The Adversiter Chronicle

viernes, 26 de julio de 2024

"Memorias de La Transición", por Antón Rendueles

Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle

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Yo era muy niño para percatarme entonces del significado de las cosas de los adultos y el universo se componía del hogar familiar y aún no estaba en la EGB, es un periodo que abarca mi primera infancia y lo que hoy llaman preescolar, o tal vez lo llamaban así entonces. Pero en ocasiones mi abuela, que era joven para ser llamada así, me vestía para salir y ella se acicalaba. Luego salíamos a la calle y tras caminar unas cuantas se llegaba a un edifico viejo, de destartalada fachada en plena decrepitud pasados tiempos mejores, una fachada sin pintura y gris donde había unos agujeros que siempre me llamaban la atención en la fachada aledaña tan destartalada y decrépita por falta de pintura como la del portal a donde entrábamos tras picar a un timbre mi abuela. La escalera hasta el piso objeto de la visita era vieja, de madera que tenía algún peldaño que crujía al pisar, pero recuerdo que dentro de lo destartalado del conjunto las escaleras y el portal estaban limpios, en mi visión infantil era un viejo edificio que nada tenía que ver con los que había conocido durante mi corta existencia. La puerta de entrada al piso era también distinta a las puertas que conocía, más estrecha y más alta que las de mi entorno material. Nos abría una mujer que me recordaba a las Hermanas Gilda, personajes de tebeo y pienso que era por el peinado, vestida de arriba abajo. Nos saludaba y nos pasaba a un pasillo largo y estrecho con misteriosas puertas que daban a otras estancias. Inevitablemente, nada más cruzar el umbral, mi mirada se alzaba y se fijaba en una foto en blanco y negro, aunque era más bien matices de gris en distintos tonos. Había el rostro de un tipo con gorra militar, con un pequeño y elegante bigote, mostrando medio perfil mirando a la cámara, sin sonrisa no seriedad y en una esquina inferior una cinta negra en diagonal que siempre me despertaba ese temor infantil con mezcla de curiosidad que era la muerte. Entonces salía de la semi oscuridad del fondo del pasillo la señora, vestida de negro, con pelo gris que se recogía en un moño...

-Saluda a la señora Lola, ya la conoces...- me decía mi abuela con gesto cariñoso.

La señora Lola me inspiraba una mezcla de temor y curiosidad al igual que su hija que nos abría la puerta. Hechos los saludos se quedaban las tres en el pasillo y yo en mi mundo infantil, poniendo cara seria y deseando acabar la visita. No recuerdo que nunca me ofrecieran algo, también es cierto que la visita era breve, aunque la hija de la señora Lola me miraba a veces con media sonrisa. Luego, ya en la calle, yo preguntaba a mi abuela quién era la señora Lola. No era consciente de que esas visitas es lo que iba a conocer de la alargada sombra de la Guerra Civil junto con el recuerdo de mi abuela de que siendo ella niña corría agarrada de una mano a su madre y con la otra a su hermano de menor edad escapando de los aviones que sobrevolaban la ciudad. Supe con el tiempo que el tipo de la foto murió en la guerra, que la hija de la señora Lola era lo que entonces llamaban una solterona y que aquellos msiteriosos orificios que salpicaban la decrépita fachada eran vestigios de la guerra. Y la señora Lola, seguramente que habiendo vivido tiempos mejores y tristes, era ahora una venerable anciana que prestaba dinero con interés. Ahora, con aquel mundo hace mucho tiempo desaparecido, aunque cuando se ha sido contemporáneo aunque sea en la infancia, no hace tanto, sólo la semana pasada en el calendario del tiempo; es ahora escuchando hablar de aquel tiempo que había tocado a su fin y era el comienzo de otro, todo lo reducen a buenos y malos, dependiendo de qué lado sea el del observador. Seguro que la señora Lola y su hija pertenecían al bando vencedor o al menos al bando por el que murió el tipo de la foto y me hizo ver cuando tuve entendederas que tanto vencedores como vencidos lloran lágrimas de sangre y el paso del tiempo todo lo reduce a viejas fotos que no dicen nada y lo dicen todo. Tiempo después supe que la señora Lola había fallecido, pero yo ya estaba en otra etapa aunque siempre tuve curiosidad de cómo le habría ido a la solterona de su hija. El edificio como tal ya no existe salvo la fachada debidamente restaurada y su interior alberga confortables viviendas, ya sin heridas de la guerra en sus muros y paredes. Debo confesar que respiraba aliviado al terminar aquellas visitas mensuales, sentía algo tenebroso, no miedo infantil, algo latente en la semioscuridad del pasillo...
Antón Rendueles

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
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