El otro día me topé con
cachivaches de la era analógica, calculando a ojo de buen cubero ya
tenían medio siglo...
Uno era una vieja
grabadora, de aquellas con la cinta magnética en bobinas que había
que enlazar, con sólo dos botones para el sonido y una pintoresca
palanca, vista hoy, para dar atrás y pasar adelante la cinta
magnética y una posición central para su reproducción. Supongo que
en sus tiempos tenía un micrófono sujeto por un cable conectado a
la grabadora. El otro cachivache era un tocadiscos de mandos
plateados. Con botones grandes y pequeños que sobresalen de la
carcasa y había que empujar para ponerlos en una u otra posición
controlando el sonido, los graves y los agudos. No pude evitar pasar
mis dedos por los botones, levantar la tapa protectora del giradiscos
y mover la aguja. Confieso que me quedé con las ganas de intentar
ponerlo en marcha ya que había dos altavoces a su lado apilados uno
encima del otro, con ese desorden de las cosas que no se han usado en
décadas. Un pequeño tesoro de tecnología de antaño, pero no podía
saborear la experiencia cachivacheando ya que estaba en casa ajena...
De regreso al acantilado
puse un viejo vinilo, mi tocadiscos no es que valga mucho salvo que
me permite escuchar viejos vinilos. Mientras colocaba el disco me
pregunté cómo se verá mi tocadiscos dentro de cincuenta años. Si
alguien sentirá lo mismo mientras pasa sus dedos por el panel de
control y si sentirá la tentación de poner un disco y ver si sigue
funcionando...
Escucho el vinilo,
mientras la nevera me reprocha que nunca le hago mimos.
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