Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Domingos de partido
El
domingo de partido lo notaba porque, tras la comida, ya me preparaban
en el sentido de vestirme y peinar. Era muy niño y la liturgia
formaba parte de mi universo infantil. Debía salir al encuentro de
mi abuelo que salía después de comer a echar la partida. Era un
restaurante, aquellos restaurantes de expositor refrigerado en el
escaparate que daba a la calle mostrando en sus entrañas piezas de
chuletón de ternera y otras delicias en crudo que estimularan a los
viandantes y clientes. En el interior estaban dispuestas las mesas
reconvertidas a mesas de juego, por entonces comer fuera tenía sus
horas y las partidas las suyas. Sentados cuatro jugadores en cada
mesa, flotaba el humo de los puros Farias y el aroma a coñac Soberano que emanaba de las copas, con una franja roja en las mismas
que servía de guía de cantidad. Creo que desde entonces es que no
me gusta el barullo con los naipes y pese a los intentos de mi abuelo
por introducirme en los encantos y arcanos del mus, la brisca o el
tute, nunca fui pupilo aventajado, aprendía las normas y reglas,
hasta la señales con nariz y toques de oreja, pero nunca jugué
fuera del entorno familiar. También se jugaba al dominó, con el
golpe de las fichas, el misterio de ver a los jugadores alinear las
fichas, sí me gustó el dominó en cambio...
Solía
llegar al final de las partidas y se emprendía el camino al estadio,
a considerable distancia para ir a pie, pero siempre se hacía a pie
en tertulias ambulantes que iban en aumento a medida que se avanzaba
camino. Sólo había una grada con asientos y digna de llamarse tal,
aún no se soñaba con la ampliación que trajo el Mundial 82. Dentro
del estadio había una especie de cantina donde se surtían los
espectadores de mini botellitas de coñac o de puros. También se
recogían unas almohadillas que servía para descansar las posaderas
en el duro cemento de la grada, los asientos eran cuadrados de raya
gruesa y un número en medio que indicaba el socio con derecho a
sentarse y no ser plebe sin asiento como ocurría en las tres gradas
restantes, mi abuelo iba a la zona noble de la plebe con los palcos
sobre la cabeza y que eran territorio misterioso y prohibido par
mí...
Nunca
ganamos una Liga siendo niño pero nunca estuvimos tan cerca como en
aquel tiempo, donde después de las dos y media las mesas de
restaurante se convertían en mesas de partida entre amigos, vecinos,
conocidos y compañeros de trabajo, con la televisión apagada, una
radio de fondo y trajín de platos en la cocina, de humo de puro
flotando en el ambiente y el dulzón aroma del licor en las copas que
inunda la memoria de aquellos tiempos de universo infantil en que mi
abuelo formaba parte del mismo y la liturgia de los domingos de
partido es un lugar reconfortante cuando surge la nostalgia por
quienes ya no están pero crearon una sociedad donde los niños
seguían siendo niños cuando ellos y ellas apenas tuvieron
infancia...
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt
Lake City, Utah
Director
Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
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