Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle
Autor: Sönke Neitzel & Harald Welzer
Editorial: CRÍTICA
Traducción: Gonzalo García
Edición: 2011
En
principio la contraportada nos habla de una obra basada en los testimonios de
los soldados del Eje, mayormente alemanes, capturados entre 1940 y 1945 por los
aliados y encerrados en instalaciones británicas y estadounidenses con la
salvedad de que sus conversaciones eran grabadas…
Al
empezar a leerlo, tienes la desagradable sensación de que parece justificar las
atrocidades de la soldadesca nazi pero al poco tiempo de avanzar las primeras
páginas asistimos en realidad a un delicioso estudio psicológico de las
motivaciones del entorno socio-político y los marcos de referencia en que se
forjó la despiadada máquina de guerra nazi.
Asistimos
a las conversaciones de unos soldados que al principio, cuando la máquina de
guerra alemana brilla con sus victorias de conquista de Europa y la moral está
alta, a cómo a medida que se tuercen las cosas para Hitler afloran en las
conversaciones temas que justifican renegar del nazismo.
Y es
muy interesante porque esos marcos de referencia se instalaron con su
idiosincrasia en la España posterior a 1939, se licuaron a partir de 1953 y
finalmente asistimos a residuos en las televisiones afines a tesis de derechas
y santos patrones…
Introducción
a las sociedades y sus naufragios…
“Los casos de naufragio de sociedades enteras muestran la extensión
con la que pueden llegar a actuar las ataduras culturales. Así ocurrió con los
vikingos normandos, que hacia el año 1000 conquistaron Groenlandia y
sucumbieron al no saber renunciar a las costumbres agroalimentarias que habían
traído de Noruega, a pesar de que, en Groenlandia, las condiciones climáticas
eran muy distintas. Así, en lugar de alimentarse de pescado, muy abundante en
la zona, intentaron practicar la ganadería, pese a que la estación de los
pastos, en la isla, no duraba el tiempo suficiente. Esto no supone que fuera
imposible sobrevivir en tales circunstancias ambientales, como demuestra el
caso de los inuit, que ya poblaban Groenlandia en tiempos de los vikingos y en
la actualidad todavía la pueblan. El ejemplo más famoso del naufragio de una sociedad debido a las
ataduras culturales lo ofrecen los habitantes de la isla de Pascua, que
invirtieron tal suma de recursos en la producción de esculturas gigantes como
símbolo de la condición social que, a la postre, socavaron la base de la
supervivencia hasta el punto de causar su propia extinción.
Las ataduras culturales (entre las cuales deben incluirse también,
por supuesto, las religiosas) aparecen en los sentimientos y conceptos de la
vergüenza y el honor, y, en general, en la incapacidad de solventar los
problemas <<racionalmente>>
aun cuando, desde el punto de vista del observador, tales soluciones
parecen hallarse tan a mano como en el caso de los vikingos, a los que les
habría bastado con pasar de la carne al pescado.”
Situaciones…
“En 1973 se realizó en la Universidad de Princeton un experimento
notable. A una serie de estudiantes de teología se le encomendó la tarea de
redactar una breve conferencia sobre la parábola del buen samaritano. Una vez
elaborada la charla, se invitaría a cada autor por separado a presentarse en un
determinado edificio del campus, donde se grabaría una lectura para emitirla
por radio. Mientras un estudiante aguardaba en solitario a recibir la
invitación a presentar la charla, aparecía de pronto alguien que le decía: <<
¡Vaya! ¿Aún estás aquí? ¡Hace tiempo que tendrías que estar allí! Date prisa,
¡con un poco de suerte, el asistente aún te estará esperando!>>. El
estudiante corría a su destino y, en ese mismo momento, se situaba ante la
puerta del edificio universitario
elegido a una persona que fingía desamparo, y, entre toses y gemidos, se
retorcía en el suelo. Era imposible entrar en el edificio sin percibir a esta
persona que, a todas luces, parecía estar pasando graves dificultades…
…Lo primero que nos dice este experimento es que, antes de que una
persona actúe con respecto a algo, debe haberlo percibido. Cuando alguien
trabaja con toda la concentración puesta en una labor, simplemente, desconecta
la percepción de muchas otras cosas: lo que no tiene que ver con el
cumplimiento de la tarea. Esta focalización no tiene nada que ver con
cuestiones morales, depende de la economización de los actos, necesaria y casi
siempre activa, que procura prescindir de lo superfluo. Otros experimentos han
demostrado que la decisión de ayudar depende, en alto grado de `quién´ necesite
la protección: se ayuda antes a las personas atractivas que a las que no lo
son; ayudamos antes a las personas, que por sus rasgos externos, pertenecen al
mismo grupo en el que nosotros nos incluimos, que a aquellos que adscribimos a
grupos ajenos. También a aquellas personas que parecen haber sido las causantes
de su propia desgracia –como por ejemplo, los borrachos- se las ayuda con menos
frecuencia que a las que han caído en una mala situación por causas externas.”
Crímenes
de guerra: matar como fuerzas de ocupación…
“Desde la Antigüedad, la concepción de lo que supone un crimen de
guerra se ha ido transformando considerablemente y sin cesar. En consecuencia,
apenas cabe construir una medida de lo que,
en relación con el ejercicio de la violencia, cabe considerar una guerra
<<normal>>. En vista de la incontable cantidad de personas que, en
el transcurso de la historia, han caído víctimas de la violencia desenfrenada,
la pregunta que cabría formular es la contraria: si respetar las convecciones
de limitación de la violencia no es lo excepcional en la guerra, mientras que
la falta de normas sería la condición normal. A ello se puede oponer que ningún
comportamiento social –y por ende, tampoco ninguna guerra históricamente
constatable- se ha desarrollado sin reglas; ni siquiera la segunda guerra
mundial. El marco de referencia de los soldados les daba una idea ciertamente
clara de las formas de ejercicio de la violencia eran legítimas y cuáles no lo
eran; lo que no significa que los límites de lo legítimo no se pudieran transgredir.
No obstante, no cabe duda de que, durante la segunda guerra
mundial, la violencia se liberó de sus límites, cualitativa y
cuantitativamente, hasta alcanzar un extremo sin precedentes. Es cuando más
cerca se ha llegado de la <<guerra total>>, una condición que, en
cualquier caso, requiere de la descripción teórica. La experiencia de la
primera guerra mundial había provocado que, en los análisis realizados en el
seno de las fuerzas armadas en el periodo de entreguerras, muchos consideraran
ora necesaria ora inevitable una radicalización de la guerra. E n consecuencia,
la guerra siguiente sería una guerra <<total>>; en ello coincidían
muchos expertos. La diferenciación entre combatientes y no combatientes ya no
se antojaba propia de los tiempos, en una época en que las naciones luchaban
por la supervivencia, empleando ejércitos masivos y sociedades movilizadas casi
por completo. Así, en el periodo de entreguerras, aunque se produjeron varios
intentos, no pudo imponerse un freno regulador al embrutecimiento de la guerra.
La eficacia de las grandes ideologías, el distanciamiento general con respecto
a ideas liberales, el perfeccionamiento de nuevas armas como por ejemplo los
bombardeos estratégicos y los planes de movilización cada vez más expansiva convirtieron
en papel mojado todos los esfuerzos de contención de la violencia.
A ello se
añadieron las numerosas y diversas experiencias violentas vividas entre 1918 y
1939 (la guerra civil rusa, 1918-1920; represión de los levantamientos en
Alemania, 1918-1923; guerra civil española, 1936-1939; guerra chino-japonesa,
desde 1937), que corrían diametralmente en contra de los intentos de prescribir
reglas que controlaran el uso de la violencia en la guerra. Por ello, ni
siquiera la firma de la segunda Convención de Ginebra sobre el trato debido a
los prisioneros de guerra (1929) pudo contrarrestar decisivamente esta
evolución.”
Luchar,
matar y morir…
“En este contexto es interesante destacar que las propuestas de
crear <<misiones suicidas>> no procedían de la máxima dirección
política o militar, que por otro lado no se había cansado de exigir que se
combatiera hasta la muerte. Mientras que en los frentes terrestres cientos de
miles de soldados perdieron la vida de
resultas de las órdenes de resistencia a ultranza, Hitler no supo
decidirse a ordenar a la Luftwaffe que emprendiera un ataque suicida con varias
decenas de pilotos. Por otra parte, el asalto del 7 de abril de 1945 no fue una
misión kamikaze en el sentido clásico de la palabra, dado que los pilotos podían
salvar la vida con el paracaídas. Sobrevivió el 60 por 100 de aquellos pilotos,
un porcentaje que hacía ya tiempo que no se alcanzaba, por ejemplo, en la rama
submarina…
…En su conjunto cabe afirmar que las misiones suicidas de Hitler
mostraron una incoherencia pasmosa. Exigió a los soldados que combatieran hasta
el último cartucho y hasta el último hombre. Sus órdenes debían vetar toda
retirada y toda rendición antes de hora y, mediante una lucha fanática, mostrar
el supuesto camino a la victoria bélica. Incluso cuando hablaba de que
<<todo búnker, todo edificio de una ciudad alemana o cualquier pueblo
(debe) convertirse en un fortín en el que o bien el enemigo se desangre o bien
los defensores queden sepultados bajo ellos en un combate hombre contra hombre>>,
estaba aceptando que había supervivientes. Así ocurrió por ejemplo con los
defensores de la fortaleza de Metz, para los cuales Hitler creó incluso una
banda de brazo especial. Si hubieran empleado el último cartucho para quitarse
la vida, no cabe duda de que Hitler lo habría considerado particularmente honroso.
Ello no obstante, el dictador no exigió esa actitud con decisión; y sin
embargo, las órdenes de resistencia a ultranza que emitió tuvieron como
consecuencia el sacrificio de las vidas de cientos de miles de soldados. Hacia
ellos, Hitler solo mostró indiferencia. Lo veía como una parte necesaria de la
batalla por el destino del pueblo alemán, que se estaba jugando la victoria o
la destrucción. Pero, a pesar de toda esta dureza, Hitler se arredró ante el
último paso, ordenar `con determinación´ un ataque suicida; igual que se
arredró al evitar el empleo del gas venenoso como último nivel de la guerra
total.”
Traslación
a las guerras actuales…
“La perdición de las personas que había en tierra empieza en el
momento en que uno de los soldados de los helicópteros cree reconocer a un
iraquí armado. Desde el momento de esta identificación, el grupo de personas de
tierra, que los tripulantes observan a gran distancia, por medio de monitores,
se convierte en un <<blanco>>: la intención de apuntar a ese blanco
y destruirlo resulta prácticamente automática, a partir de aquí. Al cabo de
unos pocos segundos, otros tripulantes identifican nuevas armas; en pocos segundos
pasamos de una persona armada a varias; las armas se convierten en rifles
semiautomáticos del tipo AK-47; finalmente un AK-46 da paso a un cohete
anticarro.
Cuando el primer helicóptero recibe la orden de atacar, el grupo
desaparece de su vista, porque ha quedado detrás de un edificio. En este
momento, la percepción de los soldados se centra sobre todo en enmarcar de
nuevo a aquellas personas con el visor. Ahora, los supuestos insurgentes no
sólo llevan armas, sino que también las utilizan…”
Sin
hacer prisioneros…
“El trato otorgado a los prisioneros de guerra, durante la segunda
guerra mundial, adoptó formas muy distintas. Varió desde el seguimiento literal
de la Convención de Ginebra hasta la matanza colectiva. Mientras en los campos
alemanes sólo murió entre el 1 y el 3 por 100 de los prisioneros
angloestadounidenses, la cifra de los soldados del Ejército Rojo asciende a
cerca del 50 por 100; esta cifra supera en mucho incluso la elevada tasa de
mortalidad de los prisioneros aliados en cautividad de los japoneses. El
exterminio sistemático mediante el hambre, que interpreta un papel en las
propias actas de las escuchas, es algo que sin duda queda fuera del marco de
referencia convencional de la guerra y sólo cabe comprender en el marco de la
guerra de exterminio nacionalsocialista. Dicho sea de paso, las actas también
muestran que los soldados espiados consideraban del todo reprobable el trato
dado a los prisioneros del Ejército Rojo y que podían desarrollar empatía por
los maltratados. Aunque, en su mayoría, la tropa no solía
entrar en contacto
con la auténtica vida cotidiana de los campos, los soldados han visto pasar los
incontables trenes de prisioneros del frente hacia la retaguardia y tenían una
idea clara y exacta de cómo se trataba a los soldados enemigos. Sin embargo la
mayoría fueron sólo espectadores; las posibilidades de alterar en algo las
circunstancias fueron siempre muy limitadas.
En la zona de combate se presentaba una situación completamente
distinta. Aquí prácticamente todo soldado normal era un agente a quien
correspondía decidir por si solo, en la mayoría de los casos, si mataba a su
adversario o si lo hacía prisionero. En el calor de la batalla, siempre había
que negociar desde cero cuando el soldado enemigo que aún quería se matar se
convertía en un prisionero cuya vida se debía proteger. Esta zona gris podía
prolongarse durante horas o incluso días, por ejemplo cuando los prisioneros y
sus guardias se veían envueltos en nuevas acciones de combate.”
Libro
ideal para lectura reposada, turnos de noche con vigilia y a la suegra que
gusta de emisoras televisivas papales y de nostalgia franquista, también para
la suegra a ver si se entera de que su marco de referencia es dañino y deje de
regañarnos como niños…
Psicología
de soldadesca marcada ésta por el ambiente socio cultural y político de sus
marcos de referencia antes del
conflicto, los alemanes y el nazismo en este caso…
Modelo
vigente en España tras la guerra civil y más o menos latente hasta 1981, aunque
veamos cadenas de televisión que quieren anclarnos en el pasado.
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
theadversiterchronicle@hotmail.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario