Suplemento
viajero cutre de The Adversiter Chronicle
Viaje por la joyería
El
viajero entra en la joyería, un negocio que conoce desde su infancia
y a un par de semáforos de su barrio de la infancia. Es un local
pequeño que la distribución de un mostrador en L, vitrinas en las
paredes y una iluminación que resalta los metales valiosos de los
productos de joyería a la venta, logra el conjunto que transmita
amplitud, pequeña, pero amplitud...
El
tipo que atiende, más o menos de la misma quinta que el viajero por
su aspecto, está ocupado con una venerable anciana y su joven
acompañante. El viajero la conoce de sus años mozos, tiene una
discapacidad psíquica que la convierte en una mente entre infantil y
adolescente aunque se desenvuelve bien, el viajero ha visto a lo
largo de los años como superaba su minusvalía dentro de sus
posibilidades. Saluda la chica al viajero y se hacen las preguntas de
rigor, le cuenta que la venerable anciana es su abuela y que cumple
cien años en abril. El viajero flipa un poco porque la venerable
anciana tiene una quijotera privilegiada, sus manos se desenvuelven
con soltura a la hora de probar relojes, puede observar el viajero
que busca algún reloj, y la conversación es fluida. Al entrar, el
viajero le echó edad por el andador en que se apoya, pero sacado de
la ignorancia por la chica, ésta le cuenta que está con sordera y
tiene problemas de equilibrio y el viajero se pregunta dónde hay que
firmar para llegar así a ser centenario...
El
viajero, calmada la conversación entre viejos conocidos que se
tropiezan al menos una vez al año con la chica y su casi centenaria
y funcional abuela, se dedica a viajar por vitrinas y expositores.
Hay de todo, colgantes, sortijas, relojes, cadenas, esclavas, figuras
de vírgenes patronas y pendientes a juego con el colgante. Le llama
la atención un conjunto de pendientes y colgante con esmeraldas,
diminutas rodeadas de un halo de oro. De oro son dos colgantes, sin
cadena, de una Virgen patrona, una más pequeña que otra, pero ambas
de buen tamaño. El dorado metal brilla iluminado por la luz en el
techo. El viajero no ve precios a la vista y se permite fantasear
pensando en damiselas a las que regalar algo de lo expuesto...
El
viajero observa la pared al fondo del mostrador donde el dependiente
atiende a la casi centenaria y venerable abuela de la chica conocida
del viajero. Hay un reloj de péndulo, pequeño comparado con otros.
De bella factura aunque sospechosamente parecido, barrunta el
viajero, a uno similar de tamaño que compró en la tienda de los
chinos hace más de una década. Le gustó al viajero desde que lo
vio y un buen día adquirió el objeto de deseo. La cosa fue bien
unos meses, cierto que con alguna ligera anomalía como retrasar la
hora o que el minutero entrara en colisión con una de las agujas
horarias y se detuviera. El péndulo le dio más de algún susto y
algún que otro disgusto, pero el viajero disfrutaba de su reloj de
péndulo y de la liturgia de ponerlo en hora cuando le daba cuerda.
Lo de dar cuerda fue bien y fue la causa del desastre final cuando
una noche, antes de acostarse, se dispuso a la liturgia de dar cuerda
al reloj. Es cierto que el viajero ya tuvo algún precedente de
cierta dureza o resistencia del mecanismo de cuerda al girar la
llave, pero aquella noche fue distinto. Las dos primeras vueltas la
llave giró bien, la tercera y cuarta con la habitual resistencia y
reticencia al girar, pero la sexta fue como si el reloj tuviera tos y
la llave se hundió en el mecanismo como nunca había ocurrido para,
finalmente en la séptima vuelta, el reloj sencillamente comenzó a
emitir sospechosos ruidos y sonó a que algo se rompía en su
interior...
El
viajero sale de sus recuerdos relojeros cuando la chica se despide,
al igual que su casi centenaria y venerable abuela que le dice que la
sordera es una jodienda. El dependiente, que ha observado al viajero
de reojo como miraba la mercancía expuesta, le sonríe y pregunta
qué deseaba, ya dirigiéndose al mostrador que parecía del interés
del viajero...
-Quería
cambiar la pila del reloj- dice
el viajero mientras sube la manga y procede a quitarse el CASIO
barato y típico de los 80´s.
El
dependiente, aprecia la perspicacia del viajero, hace una
imperceptible mueca de decepción de tendero que ve esfumarse una
potencial buena venta, incluso le mira de arriba abajo de forma casi
imperceptible. El viajero no se inmuta, cual hidalgo en ayunas con
palillo en la boca. Está orgulloso de su reloj CASIO negro típico
de los 80´s. Le da la hora, en varios husos horarios; le despierta
si hace falta y cronometra el tiempo que pasa si así lo desea el
viajero...
El
viajero se despide del tendero, no merece otro calificativo su trato
a la clientela de clásicos de los 80´s de la industria relojera,
baratija hoy en la muñeca, tesoro heredado de incalculable valor para
futuro propietario pariente del viajero. Al menos le responde a la
despedida y el viajero se asoma a la calle, hay una confitería cerca
y llega un aroma que le impulsa en dirección a...
Pero
ése, ya es otro viaje.
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt
Lake City, Utah
Director
Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
theadversiterchronicle@hotmail.es
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