The Adversiter Chronicle

martes, 3 de junio de 2014

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre


Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro: Los perdedores de la Historia de España
Autor: Fernando García de Cortázar
Editorial: Planeta, S. A.
Edición: Febrero de 2006

La Historia la suelen escribir los vencedores y muchas veces los perdedores sólo son citados, ignorando sus vicisitudes o sus ideales que son menospreciados, tergiversados o simplemente se adaptan los hechos narrados a interés del vencedor siendo estos perdedores los grandes olvidados pese que al igual que los vencedores tienen luces y sombras y muchas veces el desconocimiento de lo ocurrido en la otra parte nos convierte en serviles del poder sin importarnos los hechos, las vidas de quienes no pudieron o dejaron escribir la Historia pasando al olvido colectivo, y la histeria colectiva, sus historias personales.
Y esa es la propuesta que nos hace el autor repasando las peripecias de algunos personajes de la Historia de España o que al menos son oriundos de la Península Ibérica desde los tiempos de Roma hasta la Guerra Civil española.

Y no es mala propuesta salvo cuando el autor se deja llevar, no sabemos si por la fantasía en base a los datos o en base a sus querencias. Esto se nota sobre todo al tratar personajes lejanos en la Historia donde la documentación es escasa y que se va aminorando a medida que se avanza en los siglos y las fuentes documentales son varias y bien documentadas. Pero es un libro interesante y nos hace ver que nunca hay verdades ciertas ni ciertas verdades son propaganda, embustes o difamación.
 
Fernando García de Cortázar (datos como siempre sacados de la contraportada y actualizados a 2006) es catedrático de la Universidad de Deusto (Bilbao), donde desarrolla una importante labor de investigación extendida a sus numerosos discípulos. Su formación humanista y su sensibilidad literaria le han ayudado a acercar de forma atractiva la historia al gran público, de tal manera que muchos de sus libros se han convertido en grandes éxitos editoriales. Ha escrito cuarenta libros, algunos traducidos a otros idiomas, consiguiendo popularizar la Historia de España mediante la prensa y televisión...
Ya os he comentado que para nuestro gusto la lectura chirría en algunos momentos, pero sin más sandeces, unos breves pasajes que os inciten a su lectura...


El obispo Prisciliano y la primera herejía...
Ha pasado tiempo. Ha pasado mucho tiempo: acontecimientos memorables,
experiencias horribles, imprevistas mutaciones. La Iglesia vive ahora, rotos y vencidos los dioses del Olimpo, el momento de su organización e instalación definitivas. Trasladado su rito por obispos y emperadores de las catacumbas a las espléndidas basílicas, rehabilitadas las tumbas de los mártires y convertido su horror ensangrentado en leyenda, convencidos Graciano y Teodosio, después de los edictos de Constantino, de que la religión cristiana es una fuerza con la que resulta imprescindible contar para poder mantener la unión política, el antaño minúsculo y perseguido grupo ha crecido inseparable de la cultura y de las ciudades y se ha extendido a todas las provincias del Imperio, bañándolo y absorbiéndolo por completo.

Cuando el obispo Prisciliano escucha en la sentencia de Tréveris el sonido terrible que lo arrastrará al patíbulo, ya no resulta necesaria la facundia de Tertuliano, y sí, por el contrario, la reafirmación y sistematización del credo aprobado en el concilio de Nicea bajo la dirección del obispo de Córdoba y consejero de Constantino, el ilustre e influyente Osio. En esta época de plena ebullición cristiana, san Dámaso, el enérgico y ambicioso obispo de Roma al que apelarán en vano Prisciliano y sus compañeros de fortuna, san Jerónimo, secretario de aquél y autor de la Vulgata, traducción latina de la Biblia que la Iglesia considerará oficial durante siglos, y el gran leguleyo y administrador, san Ambrosio de Milán, trabajan ya sobre una conquista: fijar un texto definitivo, completar la jerarquización, establecer las normas y sentenciar. También cabe ya una interpretación cristiana: san Agustín de Hipona.”
 
Mozárabes, héroes sin gloria...
Tiempo, mucho tiempo atrás de la conquista de Toledo, en diciembre del año 656,
obedeciendo al mandato de Rescenvinto, rey de los visigodos, veintidós obispos y vicarios de toda la península se habían congregado en la capital del reino para celebrar un gran concilio, el X concilio, bajo la dirección de Eugenio, obispo metropolitano de la ciudad. La primera de sus resoluciones fue reorganizar el calendario litúrgico. La fiesta de la Anunciación -el ángel revela a María la concepción de su Hijo- se celebraba el 25 de marzo, nueve meses antes de la Navidad, como era de esperar. Los obispos, aunque reconocieron que la fecha estaba corroborada por milagrosa, opinaron que la celebración de esa fiesta gozosa en marzo, tan cerca del luto de la cuaresma, era improcedente. Guiados de un extraño sentido del decoro decidieron trasladarla a otra fecha y así ordenaron que, en adelante, la Concepción de María se celebrase siete días antes de la Navidad, el 18 de diciembre... En beneficio de la emotiva liturgia visigótica alrededor de la Virgen María, de su celebración y rico desarrollo, los obispos del X Concilio borraban la anterior fecha de la Anunciación, liquidaban su verosimilitud biológica y averiaban el reloj del Espíritu Santo.

La fiesta de la Concepción continuó celebrándose el 18 de diciembre en las iglesias hispanas durante los algo más de cincuenta años que duró el reino visigodo y, como atestiguan los calendarios mozárabes, más allá de la gran frontera del 711, durante los tres siglos y medio de ocupación islámica. Tan largo éxito debe relacionarse con la devoción de los godos al misterio de la concepción inmaculada de la Virgen, defendido en la basílica de Santa María por el sucesor de Eugenio, el obispo Ildefonso de Toledo, autor de un libro que gozó de una veneración especial en la Edad Media y que el año 1067 terminaba de copiar un arcipreste mozárabe.”
 
El verdadero san Ignacio...
Como la historia de la literatura, la historia de la Contrarreforma abunda en enigmas. Uno de ellos es el extraño olvido parcial que le ha tocado en suerte a Juan Alfonso de
Polanco. En los censos de nombres universales de la Compañía de Jesús el suyo no figura. Esa omisión el lógica, si recordamos la trivialidad a la que diccionarios y enciclopedias han reducido su existencia. Veinte renglones de meras circunstancias biográficas: Polanco nació en 1517, Polanco murió en 1575, Polanco fue copiador de bulas y otros documentos oficiales, Polanco fue el sexto secretario de la Compañía de Jesús, cargo que ejerció sin interrupción veintiséis años bajo los tres primeros superiores generales, etc. Con José García de Castro, que ha perseguido la sombra de este jesuita, creo que es reprobable si consideramos la extraordinaria labor de Polanco en la Roma del siglo XVI. Coordinador, consejero, inspirador de proyectos, y no sólo mero ejecutor, Juan Alfonso de Polanco fue memoria y manos de Ignacio de Loyola,Diego Laínez y Francisco de Borja. Como secretario del fundador, intervino activamente en la elaboración de las `Constituciones´; escribió un influyente tratado sobre el oficio de secretario; y elaboró unas reglas para organizar (y organizó) el asombroso sistema de comunicación epistolar de la naciente Compañía. Como infatigable escritor de epístolas, observó que las cartas enviadas a Roma eran hojas de un mismo y asombroso libro y que leerlas en orden era leer una historia universal. Hojearlas, soñar.

Como burócrata se convirtió en el primer archivero de la Compañía de Jesús. Como hombre letrado, en su primer historiador (`Sumario´, 1548; `Cronicón latino´, 1574). Como teólogo viajó a Trento e intervino en la última sesión del concilio. Como hombre silencioso, cuando Gregorio XIII manifestó su deseo de que el cargo de general de la Compañía de Jesús no recayera nuevamente en un español, liquidando así todas sus opciones, se retiró (1573) a sus viejos papeles de historiador, y solitario, y ensimismado, se quedó allí, dejando correr los tres años que le quedaban para cambiar la vida terrena por la eterna, de la que según testigos solía hablar con gusto, etc.”.


Carlistas: un siglo perdiendo el trono...
Y guerra fue lo que hubo. En 1833, las facciones favorables al absolutismo se
levantaban en armas contra la regencia de María Cristina de Borbón, proclamando rey al infante don Carlos, a quien confiaban la defensa de la sociedad tradicional. La guerra que acababa de estallar, como demuestran las adhesiones de cada uno de los bandos enfrentados, era mucho más que una pugna dinástica. Se enfrentaban dos formas de vida, dos sueños... dos visiones del mundo, cada una con sus tensiones y desgarramientos, con su coeficiente de utopía e imposibilidad: la del rústico y el urbano, la del apostólico y el secular, la del súbdito y el ciudadano, la del mayorazgo y el empleado de comercio.

¿Cómo sacar a los combatientes de sus obstinaciones? ¿Cómo hacerlos mirar más allá de ellas? ¿De qué hubieran podido valer contra el imperativo de las pasiones los cálculos de la prudencia, las diligencias secretas, las mañas del político? ¿De qué valió el manifiesto inspirado por Cea Bermúdez, en el que se aseguraba que la religión y la monarquía serían respetadas, protegidas y mantenidas por la regente en todo su vigor y pureza? ¿De qué el empeño de Martínez de la Rosa por moderar la revolución y evitar que los excesos populacheros arrojasen más partidarios al bando reaccionario? Los sermones de cruzada del bajo clero ponían en guardia a los cristianos. Los incendiarios discursos de las Cortes, que daban paso al asalto de conventos y a las matanzas de frailes, y la desamortización que amenazaba de muerte la vida del hidalgo y los usos y costumbres del campesino, hacían ganar cuerpo a la insurrección. Liberales y carlistas habían quedado presos unos de los otros en un abrazo de muerte.”
La muerte como estadística...
También hubo prisioneros españoles en el Gulag, vidas errabundas que componen una nota a pie de página de la historia universal, que se agotan en un mortífero punto y aparte, y cuya memoria no ha merecido el trabajo dilatado de los historiadores ni ha inspirado a ninguno de nuestros novelistas. De la odisea de estos completamente desconocidos, de estos olvidados cuyos pasos se pierden en el invierno soviético, de aquel viaje que empieza con la guerra civil de 1936 y la derrota republicana de 1939, de aquel trágico errar que calca el de tantos otros individuos marcados por las alambradas del siglo XX, no ha quedado casi nada, salvo algunas memorias y recuerdos expuestos a la tropelía de la humedad y los insectos papirófagos, salvo escasos libros, parecidos a un saco de mendigo.

Quien ha vivido tal experiencia tiende a callar. Quizá porque no sabe hablar, quizá porque piensa que, de hablar, la falsificaría. O tal vez porque no se encuentran las palabras. Como repitió en varias ocasiones Karlo Stajner, autor de `7.000 días en Siberia´, comunista austriaco que sobrevivió al exilio y a los campos de Stalin, que estuvo veinte años dando vueltas en el último círculo del infierno soviético, condenado a todo tipo de penas, incluso a ser fusilado, y a una vida peor que la muerte, como escribió Karlo Stajner, sus verdaderos pasos se habían quedado en el lugar del que partieron, porque el que regresa anda de otro modo. `Si no sabes por qué vas, no sabes por qué regresas´.
Muchos no regresaron jamás.”


Historias de españoles perdedores, que es también Historia de España que hará las delicias de amantes de la historia, de novela históricas y buscadores de claves de la histeria nacional que periódicamente quebranta la paz y prosperidad de la sociedad española.

Este no lo recomendamos para la suegra porque fijo que le gusta el estilo en ocasiones pseudo ñoño del autor y sería tirar el dinero y encima aguantarla lo mucho que le gusta y lo interesante que está...
 
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV

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