Suplemento
viajero cutre de The Adversiter Chronicle
Viaje con peripecia
para realizar un ingreso en ventanilla
El
viajero sale al asfalto ufano, no por nada en especial, se ha
levantado temprano para sus cánones a esa hora maldita en que los
estudiantes entran a primera clase. Debe hacer un ingreso en
ventanilla, ni siquiera ha desayunado ni parado en su abrevadero
habitual para el cafelito, la sucursal está en el barrio y salió
sin chubasquero, hay nubes grises que van tupiendo el cielo que era
predominantemente despejado a primera hora de la mañana. Llega a la
sucursal y se lleva una sorpresa al no ver clientes en su interior,
de hecho ni siquiera hay una ventanilla de atención al público,
sólo cuatro mesas separadas por unos biombos que imitan juncos, al
menos esa impresión causan al viajero. Se dirige a un empleado
sentado en una mesa, el único a la vista del viajero, que le indica
que no hay ventanilla y que puede hacer el ingreso en el cajero, cosa
que ya intentó el viajero el día anterior y salía un irritante
mensaje de: operación no autorizada consulte en la sucursal.
El viajero no quiere interrumpir al empleado que ya se ha levantado
de la mesa y dirige al viajero al cajero en la sala que media entre
la calle y el interior de la sucursal. El empleado se dirige al
viajero con esa condescendencia de quien sabe los arcanos digitales y
se encuentra ante un analfabestia digital, detallando al viajero cada
paso a dar en la pantalla táctil y que el viajero sabe de memoria.
Con una sonrisa complaciente y de satisfacción, casi de superioridad
intelectual, le dice al viajero que ya está, mientras éste cuenta
mentalmente tres segundos y antes del cuarto sale el mensajito de
consultar en la sucursal. El viajero ríe para sus adentros cuando la
sonrisa del empleado muta a cara de pasmo y sorpresa, balbuceando
algo y que indica al viajero que pase con él a consultar en el
ordenador. La cosa se está complicando, barrunta el viajero, cuando
el empleado se tira cinco minutos largos consultando su terminal sin
poder aclarar el entuerto y aparece de súbito otro empleado de una
puerta cerrada y se suma a las indagaciones. El viajero añora su
cafelito, parece que empieza a lloviznar y los empleados no atinan a
dar con la tecla adecuada. Finalmente, le indican al viajero que lo
mejor es que lo ingrese en ventanilla, sabia deducción que el
viajero discurrió por sí mismo el día anterior al intentar pagar
en un cajero de otra sucursal. Tiene el empleado la prudencia de
advertir al viajero que la ventanilla sólo abre hasta las once y
media de la mañana y una mirada a su reloj le indica al viajero que
son ya cerca de las diez. Le informan de que puede ir a la sucursal
de la calle Tal o a la de la calle Cual y el viajero da las gracias,
por nada piensa para sí, y sale de nuevo al asfalto.
El
viajero decide entrar en un garito a unos pasos de la sucursal para
decidir qué hacer y calmar su ansia del cafelito mañanero. No es su
garito habitual del cafelito y extraña desde el primer sorbo el
cafelito habitual. Sale el viajero decidido a ir a la sucursal de la
calle Cual, es más cercana y la llovizna invita a apurar el paso. Al
llegar a la sucursal observa que hay tres personas haciendo cola y
otras dos para el cajero. Busca la maquina de sacar la vez pero hay
que recurrir a la clásica pregunta de quién es el último. El
interior es amplio y hay una ventanilla con tres puestos y sólo
atienden en uno. El viajero observa el reloj y ve que le queda menos
de una hora antes del cierre de la ventanilla y respira aliviado
aunque se enoja para sus adentros cuando ve un rótulo en la pared
que le escupe a la vista: su tiempo es oro y nos preocupa su
tiempo. Siente el viajero el
impulso de gritar de rabia pero se limita a mirar para otro lado.
Cuando por fin le llega el turno y espera que le pidan ingresar, la
empleada en ventanilla le dice que se vaya con su compañera de la
mesa porque hay una incidencia a la hora de tramitar el ingreso en el
ordenador. Se dirige el viajero a la mesa y la empleada le da un poco
la turra con algo relativo a la cartilla y frota con un paño la
banda magnética, teclea un poco y mete la cartilla en las fauces de
la impresora que emite un ruido sordo y escupe la cartilla. La
empleada le indica al viajero que debe acudir a la oficina central de
la entidad y debe volver a la ventanilla a recoger el dinero que
estaba en espera de solucionar la incidencia. El viajero echa una
mirada furibunda al rótulo, se acuerda de los muertos de los
accionistas de la entidad bancaria cuando observa que apenas tiene
veinte minutos antes de la hora del cierre y decide tomar un taxi.
La
parada está al lado de la sucursal pero no hay taxis estacionados y
la lluvia ya es tal. Por fortuna para el viajero aparece un taxi a
los pocos minutos y, una vez dentro, indica al taxista la dirección.
El taxista arranca en cháchara opinando que la entidad bancaria
causa contratiempos por su experiencia como taxista con otros
viajeros y otras chácharas. El viajero pone cara de haba, como si
escuchara atentamente aunque en realidad está calculando el coste
del trayecto porque salió de casa con lo justo para un cafelito y
poco más. El taxi para justo enfrente de la entrada de la sucursal
principal y le cobra al viajero cinco euros y unos céntimos. El
viajero, tras pagar al taxista y entrar en la sucursal principal, busca con la mirada la máquina de sacar la vez. Hay un menú
con distintas opciones y el viajero se equivoca un par de veces hasta
que logra encontrar una opción con algo parecido a ingresar en
ventanilla y la máquina le escupe tres papelitos y cada papelito con
una clave alfanumérica. El viajero se concentra en la pantalla que
indica la clave alfanumérica y el puesto de atención. Suena un
sonido cada vez que sale una nueva clave en pantalla y el viajero por
fin ve la suya en la misma y se dirige a ventanilla donde una
empleada con gafas le atiende y cuando el viajero le indica que
quiere realizar un ingreso, mira al viajero por encima de las gafas y
le dice que la ventanilla está cerrada para ingresos y le sugiere
que hay que madrugar antes, todo ello con una sonrisa que le parece sarcástica al viajero, al devolverle la cartilla. El viajero cierra un
segundo los ojos y se imagina con un lanzallamas incinerando la
sucursal principal, los cajeros automáticos, esos estúpidos biombos
que parecen juncos, a empleados y clientes, todo reducido a cenizas sin piedad por parte del viajero...
El
viajero sale al asfalto, sigue la llovizna mojando al viajero que no
tiene para un taxi y, resignado y cabizbajo, enfila en dirección a su
casa mientras barrunta que...
Pero
ése, ya es otro viaje
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt
Lake City, Utah
Director
Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
theadversiterchronicle@hotmail.es
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