Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Autor: Adam Zamoyski
Editorial: DEBATE
Traducción: Matuca Fdez. de Villavicencio
Edición: Primera edición, noviembre de 2005
Ahora que Rusia nos desconcierta con su política
exterior expansiva a zonas de la antigua URSS nada mejor que recordar
el fiasco de Napoleón y de paso refrescar las neuronas sobre un
país, Rusia, con cierta paranoia sobre sus fronteras y no sin
motivo.
Antes que Stalingrado y las tropas nazis, el invierno
ruso desbarató en 1812 la campaña de Napoleón sobre Moscú en una
invasión donde ambos bandos cometieron errores garrafales y un
Napoleón dubitativo que alargó demasiado sus líneas de suministro
ante un rival que escapaba de la batalla porque plantear batalla a
las fuerzas napoleónicas sería firmar el acta de defunción del
ejército del Zar...
Un Zar que salió bien librado pero que para su pueblo
no significó la emancipación de los siervos o libertad a la
ciudadanía. Acompañar Napoleón y su ejército hasta Moscú y luego
sufrir en la retirada acosados por la dureza invernal implacable nos
da un retrato de la geopolítica de la época y sobre la
idiosincrasia rusa que aspira a ser potencia continental e influir en
los grandes pactos entre naciones.
Es un libro que se devora por el acierto del escritor en
el estilo de narración que nos introduce entre atascos de las
tropas, sus penalidades, las ansias del ciudadano soldado que sueña
con regresar a su vida tras destruir a los enemigos del emperador,
cuyas tropas le veneran.
Adam Zamoyski nació en Nueva York de padres polacos y
residente en Londres, estudió en Downside y en el Queen´s College
de Oxford. Sus trabajos versan sobre temas de historia política y de
las mentalidades en Europa, así como en historia militar, materia
esta última de la que es un destacado especialista...
Datos del año 2005 y como siempre sacados de la
contraportada. Así que sacaros la ropa de invierno y vayamos a la
conquista de Moscú bajo la sapiencia de Napoleón...
Napoleón...
“Francia
llevaba diecinueve años en guerra casi ininterrumpida. En 1792 había
sido atacada por una coalición entre Prusia y Austria. A lo largo de
los años se sumaron Gran Bretaña, España, Rusia y potencias
menores, todas ellas decididas a derrotar a la Francia revolucionaria
y restaurar la dinastía de los Borbones. No era una lucha por el
territorio. Era una lucha ideológica por el futuro orden de Europa.
Atrocidades aparte, la Francia revolucionaria había introducido en
la vida pública todos los ideales de la Ilustración y las potencias
monárquicas veían en ella una amenaza para su existencia. Francia
había hecho gran uso de esta arma para defenderse, exportando
revolución y sublevando provincias que pertenecían a sus enemigos.
Gradualmente pasó de víctima a agresor, pero así y todo, seguía
luchando por su
supervivencia. La Francia revolucionaria no podía
asegurarse una paz duradera, pues la mayoría de las potencias de
Europa se resistía a aceptar la supervivencia de un régimen
republicano y sentía la necesidad de destruirlo.
“El joven Pushkin, todavía un colegial en San Petersburgo, escribió una oda a Alejandro, cuando este volvió de parís, jubilosa y llena de optimismo en el futuro. Pushkin expresaba el entusiasmo de una generación que confiaba en que el zar transformara el país. Para ellos, los acontecimientos de los últimos dos años habían propiciado un despertar espiritual y creían que Rusia debía cumplir su promesa rompiendo las jerarquías que dividían a la nación. Pese a rechazar los valores foráneos, y más aún los franceses, los aspirantes a reformadores soñaban con un proceso de regeneración que convirtiera a Rusia en un estado liberal progresista...
La mayor parte de la sociedad rusa no veía los acontecimientos de 1812-1814 como un impulso hacia la regeneración, sino como una confirmación divina de la constitución existente del Estado ruso, que el Todopoderoso había elegido para que luchara contra el demonio de la Francia revolucionaria y napoleónica. Abandonando su liberalismo de juventud, el propio zar abrazó esta creencia. No hubo más reformas y el sistema se volvió, en algunos aspectos, todavía más asfixiante. Cuando Denis Davidov intentó publicar las memorias de sus hazañas, los censores se ensañaron con el texto y el libro tardó muchos años en publicarse. Poco a poco los héroes de 1812 empezaron a comprender que ahora que ya habían cumplido con su deber, debían proseguir con sus vidas de antes como si nada hubiera ocurrido.”
La
subida al poder del general Napoleón Bonaparte en París en
noviembre de 1799 hubiese debido romper este círculo vicioso de
miedo y agresión. Bonaparte refrenó a los demagogos, cerró la caja
de Pandora abierta por los revolucionarios y puso orden. Como hijo de
la Ilustración y déspota, movilizó las energías de Francia para
construir un Estado organizado, próspero y poderoso, el `Estado
civilizado´ con que habían soñado los filósofos de la
Ilustración. Estaba siguiendo los pasos de gobernantes como Federico
el Grande de Prusia, Catalina la Grande de Rusia y José II de
Austria, que habían introducido reformas sociales y económicas al
tiempo que fortalecían la estructura del Estado y eran
universalmente admirados por ello. Pero para los sucesores de estos
Bonaparte era un grotesco arribista, una excrecencia de la maligna
revolución.”
Malas sensaciones...
“Muchos
oficiales de alto rango, sin embargo, creían que ya habían ido lo
bastante lejos. `Todos opinaban que ya habían soportado suficientes
fatigas y tenido suficientes encuentros gloriosos para una campaña,
y no deseaban seguir; sentían y expresaban con franqueza la
necesidad y el deseo de poner punto final´, escribió el coronel
Boulart. Muchos miembros del séquito de Napoleón, encabezados por
Berthier, Duroc, Caulaincourt y Narbonne, le rogaban que diera el
alto. Napoleón, sin embargo, se mantenía inflexible. `El vino se ha
servido y hay que beberlo´, respondió a Rapp, que dudaba de la
conveniencia de seguir avanzando. Cuando Berthier insistió en que no
era aconsejable continuar, Napoleón se volvió hacia él. `En ese
caso, vete, no te necesito, no eres más que un … Vuelve a Francia;
yo no obligo a nadie´, espetó, añadiendo comentarios lascivos
sobre lo que Berthier estaba deseando hacer con su amante en París.
Horrorizado, Berthier juró que jamás, bajo ninguna circunstancia,
abandonaría a su emperador, pero la relación entre ambos se mantuvo
fría varios días, durante los cuales Berthier no fue invitado a la
mesa imperial.”
Retirada...
“Los
franceses estaban retrocediendo por escalones. Napoleón iba en
cabeza acompañado de la Vieja Guardia, la joven Guardia, los restos
de la caballería de Murat y el Cuerpo de Junot, y llegó a Viazma el
31 de octubre. A continuación arribó Ney, seguido de los italianos
del príncipe Eugéne y lo que quedaba de los polacos de Poniatowski.
Cerrando la marcha iba Davout con su Primer Cuerpo.
El
progreso era lento, sobre todo debido a la insuficiencia de caballos.
La escasez de forraje había desgastado a los animales, cada vez más
débiles para tirar de los cañones y los carros de municiones. Los
cañones, tirados normalmente por tres pares, necesitaban ahora
equipos de doce o quince caballos, e incluso estos no podían tirar
solos de las pesadas piezas por los arroyos embarrados y las muchas
pendientes del camino. Los soldados de infantería que pasaban por
delante eran reclutados para ayudar a empujar, pero dada su propia
fatiga, detestaban esa tarea y trataban de evitarla por todos los
medios. Con el fin de aligerar la carga, se hacían estallar carros
enteros de pólvora y se arrojaban proyectiles. La artillería
requisaba y quemaba carruajes y carros cargados de botín y se
apropiaba de los caballos. El 30 de octubre, en Gzhatsk, Henri-Joseph
Paixhans, ayudante de campo del general Lariboisiére, pasó frente a
una columna de carros repletos de heridos cuyos caballos habían
desaparecido. `Estos pobres desdichados apelaban a nuestra compasión
con las manos unidas, como si rezaran -recordaba-. Con voces
desgarradoras, nos gritaban que ellos también eran franceses, que
habían caído heridos luchando en nuestro bando, y nos rogaban,
llorando, que no les abandonáramos´. Parte del problema era que
Napoleón consideraba que estaba llevando a cabo una retirada táctica
y no un repliegue.”
Esperanzas vanas en Rusia...
“El joven Pushkin, todavía un colegial en San Petersburgo, escribió una oda a Alejandro, cuando este volvió de parís, jubilosa y llena de optimismo en el futuro. Pushkin expresaba el entusiasmo de una generación que confiaba en que el zar transformara el país. Para ellos, los acontecimientos de los últimos dos años habían propiciado un despertar espiritual y creían que Rusia debía cumplir su promesa rompiendo las jerarquías que dividían a la nación. Pese a rechazar los valores foráneos, y más aún los franceses, los aspirantes a reformadores soñaban con un proceso de regeneración que convirtiera a Rusia en un estado liberal progresista...
...Aunque
la imagen del soldado raso patriota se ensalzaba en cuadros y
grabados, y aunque fue el héroe de muchos poemas y relatos, y, por
lo menos, de una obra de teatro popular en la que un campesino
llegaba a oficial, la realidad seguía inalterable. Era preciso meter
a los siervos en vereda y obligarles a volver al trabajo. Cuando se
descubrió que un lancero había obtenido la Cruz de San Jorge por su
valor era judío, le negaron el derecho a exhibirla.
La mayor parte de la sociedad rusa no veía los acontecimientos de 1812-1814 como un impulso hacia la regeneración, sino como una confirmación divina de la constitución existente del Estado ruso, que el Todopoderoso había elegido para que luchara contra el demonio de la Francia revolucionaria y napoleónica. Abandonando su liberalismo de juventud, el propio zar abrazó esta creencia. No hubo más reformas y el sistema se volvió, en algunos aspectos, todavía más asfixiante. Cuando Denis Davidov intentó publicar las memorias de sus hazañas, los censores se ensañaron con el texto y el libro tardó muchos años en publicarse. Poco a poco los héroes de 1812 empezaron a comprender que ahora que ya habían cumplido con su deber, debían proseguir con sus vidas de antes como si nada hubiera ocurrido.”
Libro apasionante y excelentemente narrado ideal para
amantes de las historia, de novelas histérico históricas para que
no les tomen el pelo en argumentos folletinescos, turnos de noche con
horas de tranquilidad sin presencia del jefe de turno, estancias
hospitalarias tanto de paciente como de visita y recomendarlo a la
suegra que se cagará en todos nuestros muertos cuando vea que no hay
protagonista femenina y sienta nauseas en la escenas de matanzas...
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Salt Lake City, Utah
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