Suplemento
viajero cutre de The Adversiter Chronicle
Viaje a la clínica
veterinaria con el gato
El
viajero llega con alivio a la puerta de la clínica veterinaria,
aunque el trecho es breve la cesta con el gato pesa sus buenos casi
siete kilos y el gato se mueve de vez en cuando. Duda el viajero en
abrir la puerta y entrar a la clínica veterinaria porque cuando
pidió cita le especificaron que el gato debía ir ligeramente sedado
tras darle dos horas antes de la cita una pastilla para tal fin. El
viajero esperaba encontrar al gato medio sonámbulo, pero meterlo en
la cesta ya fue toda una odisea. El gato no es del viajero, es de un
familiar con movilidad reducida, aunque se han hecho casi colegas a
fuerza de verse cuando el viajero visita a su familiar. Hay una
especie de liturgia cuando llega el viajero, el gato sale a recibirle
y suelta un maullido que responde el viajero con una de sus
imitaciones gatunas, no tan famosas como sus imitaciones perrunas.
Tras saludarse, el viajero le parte al gato unas lonchas de pavo, un
par de ellas de esas cuadradas, con las tijeras en un cuenco mientras
el gato le pulula comunicándose con gestos que el viajero no
entiende más allá del incordio del gato tocando los bemoles, el
viajero le deja el cuenco en el suelo y el gato se hace el místico
esperando a que el viajero salga de la cocina...
El
viajero cree que el gato se menea demasiado para estar sedado, al
menos no lo está como otras citas anteriores para cortarle las uñas,
que le pesen y le hagan un reconocimiento básico en las orejas. La
clínica es algo estrecha en dimensiones con el mostrador a la
siniestra y la sala de espera en la diestra. Es una sala de espera
pequeña con una pared lateral llena de productos para mascotas, una
fila de asientos que quedan enfrente de la puerta con un televisor
emitiendo un canal documental de animales y no falta una ventana que
da luminosidad. El viajero mira el reloj porque pasan cinco minutos
de la hora de la cita y observa como la recepcionista se ausenta, oye
voces reconocibles, la chica de la entrada, la voz del veterinario y
una voz de mujer mayor. El viajero trata de mirar el documental que
escupe el televisor, algo sobre insectos, y al ver en una pequeña
mesa el mando a distancia le entra la tentación de cambiar de canal,
aunque se contiene...
El
viajero se puso a mirar de nuevo la hora, uno de esos momentos de
espera donde el espacio-tiempo se vuelve elástico y lento, cuando
aparece la chica de recepción, el veterinario y una señora ya
entrada en años desde que entró en la edad de jubilación, que
lleva de las correas dos chuchos, cada uno de distinta raza puede
apreciar el viajero que comienza a comprender los solícitos de
veterinario y recepcionista con la buena señora y sus dos chuchos
algo comatosos por cuanto el viajero pudo escuchar que ambos tenían
tratamiento que tomar y desembolsó más de cuatrocientos euros por
la visita y las medicinas. Uno de los chuchos, auténtico felpudo con
patas barrunta el viajero para sus adentros, se ha quedado mirando de
malas maneras la cesta con el gato en su interior depositada a los
pies del viajero. Afortunadamente la buena señora y sus dos sacos de
pulgas, otra cosa no parecían cuando el viajero pudo verlos al salir
la dueña con ellos de las correas, salieron antes de que el viajero,
el gato y el chucho comatoso entraran en pánico contagiando a
recepcionista y veterinario...
El
viajero entra con el cesto en la consulta veterinaria, nada del otro
mundo de dimensiones reducidas, una mesa de metal en el centro y
estantes con cosas veterinarias. El viajero saca el gato de la cesta
y lo sujeta con temor porque definitivamente el gato está muy
espabilado en comparación con otras visitas veterinarias
precedentes. El veterinario, un tipo con pinta de tal y esa seguridad
en sí mismo de todo veterinario competente, indica al viajero que
acaricie la cabeza del gato tras llevar un pequeño susto al cortar
la primera uña que hizo al gato revolverse, el viajero le sujeta con
firmeza el lomo y simulando que le acaricia en realidad la aprieta el
pescuezo a ver si se está quieto de una puñetera vez. Con el
pescuezo firmemente inmovilizado por el viajero, el proceso de cortar
las uñas finaliza sin grandes sobresaltos, el pesaje arrojó unos
rollizos casi siete kilos y en apariencia el gato está sano como un
roble gatuno...
El
viajero paga en el mostrador y se despide de la recepcionista
saliendo al aire fresco de la calle. El viajero enciende un cigarro,
agarra la cesta con el gato en su interior y se dirige a...
Pero
ése, ya es otro viaje.
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
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