Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Semana Santa de palmas
y bollos
Ya no
era la España de misa y sacristía que tanto se publicaba y se oía,
pero Semana Santa aún conservaba aires de antaño. En mi universo
infantil significaba vacaciones tras una batería de exámenes y se
comenzaban las vacaciones entregando las notas en casa. Lo primero
era rendir visita a los padrinos, un matrimonio ya mayor que vivían
fuera del casco urbano, un entorno rural que se dice ahora. Sigue
siéndolo aunque la ciudad ha avanzado y las viejas caserías
conviven con nuevas edificaciones y servicios urbanitas. Yo tenía
sentimientos encontrados ya que mi abuela siempre me contaba que
había trabajado para ellos de adolescente. Vivía en la propiedad
realizando faenas donde procuraba en ocasiones arrancar minutos al
sueño. Aún se refería a ellos como los amos
y yo tenía sentimientos encontrados cada Semana Santa en domingo de
ramos. Me hacía ilusión y esperaba ansioso el bollo que llegaría
el domingo siguiente. Debieron de tener varios y varias criadas y
criados, jornaleros de faenas y jornaleras domésticas porque
recuerdo con nitidez una algarabía de niños y niñas, con los
adultos repartidos haciendo corrillos. Padrino les llevaba al llagar
con inmensos toneles que parecían gigantes para el niño que era. Al
llegar les saludaba a ambos, él afuera departiendo y ella en la
cocina recibiendo pasteles y ramos de flores. Pero todo empezaba de
viernes porque tocaba comprar ropa, camisa, pantalón y zapatos.
También puros, Montecristo, que era una marca de postín, suponía,
lejos del humilde Farias que se fumaba mi abuelo mientras echaba la
partida. Una docena de pasteles y la palma, larga y esbelta con un
lazo azul, eran los presentes ineludibles.
Entre
domingo y domingo, los días eran de jugar con la puñeta de que no
había cine ya que éste cerraba jueves y viernes santo, pero yo
disfrutaba cada día. Cuando llegaba el domingo y tocaban al timbre,
yo sabía que era el bollo. Había visto desde hacía días
escaparates de las abundantes pastelerías que había entonces con
sus figuras de chocolate, magníficas y deseables. Recuerdo que
siempre era la misma liturgia: el bollo era raquítico según los
adultos y se preguntaban el motivo de tal tacañería. El pastel, la
tarta, es cierto que era de reducidas dimensiones y la figura de
chocolate era sencilla aunque yo disfrutaba ajeno a las cuitas de los
adultos. Según cumplía años y adquiría sesera, comprendí que
aquella decadente casería era otro mundo que había dejado de
existir y que emanaba sus últimas bocanadas, sin amos ni sirvientes,
servidumbre más bien, donde adolescentes como mi abuela escapaban de
un hogar de posguerra y había que luchar por todo. Sin embargo nunca
escuché ni sentí rencor, eran los amos
porque habían sido los amos y se ofrecía el padrinazgo de su nieto
como muestra de respeto. Todo eso había muerto y entre unos y otros
lograban que llevar la palma fuera un agradable momento. Yo pensaba,
no que fueran tacaños, era que tenían tantos ahijados y ahijadas
que debía ser un follón encargar tantos bollos. Tampoco queda nadie
ya y el recuerdo siempre arrincona lo malo. Pero nunca dejo de
irritarme cuando oigo, recordando, a mi abuela decir que eran los
amos...
Antón
Rendueles
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt
Lake City, Utah
Director
Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
theadversiterchronicle@hotmail.es
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