Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
El gran juego y la pugna por la hegemonía en Asia
Central
Autor:
Karl E. Meyer y Shareen
Blair BrysacEditorial: RBA Libros, S. A.
Traducción: Joan Solé
Edición: Junio de 2008
El Imperio Británico brilla en el firmamento con su
joya de la corona, la India, como blasón. Pero en los cuartos de
banderas se mira con recelo al Imperio Ruso que se expande por Asia y
se hace necesario que una provincia china, El Tibet, sirva de tapón
entre Rusia y la India británica...
Fascinante historia que no habla por contrario que pueda
parecer de hechos recientes, por cuanto sigue la problemática del
Tibet, Rusia vuelve a ser expansionista y China emerge como potencia.
Oiremos hablar de ciudades desconocidas pero no para la imaginación,
recorreremos con exploradores que eran en realidad espías pero sobre
todo aventureros que además de motivaciones patrióticas y
políticas, querían ser los primeros en rellenar los espacios en
blanco de los mapas y cuyas cartografías servirían para campañas
militares...
Veremos que los afganos son asquerosos para guerrear contra ellos ahora como antes, que la cuestión del Tibet no es tan nueva como nos la presentan y un recorrido por los dos últimos siglos de hegemonía europea donde de las cenizas del Imperio Británico surge una nueva nación que tomará el relevo en la zona como es EEUU con la siempre omnipresentes Rusia y China en lo que se ha dado en llamar El Gran Juego pese a que nos pase inadvertido a la mayoría de la ciudadanía.
Karl
E. Meyer, 1943, fue jefe de la delegación de The
Washington Post en
Londres y en la actualidad (2008) trabaja para The
New York Times. Ha
publicado libros de arte y arqueología, ciencias políticas y de
periodismo.
Su
mujer, Shareen Blair Brysac, es productora, guionista y directora de
documentales para la cadena CBS
News, con los que ha
ganado varios premios
Emmy y un Peabody,
colabora también en Archaeology Magazine.
Y tras los datos, sacados como siempre de la solapa,
unas breves pinceladas que inciten a su lectura:
La Honorable Compañía de las Indias orientales...
Sin embargo, ¿qué debía la Compañía a sus millones de súbditos indios, o a sus vasallos principescos, cuyos numerosos reinos formaban una exótica labor de retazos en el mapa? Igual de difícil era calibrar la obligación externa de la Compañía con los intereses estratégicos británicos durante un siglo de conflicto global con Francia. Finalmente, para
asegurar una mayor responsabilidad, el Parlamento estableció en 1793 una Junta de Control con autoridad para refrendar o dictar las órdenes promulgadas por la Compañía. En lo sucesivo, la Corona adquirió la práctica de aprobar la designación del gobernador general, que invariablemente era un aristócrata de Inglaterra en vez de un hombre de la Compañía. Así, a lo largo de décadas, la Compañía fue evolucionando hacia un híbrido desconcertante, algo menos que una entidad independiente, pero mucho más poderosa que cualquier ministerio del Gobierno. La institución era, según una famosa observación de lord Macaulay, `el más extraño de todos los gobiernos, concebido para el más extraño de todos los imperios´”.
Viaje a la India británica...
“Por
decirlo del modo más suave, la suerte del viajero en la India
británica de la segunda década del siglo XIX no era fácil.Todavía no había llegado el ferrocarril, ni se había mejorado la Gran Carretera Principal ni se habían construido nuevas vías de comunicación, no había surgido a lo largo del camino una red de puestos de montaña, acantonamientos y asentamientos fronterizos. Para losa europeos, la naturaleza era omnipresente y hostil. Las intensas lluvias no suponían ningún alivio a las pestes con alas, uno de cuyos especímenes especialmente desagradable era el escarabajo de ampolla, que se introducía y se revolvía en la ropa y cuando la aplastaban dejaba una rencorosa mancha y ampollas. Los reptiles venenosos podían aparecer en cualquier parte.”
Afganistán...
“Al
fondo surge el paisaje tosco y escarpado de Afganistán. La tierra,
los montes y las murallas de Jalalabad son de color pardo, lo que nos
recuerda que `khaki´ proviene de las palabras persa e indostaní
para designar el polvo. Si ponemos el foco en primer plano, vemos un caballo jadeante que transporta a un jinete herido. Éste se inclina hacia atrás, sin soltar la silla de montar. Tiene la cabeza girada, los ojos miran sin expresión. Todo su ser indica agotamiento, conmoción, derrota. El cuadro, titulado `Los restos del ejército´, muestra al doctor William Brydon, que se dice que fue el único superviviente de la guarnición de Kabul tras la catastrófica retirada de la ciudad afgana en 1842. Desde la batalla de Hastings a la de Dunkerke, los británicos han experimentado una cierta satisfacción descarnada al recordar los desastres militares, y no ha habido desastre más completo, asombroso y, cabría añadir con justicia, merecido que la derrota británica en la primera guerra afgana.”
Política de avance...
A
principios de 1877, Lytton envió a un emisario a Peshawar para que
se reuniera con el principal ministro del emir. El fracaso estaba
cantado: el ministro estaba enfermo e irritable, el enviado de Lytton
insistió en la única condición que no era negociable, la entrada
de misiones británicas en Afganistán. Se les dijo a los británicos
que, si Sher Ali aceptaba, Rusia presionaría para obtener derechos
comparables y correría el riesgo de ganarse su enemistad en caso de
negárselos. Peor aún, aquella concesión era tan ofensiva para los
afganos que el emir temía ataques contra los oficiales británicos
que pudieran enemistar a ambos países. Todo ello se expuso en
voluminosas cartas y actas que muchas décadas después estudió
minuciosamente W. K. Fraser-Tyler. A su parecer, los documentos
revelaban una cierta impaciencia por parte de Lytton, `una
determinación tal vez algo rígida por alcanzar un objetivo bien
delimitado, un objetivo, por añadidura, que ya se había trazado
antes de salir de Gran Bretaña.´Ese objetivo era la `última expresión de la futura política de avance, que debía aplicarse con escasa o nula consideración por los deseos afganos, y con una determinación
inquebrantable por situar la frontera defensiva india en el mismo punto donde había estado en los tiempos de los grandes imperios, en los de Asoka y Akbar: en las cadenas septentrionales del Hindu Kush y más allá del valle del Oxus´. Para lograrlo, Lytton estaba dispuesto a reemplazar a Sher Ali por un emir más sumiso o, en su defecto, a conquistar y dividir Afganistán.”
El Tibet...
Esta
sensación de inseguridad asediada no afectaba sólo al imperio sino
también a sus escoltas y dependencias exóticos, especialmente el
Tibet. Desde 1904 hasta 1947, Gran Bretaña fue la única potencia
occidental representada en el reino del Himalaya, en virtud de una
curiosa disposición por la que el Gobierno de la India destinó a
tres agentes comerciales, que en realidad eran oficiales políticos,
en lo que legalmente forma parte de China. En todos esos años, sin
embargo, los británicos fueron incapaces de resolver las enojosas
cuestiones de las fronteras y el estatuto legal del Tibet. El
objetivo primordial de la política británica en el Tibet era
impedir el acceso de las potencias rivales a Lhasa, y mantenerlas
lejos de la Frontera Noreste de la India. Pero ¿qué hacer con el
Tibet, un reino teocrático más grande que Europa occidental y
formalmente parte integral de China? Si el Tibet fuera más pequeño, se habría podido destinar un residente británico a Lhasa, y el Tibet podría haberse convertido en un nuevo protectorado del imperio. Pero el Tibet era demasiado grande. Era demasiado importante para China, que lo había dominado durante más de dos siglos. Antes, el Tibet había sido una potencia independiente que se constituía en imperio, y su gente todavía habitaba grandes zonas de la China occidental (o del Tibet oriental, según se consideraba desde Lhasa). También Rusia estaba interesada en el Tibet, tanto en lo espiritual como en lo estratégico, habida cuenta de que los mongoles buriat que vivían en Siberia veneraban al Dalai Lama.”
Rusia...
"Con
toda su maldad, se suponía que Stalin era el realista absoluto. Como
se constata en `Diplomacia´, 1994, de Henry Kissinger, con sus
referencias casi admirativas a Stalin. Kissinger nos dice que el
dictador soviético `era un maestro en la práctica de la
Realpolitik, no un caballero cristiano´. “
En vista de la confusión en la actual Federación Rusa, tal vez no sea tan extraño que muchos rusos recuerden con nostalgia a Stalin y su imaginado realismo. El presidente del partido Comunista Ruso, Genadi Ziuganov, ha publicado un manifiesto, `La geografía de la victoria´, que se basa en Mackinder. Llama a los eurasiáticos a unirse según las pautas soviéticas y repudiar las influencias `atlánticas´ (es decir, norteamericanas). De hecho, el sueño de un nuevo Interior Euroasiático `se ha
convertido en el objetivo común de la coalición rojo – marrón de Rusia´, informa Charles Clover en un texto de Foreign Affairs. Empieza provocadoramente: `Pocas ideologías modernas son tan caprichosamente omnímodas, tan romanticamente oscuras, tan intelectualmente descuidadas y tan capaces de desencadenar una tercera guerra mundial como la teoría de la geopolítica´. “
Apasionante libro que se devora casi del tirón por
cuanto abre los ojos sobre una zona de la que creemos saber lo
fundamental pero desconocemos todo y donde desde hace siglos Europa
Occidental, Rusia y EEUU pelean clandestinamente por asegurar la
llave de la puerta que conduce a la India y que las ínfulas
geoestratégicas de Putin siguen la mejor tradición soviética de
antaño, continuadora a su vez de la mejor tradición imperialista de
zares y zarinas...
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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theadversiterchronicle@hotmail.es
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