por
Antón Rendueles
Carlos Pumares,
periodista y crítico de cine
Entraba
en la adolescencia, o iba dejando atrás la niñez, y la radio era
parte del universo de mi habitación. Había un tocadiscos compacto,
un PHILIPS, de aquellos que en un solo bloque reunían el plato del
giradiscos y a la derecha un dial de radio con varias bandas en la
parte superior y un reproductor de cintas de casete en la inferior. Mi padre era un
manitas para cosas electrónicas, pequeñas cosas como instalar una
toma de auriculares y ponerme un par de altavoces, uno a cada lado de
la cama que me permitían escuchar música, cintas y la radio. El
dial tenía una lucecita verde que se encendía cuando pillaba una
emisora en la novedosa frecuencia modulada que prometía una calidad
de transmisión nunca escuchada en onda media. Cuando llegó el
compacto a la habitación sólo había una emisora en la frecuencia
modulada de la región, comunidad autónoma o territorio en el nuevo
lenguaje políticamente correcto. También eran años ilusionantes en
la radio donde comenzaban a surgir nuevos comunicadores para una
nueva sociedad que comenzaba su singladura en democracia. Pese a mi
poca edad, la radio formaba parte de mi rutina y cuando llegó la
nueva emisora de frecuencia modulada me enganché devotamente. Por la
mañana el programa informativo y por las noches el rey era
Supergarcía que comenzaba a
la medianoche y finalizaba hora y media después, supongo que por ahí
llegué al descubrimiento de Polvo de Estrellas
y un desconocido que hablaba de cine, que pinchaba música de bandas
sonoras y mantenía diálogos con la audiencia que llamaba al
programa. Carlos Pumares me sedujo con su polvo estelar, refunfuñando
cuando los deportes se alargaban más allá de la hora de finalizar
restando tiempo de emisión al programa del Pumares. Se convirtió en
uno más de mi entorno cotidiano, me acompañaba en la oscuridad de
la habitación y me enseñó a ver las películas con otros ojos y
otra mirada. Luego la vida siguió como siguen las cosas en la vida y
dejé de escuchar el programa. Me encontraría después de un tiempo
a un Carlos Pumares que ofrecía lo que se esperaba con sus
aspavientos y rezongues, el personaje que no me engañaba porque yo
le conocía por su voz y me era fácil distinguir cuando se estaba
quedando con el personal y cuando era un berrinche, como en aquellas
veladas nocturnas radiofónicas donde siempre había alguien que le
pedía el título de una canción en una película sin saber el
título de la misma y donde el oyente o la oyente de turno comenzaba
a tararear una música incomprensible; muchas veces, la mayoría,
acertaba pero de vez en cuando era imposible distinguir qué canción
era aquel sonido. Siempre recuerdo cuando dedicaba el programa o
parte del mismo a una banda sonora o música de varias. Me entero de
su fallecimiento con una sensación de vacío, de ausencia de un
referente de aquellos años en que descubría el mundanal mundo y la
vida con las cosas que no tienen mucho sentido. Mi recuerdo de Carlos
Pumares es sonoro, auditivo y desconocedor del personaje televisivo
por el que es recordado. Se mantiene vivo en los recuerdos, gratos
recuerdos de madrugadas robando horas al sueño escuchando su voz,
nana de madrugada que me desvelaba hasta las tantas...
Descanse
en paz.
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