The Adversiter Chronicle

jueves, 8 de marzo de 2018

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre


Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro: Mi vida de niña soldado
-Me quitaron a mi madre y me dieron un fusil-
Autor: China Keitetsi
Editorial: MAEVA EDICIONES
Traducción: J. A. Bravo
Edición: 2005

Hay varios mundos pero todos están en este mundo, si encima eres mujer la cosa puede ser aún más jodida. La propuesta de hoy es un homenaje a las mujeres y en especial a las féminas del continente africano en un libro de testimonio, sin morbosas escenas de abusos sexuales o de sangrientas batallas y refriegas, vemos con los ojos de una niña sacada de su entorno, el brutal entorno del machismo en África donde nacer mujer sigue siendo mala suerte en sociedades tribales.

Es el testimonio de sabor áspero y desasosiego al avanzar en la lectura, quedaremos tumefactos y al igual que la protagonista asumimos la hostilidad del entorno con naturalidad. Sorprende entre la brutalidad del testimonio la inocencia que emana la protagonista a la que han condicionado para el combate y la sumisión a los superiores, nos asombra que la niña soldado siga viendo esperanza entre sus mandos y opresores resultando inevitable que te mires al espejo y luego te asomes a la ventana para dar gracias de haber nacido en el consumista Occidente...

China Keitetsi nació en 1976 en un pequeño pueblo en Uganda. Con sólo nueve años fue utilizada como niña soldado, experiencia que relata en este libro. Con el apoyo de las Naciones Unidas, escapó de Uganda durante los años noventa y recibió asilo político en Dinamarca en 1999. Allí trabaja en una guardería y se está formando como trabajadora social. Colabora con UNICEF y Amnesty International y escribió este libro para superar su propia experiencia y sus terribles recuerdos.

Datos sacados de la contraportada y actualizados al año de edición, pero sin más verborrea unas breves reseñas que os inciten a su apasionante lectura:

Es niña...
Todo cambió cuando nací yo, porque no era un chico. Mi padre solicitó el divorcio, y mi madre tuvo que dejar el hogar familiar cuando yo tenía seis meses y aún contemplaba el mundo con ojos de bebé, sin la menos posibilidad de intuir lo que me reservaba el futuro. La echaron de casa con prohibición de regresar bajo amenaza de muerte. En la relación entre el hombre y la mujer, en aquella época y lugar, prevalecía el más fuerte. Y ese era mi padre, y no estaba dispuesto a ceder un ápice. Mi madre no tuvo más remedio que dejarme, aun sabiendo que eso me condenaba a no tener una infancia normal. Yo era demasiado pequeña para comprender lo que perdía, y no recuerdo gran cosa de aquella época. Ahora sí me parece experimentar a veces como un gran vacío, muy diferente de las demás emociones, y me invade una tremenda sensación de tristeza e impotencia que no me deja pensar en nada más. Luego me rehago e intento recobrar el hilo de los recuerdos y los sentimientos de mi vida. Pero retornan siempre las ciénagas del olvido... por la pérdida de mi madre, supongo.”

Tutsis...
Un sábado por la mañana, cuando contaron las vacas, faltaron quince. Los dos jornaleros corrieron a decírselo a la abuela. Vi que los pelos se le ponían literalmente de punta. Enfurecida, preguntó por Mike y cuando iban a ir en su busca, se presentó el hombre, que parecía fatigado como si hubiese corrido mucho rato. Preguntó por qué estábamos todos reunidos y la abuela le acusó directamente de estar compinchado con los bandidos que habían robado las reses. Mike juró que era inocente. Si él hubiese robado las vacas, ¿por qué habría vuelto?, dijo. Pero la abuela repuso que eso no era más que una treta para librarse de sospechas. A continuación envió a uno de los hombres a por mi padre, con no poco espanto por parte de Mike. Mi hermano y yo le aconsejamos que huyera, pero él no quiso, diciendo que todos éramos tutsis y que mi padre comprendería que él nunca robaría sus vacas. Por la tarde llegó padre con la policía, y nada de lo que dijo Mike le valió porque los agentes sólo escuchaban a padre, que se agitaba como si tuviese brasas debajo de los pies. Los policías golpearon a Mike y le dieron puntapiés antes de meterlo a rastras en el Land-Rover. Por la noche, cuando nos disponíamos a acostarnos, padre nos dijo a mi hermano y a mí que no sacáramos las vacas a apacentar, puesto que merodeaba una partida de bandidos y nos las quitarían. Apenas escuché sus palabras. Estaba distraída imaginando las palizas que estaría recibiendo Mike en aquel momento.”

Jefa de la escolta...
Ya convertida en jefa de escolta, era preciso que me hiciese obedecer como tal. Nada en el mundo temía tanto como pasar por cobarde, y sin embargo andaba preocupada porque no sabía cómo proceder en caso de que a alguno se le ocurriese desacatar una orden mía. No se me ocurrió mejor solución que hacerme temer. Una tarde regresamos del despacho y Kashilingi entró con mucha prisa en la casa. Le seguí y me quedé a esperar cerca del salón. Al poco salió de la habitación y ordenó que Jamiru estuviese dispuesto. Despedí a los demás y me encaminé a la cocina, donde la sirvienta, Namaganda, estaba lavando los platos. Me quedé allí con los brazos en jarras, las manos apoyadas entre la pistola y la bayoneta, en espera de que me sirviese algo de comer. Pero ella había decidido ignorarme, así que disimulé mi enfado y cogí un plato de comida que había sobre los fogones...”

Acusada de desertora...
Por la mañana temprano, dos de ellos me sujetaron, mientras el tercero empezó a pegarme en la espalda con algo que quizá era un punzón para hielo, lentamente. Ellos sabían quién era yo, y deseaban averiguar cuánto había hablado y con quiénes. Les conté mi versión de la historia, explicando los motivos de mi marcha, pero ellos insistieron en que yo era una desertora. Además me aseguraron que aquello no era nada en comparación con lo que me harían cuando fuese devuelta a mi país. Tras haberme quebrantado hasta la última brizna de dignidad, les pedí que me llevaran a Uganda de una vez para correr la suerte que me tocase. Pero no pudo ser, porque estaba muy maltrecha. Yo exageraba y fingía estar peor de lo que estaba, para demorar al máximo mi traslado, y creo que este truco me salvó la vida. Finalmente llegó el día, y cuando el coche se detuvo en un semáforo en medio de la espesa circulación de Pretoria, decidí que aquélla era mi oportunidad. Justo en el momento en que el chófer iba a arrancar, rompí el cristal de atrás para distraerlos, y cuando ellos se volvieron abrí la puerta de mi lado y salté fuera.”

Dinamarca...
En Dinamarca miran la vida de otra manera. Hasta los animales tienen sus derechos. Nadie me ordenaba matar ni odiar a nadie como en el ejército, pero lo mejor era que no estaba obligada a actuar por cuenta de otros, ni contra mi propia voluntad. No obstante todas estas libertades, yo acarreaba todavía el temor a tener que seguir viviendo el resto de mi vida con esa desesperación, que es la marca que queda en casi todos los soldados. Es una desesperación que muchas veces traiciona al inocente, mientras todos se disputan el favor de los superiores. Para mí es una especie de última humillación el tener que relatar los abusos vergonzosos y la indefensión que padecíamos, pero no hay más remedio si se trata de salvar a otros. Yo estuve ahí, y sé lo que siguen sufriendo. Los abusos y las humillaciones son para el alma como las cicatrices que llevo en el cuerpo, y que no desaparecerán mientras viva. Ese temor es permanente y me acompañará siempre. En mis sueños veo las sombras de mis compañeros, los niños soldado que pusieron fin a su vida con sus propias armas para escapar de aquel infierno. Ahora mi dolor se ha mitigado, pero las guerras continúan, y estoy convencida de que muchos niños necesitan todavía la ayuda que podamos aportarles. La batalla no ha terminado, así que alcemos la voz y exijamos nuestros derechos.”

Lectura imprescindible y necesaria para comprender que la lucha de la mujer en África por sus derechos está muy alejada de la realidad ya que ser niña es una maldición y la cultura tribal hace que el predominio del hombre sea total. Es también mirar al mundo de los niños soldado donde las chicas además de combatir y realizar faenas son además concubinas al capricho de su señor de la guerra. Recomendable para activistas radicales del feminismo para que vean dónde son necesarias auténticas revoluciones de la mujer en regiones sometidas a la religión, a los hombres y a la miseria. Es una lectura áspera y realmente logra que nos detengamos unos instantes en dejar de mirarnos el ombligo para ver otras realidades que nos parecen lejanas e incluso ajenas cuando vemos las noticias...
Pero están ahí.

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton  Jr. IV

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