Observo desde las alturas
del acantilado que las autoridades de distintas localidades proceden
con inusitada rapidez a cambiar nombres de calles. Es lo bueno de las
placas que indican el nombre de una calle en comparación con las
estatuas...
Una estatua es derribada
de su pedestal, requiere unos considerables gastos en sueldos de
operarios, alquiler de grúa, transporte y un sitio donde guardarla o
convertirla en chatarra. Con la placa que indica el nombre de una
calle es todo más sencillo y económico. Sólo es necesario una
escalera, un operario y un destornillador sin descartar un martillo
si la placa se resiste...
Pero retirar el nombre a
una calle contempla ciertos trastornos para la ciudadanía y el
gremio de correos y empresas de reparto. Te acuestas en tal o cual
dirección y cuando te despiertas al día siguiente estás en otra
distinta aunque sea la misma calle, la misma casa y uno mismo. Me
recuerda aquel cosmonauta que despegó soviético y cuando volvió
resultó que era ruso...
Sin embargo, dar nombre a
una calle siempre deja cierto regusto a revancha larvada que por fin
puede hacerse realidad, poco importa lo que piensen las vecinas y
vecinos de dicha calle, los repúblicos se creen, con la sabiduría
infusa que otorgan los votos, que todos opinan lo mismo sobre cambiar
el nombre de una calle. Cada vez que se quita un nombre para poner
otro siempre se hacen grandilocuentes manifestaciones a los medios:
se repara una injusticia, se castiga una conducta intolerable,
incluso se llega a decir que es en defensa de la democracia...
Sin embargo, el cambio de
nombre de una calle tiene algo de dictatorial, de imponer un nombre
sin consultar a las y los afectados que se ven obligados a poner una
dirección diferente a la de toda la vida con la duda de si los
destinatarios se darán cuenta del cambio sin pensar que es una carta
que les ha llegado por error, rompiendo la magia epistolar al quedar
sin respuesta...
Me pregunto la razón de
tanta diligencia en cambiar los nombres de las calles sin someterlo a
votación de la ciudadanía, quedando la espada de Damocles de que
cuando gobiernen los otros decidan cambiarlas de nuevo sin de nuevo
consultar a la ciudadanía...
Menos mal que nadie puede
cambiar los hechos que llevaron a otorgar el nombre de alguien a una
calle porque estaríamos de zozobra en zozobra. Stalin quitaba de las
fotos a los y las purgadas para que no quedara constancia de los
mismos y las mismas. En democracia quitamos nombres a las calles para
borrar la memoria que siempre guarda el callejero de una localidad,
nombres de personas con luces y sombras pero cuyos hechos se
homenajeaban cuando se decidía poner su nombre a una calle...
Todas y todos vamos a
morir y cambiar el nombre a una calle, a una avenida, por
motivaciones que son en realidad políticas y otorgarse la
representación de todos y todas aprovechando la rabia que da la
indignación y sin consulta popular, es matar un poco la democracia.
Me resulta chocante y desconcertante, desde un punto de vista
científico, que quienes son elegidos y elegidas democráticamente
olviden los hechos que lograron lo que hoy tenemos y les da la
representación de la ciudadanía...
Yo he colocado una placa
en el acantilado advirtiendo a las jodidas gaviotas de que éste ya
no es su cagadero, pero no hacen ni puto caso. Está claro que lo que
para mí es un confortable lar para ellas sólo es su cagadero.
Podría ponerme a su altura y cagar para arriba pero me acabaría
cayendo toda la mierda a mí consiguiendo por mí mismo lo que hasta
ahora era privilegio de las gaviotas: que me caiga mierda en la
cabeza...
Aunque, ahora que me miro,
lo que me está cayendo es el pelo.
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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