The Adversiter Chronicle

martes, 26 de mayo de 2015

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre


Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro: La costa fatídica
- La epopeya de la fundación de Australia -
Autor: Robert Hughes
Editorial: Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Edición: Primera edición 2012
Traducción: Ángela Pérez y José Manuel Álvarez

Finales del siglo XVIII, Inglaterra ha sentado los cimientos de su Imperio Británico merced a su poderío naval y ser la cuna de la Revolución Industrial donde los trabajadores del campo se trasladan a las ciudades industriales, además, las leyes inglesas que castigan severamente el hurto y con penas más severas aún basadas en el látigo como pieza fundamental de castigo y la cárcel como destino, han saturado la población reclusa que se hacina en viejos barcos de guerra convertidos en prisión. Se hace necesario buscar un lugar donde hacinarlos y que sufran el castigo lejos de Inglaterra y tras buscar en los mapas de sus colonias se deciden por una remota posesión que al menos según los informes reúne las características buscadas: cárcel por su lejanía que impedirá fugas, tener una base naval en aquellas latitudes y materia prima y recursos para que la futura colonia se valga por sí misma económicamente y se integre como pieza valiosa generadora de recursos económicos en el tablero imperial británico: Australia.

Traemos hoy uno de esos libros que nos encantan, tocho de páginas y con una historia apasionante. Lo de tocho porque cuando lo acabas te quedas con ganas de saber más, de seguir leyendo y que cierras al llegar a la última página con una gran satisfacción. La historia que cuenta es la historia de un gulag, que siempre atrae la atención una buena historia carcelaria aprendiendo de paso aspectos del colonialismo que ya no se abordan en Occidente tal vez por el complejo de culpa de cómo el hombre blanco dominó zonas geográficas tratando a sus poblaciones bajo parámetros racistas de superioridad y que en el caso australiano se le suma querer borrar un pasado de antepasados presidiarios, delincuentes y sodomitas.

Robert Hughes nació en Australia en 1938 en el seno de una familia de abogados y políticos notables. En los años setenta se instaló en Nueva York donde ha sido crítico de arte en la prestigiosa revista Time. Ha publicado monografías sobre Lucian Freud y Frank Auerbach y entre otros libros un estudio del arte y la arquitectura de una de sus ciudades favoritas como es Barcelona...
Datos como siempre de la contraportada y referidos a 2012 así que mejor buscáis en Internet si queréis saber más y yo dejo la verborrea para dejaros unas breves pinceladas que os inciten a su lectura...


Una nueva tierra...
Siguió una nueva ruta, más al sur que la que habían seguido Magallanes y Mendaña, bastante más abajo del Trópico de Capricornio. Atravesó el archipiélago de Tuamotu, pasó al norte de Samoa, y, después de cinco meses en el mar, avistó tierra al sur y al sureste: altas montañas, los picos velados por las nubes, que retrocedían en el horizonte. El 3 de mayo de 1606, la flota de Quirós ancló en una bahía. Habían llegado al grupo de Nuevas Hébridas, a 167º este, 15º sur. Quirós decidió sin más pruebas que aquél tenía que ser el continente austral, y víctima de la obsesión religiosa, le llamó `Australia del Espíritu Santo´. Lo de `Australia´ era a la vez un homenaje a la casa de Austria, que reinaba en España, y una alusión a tierra austral. Tras esto, creó una orden de nobleza, distribuyó cruces de tafetán entre los miembros de su flota, bautizó el río que desemboca en la bahía como río Jordán, y proclamó en éxtasis profético que se construiría allí la nueva Jerusalén entre los arrecifes de coral, que para su mente febrilmente optimista estaban ya convirtiéndose en canteras de pórfido y ágata.”


Nace una colonia penal...
No tenían arados ni animales de tiro; sólo podían trabajar con el azadón para cultivar y sembraron el primer grano en una tierra situada a casi un kilómetro al este del río, donde está ahora el Jardín Botánico de Sidney. Algunos de los árboles que talaron eran gigantes, gomeros rojos de más de siete metros y medio de circunferencia, cuyos sistemas de raíces había que desenterrar y arrancar de aquella tierra pedregosa, un trabajo agotador para hombres cuyos músculos se habían convertido en mantequilla después de tantos meses en la mar. Algunos oficiales tenían que dormir en tierra. `Nunca en mi vida he dormido peor, mi esposa querida, que la noche pasada´, escribía en su diario el nostálgico teniente Clark, `un suelo frío y duro, arañas, hormigas y toda clase de sabandijas que puedas imaginar andando por encima de mí.”


Vida colonial...
La vida en el Derwent era dura al principio para todos los colonos, fuesen presos o libres. El aislamiento, la apatía y el hambre del primer periodo de Sidney se repitieron en la Tierra de Van Diemen. Treinta años después, una mujer de Hobart contaba sus
experiencias de niña al principio de la colonia, cómo había desembarcado, cómo había dormido bajo una manta húmeda, luego en el tronco hueco de un árbol; cómo habían `tratado amablemente´ aborígenes curiosos, aún no perseguidos, a cuyo cuidado dejaban sus padres a veces a los niños blancos; cómo vivía de `verduras de Bahía Botánica´ (algas hervidas, que se arrancaban de las rocas), e incluso de la `basura´ (los residuos cenicientos) de la grasa de ballena que paleaban por la borda los balleneros norteamericanos de Bahía Storm, y que el mar arrastraba hasta las playas. Estos mismos restos aceitosos se utilizaban para alimentar a los valiosos cerdos y contaminaban el sabor de la carne.”


Mujeres de la colonia penal...
El gobierno británico no envió mujeres a Australia para mantener `tranquilos´ a los hombres en un sentido político; eso podía hacerlo el látigo. Pero la presencia de mujeres, consideradas más como zanahoria que como garrote, tuvo su utilidad en el control social. Eva la Prostituta podía impedir que Adán el Pícaro se hiciese homosexual, una importante consideración: William Pitt respaldaría una colonia de ladrones, pero no de pervertidos. El gobierno no explicó, claro, con estas palabras, que enviaba a presidiarias a Australia como animales de cría y objetos sexuales. De hecho, el plan original de asentamiento que proyectó lord Sydney en 1786, hablaba de esclavizar mujeres con ese fin.”


Política penitenciaria para los jóvenes reclusos...
Había que educarlos, enseñarles un oficio, instruirles en las verdades de la fe cristiana y castigarles. `No olvide que estos muchachos han sido muy malvados´, escribía Arthur a Booth en 1834. No quería que se perdiese demasiado tiempo `enseñando a los chicos a leer y escribir´. Necesitaban enseñanzas prácticas, que les convirtiesen en trabajadores asignados útiles. Y estas enseñanzas podrían adquirirlas a base de un trabajo diario
constante y monótono. Se levantaban a las cinco de la mañana, plegaban las hamacas, se reunían todos, se hacía una lectura de la Biblia y se rezaba; el desayuno era a las siete, luego había una inspección higiénica, luego se pasaba lista y luego había clases de formación profesional, de ebanistería o zapatería, etc., desde las ocho a las doce. A medio día, abluciones y otra inspección; a las doce y media, el almuerzo; de la una y media a las cinco más trabajo de aprendizaje; luego se lavaban y había otra inspección; la cena era a las cinco y media; luego se pasaba lista para la escuela a las seis y cuarto; luego recibían lecciones en la escuela durante una hora, a las que seguían las oraciones vespertinas y otra lectura de la Biblia y a las siete y media se acostaban. Más tarde se amplió el trabajo escolar a última hora del día a dos horas; pero sirvió de muy poco porque la mayoría de los muchachos estaban entonces demasiado fatigados para que pudiesen aprender algo."


Motín en la isla de Norfolk...
Ese día, un miércoles, amaneció con niebla y con una luz grisácea y pálida. Poco después del toque de campana de las cinco, cayó un chaparrón sobre Kingston. A través de la lluvia, Fyans y sus hombres oyeron en el cuartel de los soldados un tintineo lejano de grilletes procedente del lado de la cárcel que daba al mar. No podían ver nada. Se oyeron gritos y luego se oyó el estruendo de un mosquete, seguido de una andanada irregular. Había empezado el motín. El cronometraje era casi perfecto. En la revista del amanecer en los barracones de los presos había habido un número excepcionalmente grande de hombres (treinta y ocho en total) que habían dicho que estaban enfermos y a los que el guardián John Higgins condujo al hospital. Una vez dentro del hospital los presos se abalanzaron sobre Higgins, le inmovilizaron y le encerraron en una habitación. Luego irrumpieron en los otros pabellones. Pronto se quitaron unos a otros los grilletes y las cadenas y se armaron con armas rudimentarias, desde patas de sillas a escalpelos y aun atizador; algunos encontraron hachas. Se agruparon en la entrada del hospital, dispuestos a caer sobre el guardia de la cárcel cuando llegase, esperando en silencio.”


Oro en Australia...
La fiebre del oro se apoderó de Australia. En abril de 1851, Hargraves bautizó su distrito con el nombre bíblico de Ofir, y en mayo, los periódicos proclamaban que era `un vasto campo aurífero´. El 24 de mayo, un millar de buscadores cavaban y maldecían
jubilosos en las riberas del Summerhill Creek, y la carretera que cruzaba las Montañas Azules ocupada por una serpeante y lenta columna de hombres: oficinistas y mozos de establo, dependientes de tiendas y marineros, abogados y desertores del ejército, vendedores de ostras y jueces, funcionarios y pastores ex presidiarios, arrastrándose bajo el peso de tiendas de campaña, mantas, palancas, picos, palas, bateas y cazos precipitadamente comprados a precios desorbitados, que se encaminaban hacia la riqueza inaudita con las botas llenas de barro bajo las lluvias torrenciales del otoño australiano. Era como si se hubiera tirado del tapón y la población masculina de Nueva Gales del Sur se hubiera vaciado igual que una cisterna, lanzándose todos a buscar oro. Los periódicos de Sidney y Bathurst decían que los negocios se hallaban `totalmente paralizados […] paree haberse apoderado de casi todos los miembros de la comunidad una completa locura mental´ “.


Libro en suma apasionante que se lee de un tirón y recomendable tanto para horas a la luz de la mesita como en turnos de curro tranquilo y estancias hospitalarias. La excusa ideal para aprender algo sobre ese país que a todos no cae simpático, tal vez porque está en el otro lado del planeta con lo que se eliminan los prejuicios de vecindad, y una mirada de homenaje a quienes forjaron con su privación de libertad, los castigos con látigo y mil calamidades el carácter de una nación.

 Ideal para regalar a la suegra que cuando vea el tocho pondrá cara de haba, simulará que le gusta y de paso le mandamos el aviso de que cualquier día se la manda a las Antípodas con los canguros si sigue reprochándonos que subsistimos gracias la sopa boba de su pensión...
Que lo sepa.


The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton  Jr. IV

http://theadversiterchronicle.org/ 


 




                                                                                         



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