Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Aprendiendo a nadar
Un
buen día, anunciaron en clase que nos llevarían a la piscina para
aprender a nadar, lo cual supuso un vuelco en mi rutina infantil de
casa-colegio. Me compraron una bolsa de deporte de las que ahora
llaman retro, con letras blancas sobre fondo azul marino que decían `MONTREAL76´, no muy grande aunque sí las asas. Mi madre me la
preparaba con una toalla, una muda, bocadillo de tortilla francesa
que si cierro los ojos y me dejo llevar de la memoria aún puedo oler
y tocar; también me metía algo en boga de aquella que consistía en
un bollo de pan pastelero, me refiero a que no era el habitual de
barra, con una tableta de chocolate ideal para meter entre el pan,
todo ello envuelto en papel plástico. Para mí el primer día fue
una aventura, nos montaron en un autobús y nos llevaron al club
deportivo de la ciudad y al que más de una vez intenté entrar con
amigos saltando la valla aprovechando roturas en el entramado
metálico de la misma, pero eso sería más tarde, aquel día monté
en el autobús sin despegar durante el trayecto la mirada de la
ventanilla por la que se deslizaba un paisaje nuevo a mis ojos,
distinto a ir en el asiento de atrás del coche. Recuerdo cierto
pudor en el vestuario aunque se disipó pronto. No puedo olvidar que
en la bolsa deportiva no faltaba el gorro, prenda que nos recalcaron
en el colegio que era imprescindible, aunque los padres ya lo sabían
y mi madre me adquirió uno blanco que se encasquetaba en la cabeza
llegando a oprimir las orejas. Recuerdo salir a la piscina cubierta
de agua azul y transparente, una piscina como las que veía en la
televisión durante alguna retransmisión o en algún programa, un
universo nuevo donde había que mojar los pies en una especie de
barcal que olía a cloro, un olor que lo impregnaba todo alrededor
de la piscina. Las profesoras se sentaban en la tribuna de la
piscina y recuerdo al monitor, un tipo en la cuarentena que ahora
recuerdo como un espectáculo en sí mismo, llevaba un bañador rojo,
aquellos miticos DUNLOP que eran mínimos y marcaban el paquete del
monitor que, ahora sé, trataba de impresionar a las profesoras
mientras niños y niñas nos agarrábamos a la barra y estirando los
brazos movíamos las piernas en el agua. Cuando llegó la hora de lanzarse al
agua tras explicarnos el monitor la técnica, disponíamos de unas
tablas rojas flotadoras que nos ayudaba a vencer el miedo y el temor.
La verdad era que me gustaba, no recuerdo si eran dos días o uno a
la semana pero se instaló toda una liturgia cuando tocaba piscina.
Había tres categorías según éramos más o menos borricos en los
misterios de tirarse al agua y ser capaces de nadar por nuestros
medios sin recurrir a la tabla o una larga barra que tenía el
monitor con una barra en un extremo y que utilizaba con torpes y
miedosos. Luego, finalizado el tiempo de piscina, nos vestíamos en
el vestuario y nos daban tiempo a comer el bocadillo, porque la
piscina habría el apetito. Yo creo que nunca pasé de la categoría
de pulpo, casi rozando la de sardina y soñando con ser tiburón,
recuerdo algún compañero que, socio del club, llevaba la silueta de
un tiburón cosida al bañador. Al final aprendí a nadar, en varios
estilos: perro, crol, espalda y a brazadas, pero sobre todo aprendí
a flotar y a respetar el agua. Es un buen recuerdo de aquellos
tiempos de la infancia, ajenos en la piscina a los jaleos de los
adultos. Años más tarde me invitaron a un cumpleaños de un
compañero de clase que era socio y se celebró la fiesta en la
cafetería del club deportivo. Después de la merienda de cumpleaños
deambulamos por las instalaciones y pude asomarme a la entrada de la
piscina, supongo que era un saludo a una vieja amiga o tal vez una
despedida que no hice cuando llegó el último día de aprender a
nadar...
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
theadversiterchronicle@hotmail.es
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