusia y sus habitantes quienes sufren los efectos
más agresivos de la contaminación radiactiva...
El
libro de la propuesta de hoy, es la historia ignorada de quienes
sufrieron en sus vidas el impacto directo de la tragedia nuclear. Se
ponen nombres e historias de los liquidadores
que logran el efecto de que las imágenes grabadas en la memoria de
hombres con trajes grotescos y máscaras aún más grotescas
trabajando a paladas para retirar el grafito; de las gentes que se
vieron obligadas a dejar una forma de vida y vieron como sus casas
eran enterradas y sus animales domésticos sacrificados. Es también
un vistazo al sistema soviético, de cómo la ciudadanía se sentía
soviética, del deber de sacrificio al igual que sus mayores en la
Gran Guerra, preparados para responder a la agresión capitalista sin
pensar y que la ciencia del átomo soviética era la ciencia del
átomo de la paz. Y es el testimonio de los vivos, de las viudas y
los huérfanos; del estigma de ser de Chernóbil en forma de
desprecio social y chistes malévolos. Narrado en forma de monólogos
y logrando llegar a la emoción de la lectura, de hacernos pensar en
una tragedia que ignorábamos la magnitud de su trascendencia a lo
largo de los años...
Svetlana Alexievich (1948) es una afamada periodista,
escritora y ensayista bielorrusa cuya obra ofrece un retrato
profundamente crítico de la antigua Unión Soviética y de las
secuelas que ha dejado en sus habitantes. Se licenció en periodismo
por la universidad de Minsk y colaboró con la revista local Neman,
para la que escribía ensayos, cuentos y reportajes. Ha cultivado su
propio género literario, al que denomina `novelas de voces´, donde
el narrador es el hombre corriente -aquel que no tiene voz, el mismo
que se ha llevado su propia historia a la tumba, desde la Revolución
hasta Chernóbil y la caída del imperio soviético-. En sus libros,
traducidos a más de veinte idiomas, Svetlana Alexievich trata de
acercarse a la dimensión humana de los hechos a través de una
yuxtaposición de testimonios individuales, un collage que
acompaña al lector y a la propia Alexievich a un terrible descenso
al `infierno´.
Datos sacados de la contraportada y actualizados al año
de edición, pero sin más, unas breves reseñas que os inciten a su
apasionante lectura:
Accidente nuclear...
“El
26 de abril de 1986, a la 1 h 23´58´´, una serie de explosiones
destruyeron el reactor y el edificio del cuarto bloque energético de
la Central Eléctrica Atómica (CEA) de Chernóbil, situada cerca de
la frontera bielorrusa. La catástrofe se convirtió en el desastre
tecnológico más grave del siglo XX. Para la pequeña Belarús (con
una población de diez millones de habitantes) representó un
cataclismo nacional, si bien los bielorrusos no tienen ni una sola
central atómica en su territorio. Belarús seguía siendo un país
agrícola, con una población eminentemente rural. Durante los años
de la Gran Guerra Patria, los nazis alemanes destruyeron en tierras
bielorrusas 619 aldeas, con sus pobladores. Después de Chernóbil,
el país perdió 485 aldeas y pueblos: setenta de ellos están
enterrados bajo tierra para siempre. Durante la guerra murió uno de
cada cuatro bielorrusos; hoy, uno de cada cinco vive en un territorio
contaminado. Se trata de 2.100.000 personas, de las que 70.000 son
niños. Entre lasa causas del descenso demográfico, la radiación
ocupa el primer lugar. En las regiones de Gómel y Moguiliov (las más
afectadas por el accidente de Chernóbil), la mortalidad ha superado
a la natalidad en un 20 por ciento.”
Entierro de un `liquidador´...
“Le
pusieron un traje de gala, y le colocaron la visera sobre el pecho.
No le pusieron calzado. No encontraron unos zapatos adecuados, porque
se le habían hinchado los pies. En lugar de pies, unas bombas.
También cortaron el uniforme de gala, no se lo pudieron poner. Tenía
el cuerpo entero deshecho. Todo él era una llaga sanguinolenta. En
el hospital, los últimos días... Le levantaba la mano y el hueso se
le movía, le bailaba, se le había separado la carne... Le salían
por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba con sus
propias vísceras. Me envolvía la mano con una gasa y la introducía
en su boca para sacarle todo aquello de dentro. ¡Es imposible contar
esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni siquiera soportarlo!... Todo
esto tan querido... Tan mío... Tan... No le cabía ninguna talla de
zapatos. Lo colocaron en el ataúd descalzo.”
La radiación en el aire...
“En
cambio esto que le cuento yo es verdad. Mi abuelo tenía abejas;
cinco colmenas tenía. Pues bien, las abejas se pasaron tres días
sin salir; ni una. Allí se quedaron, dentro de la colmena.
Aguardando. El abuelo que va de aquí para allá por el patio: ¿qué
peste será ésta? ¿Qué peste negra? Algo ha pasado en la
naturaleza. Porque resulta que su sistema, como nos explicó al cabo
de un tiempo un vecino que es maestro, es mejor que el nuestro; son
más listas, porque enseguida se lo olieron. La radio y los
periódicos aún no decían nada, y en cambio las abejas ya lo
sabían. Sólo al cuarto día salieron a volar. Y las avispas. Había
unas avispas en un avispero junto al zaguán, nadie las molestaba, y
aquel día por la mañana desaparecieron. No se las vio ni vivas ni
muertas. Y regresaron a los seis días. Eso es cosa de la radiación
que espanta a los hombres y también a los animales del bosque. Y a
los pájaros. Hasta el árbol la teme, lo que pasa es que está
callado. No te dirá nada. En cambio, los escarabajos de Colorado
siguen como estaban, comiéndose la patata, zampándose hasta la
última hoja, pues están hechos al veneno. Como nosotros.”
Voluntarios soviéticos a Chernóbil...
“Mi
historia... Me llamaron y fui. ¡Hay que hacerlo! Era miembro del
partido. ¡Comunistas, un paso adelante! Esta era la situación.
Trabajaba en la milicia. Sargento mayor. Me prometieron una estrella
más. Eso ocurría en abril del 87. Había que pasar sin falta un
control médico, pero a mí me mandaron sin más. Alguien se rajó,
como se suele decir, trajo un certificado de que tenía una úlcera
de estómago y a mi me mandaron en su lugar. Con sello de urgente.
Esta era la situación. Nos dirigimos allí como si fuéramos
militares; al principio, de nuestro grupo se organizó una brigada de
picapedreros. Construimos una farmacia. Enseguida me sentí débil,
algo somnoliento. Tos por las noches. Y me fui a ver al médico.
`Todo normal. Es el calor.´ Al comedor nos traían del koljós
carne, leche y requesón, y de eso comíamos. El médico esa comida
ni la tocaba. Nos preparaban la comida y él apuntaba en el registro
que todo estaba en orden, pero él no analizaba las muestras.
Nosotros nos dábamos cuenta de eso. Esta era la situación. Y no le
dábamos ninguna importancia. Llegó la época de la fresa. Las
colmenas llenas de miel. Comenzaron a aparecer los merodeadores. Se
lo llevaban todo. Nosotros tapiábamos ventanas y puertas. Luego
desconectábamos todas las comunicaciones, la corriente de los
edificios para evitar incendios.”
La vida pese a las prohibiciones...
“Desde
mi punto de vista, yo a esto lo llamaría fatalismo, un ligero
fatalismo. Por ejemplo, durante el primer año no se podía consumir
nada de las huertas, pero de todos modos la gente comía de ellas y
se hacían provisiones para el día de mañana. ¡Además, con
aquella maravillosa cosecha! Prueba a decir que los pepinos y los
tomates no se pueden comer. ¿Qué es eso de que no se puede? El
gusto es normal. Este los come y no le duele el estómago. Tampoco
`arde´, se ilumina, en la oscuridad. Nuestros vecinos se pusieron un
parqué nuevo hecho de una madera del lugar; lo midieron y el umbral
era cien veces mayor del permitido. Pues bien, nadie quitó aquel
parqué, y siguieron viviendo con él. Ya se arreglará todo, se
venía a decir; no se sabe cómo, pero todo volverá a la normalidad
por sí mismo, sin ellos, sin su participación...”
Información oficial...
“De
pronto empezaron a aparecer esos programas por la tele. Uno de los
temas: una mujer muñe una vaca, lo echa en un bote, el periodista se
acerca con un dosímetro militar y lo pasa por el bote. Y le sigue el
comentario siguiente: `Ya ven -te vienen a decir-, todo es
completamente normal´, cuando en realidad se encuentran a sólo diez
kilómetros del reactor. Te muestran el río Prípiat. La gente
bañándose, tomando el sol. A lo lejos se ve el reactor y las
volutas de humo que se alzan sobre él. Comentario: como pueden
comprobar, las emisoras occidentales siembran el pánico, difunden
descarados infundios sobre la avería. Y de nuevo con el dosímetro:
ahora junto a un plato de sopa de pescado, luego con una pastilla de
chocolate, y después sobre unos bollos en un quiosco al aire libre.
Era un engaño. Los dosímetros militares de los que entonces
disponía nuestro ejército no estaban preparados para medir
alimentos, sólo podían medir la radiación ambiental. Un engaño
tan increíble, semejante cantidad de mentiras asociadas a Chernóbil
en nuestra conciencia, sólo había podido darse en el 41. En los
tiempos de Stalin.”
Saltan las alarmas...
"Aquel
día... Yo era director de un laboratorio del Instituto de Energía
Nuclear de la Academia de Ciencias de Belarús. Aquel día llegué al
trabajo. Nuestro centro está en las afueras de la ciudad, en el
bosque. ¡Hacía un tiempo magnífico! Era primavera. Abrí la
ventana. El aire era limpio, fresco. Me extrañó una cosa: ¿Por qué
no se acercaban los herrerillos, a los que yo había dado de comer
durante el invierno colgando tras la ventana trocitos de salchichón?
¿Habrían encontrado un manjar mejor? Pero en aquel momento en el
reactor de nuestro instituto cundió el pánico: los aparatos de
dosimetría mostraban un crecimiento de la actividad; la radiación
en los filtros de depuración del aire aumentó doscientas veces. La
potencia de la dosis junto a la entrada era de cerca de tres
milirroentgen a la hora. Estaba pasando algo muy serio. Este grado de
radiación se considera la máxima permitida en locales peligrosos
durante un tiempo de trabajo no superior a las seis horas. La primera
hipótesis: en la zona activa se había deshermetizado la envoltura
de los elementos refrigeradores. Lo comprobaron: todo estaba en
orden. ¿A lo mejor es que habían transportado un contenedor del
laboratorio de radioquímica y le habían dado tal trastazo por el
camino que habían dañado su envoltura interna y habían contaminado
el territorio? ¡Prueba ahora a limpiar la mancha dejada en el
asfalto! ¿Qué habrá pasado? Y por si fuera poco, por los altavoces
anunciaron: `Se recomienda al personal que no salga del edificio´.
Entre los edificios, todo quedó desierto. Daba no sé qué. Era algo
inusual.”
El sistema soviético...
“Se
necesitaba yoduro de sodio. Yodo corriente. Para medio vaso de
gelatina, de dos a tres gotas para los niños, y para un adulto, de
tres a cuatro gotas. El reactor estuvo ardiendo diez días, diez días
durante los cuales ya se debía haber hecho esto. ¡Pero nadie nos
escuchaba! Ni a los científicos, ni a los médicos. La ciencia
estaba al servicio de la política; la medicina, atrapada por la
política. ¡Faltaría más! No hay que olvidar en qué atmósfera
mental se producía todo aquello, qué éramos entonces, diez años
atrás. Funcionaba el KGB; el control secreto. Se interferían las
radios extranjeras. Mil tabúes, secretos políticos y militares.
Instrucciones. Y por añadidura, todos estábamos educados en la idea
de que el átomo soviético para la paz era tan poco peligroso como
la turba o el carbón. Éramos unas personas prisioneras del miedo y
de los prejuicios. En manos de la superstición. Pero los hechos,
sólo los hechos.”
Libro que nos acerca mediante el testimonio de quienes
fueron y son víctimas del accidente así como los grandes olvidados.
También una mirada a las miserias de una Unión Soviética que pese
a los tiempos de transparencia de Gorbachov, una vez ocurrido el
accidente y desde el primer instante, se volvió a los tiempos de
métodos stalinistas para ocultar al extranjero y a la propia
ciudadanía soviética el alcance de la tragedia nuclear. Libro para
recodar que hay muchos mundos en este mundo y en Bielorrusia la
radiación sigue presente con sus estragos para la humanidad. Lectura
para amantes de los entresijos de la historia, guardias nocturnas o
estancias hospitalarias sin menoscabo de lectura de mesita de noche.
Nada de regalar a la suegra o comenzará a dar la turra de que tiene
radiación en el chal para que le hagamos otro a ganchillo...
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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