Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle
Autor: William Hjortsberg
Editorial: Círculo de Lectores, S. A.
Traducción: Eduardo Goligorsky
Año de Edición: 1989
Para
quienes son lectores y amantes del cine, suele ser un dilema elegir el libro en
que supuestamente se basa el guión de la película. Hay ejemplos de películas
que te incitan a descubrir el libro en que se basan pero a veces surge la
decepción ya que se edita el libro tras el éxito de la película y resulta que
en vez de un relato o novela encontramos un guión literaturalizado. Un ejemplo
de esto último sería Tiburón,
película ya mítica y al que vorazmente me acerqué siendo adolescente y me sentí
ultrajado por la decepción: era un guión burdamente enlazado para darle
consistencia de novela y camuflar el guión.
Un
ejemplo contrario sería L.A. Confidencial,
deliciosa película que te hace descubrir la novela original y engancharte al
universo del loco del James Ellroy.
¡Exacto!,
aquel bomboncito que por enseñar tetas en la peli basada en el libro que
tratamos hoy, la echaron del show y
aunque no se ha vuelto a saber de ella puede que os pase como a nosotros en la
redacción que no recordamos su nombre pero sí su cuerpo en la tórrida escena, y
escandalosa para los 80´s, donde se cepilla al Rourke…
Del
autor trasladaros como siempre los datos de la contraportada:
Nacido
en Nueva York en 1941, ha escrito artículos para muchas revistas de primera
línea como Playboy, Look o Squire y creó el guión de la película Legend. Como novelista tiene varios títulos en su haber y en 1978
publica éste mereciendo los máximos elogios por parte de la opinión pública y
de periódicos de la talla del Washington
Post y el New York Times.
Quien haya visto la película disfrutará de la novela y quinees se asomen a ella por primera vez tienen la ocasión de degustar una buena versión en la pantalla.
Os
dejo como es habitual breves pasajes del libro:
Un
nuevo caso para un huele braguetas…
“El edificio del número 666 de la Quinta Avenida era el producto de
un connubio desgraciado entre el estilo internacional y nuestra tecnología
aerodinámica autóctona. Lo habían construido dos años atrás entre las calles 52
y 53: cientos de miles de metros cuadrados de oficinas revestidas con paneles
de aluminio repujado. Parecía un rallador de queso de cuarenta plantas. En el
vestíbulo había una cascada, pero no parecía mejorar las cosas.
Subí al último piso en un ascensor rápido, acepté el número que me
entregó la chica del guardarropas, y admiré el paisaje mientras el maître me
estudiaba como si fuera un inspector veterinario de Sanidad a la hora de
clasificar una ternera. Encontró el nombre de Cyphre en el libro de reservas,
pero ello no bastó para convertirnos precisamente en camaradas. Lo seguí entre
un amable murmullo de ejecutivos hasta una mesita contigua a una ventana.
Allí estaba sentado, con su traje de confección azul, a rayas
finas, y con un botón de rosa en la solapa, un hombre entre los cuarenta y
cinco y los sesenta años. Su cabello, muy estirado hacia atrás sobre una frente
alta, era negro y abundante, pero su perilla cuadrangular y su bigote
puntiagudo eran blancos como el armiño. Tenía la tez bronceada, era elegante, y
sus ojos lucían un lejano y etéreo color azul. Sobre su corbata de seda marrón
refulgía una pequeña estrella invertida de oro.
-Soy Harry Ángel –me presenté, cuando el maître separó mi silla de
la mesa-. Un abogado llamado Winesap me dijo que usted quería hablarme de algo.
-Me gustan las personas que van al grano. ¿Qué bebe?
Pedí un manhattan doble, sin hielo. Cyphre dio un golpecito en el
vaso con un dedo pulcramente cuidado, y pidió también lo mismo. Era fácil
imaginar esas manos mimadas empuñando un látigo. Nerón debió de tenerlas
parecidas. Y Jack el Destripador. Manos de emperadores y asesinos. Lánguidas y
sin embargo letales, con dedos crueles y finos, perfectos instrumentos de
iniquidad.”
New
York…
“El edificio Brill estaba en la intersección de la calle 49 y Broadway.
En camino hacia allí desde la calle 43, traté de recordar el aspecto que tenía
el Times Square la noche en que lo vi por primera vez. Habían cambiado muchas
cosas. Era la víspera del Año Nuevo de 1943. Se había esfumado todo un año de
mi vida. Yo acababa de salir de un hospital del ejército con una cara flamante
y nada más que calderilla en los bolsillos. Esa tarde alguien me había robado
la billetera, llevándose todos mis bienes: el carnet de conducir, la
documentación de la baja del ejército, las placas de identificación militar.
Todo. Atrapado en medio de la multitud y rodeado por la pirotecnia eléctrica de
los anuncios, sentía que mi pasado quedaba atrás como el pellejo abandonado de
una serpiente que acaba de cambiar de piel. No tenía documentos de identidad,
ni dinero, ni domicilio, y sólo sabía que marchaba calle abajo.
Necesité una hora para trasladarme desde el Palace Theatre hasta el
centro del Square, entre el Astor y Bond Clothes, emporio del <<traje con dos pantalones>>. Me
aposté allí a medianoche y miré cómo la bola dorada caía sobre la cúspide del
Times Tower, un mojón al que no llegué hasta una hora más tarde. Fue entonces
cuando vi las luces encendidas en la oficina de Crosssroads y cedí a un impulso
que me llevó hasta Ernie Cavalero y una profesión que no abandoné nunca.
En aquellos tiempos, un par de colosales estatuas desnudas, una
masculina y otra femenina, flanqueaban la cascada de cien metros de largo que
se precipitaba sobre el tejado de Bond Clothes. Ahora, dos gigantescas botellas
gemelas de Pepsi se alzaban en su lugar. Me pregunté si las figuras de yeso
seguirían allí, encerradas en las botellas de metal laminado, como orugas
adormecidas en el seno de sus cristales.
Frente al edificio Brill, un vagabundo vestido con un raído capote
militar se paseaba de un lado a otro, mascullando <<basura,
basura>> a todos los que entraban. Estudié el tablero instalado en el
fondo del angosto vestíbulo en T y descubrí a Warren Wagner Associates, rodeado
de docenas de promotores de canciones, empresarios de boxeo y escurridizos
editores de partituras. El ascensor chirriante me llevó al octavo piso y
exploré un oscuro pasillo hasta encontrar la oficina. Estaba en un ángulo del
edificio y semejaba una conejera con sus varios cubículos y las puertas que los
comunicaban.”
Y lo
dejo aquí porque al igual que una buena película, a una buena novela negra y de
terror, hay que descubrirla y no destriparla aunque en estos tiempos de
corrupciones que salen a la luz, corruptos que tratan de que no les dé la luz y
corruptelas inducidas por la banca a nuestra ética siempre viene bien ver cómo
se compra un alma…
The Adversiter Chronicle, diario
dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
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