The Adversiter Chronicle

martes, 11 de abril de 2023

"Memorias de La Transición", por Antón Rendueles

Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle

Semana Santa de palmas y bollos

Ya no era la España de misa y sacristía que tanto se publicaba y se oía, pero Semana Santa aún conservaba aires de antaño. En mi universo infantil significaba vacaciones tras una batería de exámenes y se comenzaban las vacaciones entregando las notas en casa. Lo primero era rendir visita a los padrinos, un matrimonio ya mayor que vivían fuera del casco urbano, un entorno rural que se dice ahora. Sigue siéndolo aunque la ciudad ha avanzado y las viejas caserías conviven con nuevas edificaciones y servicios urbanitas. Yo tenía sentimientos encontrados ya que mi abuela siempre me contaba que había trabajado para ellos de adolescente. Vivía en la propiedad realizando faenas donde procuraba en ocasiones arrancar minutos al sueño. Aún se refería a ellos como los amos y yo tenía sentimientos encontrados cada Semana Santa en domingo de ramos. Me hacía ilusión y esperaba ansioso el bollo que llegaría el domingo siguiente. Debieron de tener varios y varias criadas y criados, jornaleros de faenas y jornaleras domésticas porque recuerdo con nitidez una algarabía de niños y niñas, con los adultos repartidos haciendo corrillos. Padrino les llevaba al llagar con inmensos toneles que parecían gigantes para el niño que era. Al llegar les saludaba a ambos, él afuera departiendo y ella en la cocina recibiendo pasteles y ramos de flores. Pero todo empezaba de viernes porque tocaba comprar ropa, camisa, pantalón y zapatos. También puros, Montecristo, que era una marca de postín, suponía, lejos del humilde Farias que se fumaba mi abuelo mientras echaba la partida. Una docena de pasteles y la palma, larga y esbelta con un lazo azul, eran los presentes ineludibles.
Entre domingo y domingo, los días eran de jugar con la puñeta de que no había cine ya que éste cerraba jueves y viernes santo, pero yo disfrutaba cada día. Cuando llegaba el domingo y tocaban al timbre, yo sabía que era el bollo. Había visto desde hacía días escaparates de las abundantes pastelerías que había entonces con sus figuras de chocolate, magníficas y deseables. Recuerdo que siempre era la misma liturgia: el bollo era raquítico según los adultos y se preguntaban el motivo de tal tacañería. El pastel, la tarta, es cierto que era de reducidas dimensiones y la figura de chocolate era sencilla aunque yo disfrutaba ajeno a las cuitas de los adultos. Según cumplía años y adquiría sesera, comprendí que aquella decadente casería era otro mundo que había dejado de existir y que emanaba sus últimas bocanadas, sin amos ni sirvientes, servidumbre más bien, donde adolescentes como mi abuela escapaban de un hogar de posguerra y había que luchar por todo. Sin embargo nunca escuché ni sentí rencor, eran los amos porque habían sido los amos y se ofrecía el padrinazgo de su nieto como muestra de respeto. Todo eso había muerto y entre unos y otros lograban que llevar la palma fuera un agradable momento. Yo pensaba, no que fueran tacaños, era que tenían tantos ahijados y ahijadas que debía ser un follón encargar tantos bollos. Tampoco queda nadie ya y el recuerdo siempre arrincona lo malo. Pero nunca dejo de irritarme cuando oigo, recordando, a mi abuela decir que eran los amos...
Antón Rendueles

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido

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