Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
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Yo
era muy niño para percatarme entonces del significado de las cosas
de los adultos y el universo se componía del hogar familiar y aún
no estaba en la EGB, es un periodo que abarca mi primera infancia y
lo que hoy llaman preescolar, o tal vez lo llamaban así entonces.
Pero en ocasiones mi abuela, que era joven para ser llamada así, me
vestía para salir y ella se acicalaba. Luego salíamos a la calle y
tras caminar unas cuantas se llegaba a un edifico viejo, de
destartalada fachada en plena decrepitud pasados tiempos mejores, una
fachada sin pintura y gris donde había unos agujeros que siempre me
llamaban la atención en la fachada aledaña tan destartalada y
decrépita por falta de pintura como la del portal a donde entrábamos
tras picar a un timbre mi abuela. La escalera hasta el piso objeto de
la visita era vieja, de madera que tenía algún peldaño que crujía
al pisar, pero recuerdo que dentro de lo destartalado del conjunto
las escaleras y el portal estaban limpios, en mi visión infantil era
un viejo edificio que nada tenía que ver con los que había conocido
durante mi corta existencia. La puerta de entrada al piso era también
distinta a las puertas que conocía, más estrecha y más alta que
las de mi entorno material. Nos abría una mujer que me recordaba a
las Hermanas Gilda,
personajes de tebeo y pienso que era por el peinado, vestida de
arriba abajo. Nos saludaba y nos pasaba a un pasillo largo y estrecho
con misteriosas puertas que daban a otras estancias. Inevitablemente,
nada más cruzar el umbral, mi mirada se alzaba y se fijaba en una foto
en blanco y negro, aunque era más bien matices de gris en distintos
tonos. Había el rostro de un tipo con gorra militar, con un pequeño
y elegante bigote, mostrando medio perfil mirando a la cámara, sin
sonrisa no seriedad y en una esquina inferior una cinta negra en
diagonal que siempre me despertaba ese temor infantil con mezcla de
curiosidad que era la muerte. Entonces salía de la semi oscuridad
del fondo del pasillo la señora, vestida de negro, con pelo gris que
se recogía en un moño...
-Saluda
a la señora Lola, ya la conoces...-
me decía mi abuela con gesto cariñoso.
La
señora Lola me inspiraba una mezcla de temor y curiosidad al igual
que su hija que nos abría la puerta. Hechos los saludos se quedaban
las tres en el pasillo y yo en mi mundo infantil, poniendo cara seria
y deseando acabar la visita. No recuerdo que nunca me ofrecieran
algo, también es cierto que la visita era breve, aunque la hija de
la señora Lola me miraba a veces con media sonrisa. Luego, ya en la
calle, yo preguntaba a mi abuela quién era la señora Lola. No era
consciente de que esas visitas es lo que iba a conocer de la alargada
sombra de la Guerra Civil junto con el recuerdo de mi abuela de que
siendo ella niña corría agarrada de una mano a su madre y con la
otra a su hermano de menor edad escapando de los aviones que
sobrevolaban la ciudad. Supe con el tiempo que el tipo de la foto
murió en la guerra, que la hija de la señora Lola era lo que
entonces llamaban una solterona y que aquellos msiteriosos orificios
que salpicaban la decrépita fachada eran vestigios de la guerra. Y
la señora Lola, seguramente que habiendo vivido tiempos mejores y
tristes, era ahora una venerable anciana que prestaba dinero con
interés. Ahora, con aquel mundo hace mucho tiempo desaparecido,
aunque cuando se ha sido contemporáneo aunque sea en la infancia, no
hace tanto, sólo la semana pasada en el calendario del tiempo; es
ahora escuchando hablar de aquel tiempo que había tocado a su fin y
era el comienzo de otro, todo lo reducen a buenos y malos,
dependiendo de qué lado sea el del observador. Seguro que la señora
Lola y su hija pertenecían al bando vencedor o al menos al bando por
el que murió el tipo de la foto y me hizo ver cuando tuve
entendederas que tanto vencedores como vencidos lloran lágrimas de
sangre y el paso del tiempo todo lo reduce a viejas fotos que no
dicen nada y lo dicen todo. Tiempo después supe que la señora Lola
había fallecido, pero yo ya estaba en otra etapa aunque siempre tuve
curiosidad de cómo le habría ido a la solterona de su hija. El
edificio como tal ya no existe salvo la fachada debidamente
restaurada y su interior alberga confortables viviendas, ya sin
heridas de la guerra en sus muros y paredes. Debo confesar que
respiraba aliviado al terminar aquellas visitas mensuales, sentía
algo tenebroso, no miedo infantil, algo latente en la semioscuridad
del pasillo...
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
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