The Adversiter Chronicle

viernes, 19 de noviembre de 2021

"Memorias de La Transición", de Antón Rendueles

Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle

Domingos de partido

El domingo de partido lo notaba porque, tras la comida, ya me preparaban en el sentido de vestirme y peinar. Era muy niño y la liturgia formaba parte de mi universo infantil. Debía salir al encuentro de mi abuelo que salía después de comer a echar la partida. Era un restaurante, aquellos restaurantes de expositor refrigerado en el escaparate que daba a la calle mostrando en sus entrañas piezas de chuletón de ternera y otras delicias en crudo que estimularan a los viandantes y clientes. En el interior estaban dispuestas las mesas reconvertidas a mesas de juego, por entonces comer fuera tenía sus horas y las partidas las suyas. Sentados cuatro jugadores en cada mesa, flotaba el humo de los puros Farias y el aroma a coñac Soberano que emanaba de las copas, con una franja roja en las mismas que servía de guía de cantidad. Creo que desde entonces es que no me gusta el barullo con los naipes y pese a los intentos de mi abuelo por introducirme en los encantos y arcanos del mus, la brisca o el tute, nunca fui pupilo aventajado, aprendía las normas y reglas, hasta la señales con nariz y toques de oreja, pero nunca jugué fuera del entorno familiar. También se jugaba al dominó, con el golpe de las fichas, el misterio de ver a los jugadores alinear las fichas, sí me gustó el dominó en cambio...
Solía llegar al final de las partidas y se emprendía el camino al estadio, a considerable distancia para ir a pie, pero siempre se hacía a pie en tertulias ambulantes que iban en aumento a medida que se avanzaba camino. Sólo había una grada con asientos y digna de llamarse tal, aún no se soñaba con la ampliación que trajo el Mundial 82. Dentro del estadio había una especie de cantina donde se surtían los espectadores de mini botellitas de coñac o de puros. También se recogían unas almohadillas que servía para descansar las posaderas en el duro cemento de la grada, los asientos eran cuadrados de raya gruesa y un número en medio que indicaba el socio con derecho a sentarse y no ser plebe sin asiento como ocurría en las tres gradas restantes, mi abuelo iba a la zona noble de la plebe con los palcos sobre la cabeza y que eran territorio misterioso y prohibido par mí...
Nunca ganamos una Liga siendo niño pero nunca estuvimos tan cerca como en aquel tiempo, donde después de las dos y media las mesas de restaurante se convertían en mesas de partida entre amigos, vecinos, conocidos y compañeros de trabajo, con la televisión apagada, una radio de fondo y trajín de platos en la cocina, de humo de puro flotando en el ambiente y el dulzón aroma del licor en las copas que inunda la memoria de aquellos tiempos de universo infantil en que mi abuelo formaba parte del mismo y la liturgia de los domingos de partido es un lugar reconfortante cuando surge la nostalgia por quienes ya no están pero crearon una sociedad donde los niños seguían siendo niños cuando ellos y ellas apenas tuvieron infancia...
Antón Rendueles


The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
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