The Adversiter Chronicle

miércoles, 22 de mayo de 2019

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre


Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro: Voces de Chernóbil
Autor: Svetlana Alexievich
Editorial: Penguin Random House Editorial
Traducción: Ricardo San Vicente
Edición: 2015

Relegada a la memoria colectiva como un episodio de la Guerra Fría, la mayor tragedia nuclear de la historia sucedida cuando pasaban 23 minutos de las 01:00 horas del 26 de abril de 1986 ha quedado reducida a documentales sobre la zona que rodea la central nuclear de Chernóbil, la construcción del nuevo sarcófago que sustituya el original y escenario de películas sobre excursionistas aterrorizados por los habitantes de la zona o bien excursiones donde saciamos con fotos nuestro morboso anhelo de ver cómo se paró el tiempo. Si bien la nube radiactiva no llegó a Kiev, fue el territorio de Bielorrusia y sus habitantes quienes sufren los efectos más agresivos de la contaminación radiactiva...

El libro de la propuesta de hoy, es la historia ignorada de quienes sufrieron en sus vidas el impacto directo de la tragedia nuclear. Se ponen nombres e historias de los liquidadores que logran el efecto de que las imágenes grabadas en la memoria de hombres con trajes grotescos y máscaras aún más grotescas trabajando a paladas para retirar el grafito; de las gentes que se vieron obligadas a dejar una forma de vida y vieron como sus casas eran enterradas y sus animales domésticos sacrificados. Es también un vistazo al sistema soviético, de cómo la ciudadanía se sentía soviética, del deber de sacrificio al igual que sus mayores en la Gran Guerra, preparados para responder a la agresión capitalista sin pensar y que la ciencia del átomo soviética era la ciencia del átomo de la paz. Y es el testimonio de los vivos, de las viudas y los huérfanos; del estigma de ser de Chernóbil en forma de desprecio social y chistes malévolos. Narrado en forma de monólogos y logrando llegar a la emoción de la lectura, de hacernos pensar en una tragedia que ignorábamos la magnitud de su trascendencia a lo largo de los años...

Svetlana Alexievich (1948) es una afamada periodista, escritora y ensayista bielorrusa cuya obra ofrece un retrato profundamente crítico de la antigua Unión Soviética y de las secuelas que ha dejado en sus habitantes. Se licenció en periodismo por la universidad de Minsk y colaboró con la revista local Neman, para la que escribía ensayos, cuentos y reportajes. Ha cultivado su propio género literario, al que denomina `novelas de voces´, donde el narrador es el hombre corriente -aquel que no tiene voz, el mismo que se ha llevado su propia historia a la tumba, desde la Revolución hasta Chernóbil y la caída del imperio soviético-. En sus libros, traducidos a más de veinte idiomas, Svetlana Alexievich trata de acercarse a la dimensión humana de los hechos a través de una yuxtaposición de testimonios individuales, un collage que acompaña al lector y a la propia Alexievich a un terrible descenso al `infierno´.
Datos sacados de la contraportada y actualizados al año de edición, pero sin más, unas breves reseñas que os inciten a su apasionante lectura:

Accidente nuclear...
El 26 de abril de 1986, a la 1 h 23´58´´, una serie de explosiones destruyeron el reactor y el edificio del cuarto bloque energético de la Central Eléctrica Atómica (CEA) de Chernóbil, situada cerca de la frontera bielorrusa. La catástrofe se convirtió en el desastre tecnológico más grave del siglo XX. Para la pequeña Belarús (con una población de diez millones de habitantes) representó un cataclismo nacional, si bien los bielorrusos no tienen ni una sola central atómica en su territorio. Belarús seguía siendo un país agrícola, con una población eminentemente rural. Durante los años de la Gran Guerra Patria, los nazis alemanes destruyeron en tierras bielorrusas 619 aldeas, con sus pobladores. Después de Chernóbil, el país perdió 485 aldeas y pueblos: setenta de ellos están enterrados bajo tierra para siempre. Durante la guerra murió uno de cada cuatro bielorrusos; hoy, uno de cada cinco vive en un territorio contaminado. Se trata de 2.100.000 personas, de las que 70.000 son niños. Entre lasa causas del descenso demográfico, la radiación ocupa el primer lugar. En las regiones de Gómel y Moguiliov (las más afectadas por el accidente de Chernóbil), la mortalidad ha superado a la natalidad en un 20 por ciento.”

Entierro de un `liquidador´...
Le pusieron un traje de gala, y le colocaron la visera sobre el pecho. No le pusieron calzado. No encontraron unos zapatos adecuados, porque se le habían hinchado los pies. En lugar de pies, unas bombas. También cortaron el uniforme de gala, no se lo pudieron poner. Tenía el cuerpo entero deshecho. Todo él era una llaga sanguinolenta. En el hospital, los últimos días... Le levantaba la mano y el hueso se le movía, le bailaba, se le había separado la carne... Le salían por la boca pedacitos de pulmón, de hígado. Se ahogaba con sus propias vísceras. Me envolvía la mano con una gasa y la introducía en su boca para sacarle todo aquello de dentro. ¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni siquiera soportarlo!... Todo esto tan querido... Tan mío... Tan... No le cabía ninguna talla de zapatos. Lo colocaron en el ataúd descalzo.”

La radiación en el aire...
En cambio esto que le cuento yo es verdad. Mi abuelo tenía abejas; cinco colmenas tenía. Pues bien, las abejas se pasaron tres días sin salir; ni una. Allí se quedaron, dentro de la colmena. Aguardando. El abuelo que va de aquí para allá por el patio: ¿qué peste será ésta? ¿Qué peste negra? Algo ha pasado en la naturaleza. Porque resulta que su sistema, como nos explicó al cabo de un tiempo un vecino que es maestro, es mejor que el nuestro; son más listas, porque enseguida se lo olieron. La radio y los periódicos aún no decían nada, y en cambio las abejas ya lo sabían. Sólo al cuarto día salieron a volar. Y las avispas. Había unas avispas en un avispero junto al zaguán, nadie las molestaba, y aquel día por la mañana desaparecieron. No se las vio ni vivas ni muertas. Y regresaron a los seis días. Eso es cosa de la radiación que espanta a los hombres y también a los animales del bosque. Y a los pájaros. Hasta el árbol la teme, lo que pasa es que está callado. No te dirá nada. En cambio, los escarabajos de Colorado siguen como estaban, comiéndose la patata, zampándose hasta la última hoja, pues están hechos al veneno. Como nosotros.”

Voluntarios soviéticos a Chernóbil...
Mi historia... Me llamaron y fui. ¡Hay que hacerlo! Era miembro del partido. ¡Comunistas, un paso adelante! Esta era la situación. Trabajaba en la milicia. Sargento mayor. Me prometieron una estrella más. Eso ocurría en abril del 87. Había que pasar sin falta un control médico, pero a mí me mandaron sin más. Alguien se rajó, como se suele decir, trajo un certificado de que tenía una úlcera de estómago y a mi me mandaron en su lugar. Con sello de urgente. Esta era la situación. Nos dirigimos allí como si fuéramos militares; al principio, de nuestro grupo se organizó una brigada de picapedreros. Construimos una farmacia. Enseguida me sentí débil, algo somnoliento. Tos por las noches. Y me fui a ver al médico. `Todo normal. Es el calor.´ Al comedor nos traían del koljós carne, leche y requesón, y de eso comíamos. El médico esa comida ni la tocaba. Nos preparaban la comida y él apuntaba en el registro que todo estaba en orden, pero él no analizaba las muestras. Nosotros nos dábamos cuenta de eso. Esta era la situación. Y no le dábamos ninguna importancia. Llegó la época de la fresa. Las colmenas llenas de miel. Comenzaron a aparecer los merodeadores. Se lo llevaban todo. Nosotros tapiábamos ventanas y puertas. Luego desconectábamos todas las comunicaciones, la corriente de los edificios para evitar incendios.”

La vida pese a las prohibiciones...
Desde mi punto de vista, yo a esto lo llamaría fatalismo, un ligero fatalismo. Por ejemplo, durante el primer año no se podía consumir nada de las huertas, pero de todos modos la gente comía de ellas y se hacían provisiones para el día de mañana. ¡Además, con aquella maravillosa cosecha! Prueba a decir que los pepinos y los tomates no se pueden comer. ¿Qué es eso de que no se puede? El gusto es normal. Este los come y no le duele el estómago. Tampoco `arde´, se ilumina, en la oscuridad. Nuestros vecinos se pusieron un parqué nuevo hecho de una madera del lugar; lo midieron y el umbral era cien veces mayor del permitido. Pues bien, nadie quitó aquel parqué, y siguieron viviendo con él. Ya se arreglará todo, se venía a decir; no se sabe cómo, pero todo volverá a la normalidad por sí mismo, sin ellos, sin su participación...”

Información oficial...
De pronto empezaron a aparecer esos programas por la tele. Uno de los temas: una mujer muñe una vaca, lo echa en un bote, el periodista se acerca con un dosímetro militar y lo pasa por el bote. Y le sigue el comentario siguiente: `Ya ven -te vienen a decir-, todo es completamente normal´, cuando en realidad se encuentran a sólo diez kilómetros del reactor. Te muestran el río Prípiat. La gente bañándose, tomando el sol. A lo lejos se ve el reactor y las volutas de humo que se alzan sobre él. Comentario: como pueden comprobar, las emisoras occidentales siembran el pánico, difunden descarados infundios sobre la avería. Y de nuevo con el dosímetro: ahora junto a un plato de sopa de pescado, luego con una pastilla de chocolate, y después sobre unos bollos en un quiosco al aire libre. Era un engaño. Los dosímetros militares de los que entonces disponía nuestro ejército no estaban preparados para medir alimentos, sólo podían medir la radiación ambiental. Un engaño tan increíble, semejante cantidad de mentiras asociadas a Chernóbil en nuestra conciencia, sólo había podido darse en el 41. En los tiempos de Stalin.”

Saltan las alarmas...
"Aquel día... Yo era director de un laboratorio del Instituto de Energía Nuclear de la Academia de Ciencias de Belarús. Aquel día llegué al trabajo. Nuestro centro está en las afueras de la ciudad, en el bosque. ¡Hacía un tiempo magnífico! Era primavera. Abrí la ventana. El aire era limpio, fresco. Me extrañó una cosa: ¿Por qué no se acercaban los herrerillos, a los que yo había dado de comer durante el invierno colgando tras la ventana trocitos de salchichón? ¿Habrían encontrado un manjar mejor? Pero en aquel momento en el reactor de nuestro instituto cundió el pánico: los aparatos de dosimetría mostraban un crecimiento de la actividad; la radiación en los filtros de depuración del aire aumentó doscientas veces. La potencia de la dosis junto a la entrada era de cerca de tres milirroentgen a la hora. Estaba pasando algo muy serio. Este grado de radiación se considera la máxima permitida en locales peligrosos durante un tiempo de trabajo no superior a las seis horas. La primera hipótesis: en la zona activa se había deshermetizado la envoltura de los elementos refrigeradores. Lo comprobaron: todo estaba en orden. ¿A lo mejor es que habían transportado un contenedor del laboratorio de radioquímica y le habían dado tal trastazo por el camino que habían dañado su envoltura interna y habían contaminado el territorio? ¡Prueba ahora a limpiar la mancha dejada en el asfalto! ¿Qué habrá pasado? Y por si fuera poco, por los altavoces anunciaron: `Se recomienda al personal que no salga del edificio´. Entre los edificios, todo quedó desierto. Daba no sé qué. Era algo inusual.”

El sistema soviético...
Se necesitaba yoduro de sodio. Yodo corriente. Para medio vaso de gelatina, de dos a tres gotas para los niños, y para un adulto, de tres a cuatro gotas. El reactor estuvo ardiendo diez días, diez días durante los cuales ya se debía haber hecho esto. ¡Pero nadie nos escuchaba! Ni a los científicos, ni a los médicos. La ciencia estaba al servicio de la política; la medicina, atrapada por la política. ¡Faltaría más! No hay que olvidar en qué atmósfera mental se producía todo aquello, qué éramos entonces, diez años atrás. Funcionaba el KGB; el control secreto. Se interferían las radios extranjeras. Mil tabúes, secretos políticos y militares. Instrucciones. Y por añadidura, todos estábamos educados en la idea de que el átomo soviético para la paz era tan poco peligroso como la turba o el carbón. Éramos unas personas prisioneras del miedo y de los prejuicios. En manos de la superstición. Pero los hechos, sólo los hechos.”

Libro que nos acerca mediante el testimonio de quienes fueron y son víctimas del accidente así como los grandes olvidados. También una mirada a las miserias de una Unión Soviética que pese a los tiempos de transparencia de Gorbachov, una vez ocurrido el accidente y desde el primer instante, se volvió a los tiempos de métodos stalinistas para ocultar al extranjero y a la propia ciudadanía soviética el alcance de la tragedia nuclear. Libro para recodar que hay muchos mundos en este mundo y en Bielorrusia la radiación sigue presente con sus estragos para la humanidad. Lectura para amantes de los entresijos de la historia, guardias nocturnas o estancias hospitalarias sin menoscabo de lectura de mesita de noche. Nada de regalar a la suegra o comenzará a dar la turra de que tiene radiación en el chal para que le hagamos otro a ganchillo...
 
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton  Jr. IV

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