Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Día de Reyes
No
existiría la ilusión infantil sin la colaboración de los adultos y
pertenezco a una generación de infancia privilegiada, al menos en mi
entorno social donde la clase trabajadora que no pudo disfrutar de
una infancia como la que viví y la que tenemos actualmente, se
volcaban en que la ilusión de la Navidad fuera un mundo feliz para
la infancia. Tengo muy buenos recuerdos, el primer Día de Reyes que
recuerdo con consciencia fue despertar y levantarme mientras mis
padres aún dormían y descubrí un montón de carbón, unos enormes
cuadrados grises con puntitos blancos y brillantes y recuerdo la voz
de mi madre adormilada que me decía que mirara bien que no me había
portado tan mal, pasado el susto vi en el suelo juguetes y recuerdo
el típico coche con ruedas de plástico que en el capó tenía unos
pirulos que subían y bajaban cuando se echaba a rodar; recuerdo el
primer revoltijo que los Reyes Magos dejaban con los juguetes
consistente en una bolsita de plástico de forma rectangular que
contenían peladillas, caramelos y unas rosquillitas caramelizadas en
la superficie con sabor anisado. Supongo que fue en las siguientes
navidades cuando recuerdo que caminaba con mis padres y un par de
personas más de noche por la calle, seguramente de regreso de alguna
visita navideña, y nos paramos delante de lo que para mis
entendederas y estatura era un escaparate enorme de cristal, yo me
quedé absorto con una batería de juguete con su tambor, platillo y
bombo con un pedal, no recuerdo qué más había en el escaparate, yo
sólo tenía ojos para aquella batería de mi tamaño con bordes
rojos. Los Reyes Magos debieron tener un chivatazo acerca de mis
pensamientos porque ese Día de Reyes es un recuerdo permanente de
levantarme, ver los juguetes, que ya ni recuerdo, entrar en la cocina
y ver la batería con su bombo y el pedal azul, el brillante platillo
a la izquierda y el tambor a la derecha con el par de palillos
encima. Fue inolvidable y flipaba pensando en cómo los Reyes Magos
eran capaces de hacer realidad mi deseo, porque no hubo carta a los
Reyes Magos donde expresara el deseo de que me dejaran la batería,
eran magos de verdad porque fue un deseo mudo absorto en el
escaparate y los Reyes Magos lo supieron. Más adelante llegaría mi
hermana y luego mi hermano, así que la ilusión siguió viva,
colaborando en que fuera un Día de Reyes dichoso. No puedo acabar
esta entrega sin acordarme de que un año, de vuelta al día
siguiente a la escuela sin tiempo de disfrutar los regalos, teníamos
una profesora de francés, una señora ya mayor con perenne moño en
el pelo que me recordaba a las Hermanas Gilda de los tebeos. Tenía
la fea costumbre de llamar por lista y había que levantarse de
pupitre y acercarse a su silla donde preguntaba algo en francés y
como no nos enseñaba nada siempre se solía fallar y era cuando te
soltaba un cachete en la mejilla, no una hostia o un bofetón, pero a
veces el cachete dolía como un bofetón que te dejaba la mejilla
colorada, era algo brutal porque el resto de profesoras, señoritas
se llamaban entonces, eran todas jóvenes, al menos no eran una vieja
desagradable como la de francés, yo tenía miedo, ese miedo infantil
y escolar difícil de describir. Esa mañana el día de regreso al
colegio llamó a una compañera a su vera para el suplicio. No
recuerdo el motivo pero se estableció un diálogo entre la profesora
y la niña de mandilón rosa donde hubo un momento en que la señorita
de francés le metió una hostia verbal, la recuerdo casi enojada
decirle a mi compañera que los Reyes Magos no existían, la recuerdo
dirigiéndose a la clase levantando la mirada y repitiendo que los
Reyes Magos no existían. Hubo un momento de silencio que recuerdo
sólo roto por el llanto de la niña desconsolado y toda el aula nos
sentimos en comunión con nuestra compañera de clase, todos lloramos
sin lágrimas y recuerdo que nos miramos unos a otros por culpa de
una vieja amargada, una bruja resabiada que veía su mundo perecer
con la dictadura, quiero suponer que su carácter era por eso. Nunca
olvidé esa bofetada verbal y me imagino que una vez fue joven, que
formaba parte del sistema que tocaba a su fin. Al final hubo
protestas de los padres y nunca más volví a ver a esa profesora
aunque si cierro los ojos puedo verla resabiada hacer añicos la
ilusión infantil. Supongo que alguien truncó sus ilusiones
navideñas, puede que la guerra, y no era capaz de empatizar con la infancia a la que
enseñaba francés. Pero también recuerdo que ese día pensé que
estaba equivocada porque un par o tres de navidades atrás los Reyes
Magos hicieron su magia con un niño que miraba absorto una batería
de juguete pegado al cristal del escaparate una noche de Navidad...
Antón
Rendules
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
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