Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
-Me
quitaron a mi madre y me dieron un fusil-
Autor:
China KeitetsiEditorial: MAEVA EDICIONES
Traducción: J. A. Bravo
Edición: 2005
Hay
varios mundos pero todos están en este mundo, si encima eres mujer
la cosa puede ser aún más jodida. La propuesta de hoy es un
homenaje a las mujeres y en especial a las féminas del continente
africano en un libro de testimonio, sin morbosas escenas de abusos
sexuales o de sangrientas batallas y refriegas, vemos con los ojos de
una niña sacada de su entorno, el brutal entorno del machismo en
África donde nacer mujer sigue siendo mala suerte en sociedades
tribales.
Es
el testimonio de sabor áspero y desasosiego al avanzar en la
lectura, quedaremos tumefactos y al igual que la protagonista
asumimos la hostilidad del entorno con naturalidad. Sorprende entre
la brutalidad del testimonio la inocencia que emana la protagonista a
la que han condicionado para el combate y la sumisión a los
superiores, nos asombra que la niña soldado siga viendo esperanza
entre sus mandos y opresores resultando inevitable que te mires al
espejo y luego te asomes a la ventana para dar gracias de haber
nacido en el consumista Occidente...
China
Keitetsi nació en 1976 en un pequeño pueblo en Uganda. Con sólo
nueve años fue utilizada como niña soldado, experiencia que relata
en este libro. Con el apoyo de las Naciones Unidas, escapó de Uganda
durante los años noventa y recibió asilo político en Dinamarca en
1999. Allí trabaja en una guardería y se está formando como
trabajadora social. Colabora con UNICEF y Amnesty International y
escribió este libro para superar su propia experiencia y sus
terribles recuerdos.
Datos
sacados de la contraportada y actualizados al año de edición, pero
sin más verborrea unas breves reseñas que os inciten a su
apasionante lectura:
Es
niña...
“Todo
cambió cuando nací yo, porque no era un chico. Mi padre solicitó
el divorcio, y mi madre tuvo que dejar el hogar familiar cuando yo
tenía seis meses y aún contemplaba el mundo con ojos de bebé, sin
la menos posibilidad de intuir lo que me reservaba el futuro. La
echaron de casa con prohibición de regresar bajo amenaza de muerte.
En la relación entre el hombre y la mujer, en aquella época y
lugar, prevalecía el más fuerte. Y ese era mi padre, y no estaba
dispuesto a ceder un ápice. Mi madre no tuvo más remedio que
dejarme, aun sabiendo que eso me condenaba a no tener una infancia
normal. Yo era demasiado pequeña para comprender lo que perdía, y
no recuerdo gran cosa de aquella época. Ahora sí me parece
experimentar a veces como un gran vacío, muy diferente de las demás
emociones, y me invade una tremenda sensación de tristeza e
impotencia que no me deja pensar en nada más. Luego me rehago e
intento recobrar el hilo de los recuerdos y los sentimientos de mi
vida. Pero retornan siempre las ciénagas del olvido... por la
pérdida de mi madre, supongo.”
Tutsis...
“Un
sábado por la mañana, cuando contaron las vacas, faltaron quince.
Los dos jornaleros corrieron a decírselo a la abuela. Vi que los
pelos se le ponían literalmente de punta. Enfurecida, preguntó por
Mike y cuando iban a ir en su busca, se presentó el hombre, que
parecía fatigado como si hubiese corrido mucho rato. Preguntó por
qué estábamos todos reunidos y la abuela le acusó directamente de
estar compinchado con los bandidos que habían robado las reses. Mike
juró que era inocente. Si él hubiese robado las vacas, ¿por qué
habría vuelto?, dijo. Pero la abuela repuso que eso no era más que
una treta para librarse de sospechas. A continuación envió a uno de
los hombres a por mi padre, con no poco espanto por parte de Mike. Mi
hermano y yo le aconsejamos que huyera, pero él no quiso, diciendo
que todos éramos tutsis y que mi padre comprendería que él nunca
robaría sus vacas. Por la tarde llegó padre con la policía, y nada
de lo que dijo Mike le valió porque los agentes sólo escuchaban a
padre, que se agitaba como si tuviese brasas debajo de los pies. Los
policías golpearon a Mike y le dieron puntapiés antes de meterlo a
rastras en el Land-Rover. Por la noche, cuando nos disponíamos a
acostarnos, padre nos dijo a mi hermano y a mí que no sacáramos las
vacas a apacentar, puesto que merodeaba una partida de bandidos y nos
las quitarían. Apenas escuché sus palabras. Estaba distraída
imaginando las palizas que estaría recibiendo Mike en aquel
momento.”
Jefa
de la escolta...
“Ya
convertida en jefa de escolta, era preciso que me hiciese obedecer
como tal. Nada en el mundo temía tanto como pasar por cobarde, y sin
embargo andaba preocupada porque no sabía cómo proceder en caso de
que a alguno se le ocurriese desacatar una orden mía. No se me
ocurrió mejor solución que hacerme temer. Una tarde regresamos del
despacho y Kashilingi entró con mucha prisa en la casa. Le seguí y
me quedé a esperar cerca del salón. Al poco salió de la habitación
y ordenó que Jamiru estuviese dispuesto. Despedí a los demás y me
encaminé a la cocina, donde la sirvienta, Namaganda, estaba lavando
los platos. Me quedé allí con los brazos en jarras, las manos
apoyadas entre la pistola y la bayoneta, en espera de que me sirviese
algo de comer. Pero ella había decidido ignorarme, así que disimulé
mi enfado y cogí un plato de comida que había sobre los fogones...”
Acusada
de desertora...
“Por
la mañana temprano, dos de ellos me sujetaron, mientras el tercero
empezó a pegarme en la espalda con algo que quizá era un punzón
para hielo, lentamente. Ellos sabían quién era yo, y deseaban
averiguar cuánto había hablado y con quiénes. Les conté mi
versión de la historia, explicando los motivos de mi marcha, pero
ellos insistieron en que yo era una desertora. Además me aseguraron
que aquello no era nada en comparación con lo que me harían cuando
fuese devuelta a mi país. Tras haberme quebrantado hasta la última
brizna de dignidad, les pedí que me llevaran a Uganda de una vez
para correr la suerte que me tocase. Pero no pudo ser, porque estaba
muy maltrecha. Yo exageraba y fingía estar peor de lo que estaba,
para demorar al máximo mi traslado, y creo que este truco me salvó
la vida. Finalmente llegó el día, y cuando el coche se detuvo en un
semáforo en medio de la espesa circulación de Pretoria, decidí que
aquélla era mi oportunidad. Justo en el momento en que el chófer
iba a arrancar, rompí el cristal de atrás para distraerlos, y
cuando ellos se volvieron abrí la puerta de mi lado y salté fuera.”
Dinamarca...
“En
Dinamarca miran la vida de otra manera. Hasta los animales tienen sus
derechos. Nadie me ordenaba matar ni odiar a nadie como en el
ejército, pero lo mejor era que no estaba obligada a actuar por
cuenta de otros, ni contra mi propia voluntad. No obstante todas
estas libertades, yo acarreaba todavía el temor a tener que seguir
viviendo el resto de mi vida con esa desesperación, que es la marca
que queda en casi todos los soldados. Es una desesperación que
muchas veces traiciona al inocente, mientras todos se disputan el
favor de los superiores. Para mí es una especie de última
humillación el tener que relatar los abusos vergonzosos y la
indefensión que padecíamos, pero no hay más remedio si se trata de
salvar a otros. Yo estuve ahí, y sé lo que siguen sufriendo. Los
abusos y las humillaciones son para el alma como las cicatrices que
llevo en el cuerpo, y que no desaparecerán mientras viva. Ese temor
es permanente y me acompañará siempre. En mis sueños veo las
sombras de mis compañeros, los niños soldado que pusieron fin a su
vida con sus propias armas para escapar de aquel infierno. Ahora mi
dolor se ha mitigado, pero las guerras continúan, y estoy convencida
de que muchos niños necesitan todavía la ayuda que podamos
aportarles. La batalla no ha terminado, así que alcemos la voz y
exijamos nuestros derechos.”
Lectura imprescindible y necesaria para comprender que
la lucha de la mujer en África por sus derechos está muy alejada de
la realidad ya que ser niña es una maldición y la cultura tribal
hace que el predominio del hombre sea total. Es también mirar al
mundo de los niños soldado donde las chicas además de combatir y
realizar faenas son además concubinas al capricho de su señor de la
guerra. Recomendable para activistas radicales del feminismo para que
vean dónde son necesarias auténticas revoluciones de la mujer en
regiones sometidas a la religión, a los hombres y a la miseria. Es
una lectura áspera y realmente logra que nos detengamos unos
instantes en dejar de mirarnos el ombligo para ver otras realidades
que nos parecen lejanas e incluso ajenas cuando vemos las noticias...
Pero están ahí. The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
theadversiterchronicle@hotmail.es
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