The Adversiter Chronicle

martes, 3 de septiembre de 2024

"Ni a pata ni alpargata y menos a La Alcarria", suplemento viajero cutre

Suplemento viajero cutre de The Adversiter Chronicle

Viaje a la clínica veterinaria con el gato

El viajero llega con alivio a la puerta de la clínica veterinaria, aunque el trecho es breve la cesta con el gato pesa sus buenos casi siete kilos y el gato se mueve de vez en cuando. Duda el viajero en abrir la puerta y entrar a la clínica veterinaria porque cuando pidió cita le especificaron que el gato debía ir ligeramente sedado tras darle dos horas antes de la cita una pastilla para tal fin. El viajero esperaba encontrar al gato medio sonámbulo, pero meterlo en la cesta ya fue toda una odisea. El gato no es del viajero, es de un familiar con movilidad reducida, aunque se han hecho casi colegas a fuerza de verse cuando el viajero visita a su familiar. Hay una especie de liturgia cuando llega el viajero, el gato sale a recibirle y suelta un maullido que responde el viajero con una de sus imitaciones gatunas, no tan famosas como sus imitaciones perrunas. Tras saludarse, el viajero le parte al gato unas lonchas de pavo, un par de ellas de esas cuadradas, con las tijeras en un cuenco mientras el gato le pulula comunicándose con gestos que el viajero no entiende más allá del incordio del gato tocando los bemoles, el viajero le deja el cuenco en el suelo y el gato se hace el místico esperando a que el viajero salga de la cocina...
El viajero cree que el gato se menea demasiado para estar sedado, al menos no lo está como otras citas anteriores para cortarle las uñas, que le pesen y le hagan un reconocimiento básico en las orejas. La clínica es algo estrecha en dimensiones con el mostrador a la siniestra y la sala de espera en la diestra. Es una sala de espera pequeña con una pared lateral llena de productos para mascotas, una fila de asientos que quedan enfrente de la puerta con un televisor emitiendo un canal documental de animales y no falta una ventana que da luminosidad. El viajero mira el reloj porque pasan cinco minutos de la hora de la cita y observa como la recepcionista se ausenta, oye voces reconocibles, la chica de la entrada, la voz del veterinario y una voz de mujer mayor. El viajero trata de mirar el documental que escupe el televisor, algo sobre insectos, y al ver en una pequeña mesa el mando a distancia le entra la tentación de cambiar de canal, aunque se contiene...
El viajero se puso a mirar de nuevo la hora, uno de esos momentos de espera donde el espacio-tiempo se vuelve elástico y lento, cuando aparece la chica de recepción, el veterinario y una señora ya entrada en años desde que entró en la edad de jubilación, que lleva de las correas dos chuchos, cada uno de distinta raza puede apreciar el viajero que comienza a comprender los solícitos de veterinario y recepcionista con la buena señora y sus dos chuchos algo comatosos por cuanto el viajero pudo escuchar que ambos tenían tratamiento que tomar y desembolsó más de cuatrocientos euros por la visita y las medicinas. Uno de los chuchos, auténtico felpudo con patas barrunta el viajero para sus adentros, se ha quedado mirando de malas maneras la cesta con el gato en su interior depositada a los pies del viajero. Afortunadamente la buena señora y sus dos sacos de pulgas, otra cosa no parecían cuando el viajero pudo verlos al salir la dueña con ellos de las correas, salieron antes de que el viajero, el gato y el chucho comatoso entraran en pánico contagiando a recepcionista y veterinario...
El viajero entra con el cesto en la consulta veterinaria, nada del otro mundo de dimensiones reducidas, una mesa de metal en el centro y estantes con cosas veterinarias. El viajero saca el gato de la cesta y lo sujeta con temor porque definitivamente el gato está muy espabilado en comparación con otras visitas veterinarias precedentes. El veterinario, un tipo con pinta de tal y esa seguridad en sí mismo de todo veterinario competente, indica al viajero que acaricie la cabeza del gato tras llevar un pequeño susto al cortar la primera uña que hizo al gato revolverse, el viajero le sujeta con firmeza el lomo y simulando que le acaricia en realidad la aprieta el pescuezo a ver si se está quieto de una puñetera vez. Con el pescuezo firmemente inmovilizado por el viajero, el proceso de cortar las uñas finaliza sin grandes sobresaltos, el pesaje arrojó unos rollizos casi siete kilos y en apariencia el gato está sano como un roble gatuno...
El viajero paga en el mostrador y se despide de la recepcionista saliendo al aire fresco de la calle. El viajero enciende un cigarro, agarra la cesta con el gato en su interior y se dirige a...
Pero ése, ya es otro viaje.

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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