Aquella tarde de verano el viento soplaba a mi favor: mis padres habían salido de viaje, asistían al funeral de una amiga suya, y a mis primos y a mí, por esas afortunadas casualidades de la vida, nos dejaron solos con la abuela. A la edad de doce años la muerte corre por tu mente de largo, a no ser que sea de alguien muy querido. Creo que fueron unos cinco segundos los que pensé en la desgracia de esa pobre mujer, enseguida hubo miradas de complicidad entre mis primos y yo. Era la oportunidad perfecta para ir a ese tramo prohibido del río. Nos habían dicho expresamente que ni nos acercáramos allí y creo que simplemente por eso lo deseábamos más. Después de comer tras convencer a la abuela de que nos dejara salir con ese sol de justicia, mis dos primos y yo dimos la vuelta por la parte de atrás del patio para coger nuestras bicicletas, y media hora más tarde, sudando como se suda a las cuatro de la tarde en pleno mes de julio, ya estábamos en el río. Entre risas y alborotos nos zambullimos en él deseosos. Teníamos más que sabido que esa parte era peligrosa, que tenía corrientes muy traicioneras nos decían todos los veranos, pero nosotros lo queríamos comprobar. Era muy excitante dejarse arrastrar por el agua, tal vez nos llevara hasta la cascada de más abajo donde también teníamos prohibido meter un pie. Mis primos y yo jugábamos chapoteando en el agua cuando oímos como una mujer gritaba desesperadamente el nombre de Laura. La voz se iba acercando cada vez más hasta que pudimos ver la figura de una mujer joven en la orilla del río. Nos preguntó que si habíamos visto a una niña pequeña, de seis años de edad. Entre lágrimas y nerviosismo nos explicó que Laura, su hija, debía haberse perdido al ir detrás de la pelota con la que jugaba y que aunque la niña sabía nadar podía haberse caído al río, ahogándose con aquellas fuertes corrientes. Mis primos y yo viendo la angustia de la mujer salimos del agua y nos pusimos a buscar a la niña bordeando todo el río. Mientras el padre pedía ayuda en el pueblo, pensamos que era mejor separarnos: mi primo Antonio se fue con la mujer por un tramo y Juan y yo por otro. Gritábamos el nombre de la niña mirando todo lo lejos que nuestra vista alcanzaba. Anduvimos largo tiempo sin preocuparnos de nada más que de encontrar a Laura. No tardamos en oír gente a nuestro alrededor, eran personas del pueblo que junto a los guardias ayudaban en la búsqueda. De repente un grito ensordecedor dejó el bosque en silencio. La madre de Laura gritaba desconsoladamente, todos corrimos en dirección a aquellos alaridos y al llegar nos encontramos a una niña empapada, tumbada junto a unos juncos al lado del río. Unos hombres le trataban de reanimar mientras su madre no dejaba de llorar. Laura parecía muerta y por unos momentos sentí una gran angustia al ver a esa chiquitina y a su destrozada madre. Fue la primera vez que percibí de cerca la muerte. Miré a mi primo en silencio, le di la mano viendo que él al igual que yo estaba llorando. Tras unos momentos de incertidumbre que nos parecieron horas, Laura empezó a toser. Por suerte la pequeña no estaba ahogada, aunque tenía la ropa completamente destrozada y varias heridas. Nunca supimos lo que sucedió, en qué instante cayó al agua ni desde dónde. En el pueblo decían que lo de Laura fue milagroso. Mis primos y yo volvimos en silencio a casa en nuestras bicicletas y no fue hasta años después cuando contamos en una bulliciosa comida familiar que aquel día de verano nos bañamos en el tramo prohibido del río.
Ana
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
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