The Adversiter Chronicle

jueves, 5 de octubre de 2023

"Ni a pata ni alpargata y menos a La Alcarria", suplemento viajero cutre

Suplemento viajero cutre de The Adversiter Chronicle

Viaje con peripecia para realizar un ingreso en ventanilla

El viajero sale al asfalto ufano, no por nada en especial, se ha levantado temprano para sus cánones a esa hora maldita en que los estudiantes entran a primera clase. Debe hacer un ingreso en ventanilla, ni siquiera ha desayunado ni parado en su abrevadero habitual para el cafelito, la sucursal está en el barrio y salió sin chubasquero, hay nubes grises que van tupiendo el cielo que era predominantemente despejado a primera hora de la mañana. Llega a la sucursal y se lleva una sorpresa al no ver clientes en su interior, de hecho ni siquiera hay una ventanilla de atención al público, sólo cuatro mesas separadas por unos biombos que imitan juncos, al menos esa impresión causan al viajero. Se dirige a un empleado sentado en una mesa, el único a la vista del viajero, que le indica que no hay ventanilla y que puede hacer el ingreso en el cajero, cosa que ya intentó el viajero el día anterior y salía un irritante mensaje de: operación no autorizada consulte en la sucursal. El viajero no quiere interrumpir al empleado que ya se ha levantado de la mesa y dirige al viajero al cajero en la sala que media entre la calle y el interior de la sucursal. El empleado se dirige al viajero con esa condescendencia de quien sabe los arcanos digitales y se encuentra ante un analfabestia digital, detallando al viajero cada paso a dar en la pantalla táctil y que el viajero sabe de memoria. Con una sonrisa complaciente y de satisfacción, casi de superioridad intelectual, le dice al viajero que ya está, mientras éste cuenta mentalmente tres segundos y antes del cuarto sale el mensajito de consultar en la sucursal. El viajero ríe para sus adentros cuando la sonrisa del empleado muta a cara de pasmo y sorpresa, balbuceando algo y que indica al viajero que pase con él a consultar en el ordenador. La cosa se está complicando, barrunta el viajero, cuando el empleado se tira cinco minutos largos consultando su terminal sin poder aclarar el entuerto y aparece de súbito otro empleado de una puerta cerrada y se suma a las indagaciones. El viajero añora su cafelito, parece que empieza a lloviznar y los empleados no atinan a dar con la tecla adecuada. Finalmente, le indican al viajero que lo mejor es que lo ingrese en ventanilla, sabia deducción que el viajero discurrió por sí mismo el día anterior al intentar pagar en un cajero de otra sucursal. Tiene el empleado la prudencia de advertir al viajero que la ventanilla sólo abre hasta las once y media de la mañana y una mirada a su reloj le indica al viajero que son ya cerca de las diez. Le informan de que puede ir a la sucursal de la calle Tal o a la de la calle Cual y el viajero da las gracias, por nada piensa para sí, y sale de nuevo al asfalto.
El viajero decide entrar en un garito a unos pasos de la sucursal para decidir qué hacer y calmar su ansia del cafelito mañanero. No es su garito habitual del cafelito y extraña desde el primer sorbo el cafelito habitual. Sale el viajero decidido a ir a la sucursal de la calle Cual, es más cercana y la llovizna invita a apurar el paso. Al llegar a la sucursal observa que hay tres personas haciendo cola y otras dos para el cajero. Busca la maquina de sacar la vez pero hay que recurrir a la clásica pregunta de quién es el último. El interior es amplio y hay una ventanilla con tres puestos y sólo atienden en uno. El viajero observa el reloj y ve que le queda menos de una hora antes del cierre de la ventanilla y respira aliviado aunque se enoja para sus adentros cuando ve un rótulo en la pared que le escupe a la vista: su tiempo es oro y nos preocupa su tiempo. Siente el viajero el impulso de gritar de rabia pero se limita a mirar para otro lado. Cuando por fin le llega el turno y espera que le pidan ingresar, la empleada en ventanilla le dice que se vaya con su compañera de la mesa porque hay una incidencia a la hora de tramitar el ingreso en el ordenador. Se dirige el viajero a la mesa y la empleada le da un poco la turra con algo relativo a la cartilla y frota con un paño la banda magnética, teclea un poco y mete la cartilla en las fauces de la impresora que emite un ruido sordo y escupe la cartilla. La empleada le indica al viajero que debe acudir a la oficina central de la entidad y debe volver a la ventanilla a recoger el dinero que estaba en espera de solucionar la incidencia. El viajero echa una mirada furibunda al rótulo, se acuerda de los muertos de los accionistas de la entidad bancaria cuando observa que apenas tiene veinte minutos antes de la hora del cierre y decide tomar un taxi.
La parada está al lado de la sucursal pero no hay taxis estacionados y la lluvia ya es tal. Por fortuna para el viajero aparece un taxi a los pocos minutos y, una vez dentro, indica al taxista la dirección. El taxista arranca en cháchara opinando que la entidad bancaria causa contratiempos por su experiencia como taxista con otros viajeros y otras chácharas. El viajero pone cara de haba, como si escuchara atentamente aunque en realidad está calculando el coste del trayecto porque salió de casa con lo justo para un cafelito y poco más. El taxi para justo enfrente de la entrada de la sucursal principal y le cobra al viajero cinco euros y unos céntimos. El viajero, tras pagar al taxista y entrar en la sucursal principal, busca con la mirada la máquina de sacar la vez. Hay un menú con distintas opciones y el viajero se equivoca un par de veces hasta que logra encontrar una opción con algo parecido a ingresar en ventanilla y la máquina le escupe tres papelitos y cada papelito con una clave alfanumérica. El viajero se concentra en la pantalla que indica la clave alfanumérica y el puesto de atención. Suena un sonido cada vez que sale una nueva clave en pantalla y el viajero por fin ve la suya en la misma y se dirige a ventanilla donde una empleada con gafas le atiende y cuando el viajero le indica que quiere realizar un ingreso, mira al viajero por encima de las gafas y le dice que la ventanilla está cerrada para ingresos y le sugiere que hay que madrugar antes, todo ello con una sonrisa que le parece sarcástica al viajero, al devolverle la cartilla. El viajero cierra un segundo los ojos y se imagina con un lanzallamas incinerando la sucursal principal, los cajeros automáticos, esos estúpidos biombos que parecen juncos, a empleados y clientes, todo reducido a cenizas sin piedad por parte del viajero...
El viajero sale al asfalto, sigue la llovizna mojando al viajero que no tiene para un taxi y, resignado y cabizbajo, enfila en dirección a su casa mientras barrunta que...
Pero ése, ya es otro viaje

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido

Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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